domingo, 30 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 34

Los cuatro se quedaron hablando un rato mientras permitían que los niños jugaran fuera. Julián le dió a Franco un trozo pequeño de papel de lija y trató de enseñarle a suavizar la parte superior de la mesa. Pero al ver que Olivia y él no dejaban de llevárselo a la boca, todos estuvieron de acuerdo en quitárselo.

Cuando sonó el teléfono móvil de Pedro, todos centraron la atención en él.

—¿Sí? —respondió él.

—Pedro, soy Gastón, del laboratorio.

 —¿Qué tienes para mí?

—Quería hablarte de la biopsia de Paula Chaves. Es benigno. No hay evidencia de células anormales.

Una oleada de alivio lo atravesó.

—Me alegra oír eso. Gracias, Gastón —Pedro colgó el teléfono y miró las tres caras expectantes—. Es benigno.

—Gracias a Dios —le dijo Laura a Paula—. Te daría un abrazo, pero me da miedo hacerte daño.

—Esto hay que celebrarlo —aseguró Pedro.

—¿Qué tienes en mente? —Paula parecía también aliviada.

—Una barbacoa en tu casa. Traeré hamburguesas, perritos calientes y todo lo demás. Están invitados, chicos —dijo mirando a la pareja—. Y Franco también.

 —Estupendo —dijo Julián.

 De camino a su coche, Pedro miró hacia atrás para ver a Paula. Les sonreía a los chicos y ayudaba a que los niños no hicieran travesuras. Se dió cuenta de que aquel grupo  era su familia. La que había elegido. Siempre tendría a sus padres y a su hermano, pero su dinámica familiar era diferente. Aunque no se decía claramente, se daba por hecho que uno tenía que hacer lo correcto. Ésa era la razón por la que se casó con su novia cuando le dijo que estaba embarazada. En lugar de una ayuda, su mujer fue más bien un problema e hizo malabares para manejarla. Paula ayudaba a las adolescentes porque comprendía sus problemas y empatizaba con ellas. La necesitaban. Se había acostumbrado a no necesitar a nadie, pero el hecho de pasar tanto tiempo con ella estaba cambiando aquello. Y tenía que hacer algo para evitarlo. Ahora que su problema de salud estaba resuelto, podía dedicarse a ser sólo el padre de Olivia, y sólo su padre, porque la madre de la niña podría romperle el corazón.


Amor Inolvidable: Capítulo 33

—Pero habrá que esperar al próximo día de paga —dijo Laura—. Oh. Oh — exclamó oliendo a su hijo antes de mirar dentro de sus pantalones vaqueros cortos—. Alguien necesita que lo cambien.

—A mí no me mires —bromeó Julián.

Laura se rió.

 —Te toca a tí.

Siguieron bromeando hasta que finalmente Julián dijo:

—En serio, yo lo cambio si quieres.

—No pasa nada. Puedo hacerlo yo. Estás a punto de terminar y no quiero interrumpirte —Laura le dió un beso en la mejilla y desapareció por la puerta del departamento.

Pedro miró a Julián y trató de pensar en algo de lo que charlar con un muchacho con el que tenía tan poco en común.

—¿Y cómo te va?

—Ya ves, trabajar a tiempo completo me mantiene ocupado —el chico se pasó el antebrazo por la frente—. Tengo un descanso entre las clases de verano y el semestre de otoño, pero me parecen como vacaciones. Así podré pasar más tiempo con Lau y Franco.

—¿Dónde trabajas?

—En el hotel Suncoast. Aparco coches, pero hoy libro.

—He oído que se puede ganar un buen dinero.

Julián se encogió de hombros.

—No me puedo quejar.

 —¿Y qué estudias en la escuela?

—Contabilidad.

—¿Y qué tal las notas?

—Pareces mi padre —el chico se encogió de hombros—. No están mal.

Pedro quería preguntarle cómo era capaz de mantener aquel ritmo, pero él ya lo sabía. A su misma edad, él también tuvo que hacer malabarismos entre la escuela y el trabajo porque el bebé había formado parte de la mentira. Sus notas habían subido porque utilizó los estudios como excusa para escaparse cada vez que su mujer intentaba llamar la atención tomándose una sobredosis de pastillas que luego no era tal o cortándose las muñecas. Tras cada episodio, ponía otra venda a su relación y se sumía en sus clases. Sus padres le habían enseñado a no tomarse los votos matrimoniales a la ligera, y se había quedado donde estaba porque eso era lo que debía hacer. Pero Laura y Julián no habían pronunciado ningunos votos, y se preguntó qué era lo que los mantenía juntos.

