lunes, 17 de abril de 2017

Enamorada: Capítulo 58

—Esto es Las Vegas, papá —Federico  se acercó con dos vodkas con tónica y les pasó uno a cada uno.

Pedro confió en que los hubiera preparado más fuertes de lo habitual.

—No hace mucho, alguien ganó dos millones en una máquina tragaperras del aeropuerto.

—Eso es tener suerte —Horacio le dió un sorbo a su copa y asintió con aprobación mirando a Federico—. Muy bueno, hijo.

—¿Tienes galletas saladas y queso, Pepe? —Ana dejó la bebida en la mesita y se dirigió hacia la cocina.

Al parecer la pregunta era una mera formalidad.

—Yo te ayudo, mamá —la siguió y agarró la tabla de cortar y un cuchillo—. Hay una tienda nueva de quesos cerca de Boca Park. Dicen que tiene cosas buenísimas.

—He echado un vistazo por tu casa mientras esperábamos —Ana colocó las galletas en el plato—. Tienes mucho espacio y techos muy altos.

—Sí. Me gusta.

—¿Cuándo vas a redecorarla?

—No ha sido una prioridad.

Pedro se puso a su lado y ella colocó el queso de forma artística.

 —Tal vez haga falta el toque de una mujer.

Pedro la miró a los ojos.

 —¿Qué tiene de malo mi toque? Tengo buen gusto.

—Claro que sí. Te viene de mi familia.

Cuando Horacio y Federico se unieron a ellos, Pedro agradeció tener una cocina lo suficientemente grande como para acoger una convención de cardiólogos. Así cada miembro de la familia tenía suficiente espacio para sus grandes personalidades. Volvió a pensar en Paula otra vez. Era muy menuda, pero su gran corazón, su calor y su sagacidad evitaban que se perdiera entre los Alfonso. Encajaba bien con ellos. Había comprado aquella casa porque era grande y moderna, pero la casa de ella era un hogar dulce y cálido. Pedro deseó estar con ella en aquel momento. Aquella sensación no se debía solo a la noticia que tenía que darles a sus padres. Era algo que se hacía más fuerte cada día. La necesidad de verla, de hablar con ella. De abrazarla.

—¿Qué tal está Paula? —preguntó Ana.

 Pedro se había preguntado más de una vez a lo largo de su vida si aquella mujer era capaz de leer el pensamiento.

 —¿Por qué lo preguntas?

—No es una pregunta trampa. La conocimos hace poco y se quedó en nuestra casa. Es amiga tuya y le hemos tomado cariño.

—Vale.

 Federico se reclinó contra la encimera con una cerveza en la mano.

—Pues estoy deseando mudarme a Blackwater Lake.

Pedro miró a su hermano a los ojos e inclinó levemente la cabeza para agradecerle el cambio de tema.

—Está delicioso —dijo Ana tras poner un trocito de queso sobre una galleta y darle un mordisco—. Fede, creo que, si trabajar en un pueblo pequeño es algo que quieres hacer durante un tiempo, adelante. Quítate ya la obsesión.

Fede miró a Pedro como diciéndole que le debía un gran favor.

—No es una fase, mamá, como jugar al baloncesto, montar en patín o llevar pantalones caídos. Esta es mi vida, y hay algo en Montana que me llena el alma.

—Qué poético —Ana se terminó la galleta—. ¿Eres consciente de que seguramente habrá alces salvajes, osos, y ningún vuelo directo a Dallas?

—No te preocupes. No creo que los animales salvajes acudan a la clínica para sus problemas de salud. Y seguiré yendo a verte.

—Más te vale —Ana sonrió y luego miró a Pero—. He visto que has hecho algunos cambios en el jardín.

—Sí. Paisajismo. He añadido una cascada de agua y he construido una barbacoa.

—Hay una vista preciosa al campo de golf. Se la enseñaré —se ofreció Federico.

—Llévate a tu padre —sugirió Ana—. Pepe y yo llevaremos allí el aperitivo en una bandeja.

Ahora era su oportunidad, pensó Pedro. Un padre cada vez. Divide y vencerás.

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