miércoles, 5 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 23

—Creo que yo también me iré a acostar —dijo.

—¿Qué prisa tienes?

—No tengo prisa, es que estoy cansada. Mañana va a ser también un día duro. Me gusta tu familia, pero ahora que no nos oyen, los Alfonso son agotadores.

—Entendido. Necesitas descansar —reconoció él—. Pero déjame que te dé las gracias por haber acudido a mi rescate con lo de salir con mujeres. ¿Por qué lo has hecho?

—Es una buena pregunta —Paula se encogió de hombros—. Pero no tengo una respuesta.

—¿Eres la defensora de los desamparados?

Ella se rió, porque no tenía esa opinión de él.

—Eres muchas cosas, pero desde luego no un desamparado.

—A veces me siento así.

El tono de su voz le confirmó que Pedro no veía la aprobación de sus padres.

—Hay que querer a la familia. Y dicho esto, buenas noches —Paula se puso rápidamente de pie antes de que Spencer pudiera hacer algo para que cambiara de opinión.

Él se levantó del asiento y la miró.

—De acuerdo.

Pedro apagó las luces mientras se dirigían a la casa. La siguió hasta la primera planta y la acompañó a la puerta de su dormitorio, que estaba en el mismo pasillo que la suya.

—Hasta mañana —Paula puso la mano en el picaporte.

 Él no se movió. Se limitó a quedarse mirándola.

 —Hay una tradición en la familia Alfonso que consiste en darle un beso de buenas noches a los invitados.

—Te lo estás inventando.

—Sí —sus ojos verdes tenía una expresión deliciosamente pícara—. ¿Cómo me has descubierto?

—Porque anoche no hubo tradición —y la noche anterior ella no tenía el pulso tan acelerado como ahora.

—Porque entonces no sabía que les ibas a caer tan bien a mis padres. Un beso de buenas noches me parece apropiado.

—¿Siempre haces lo que dicen las figuras de autoridad?

—Siempre.

—Pues ya somos dos —murmuró Paula con voz temblorosa.

Entonces Pedro le rozó los labios con los suyos y en lo único que pudo pensar fue en lo suaves que eran. Y en lo cálidos. El suave contacto se volvió de pronto exigente. Ya no parecía un dulce besito de buenas noches. Le tomó la mejilla con la palma de la mano y la besó una y otra vez con firmeza. Le deslizó los dedos de la otra mano por el cuello y por el hombro hasta que los nudillos descansaron en su seno. Paula se moría por sentir sus caricias sobre la piel desnuda. El fuego se apoderó de ella y empezó a jadear. Gimió contra su boca, y su gemido resonó por la casa vacía. La casa de los padres de Pedro. Se apartó y susurró frenéticamente:

—Pedro, alguien podría oírnos…

—¿Sabes lo grande que es este sitio?

Paula asintió.

—Pero hay mucha gente aquí. Los niños podrían salir al pasillo. Alguien podría perderse.

—Entonces no deberíamos estar aquí —Pedro jadeaba y tenía una mirada oscura e intensa—. Invítame a entrar.

Ella negó con la cabeza.

—No puedo.

—Pero quieres.

—Buenas noches —Paula se giró para abrir la puerta, entró y cerró tras de sí.

Todo su cuerpo le pedía más. ¿Cómo había sucedido aquello? ¿Cuándo había cambiado el juego? Y sus padres habían confirmado lo que ella ya sabía sobre su legendaria determinación. Si Pedro estaba decidido a ir por ella, su fuerza de voluntad no resistiría ni un asalto.

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