—Entonces, ¿Te gusta pasar tiempo con Laura y el niño? —le preguntó.

 Julián lo miró a los ojos.

 —Sí.

—Entonces, ¿Por qué no se casan?

—Porque mis padres nos están ayudando, y quiero esperar hasta que pueda ocuparme de Lau y Fan por mí mismo. Los dos necesitamos educarnos para poder darle una buena vida a mi hijo. El hecho de que no estemos casados no significa que no vaya a estar allí para ellos.

Pedro recordó lo que Paula había dicho respecto a la educación. Tenía razón, y los muchachos estaban desde luego practicando aquella filosofía. El respeto que sentía por su sabiduría y su coraje seguía creciendo.

Laura salió con Franco, que llevaba en la mano un coche de juguete. Cuando vió a Pedro, lo dejó caer y estiró los brazos.

—Eh, muchacho —dijo Pedro—. ¿Ha tenido éxito la operación de cambio de pañales?

—Oh, sí —respondió Laura—. Ahora está encantado.

—¿Dónde está Camila? —preguntó Pedro.

Julián y Laura se miraron antes de que ella contestara.

—Su novio apareció hace un par de semanas.

—¿El padre de Benjamín?

Julián asintió.

—Dice que quiere estar cerca.

—No pareces muy convencido —Pedro acomodó a Franco en el antebrazo.

—Por el bien de Cami, espero que sea sincero —dijo Laura—. Pero a mí me da la impresión de que, si hubiera querido apoyarla, habría estado cerca cuando ella estaba embarazada y cuando Benja nació.

—Tal vez tuviera una buena razón —sugirió Pedro, pensando en que él no sabía de la existencia de Olivia.

Antes de que pudieran responderle, se abrió la puerta detrás de él y Paula salió por ella con Oli en brazos. Lo primero que pensó Pedro fue que no debería levantar ningún peso, pero antes de que pudiera decirlo, la niña vió que tenía a Franco en brazos y comenzó a agitar los suyos.

—Quiere que la tengas en brazos —señaló Paula.

—Eso me ha parecido —Pedro le pasó a Franco a Julián y recibió a su hija—. Si hubiera sabido que los celos era la forma de ganarme su corazón… ¿Cómo te sientes? —le preguntó a Paula.

—No muy mal —ella movió el hombro—. Un poco dolorida. Me alegro de que todo haya pasado.

—Yo también.

Amor Inolvidable: Capítulo 32

Pedro echó un vistazo en el dormitorio de Paula para ver si Oli y ella se habían dormido por fin.

—Afirmativo —susurró en voz baja mientras cerraba casi por completo la puerta. La dejó entreabierta para poder oírlas si necesitaban algo.

Aquella mañana había llevado a Paula al centro quirúrgico ambulatorio del Centro Médico Misericordia para que le quitaran el bulto del pecho. El ultrasonido no había arrojado resultados definitivos, y la doctora decidió que extirparlo era la mejor opción. Él estuvo de acuerdo. Así que aguardó con Olivia en la sala de espera mientras Paula pasaba por aquel trance. El estrés en el cuerpo y en la mente había minado la energía, aunque ella opuso mucha resistencia cuando Pedro le sugirió que descansara.

Ni siquiera había funcionado hacer de médico con ella. Sólo logró convencerla cuando le dijo que Oli también estaba agotada. Su hija había pasado un día duro con su padre. Se había quedado con él hasta que llegó el momento en el que sólo valía mamá. Entonces Paula tuvo que tener mucho cuidado por los puntos. Olivia percibía que algo no iba a bien, y por eso reaccionaba gritando para demostrar que no pensaba dormirse sola en la cuna. Así que se quedó con ella en la cama y ahora las dos parecían profundamente dormidas.

