lunes, 3 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 20

—Entiendo lo que quieres decir —aseguró Paula—. Y apuesto a que Pedro no necesita un robot. Solo quiere un juguete nuevo y caro.

—Traidora —respondió el aludido—. Creí que estabas de mi lado.

—Todavía tengo que formarme una opinión sobre tu sistema de cirugía.

 A Paula le recorrió un escalofrío la espina dorsal cuando la respiración de Pedro le acarició la oreja. Le resultó difícil formar un pensamiento racional, pero hizo todo lo posible. Aquel no era un grupo dispuesto a tolerar a una idiota.

—No estoy tomando partido. Solo reconozco la utilidad de ese campo.

—Me cae bien —Federico sonrió y miró a su hermano—. Es muy valiosa.

—Se lo diré a los que mandan en el Centro Médico Mercy.

—Te lo agradezco —Paula sintió una leve punzada de desilusión al ver que Pedro llevaba un comentario personal al terreno profesional. Y eso era una locura, porque allí se encontraba la zona de confort que estaba tratando de alcanzar.

—Hablando del Centro Médico Mercy —comentó Federico— la corporación financia clínicas pequeñas por todo el país.

Desde su posición en el departamento financiero, Paula tenía acceso a mucha información relacionada con las distintas operaciones de la compañía.

—Yo lo sabía —dijo.

—Yo no —Pedro se quedó mirando a su hermano.

—Lo sabrías si vieras el cuadro completo en lugar de solo una pequeña parte — Federico vaciló una décima de segundo y luego les dijo a sus padres—: He solicitado un puesto en una clínica de Blackwater Lake.

—¿En Montana? —preguntó Horacio.

—Sí. Es todo un reto conseguir que algún médico se quede allí y la comunidad necesita uno.

—Es un reto porque se trata de una comunidad muy pequeña. Y rural — aseguró su madre, que no parecía muy contenta—. ¿Y qué pasa con tu carrera? Esto es un paso atrás…

—Si es lo que quieres hacer, no es un paso atrás, y yo quiero hacerlo —el tono de Federico no dejaba espacio para más discusiones.

Se hizo un incómodo silencio hasta que Carolina dijo:

—A la abuela no le va a gustar.

—Al diablo con Elsa —afirmó Ana—. A la que no me gusta es a mí. Pedro se inclinó y susurró:

—Mi abuela la dominante.

—Lo he oído —dijo Federico—. Y aunque la abuela no es siempre diplomática, siempre dice las cosas como son. Y creo que todos sabéis que soy su nieto favorito.

—No se puede decir que tenga buen gusto —murmuró Carolina.

La batalla dialéctica continuó, pero terminó pasando y Paula disfrutó viendo a Pedro interactuar con su familia. Era una parte de él que nunca había visto. Por muy competitivos que fueran los Stone, cada uno tenía su sitio y el amor que compartían quedaba más que patente. Solo había tenido a su madre, y tras la presión que ejerció sobre ella para que entregara a su bebé el lazo se rompió. Su madre había muerto de cáncer dos años atrás, y volvió a sentir la habitual punzada de tristeza porque nunca llegaron a reconciliarse del todo. Sabía ahora que entregar a su hija en adopción era la única opción que tenía. Solo esperaba que los padres de su hija la quisieran tanto como Horacio y Ana querían a sus hijos.

—Un penique por tus pensamientos —dijo una voz profunda, arrancándola de sus pensamientos.

Pedro seguía todavía sentado a su lado. Paula cruzó la mirada con la suya.

—¿Cómo?

Pedro frunció el ceño.

—Tienes una expresión extraña.  ¿Dónde ha ido tu cabeza?

 Quiso decirle que a un mal sitio. Al vacío de su interior, un vacío que nunca conseguiría llenar y que por eso trataba de cerrar. A veces lo conseguía y a veces el recuerdo aparecía de forma inesperada y muy dolorosa. Pero no era algo de lo que hablara, ni siquiera con Zaira, su mejor amiga. Y apenas conocía a estas personas.

 Miró hacia el alboroto que la rodeaba. Carolina y Ana estaban envolviendo en toallas a los gemelos, que estaban empapados y muertos de hambre. Su padre estaba secándose al sol mientras charlaba con Horacio y Federico.

—Estaba pensando en la familia tan maravillosa que tienes. Tus padres han hecho un gran trabajo con ustedes—no estaba mintiendo. Era una de las cosas que se le habían pasado por la cabeza.

Pedro dirigió la mirada hacia sus padres, pero una cierta tristeza se mezcló con el orgullo de su expresión.

—Son estupendos, pero no fue fácil crecer en esta familia. Cuando metía la pata no paraban de recordármelo.

—Vamos, por favor. ¿Cometer un error tú, el doctor don perfecto? —Paula sacudió la cabeza—. No me lo creo.

—Estás muy equivocada —Pedro  hablaba muy en serio.

—De acuerdo. Dime una cosa en la que te hayas equivocado.

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