domingo, 2 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 14

—Estás exagerando —pero Pedro miró el sitio en el que había pasado su infancia y trató de verlo con sus ojos.

A cada lado del recibidor había una escalera de cerezo con pasamanos que llevaban a la segunda planta. El suelo estaba cubierto debaldosas de mármol hasta llegar a la gruesa alfombra beis del enorme salón a un lado y a una salita formal al otro. Delante estaba la cocina. Pero Paula todavía estaba maravillada con el recibidor.

—Se podría jugar un partido de jockey aquí.

—Mi madre no toleraría semejante insubordinación —aseguró Pedro.

 Ella guardó silencio un instante y se quedó escuchando.

—¿Hay alguien aquí?

—Parece que no. Estarán trabajando o jugando al golf.

—Salgamos huyendo —suplicó Paula—. Todavía tenemos tiempo. Yo puedo buscarme un hotel.

—No —su madre había dado a entender que no le veían con mucha frecuencia, y su hermana había venido desde Houston. Era una buena oportunidad para visitarles—. Mis padres llegarán enseguida y estoy seguro de que querrán conocerte. Vamos, te daré un tour.

Pedro le tomó otra vez la mano y sintió de nuevo su delicadeza. Pero esta vez llegó unida al instinto de protegerla. Le resultó extraño, porque nunca había estado con una mujer el tiempo suficiente como para que ocurriera algo tan íntimo. La llevó hacia la cocina, que tenía armarios blancos y encimeras de granito negro. Los tiradores eran de acero  inoxidable. Y estaban inmaculados. Paula abrió los ojos de par en par.

—Es la cocina más grande que he visto en mi vida. Me encanta que las sartenes y las ollas cuelguen encima de la isla del centro.

Subieron por las escaleras y Pedro le enseñó las seis habitaciones. Dos de ellas compartían baño y las otras tenían el suyo propio. Todas tenían el mobiliario a juego con las cortinas. Paula no paraba de asombrarse.

—No es para tanto —protestó él.

—Tal vez para tí no. Pero para una chica que creció en una caravana en el norte de Las Vegas sí es para tanto.

Aquella era la primera vez que contaba algo de sí misma, pero lo que llamó la atención de Pedro fueron las sombras que se le dibujaron en los ojos al decirlo. Eran las mismas que había visto en la boda. E igual que entonces, se preguntó a qué se deberían.

—No es más que un techo sobre nuestras cabezas.

Ella se rió con sorna.

—Y dentro de los techos no hay otro mejor. Para sus padres no podía ser de otra manera. Y justo cuando llegaron otra vez a la entrada entraron su padre y su madre.

—Oh —Ana Alfonso, alta y rubia, sonrió—. Misterio resuelto. Ahora ya sabemos de quién es el coche que hay fuera. ¿Qué estás haciendo aquí, Pedro?

—Tenía un asunto de trabajo en Dallas y pasé por aquí.

—No habías dicho nada. Creí que ibas a perderte la visita de tu hermana. ¿No es una sorpresa maravillosa, Horacio? —le dio un abrazo a su hijo.

—La mejor —su padre era de la misma altura que él y tenía el cabello plateado—. Me alegro de verte, hijo —clavó sus ojos azules en Paula—. ¿Quién es ella?

—Paula Chaves. Es la administradora del Centro Médico Mercy —Pedro la miró—. Estos son mis padres, Ana y Horacio Alfonso.

—Es un placer conocerles —Paula les estrechó la mano.

—Tendrías que habernos dicho que iban a venir —protestó Ana—. Podríamos haber estado aquí para recibirlos.

—Quería que fuera una sorpresa —Pedro había aprendido que era mejor así. Pillarles con la guardia bajada les daba menos oportunidad de lanzarle dardos sobre cómo mejorar su vida.

—Nos has sorprendido, ciertamente. ¿Qué asunto te trae por Dallas? — preguntó Horacio.

—Vamos a ver los robots quirúrgicos de Baylor y del Centro Médico de Dallas. Quiero verlos en acción, y el trabajo de Paula es averiguar cómo pagarlo.

—Entonces, ¿De verdad que es solo trabajo? —su madre parecía decepcionada. Llevaba solo un minuto de visita y Pedro ya la había desilusionado.

—Sí, ¿Por qué?

Ana se encogió de hombros.

—Es que nunca tenemos oportunidad de conocer a tus… amigos —vaciló lo suficiente para que Pedro supiera que se refería a sus novias.

La única vez que había llevado a una chica a casa para que conociera a sus padres había sido un desastre.

—Es solo trabajo —miró a Paula y también vió desaprobación en sus ojos—. Pero ha habido un problema con nuestra reserva y en el hotel no nos esperan hasta el domingo por la noche. Así que pensé que…

—Lo que pasa —le cortó Paula— es que Pedro quería enseñarme la casa. Y es preciosa. Pero ahora va a acompañarme a buscar un hotel para mí.

—Desde luego que no. Te quedarás con nosotros —Horacio le puso una mano en el hombro—. ¿Qué clase de anfitriones somos? Vayamos a la sala familiar.

—No quiero ser una molestia, señor —protestó ella.

—Me llamo Horacio, y no eres ninguna molestia —sus ojos brillaron con cierto toque de humor—. ¿Has visto el tamaño de este lugar? Una persona podría vagar durante semanas por aquí sin encontrarse con otro ser humano.

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