Pedro miró a su alrededor por el salón, preguntándose qué iba a hacer mientras montaba guardia. No pensaba marcharse hasta estar seguro de que Paula no tendría problemas manejándose con la niña mientras se recuperaba de la operación. Se le pasó por la cabeza que tal vez sólo se trataba de una excusa para quedarse, pero desechó al instante aquel pensamiento. Si su hija lo necesitaba, estaría allí para ella. Entonces llamaron a la puerta con la fuerza de un disparo y Cal corrió para ver de quién se trataba. Abrió y vió a Laura en la acera con su hijo Franco en brazos.

—Hola, doctor Alfonso.

—Hola —Pedro se hizo a un lado y salió fuera cerrando casi la puerta tras él. En la acera había un muchacho arreglando una mesa para niños.

Laura se dió cuenta de lo que estaba mirando y dijo:

—Es Julián Blackford, el padre de Franco. Ya le he contado que le echaste un vistazo cuando estaba enfermo.

Pedro miró al niño, que se retorcía en brazos de su madre. En aquel momento era la imagen misma de la salud.

—¿Cómo se encuentra?

—Perfectamente —respondió la joven acariciando el cabello rubio de su hijo—. Pero no he venido por eso. ¿Cómo está Pau? Nos dijo a Cmila y a mí que hoy le extirpaban el bulto del pecho. Queríamos estar allí, pero con el trabajo y los niños… en fin, ¿Puedo verla?

—Ahora mismo está durmiendo —contestó Pedro. Eso no acabó con el gesto de preocupación de la adolescente—. Pero se encuentra bien.

—¿De verdad? ¿Es cáncer?

—El cirujano cree que no.

—¿Hay alguna manera de estar seguro? —preguntó Laura vacilante—. Su madre murió de cáncer de mama.

Aquello le sorprendió. Paula no había compartido con él que en su familia había antecedentes de cáncer de pecho. ¿Más secretos?

—Van a hacerle una biopsia al tejido extraído —explicó Pedro—. Conozco a gente en el laboratorio, van a agilizar la prueba y me llamarán con el resultado.

—¿Me dirás algo en cuanto lo sepas? —preguntó Laura—. Cami y yo estamos preocupadas.

—Claro —respondió él.

—Ven a conocer a Julián —dijo ella medio girándose.

 —De acuerdo.

Laura se acercó al joven que estaba inclinado sobre la mesita. Al verlos se incorporó y sonrió.

—Cariño, quiero que conozcas al doctor Alfonso —dijo Laura—. ¿Recuerdas que te hablé de él?

—Sí —el muchacho extendió la mano—. Soy Julián Blackford.

—Encantado de conocerte —se estrecharon la mano—. Pedro Alfonso. Tienen un hijo muy guapo.

—Es igualito a su padre —aseguró Laura con orgullo.

—Es verdad —Pedro los observó.

Julián era más bajo que él, pero musculoso y compacto. Tenía el cabello de un rubio más oscuro que su hijo, pero la estructura angular de sus rostros era idéntica, y también el color azul de los ojos. Franco iba a ser el terror de las chicas cuando creciera.

—¿En qué estás trabajando?

 Julián alzó la vista.

—Hago una mesa para Franco.

Pedro se agachó y pasó la mano por la suave superficie de madera y las fuertes patas.

—Buen trabajo.

—Gracias —Julián  sonrió—. Sólo falta pintarla.

Amor Inolvidable: Capítulo 31

Olivia se retorció en brazos de su padre, lo que obviamente significaba que quería bajar. Pedro le quitó el vestido, y  Paula aprovechó para desvestirse a su vez, esperando no llamar mucho la atención. Pero él no pudo evitar mirarla de arriba abajo con algo parecido a la admiración reflejado en los ojos. Se quitó a su vez la camiseta, quedándose en bañador. Sus hombros anchos y bronceados y el amplio pecho desembocaban en un abdomen plano cubierto de un suave y masculino vello que ella se moría por acariciar. Pero si  la tocaba a ella, volvería a convertirse en fuego como antes.

—¿Lista para ir a nadar? —le preguntó él a Oli.

—Primero necesita crema de protección —Paula sacó un tubo de la bolsa de pañales y agarró a la niña para ponerle la crema.

—Tienes mucha maña —dijo él maravillado—. Tiene que ser difícil ponerle la crema con ella en brazos.

