viernes, 7 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 28

—¿Me equivoco?

—Sí. No necesito comprarte. Estoy seguro de que cuando dejemos Texas estarás convencida de las ventajas tanto fiscales como médicas de ese aparato —se metió las manos en los bolsillos de los pantalones—. No tengo motivos ocultos para haber escogido este hotel de cinco estrellas y cinco diamantes. El único que cuenta con esa distinción en Dallas, por cierto. Solo quiero que te relajes y disfrutes.

Unos días atrás habría dudado de la sinceridad de Pedro, pero ahora no. Le había visto con su familia, jugando con sus sobrinos, y se había abierto a ella en el plano personal. Ahora sabía que era un hombre dulce y sincero. Seguramente esa sería la razón por la que podía seguir siendo amigo de las mujeres con las que había salido. No podía decirle que no, así que asintió.

—Nunca me había alojado en un lugar tan bonito.

 —Y eso que todavía no has visto tu habitación.

No, pero lo que le ponía nerviosa era la idea de ver la habitación de él. Aunque no tendría que suponer ningún problema porque no tenía intención de ir por ahí.

—Estoy seguro de que será el lugar perfecto para preparar nuestras reuniones. O incluso para relajarse.

Relajarse en aquella habitación de lujo con patio iba a resultar difícil. La enorme cama estaba cubierta con una colcha blanca y tenía un banquito a los pies. Las puertas del balcón daban a un patio, y justo antes había un sillón y una otomana con brocados y cojines. Al otro lado había un escritorio de trabajo. Las paredes, pintadas de un beis suave, estaban coronadas con molduras. Sus trajes de trabajo estaban colgados en el armario y la ropa nueva guardada en los cajones. Pedro la había acompañado antes de ir a su propia habitación y le había dicho que la recogería a las seis y cuarto para cenar. Luego desapareció antes de que ella pudiera decir que no.

Aterrador pero cierto: estaba deseando que llegara la hora de la cena y se había arreglado más de lo quería admitir. El vestido amarillo de verano, el chal blanco y las sandalias de tacón bajo que llevaba puestos eran compras impulsivas del día del centro comercial, cuando se dio cuenta de que Pedro no era el imbécil que ella pensaba. Se retocó el maquillaje y el lápiz de labios en el espejo que había al lado de la puerta y luego se arregló un poco el peinado con las manos. El pelo corto no requería mucho tiempo, pero no estaba segura de que le hiciera parecer sofisticada. Llamaron a la puerta con los nudillos y dió un respingo. Aspiró con fuerza el aire y abrió. Pedro estaba en la puerta, tan guapo que el corazón le dió un vuelco.

—Vaya —murmuró él con una mezcla de aprobación y de sorpresa—. Estás preciosa.

—Eso mismo has dicho antes y juraste que era verdad, aunque no te creí.

—Lo decía en serio —prometió Pedro—. Pero ahora, como diría mi sobrino, estás requetepreciosa.

Paula se rió.

—Es un rompecorazones en ciernes. Y su hermana también es impresionante. Lo cierto es que toda tu familia es increíble.

—Casi todos —una sombra de furia cruzó por sus ojos y luego desapareció—. ¿Nos vamos?

—Recogeré mi bolso —era tan grande que prácticamente podía llevar todas sus pertenencias dentro. La llave tarjeta de la habitación estaba a su lado, sobre la mesita de la entrada.

—No lo necesitas.

—Sería estupendo no tener que ir cargando con él, pero no tengo bolsillos para guardar la llave de la habitación.

—Yo te la llevaré —Pedro llevaba pantalones color canela, chaqueta azul y camisa amarilla. Parecía casi como si se hubieran puesto de acuerdo con los modelos—. Tengo bolsillos.

—De acuerdo. Gracias —Paula le dió la llave—. ¿Dónde vamos? —preguntó saliendo y cerrando la puerta tras ellos.

—Al restaurante del hotel, que está aquí mismo. Te va a encantar.

Sobre la comida no podía hablar, pero Pedro desde luego le encantaba cada vez más. Eso era bueno y era malo. Bueno porque el viaje estaba siendo mucho más agradable de lo que pensaba que iba a ser. Malo porque el viaje resultaba agradable pero no era el mundo real. Cuando se tomara una decisión respecto al equipamiento, ya no tendría razón de ser en su vida. Paula tenía los ojos muy abiertos y no se hacía ilusiones. No tenía nada que perder si bajaba la guardia y se divertía durante unos días.

El restaurante, igual que el resto de las instalaciones, era impresionante. El suelo era de baldosas blancas y negras y una elaborada escalinata de hierro llevaba a la planta superior. La encargada comprobó la reserva que Pedro había hecho y luego los acompañó a una mesa situada al lado de una ornamental chimenea blanca. Aunque el restaurante estaba casi lleno, aquel rincón resultaba muy tranquilo. Unos segundos más tarde apareció un camarero que llenó sus vasos con agua mineral mientras que otro les saludaba y les ofrecía la carta. Paula miró los aperitivos y luego a Pedro.

—¿Tortellini de queso de cabra? ¿Risotto de langosta? Esto parece cosa de brujería. Creo que pediré verduras de la casa, que me suena familiar.

—¿No prefieres parfait de caviar? ¿Y qué tal ostras de la Costa Este? Dicen que son afrodisíacas.

Lo dijo con tono humorístico, pero en sus ojos había un brillo que le trajo recuerdos del beso que se habían dado. Mirar su bello rostro al otro lado de la mesa ya resultaba bastante duro sin necesidad de probar un tipo de comida que podría hacerle arrojar la precaución por la borda.

—Las ostras son repulsivas, no resultan nada atractivas.

—De acuerdo, solo comida bonita.

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