domingo, 30 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 31

Olivia se retorció en brazos de su padre, lo que obviamente significaba que quería bajar. Pedro le quitó el vestido, y  Paula aprovechó para desvestirse a su vez, esperando no llamar mucho la atención. Pero él no pudo evitar mirarla de arriba abajo con algo parecido a la admiración reflejado en los ojos. Se quitó a su vez la camiseta, quedándose en bañador. Sus hombros anchos y bronceados y el amplio pecho desembocaban en un abdomen plano cubierto de un suave y masculino vello que ella se moría por acariciar. Pero si  la tocaba a ella, volvería a convertirse en fuego como antes.

—¿Lista para ir a nadar? —le preguntó él a Oli.

—Primero necesita crema de protección —Paula sacó un tubo de la bolsa de pañales y agarró a la niña para ponerle la crema.

—Tienes mucha maña —dijo él maravillado—. Tiene que ser difícil ponerle la crema con ella en brazos.

—Es cuestión de práctica —dijo ella dándole los últimos toques—. ¿Quieres tú también ponerte crema?

Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de que estaba jugando con fuego.

—Sí, gracias —Pedro le mostró la espalda.

Paula se puso una buena dosis en la mano y se la pasó por los anchos hombros y por los músculos de la espalda. Tocarle la cálida piel le provocó escalofríos, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse y asegurarse de protegerle cada centímetro de piel de los peligrosos rayos del sol.

—Ahora te toca a tí —dijo él quitándole el tubo de crema. Hizo un movimiento en círculo con el dedo para indicarle que se diera la vuelta.

Paula  obedeció, pero no mirarle era casi tan peligroso como clavar la vista en sus sensuales ojos azules. Entonces sintió sus manos fuertes y grandes untándole la crema por el cuello, los hombros y la espalda. Pedro le levantó los tirantes del bikini para asegurarse de que lo cubría todo, y aquel contacto íntimo provocó que ella volviera a estremecerse.

—¿Tienes frío? —preguntó él.

 —Sí. Ya sabes lo que me pasa con el aire acondicionado.

—Lo recuerdo —Pedro terminó lo más deprisa que pudo y se apartó—. ¿Estás lista?

—¿Cómo? —preguntó ella mirándolo de reojo.

—Para ir a nadar. El último es un huevo podrido.

Pedro agarró a Olivia y salió. Entonces entró con la niña en la parte poco profunda de la piscina. Oli chapoteó con su manita la superficie del agua y se rió al salpicarse. Alzó la vista y vió a Paula cerrar la cancela de la piscina tras ella. Se protegía los ojos del sol con unas gafas oscuras. Ella se sentó a un lado de la piscina y metió los pies en el agua.

—Tenemos que apuntar a Annie a clases de natación. Hay programas para niños de su edad. Si va a pasar aquí tiempo contigo, creo que sería una buena idea.

Pedro se la quedó mirando.

—¿Estás dispuesta a dejar a Oli aquí conmigo?

—Por supuesto. Eres su padre.

—Ya lo sé. Pero… —Pedro sacudió la cabeza mientras una sonrisa complacida se le asomaba a las comisuras de los labios—. ¡Qué gran responsabilidad!

—Creí que eso era lo que querías.

—Así es. Me parece una gran idea. Estaré encantado de cuidar de ella mientras tú estés trabajando. Y no porque no confíe en que la dejes en un lugar seguro.

—Ya sé lo que quieres decir. Y como los dos trabajamos, nos vendrá bien — aseguró Paula con escasa convicción.

Pedro  acomodó mejor a Olivia en su fuerte antebrazo.

—Y tienes razón en lo de las clases de natación. He visto muchos niños accidentados en la piscina en la sala de urgencias —abrazó a su hija hasta que la niña se retorció para volver a dar palmadas en el agua—. No quiero tener que decir nunca: «Si al menos hubiéramos…», porque no hicimos lo que teníamos que hacer.

—Tienes razón.

Paula  se sentía muy aliviada de no estar sola en aquel asunto de la paternidad. En parte porque, si miraba hacia atrás en su propia vida, sus «si al menos» se apilaban como un accidente múltiple en la autopista. Si hubiera tomado mejores decisiones cuando era adolescente. Si le hubiera contado a Pedro lo del embarazo en lugar de entrever sus sentimientos a partir de las palabras que había dicho. Todo lo que él  había demostrado desde que supo de la existencia de su hija le había demostrado a que sí se comprometía cuando su corazón estaba implicado. Si al menos se implicara con ella, pensó con tristeza. Lo vió reírse con Olivia y sintió algo tirante en el pecho. Había admitido que se había equivocado al juzgarla y eso hacía que le cayera todavía mejor. Era un buen padre y una buena persona. Ella lo había amado, pero eso no podía volver a suceder. Si ella no le hubiera ocultado la verdad en el pasado, tal vez pudiera ser. Pero lo había hecho. Y Pedro nunca se lo perdonaría.

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