—Es cuestión de práctica —dijo ella dándole los últimos toques—. ¿Quieres tú también ponerte crema?

Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de que estaba jugando con fuego.

—Sí, gracias —Pedro le mostró la espalda.

Paula se puso una buena dosis en la mano y se la pasó por los anchos hombros y por los músculos de la espalda. Tocarle la cálida piel le provocó escalofríos, y tuvo que hacer un esfuerzo por concentrarse y asegurarse de protegerle cada centímetro de piel de los peligrosos rayos del sol.

—Ahora te toca a tí —dijo él quitándole el tubo de crema. Hizo un movimiento en círculo con el dedo para indicarle que se diera la vuelta.

Paula  obedeció, pero no mirarle era casi tan peligroso como clavar la vista en sus sensuales ojos azules. Entonces sintió sus manos fuertes y grandes untándole la crema por el cuello, los hombros y la espalda. Pedro le levantó los tirantes del bikini para asegurarse de que lo cubría todo, y aquel contacto íntimo provocó que ella volviera a estremecerse.

—¿Tienes frío? —preguntó él.

 —Sí. Ya sabes lo que me pasa con el aire acondicionado.

—Lo recuerdo —Pedro terminó lo más deprisa que pudo y se apartó—. ¿Estás lista?

—¿Cómo? —preguntó ella mirándolo de reojo.

—Para ir a nadar. El último es un huevo podrido.

Pedro agarró a Olivia y salió. Entonces entró con la niña en la parte poco profunda de la piscina. Oli chapoteó con su manita la superficie del agua y se rió al salpicarse. Alzó la vista y vió a Paula cerrar la cancela de la piscina tras ella. Se protegía los ojos del sol con unas gafas oscuras. Ella se sentó a un lado de la piscina y metió los pies en el agua.

—Tenemos que apuntar a Annie a clases de natación. Hay programas para niños de su edad. Si va a pasar aquí tiempo contigo, creo que sería una buena idea.

Pedro se la quedó mirando.

—¿Estás dispuesta a dejar a Oli aquí conmigo?

—Por supuesto. Eres su padre.

—Ya lo sé. Pero… —Pedro sacudió la cabeza mientras una sonrisa complacida se le asomaba a las comisuras de los labios—. ¡Qué gran responsabilidad!

—Creí que eso era lo que querías.

—Así es. Me parece una gran idea. Estaré encantado de cuidar de ella mientras tú estés trabajando. Y no porque no confíe en que la dejes en un lugar seguro.

—Ya sé lo que quieres decir. Y como los dos trabajamos, nos vendrá bien — aseguró Paula con escasa convicción.

Pedro  acomodó mejor a Olivia en su fuerte antebrazo.

—Y tienes razón en lo de las clases de natación. He visto muchos niños accidentados en la piscina en la sala de urgencias —abrazó a su hija hasta que la niña se retorció para volver a dar palmadas en el agua—. No quiero tener que decir nunca: «Si al menos hubiéramos…», porque no hicimos lo que teníamos que hacer.

—Tienes razón.

Paula  se sentía muy aliviada de no estar sola en aquel asunto de la paternidad. En parte porque, si miraba hacia atrás en su propia vida, sus «si al menos» se apilaban como un accidente múltiple en la autopista. Si hubiera tomado mejores decisiones cuando era adolescente. Si le hubiera contado a Pedro lo del embarazo en lugar de entrever sus sentimientos a partir de las palabras que había dicho. Todo lo que él  había demostrado desde que supo de la existencia de su hija le había demostrado a que sí se comprometía cuando su corazón estaba implicado. Si al menos se implicara con ella, pensó con tristeza. Lo vió reírse con Olivia y sintió algo tirante en el pecho. Había admitido que se había equivocado al juzgarla y eso hacía que le cayera todavía mejor. Era un buen padre y una buena persona. Ella lo había amado, pero eso no podía volver a suceder. Si ella no le hubiera ocultado la verdad en el pasado, tal vez pudiera ser. Pero lo había hecho. Y Pedro nunca se lo perdonaría.

