domingo, 23 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 9

Paula llevaba a Olivia en brazos mientras cruzaba el patio del centro médico. Pedro iba a su lado cargando con la bolsa de pañales. Una parte de ella no podía evitar pensar en él como en un caballero andante. Pero su lado inteligente le decía que eso no era así.

Le había ofrecido dinero, por el amor de Dios. Como si creyera que quería algo más que no fuera la seguridad de su hija en caso de que el bulto en el pecho resultara ser cáncer. Utilizar la carta del dinero era como sacar la tarjeta roja y decir que no confiaba en ella. Como si necesitara más pruebas, le había hecho a Oli un frotis en la boca para obtener una muestra de ADN. Parecía como si a Pedro le doliera hacerla llorar, pero la niña, igual que su madre, no daba señales de perdonar ni de olvidar, y aquel día no quería saber nada de él. La cita era a las nueve en punto, y llegaban diez minutos antes. El patio sombreado estaba fresco a aquella hora del día, teniendo en cuenta que estaban en julio. En el centro había una gran jardinera con rocas y plantas de colores. Se detuvo y señaló la última puerta a la derecha.

—Esta es la consulta de Leticia Hamilton. No sé si van a recibirme a mi hora.

—Soy médico. Ya lo sé —dijo Pedro con ironía.

—Tú trabajas en urgencias, pero ella es una ginecóloga muy ocupada. Sus citas siempre se cambian por culpa de los partos. Los niños llegan cuando quieren.

 —¿A qué hora nació Oli? —preguntó Pedro.

Las gafas de sol oscuras le ocultaban los ojos y la expresión, lo que tal vez fuera mejor.

—A la siete de la mañana —dijo pasándole la mano a su hija por el cuello—. Una hora respetable. Escucha, voy a darte unos consejos para cuando entre en la consulta. Todo indica que a Oli no le va gustar que la deje contigo. Tu misión, si es que la aceptas, es que esté lo más contenta posible.

Estrechó a su hija con más fuerza.

—Si intenta bajarse, bájala. Deja que haga lo que quiera siempre y cuando no moleste a los demás o se haga daño. Intenta distraerla con un juguete. He traído sus favoritos, una taza con tetina y galletas. No te preocupes por el estropicio de la sala de espera.

—¿Estropicio?

—Ya lo verás.

—De acuerdo —asintió Pedro.

—¿Sabes cambiar un pañal?

 —¿Me has escrito las instrucciones?

—Muy gracioso —Paula no pudo evitar sonreír. Su sentido del humor fue lo primero que la atrajo de él—. Bastará con un sí o un no.

—Creo que seré capaz de hacerlo.

—Si no deja de llorar, sácala de la sala de espera. Le encanta estar al aire libre y con suerte eso la distraerá. En caso contrario, ve al mostrador de recepción. Grace, la recepcionista, irá a buscarme a la consulta.

—De acuerdo —Pedro se colgó al hombro el tirante de la bolsa de pañales con más seguridad.

Paula sabía que la bolsa pesaba, pero él no parecía notarlo. En cambio a ella, el peso de Olivia  estaba empezando a provocarle dolor de espalda. Si pudiera pasarle la niña a Pedro… pero eso provocaría un desastre. Mejor no hacerlo a no ser que fuera absolutamente necesario.

—De acuerdo —Paula  aspiró con fuerza el aire y se dirigió hacia el camino de cemento que llevaba a la consulta—. Adelante.

En la sala de espera había aire acondicionado, y sólo había una mujer mayor esperando, lo que significaba que la doctora iba bien de hora. Paula firmó su entrada y luego se sentó cerca de la puerta de la consulta. Colocó a Olivia  en su regazo y Pedro tomó asiento a su lado. La señora les sonrió.

—Su hija es adorable.

—Gracias, a mí también me lo parece —sonrió Paula.

—Es igualita a su padre —continuó la mujer—. Forman ustedes una familia encantadora.

Si habían conseguido pasar por una familia, entonces se merecían un Oscar. Aquélla era la primera salida que hacían los tres, y no por razones alegres. Por suerte se abrió la puerta en aquel instante y salió Gabriela Martinson. Paula había llegado a conocerla bastante bien durante sus visitas prenatales. La pelirroja de ojos verdes vestida con bata azul sonrió.

—Hola, Paula, enseguida estamos contigo. ¿Señora Wilson?

 La mujer se puso de pie y entró en la consulta. A Paula le dió un vuelco el estómago por la aprensión. Todas las investigaciones decían que el ochenta por ciento de los bultos del pecho resultaban ser benignos, pero ¿Y si ella formaba parte del otro veinte por ciento? Estrechó con fuerza a su hija hasta que la niña se revolvió en señal de protesta. ¿Qué sería de su pequeña si algo le ocurriera? La madre de Paula no se merecía tampoco un premio, pero al menos había estado allí. Miró a Pedro de reojo. Se había colocado las gafas en la cabeza y estaba increíblemente guapo. Él tendría que cuidar a su hija solo. Antes de que pudiera darle las últimas indicaciones, volvió a abrirse la puerta y salió Gabriela.

—Te toca, Paula.

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