domingo, 30 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 28

Tras aspirar con fuerza el aire, dijo:

—Me quedé embarazada cuando tenía quince años.

Fue consciente de que su declaración lo había dejado sin palabras, pero no estaba por la labor de rellenar el vacío con palabras.

—¿Qué ocurrió? —preguntó finalmente él.

—Mi madre me dijo que no podía permitirse siquiera el ocuparse de mí, así que de ninguna manera podía llevar un bebé a casa para que ella lo mantuviera. Me dió un ultimátum: o entregaba al bebé en adopción o me buscaba otro sitio donde vivir.

—¿Así que entregaste a tu bebé?

Paula dió un respingo al escuchar su tono censurador.


—Huí.

—¿Fuiste a casa de alguna amiga? ¿Y el padre del bebé?

—No volví a verle después de decirle que estaba embarazada — sacudió la cabeza—. Mi propio padre tampoco salió nunca en la foto. En aquella época, crecer con una madre soltera que desaparecía de la realidad en una botella de vino barato tampoco ayudaba a integrarse. Es difícil hacer amigos cuando se es diferente a los demás.

—¿Dónde fuiste?

Un escalofrío le recorrió a ella la espina dorsal.

—No tenía donde ir. Viví en la calle.

—No entiendo…

 —Entonces deja que te lo deletree. No tenía más comida que la que podía recoger de los contenedores. También robé comida cuando no podía soportar el hambre.

—¿Y qué hiciste?

—Conocí a un tipo que me acogió bajo su ala.

Los ojos azules de Pedro echaban chispas.

—¿Un proxeneta?

 Ella asintió.

 —Me concertó una cita con un hombre en un motel barato, pero no fui capaz de hacerlo.

—¿Qué fue del bebé? —preguntó Cal.

Paula sujetó con más fuerza a Oli mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Quería a aquel niño. Era lo más puro y bueno que había tenido en mi vida. No podía soportar la idea de que pasara hambre y frío. Que no tuviera ropa ni un techo sobre su cabeza. Así que volví a casa, si puede considerarse como tal una caravana aparcada en la peor parte de la ciudad.

—¿Y?

—Mi madre me aceptó con la condición de que entregara al bebé en adopción —volvió a estremecerse ante la fría expresión de sus ojos—. Volví al colegio, pero a las otras chicas no les dejaban ir conmigo porque tenía problemas. Para los chicos era un beneficio. No podía quedarme embarazada porque ya lo estaba.

No se había sentido tan sola en toda su solitaria vida. Lo único que tenía era a un bebé creciendo en su interior, y entregarlo era como cortarle el corazón y la cabeza.

—¿Por qué no me lo contaste?

—No es algo que se suelte así como así —se defendió Paula—. Tú tienes unos padres que te apoyan, Pedro. Pero hay muchos chicos que no cuentan con esa suerte.

—¿Y qué me dices de los programas de ayuda, de las organizaciones no gubernamentales?

—No conocía ninguna ni tenía a nadie que pudiera ayudarme a buscarlas —  aspiró con fuerza el aire y trató de dejar atrás aquellos recuerdos para poder concentrarse en hacérselo entender a Pedro—. Yo era apenas una niña también. Quería a mi hijo más que a nada, pero no ví la manera de quedarme con él. No tenía alternativa, y me resultó más doloroso de lo que te puedas imaginar. Por eso estoy tan comprometida con mi programa, quiero darle a las chicas que están en una situación parecida otra opción.

Pedro se puso de pie y se pasó la mano por el pelo.

—Creí que te conocía, pero ya veo que estaba equivocado —dijo mirándola.

Paula se levantó sujetando con fuerza a su hija dormida. Se acercó a la cuna y dejó a la niña en ella, arropándola. Sin decir una palabra, pasó por delante de él para ir al salón mientras sentía cómo la furia se apoderaba de ella. Unos instantes más tarde, Pedro apareció a su lado.

 —Será mejor que me vaya.

 —Creo que es una buena idea —dijo ella—. Pero antes quiero decirte algo.

—Adelante —pedro se puso en jarras.

—No imaginaba que tu empatía fuera tan débil. Tú nunca sabrás lo que se siente al ser una niña embarazada sin tener donde ir. ¿Cómo te atreves a juzgarme? Nunca has estado en mi piel.

—Tendrías que haberme dicho algo.

—No tenías por qué saberlo —Paula se lo quedó mirando, negándose a que la intimidara. Nunca más—. Acudí a tí porque el bulto del pecho me hizo enfrentarme a mi mortalidad y a cómo podría afectar al futuro de Oli. Eso no te da derecho a juzgar mi pasado. Tomé la mejor decisión que pude dadas las circunstancias. Pero ya no soy una niña indefensa. Tenemos una hija y en lo que a ella se refiere puedes esperar una comunicación directa y sincera. Nos une una niña, pero eso no te da derecho a organizarme la vida.

—Muy bien —dijo Pedro.

Cuando hubo cerrado la puerta, Paula se dejó caer en el sofá y se negó a que le cayeran las lágrimas. Allí estaba otra vez él, justo cuando había conseguido rehacer su vida. Había creído que era seguro compartir con él el secreto más doloroso de su vida. Pero se había equivocado. Y Pedro también. Tal vez las confesiones fueran buenas para el alma, pero resultaban infernales para el corazón.

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