Amor Inolvidable: Capítulo 30

A veces tener razón era un infierno, pensó Paula mientras recorría el sábado las calles que llevaban a casa de Pedro. Su instinto le había dicho que él nunca comprendería por qué había entregado a su bebé en adopción, aunque ese bebé fuera a parar a un hogar armonioso que ella no había sido capaz de proporcionarle. Por desgracia, él no la había decepcionado. No lo había vuelto a ver desde aquella noche a principios de semana. Un instante le estaba haciendo el amor, y al siguiente no podía soportar tenerla delante. Aquella cita para acudir con su hija a la piscina era lo que menos le apetecía hacer, pero había dado su palabra. Con el tiempo, Olivia estaría a gusto con su padre y no necesitaría que ella  estuviera por allí, pero hoy no era el día. Hoy tenía que fingir que no le importaba lo que Pedro pensara. Hacer el amor con él había sido un error, pero eso no evitaba que lo siguiera deseando.  Detuvo el coche en la entrada y apagó el motor. Entonces se dió cuenta de que él estaba mirando a través de la ventana del salón. «Que Dios me ayude», pensó reuniendo el coraje para bajarse del coche.

—Hola —dijo él saliendo por la puerta.

—Hola, siento llegar tarde —dijo Paula sacando a la niña de la silla de atrás—. Oli  ha dormido más siesta de lo habitual.

Sacó a su hija del coche, que apoyó la dormida cabeza sobre su hombro, y alzó la vista hacia Pedro esperando ver la fría expresión que le había helado el corazón unos días antes. Se llevó una sorpresa al comprobar que no la estaba mirando así en absoluto.

—¿Qué ocurre? —preguntó con desconfianza—. Estás sonriendo.

—Estoy contento de verlas —Pedro frunció el ceño y se cruzó de brazos—. Paula, respecto a lo de la otra noche en tu casa, quiero que…

—Fue un momento de debilidad —tampoco ella quería hablar de esa noche—. Lo cierto es que tenía ganas de sexo. Llevaba mucho tiempo sin hacerlo.

—Entonces, ¿Hubiera valido cualquier hombre?

—Estabas a mano. Eso es todo.

—Entiendo.

—No te ofendas, sólo estoy siendo directa y sincera —Paula se encogió de hombros.

—Es bueno saberlo.

Paula estuvo tentada de decirle que no habría más momentos de debilidad, pero decidió no hacerlo porque le había asegurado que no mentía.

—En realidad no era de eso de lo que quería hablar —aseguró Pedro.

Paula se preguntó de qué podría tratarse.

—Quería comentar el modo en que me porté después de…

A Paula se le sonrojaron las mejillas.

—Olvídalo.

—No puedo —Pedro  se pasó las manos por el pelo—. Actué como un imbécil.

Ella se estiró y lo miró a los ojos. Parecía muy serio. El hecho de que Pedro Alfonso admitiera algo semejante le hizo tener esperanzas de que llegara a reinar la paz en el mundo.

—Me comporté mal y quiero pedirte disculpas.

No había ni una nube en el cielo, pero Paula esperaba que en cualquier momento surgiera un relámpago. No podía creer lo que estaba oyendo.

—¿Quién eres tú y qué has hecho con Pedro?

Cuando Olivia levantó la cabeza, él extendió los brazos y la niña se fue con él.

—Mariana me dió una perspectiva distinta del tema —debió de percibir algo en su expresión, porque se apresuró a añadir—. No le he contado tu historia. Estábamos hablando en general. Pero yo no tenía derecho a juzgarte. No volveré a hacerlo.

Pedro le dió un beso a su hija en el cuello, y a Paula le gustó oírla reír. Eso les alegró el ánimo y disipó la tensión que había entre ellos. Lo siguió hasta el salón y dejó la bolsa de los pañales en la mesita.

 —Ya tiene el bañador puesto —le dijo.

—¿Vas a venir a la piscina con nosotros? —quiso saber Pedro.

—Sí.

Sólo que ahora deseó tener un bañador de cuerpo entero en lugar del bikini que llevaba bajo la camiseta y los pantalones cortos.

