miércoles, 26 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 19

Paula giró por la Avenida Tropicana hacia Spanish Trail y se detuvo en el control de entrada. Tras darle su nombre al guardia de seguridad, él lo comprobó en una lista y le hizo una seña para que pasara. Llevaba sintiendo un temor oscuro al pensar en aquel día desde hacía dos semanas, cuando accedió a celebrar el primer cumpleaños de Oli en casa de Pedro. El domingo. Con la familia de él.

¿En qué estaba pensando? Daba igual lo que pensaba. No había opción, y allí estaba, camino a la reunión familiar. Era una urbanización de chalés individuales de más de un millón de dólares. Pedro vivía en uno de los últimos, que daba al campo de golf. Lo mejor para el donjuán del Centro Médico Misericordia. Tras girar a la derecha,  avanzó por la calle. Recordaba la ruta como si hubiera estado allí el día anterior. Había estado allí muchas veces, pero nunca había estado tan nerviosa. Probablemente se debía al hecho de volver a ver a la familia de Pedro. Él les había contado toda la historia. Ella era la que no le había hablado de su hija y suponía que no estarían precisamente contentos con cómo había manejado la situación. Paró el coche delante de la casa de dos pisos de estuco blanco con tejado rojo y el inmenso jardín. Se acercó al asiento de atrás y desató con suavidad a Olivia, que se había quedado adormilada.

—Me alegro de que te hayas echado una buena siesta —dijo sonriendo cuando la niña se frotó los ojos—. Es un gran día para tí.  Además de cumplir un año, vas a conocer a tus abuelos y a tu tío Federico.

—¿Pa? —Olivia abrió sus grandes ojos azules.

—Sí, papá también estará allí. Ésta es su casa —el lugar hermoso y grande en el que Pedro quería que viviera su hija, pero al que mamá había dicho que no—. Mamá tiene sus razones. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tienes que confiar en mí.

Cargada con la bolsa de pañales y su hija de un año,  se acercó a la entrada. Conseguiría superarlo, pensó poniéndose su escudo emocional. Apretó el timbre. Oli se inclinó para imitarla, pero ella la sujetó con fuerza. Se abrió la puerta y Pedro  estaba allí.

Oli parpadeó y sonrió.

—¿Pa?

—Hola, sol —extendió los brazos y la niña se fue encantada con él. Pedro la besó en la mejilla—. ¿Cómo está mi chica?

—No podría estar mejor —respondió Paula por su hija.

 —¿Dónde están Laura, Camila y los niños? —preguntó Pedro mirando hacia atrás.

—No han podido venir —más valía ser poco concreta que decirle lo que de verdad habían contestado. Aquella invitación tenía la palabra «pena» escrita en letras mayúsculas, y ellas no se sentirían cómodas. Así que estaba allí sin apoyo.

—Lástima. Bueno, otra vez será. Los chicos se divertirán en la piscina —Pedro le quitó la bolsa de pañales y cargó con Oli para que ella pudiera entrar—. Mis padres están ahí.

Paula lo siguió con un nudo en el estómago a través de la entrada en dos alturas que dividía el comedor del salón. La espectacular mesa de caoba que ocupaba el centro del salón contenía una pila de regalos envueltos en papel rosa. Ana y Horacio Alfonso estaban sentados frente al bar, con Federico a su lado. El hermano de Pedro era un año y medio más pequeño y tal vez un poquito más bajo, pero medía más de dos metros y tenía el cabello rubio y los ojos azules. Era tan atractivo como Pedro.

—Hola, Paula —sonrió Ana con cierta tensión. Era rubia como sus hijos.

—Me alegro de volver a verte —Horacio estiró la mano y ella se la estrechó. Tenía el cabello completamente gris, lo que le daba un aspecto distinguido.

Federico se aclaró la garganta.

—Paula —dijo.

—Hola —no podía equivocarse siendo parca y educada.

Había estado muchas veces con la familia de Pedro. Sabía lo amables y cariñosos que podían llegar a ser, y por eso acusó el cambio.

—Esta es Olivia—dijo Pedro sonriendo con orgullo.

—Es preciosa —los ojos azules de Ana se suavizaron y se llenaron de lágrimas —¿Crees que querrá venir conmigo? —preguntó.

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