Amor Inolvidable: Capítulo 29

Las cosas iban lentas en urgencias, y aquélla fue una de las pocas ocasiones en las que Pedro deseó estar ocupado, o mejor dicho, demasiado ocupado como para no pensar en otra cosa que no fueran sus pacientes. Paula le había asegurado que no iba a mentirle ni a manipularle, pero al día siguiente en el trabajo,  seguía preguntándose por qué debería creerla. Se acercó al mostrador de la sala de descanso de urgencias, donde había una cafetera y una pila de vasos de papel. Se sirvió un café y tomó asiento en una de las sillas naranjas de plástico para leer la sección de deportes del periódico. Pero lo único que veía eran un par de ojos marrones y tentadores. Cuando se abrió la puerta, miró agradecido a Mariana Levin.

—¿Qué pasa? —le preguntó—. ¿Me necesitas?

—Tranquilo, doctor —respondió la mujer—. He venido a tomarme un café.

—Oh.

—Pareces desilusionado. ¿Estás aburrido? —preguntó acercándose al mostrador—. No sé si alguien te lo ha mencionado, pero la autocompasión y las indirectas agresivas no son lo mejor para crear un buen ambiente de trabajo.

—¿Qué se supone que quiere decir eso?

—Quiere decir que el personal ha venido a quejarse de tu comportamiento — aseguró Mariana  sirviéndose un café—. Hoy has sido grosero y sarcástico con todo el mundo. Estás a punto de perder tu título de «médico del año». Las enfermeras y los celadores están normalmente encantados de trabajar contigo, pero hoy no es el caso. ¿Qué te ocurre, Pedro? ¿Qué está pasando con Paula?

Estaba a punto de soltarle un ladrido, pero sabía que Mariana tenía razón.

—El día que Paula vino a urgencias fue para decirme que había tenido una hija mía —aseguró mirando a su amiga a los ojos—. Se llama Olivia.

—Eso ya lo sabe todo el mundo —aseguró Mariana.

—Estás de broma, ¿Cómo es posible?

—Marcos lo mencionó. Y esto es un hospital. Las noticias se expanden como los virus.

—De acuerdo —en realidad no estaba molesto con Marcos—. ¿Tú qué opinas de entregar a tu bebé en adopción?

Mariana se lo pensó durante un instante.

—Depende de la situación —dijo cruzándose de brazos—. Tú has visto niñas violadas en urgencias, igual que yo. En esos casos es mejor entregar al bebé.

—¿Y una adolescente soltera?

—¿Por qué lo preguntas? —Mariana parecía desconcertada.

Pedro no podía contar un secreto que no era suyo. Tal y como Mariana había señalado, aquél no era un lugar que se caracterizara por la discreción.

—Paula está al frente de un programa de madres adolescentes.

—Bien por ella —aprobó Mariana—. Lo ideal no es que unos niños cuiden de otros niños. Para los adultos ya es todo un reto, así que imagínate tratar de sacar adelante una vida cuando la tuya está apenas empezando.

Al ver la situación a través de los ojos de Mariana, Pedro adquirió una perspectiva diferente.

—Entonces, ¿Crees que las madres adolescentes deben entregar a sus hijos?

—No pongas palabras en mi boca —le advirtió ella—. Las cosas no son blancas o negras. Cada mujer tendrá que tomar su propia decisión. Pero déjame que te diga que siento un gran respeto por las mujeres que anteponen el bienestar de su bebé por encima del suyo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Pedro.

—Es una decisión muy valiente que demuestra un amor incondicional. Imagina a una chica que no pueda darle a su bebé todas las oportunidades que quiere para él. Alguien capaz de reunir el coraje para entregarle su hijo a unos padres amorosos que no pueden concebir.

Pedro la miró y vió unos rasgos de dolor que le cruzaron el rostro.

—¿Qué ocurre, Mariana?

 Ella parpadeó y trató de sonreír, pero no fue capaz de disimular.

—Yo no podía quedarme embarazada, y quería tener hijos —aseguró con dulzura—. Mi marido no estaba a favor de la adopción. Dijo que a él le bastaba con estar los dos juntos. Conseguimos que funcionara. Seguimos juntos y somos muy felices.

—Me alegro por ustedes.

—La cuestión es que dar a un bebé en adopción no debería ser visto como algo negativo. Es una oportunidad para que ese niño tenga una buena vida —Mariana se pasó un dedo por la naríz—. Pero a tu hija no la han dado en adopción. Paula te ha hablado de su existencia, y más vale tarde que nunca. Y por cierto, voy a darle el beneficio de la duda porque la conozco, y es de las buenas.

—No eres la primera que me dice eso.

—Mira, Pedro, ésta es sólo mi opinión, pero no te estás haciendo más joven. A diferencia de las mujeres con las que sales últimamente. Y utilizo el término «mujeres» en su sentido más amplio.

—¿Qué quiere decir eso?

—No te hagas el tonto conmigo. Los dos sabemos que al salir con chicas que apenas alcanzan la edad legal, estás evitando a una mujer madura que busque un compromiso.

—Las mujeres con las que salgo no me exigen tanto. A mí me funciona. Estoy encantado con mi vida social —era Paula quien lo perturbaba.

—Estás escupiendo al viento, si quieres saber mi opinión.

—¿Y con eso qué quieres decir?

—Si continúas poniendo obstáculos donde no los hay, vas a terminar convertido en un viejo solo —Mariana se acercó a la puerta y la abrió antes de mirarlo por última vez—. Mi marido y yo no pudimos tener hijos, pero lo superamos y llevamos una vida plena y feliz. Si no haces las paces con lo que te esté privando de tu felicidad, no estarás bien. No estaba bien.

Paula era la única mujer que había lamentado perder hasta que descubrió que ella también le había mentido. Pedro había descubierto hacía mucho que estar solo era mucho mejor que estar con alguien que te hacía desgraciado con sus mentiras.

Amor Inolvidable: Capítulo 28

Tras aspirar con fuerza el aire, dijo:

—Me quedé embarazada cuando tenía quince años.

Fue consciente de que su declaración lo había dejado sin palabras, pero no estaba por la labor de rellenar el vacío con palabras.

—¿Qué ocurrió? —preguntó finalmente él.

—Mi madre me dijo que no podía permitirse siquiera el ocuparse de mí, así que de ninguna manera podía llevar un bebé a casa para que ella lo mantuviera. Me dió un ultimátum: o entregaba al bebé en adopción o me buscaba otro sitio donde vivir.

—¿Así que entregaste a tu bebé?

Paula dió un respingo al escuchar su tono censurador.


—Huí.

—¿Fuiste a casa de alguna amiga? ¿Y el padre del bebé?

—No volví a verle después de decirle que estaba embarazada — sacudió la cabeza—. Mi propio padre tampoco salió nunca en la foto. En aquella época, crecer con una madre soltera que desaparecía de la realidad en una botella de vino barato tampoco ayudaba a integrarse. Es difícil hacer amigos cuando se es diferente a los demás.

—¿Dónde fuiste?

Un escalofrío le recorrió a ella la espina dorsal.

—No tenía donde ir. Viví en la calle.

—No entiendo…

 —Entonces deja que te lo deletree. No tenía más comida que la que podía recoger de los contenedores. También robé comida cuando no podía soportar el hambre.

—¿Y qué hiciste?

—Conocí a un tipo que me acogió bajo su ala.

Los ojos azules de Pedro echaban chispas.

—¿Un proxeneta?

 Ella asintió.

 —Me concertó una cita con un hombre en un motel barato, pero no fui capaz de hacerlo.

—¿Qué fue del bebé? —preguntó Cal.

Paula sujetó con más fuerza a Oli mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

—Quería a aquel niño. Era lo más puro y bueno que había tenido en mi vida. No podía soportar la idea de que pasara hambre y frío. Que no tuviera ropa ni un techo sobre su cabeza. Así que volví a casa, si puede considerarse como tal una caravana aparcada en la peor parte de la ciudad.

—¿Y?

—Mi madre me aceptó con la condición de que entregara al bebé en adopción —volvió a estremecerse ante la fría expresión de sus ojos—. Volví al colegio, pero a las otras chicas no les dejaban ir conmigo porque tenía problemas. Para los chicos era un beneficio. No podía quedarme embarazada porque ya lo estaba.

No se había sentido tan sola en toda su solitaria vida. Lo único que tenía era a un bebé creciendo en su interior, y entregarlo era como cortarle el corazón y la cabeza.

—¿Por qué no me lo contaste?

—No es algo que se suelte así como así —se defendió Paula—. Tú tienes unos padres que te apoyan, Pedro. Pero hay muchos chicos que no cuentan con esa suerte.

—¿Y qué me dices de los programas de ayuda, de las organizaciones no gubernamentales?

—No conocía ninguna ni tenía a nadie que pudiera ayudarme a buscarlas —  aspiró con fuerza el aire y trató de dejar atrás aquellos recuerdos para poder concentrarse en hacérselo entender a Pedro—. Yo era apenas una niña también. Quería a mi hijo más que a nada, pero no ví la manera de quedarme con él. No tenía alternativa, y me resultó más doloroso de lo que te puedas imaginar. Por eso estoy tan comprometida con mi programa, quiero darle a las chicas que están en una situación parecida otra opción.

Pedro se puso de pie y se pasó la mano por el pelo.

—Creí que te conocía, pero ya veo que estaba equivocado —dijo mirándola.

Paula se levantó sujetando con fuerza a su hija dormida. Se acercó a la cuna y dejó a la niña en ella, arropándola. Sin decir una palabra, pasó por delante de él para ir al salón mientras sentía cómo la furia se apoderaba de ella. Unos instantes más tarde, Pedro apareció a su lado.

 —Será mejor que me vaya.

 —Creo que es una buena idea —dijo ella—. Pero antes quiero decirte algo.

—Adelante —pedro se puso en jarras.

—No imaginaba que tu empatía fuera tan débil. Tú nunca sabrás lo que se siente al ser una niña embarazada sin tener donde ir. ¿Cómo te atreves a juzgarme? Nunca has estado en mi piel.

—Tendrías que haberme dicho algo.

—No tenías por qué saberlo —Paula se lo quedó mirando, negándose a que la intimidara. Nunca más—. Acudí a tí porque el bulto del pecho me hizo enfrentarme a mi mortalidad y a cómo podría afectar al futuro de Oli. Eso no te da derecho a juzgar mi pasado. Tomé la mejor decisión que pude dadas las circunstancias. Pero ya no soy una niña indefensa. Tenemos una hija y en lo que a ella se refiere puedes esperar una comunicación directa y sincera. Nos une una niña, pero eso no te da derecho a organizarme la vida.

—Muy bien —dijo Pedro.

Cuando hubo cerrado la puerta, Paula se dejó caer en el sofá y se negó a que le cayeran las lágrimas. Allí estaba otra vez él, justo cuando había conseguido rehacer su vida. Había creído que era seguro compartir con él el secreto más doloroso de su vida. Pero se había equivocado. Y Pedro también. Tal vez las confesiones fueran buenas para el alma, pero resultaban infernales para el corazón.

viernes, 28 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 27

Paula estaba sentada en la mecedora del dormitorio de Olivia dándole el biberón a la niña mientras Pedro estaba sentado en una butaca frente a ellas, mirándolas. Veinte minutos atrás había perdido el control y había hecho el amor con él. Aquello había sido intimidad. Pero ahora, al estar el padre, la madre y el bebé, los tres juntos, aquello era íntimo en un modo normal, familiar. No esperaba vivir un momento así, sobre todo porque pensó que Pedro desaparecería en cuanto hubiera conseguido lo que quería. Pero tal vez quería algo más que eso.

—Entonces, ¿Sigues pensando en llevar a Oli el sábado a mi casa para que nade?

Paula  asintió.

—Le encantó estar en la piscina el día de su cumpleaños.

—Bien. Estoy deseando que llegue el momento.

—Yo también.

Paula bajó la vista y se dio cuenta de que la niña había dejado de succionar la tetina del biberón y que la leche le resbalaba por una de las comisuras de la boca. Sacó una toallita y le limpió el líquido. Estiró el brazo para poner el biberón en la mesilla de noche, pero Pedro lo hizo por ella.

—Gracias —susurró Paula sin dejar de mecerse.

—¿Vas a ponerla en la cuna?

—Enseguida. Si no espero hasta que se duerma del todo, se despertará. Y tras una siesta tan larga, puede pasar mucho tiempo antes de que vuelva a dormirse.

Pedro sacudió la cabeza.

—El mundo de Oli es increíble. Todo lo que sabes de ella. Lo que le gusta y lo que no. Cómo manejar cada situación. Su personalidad. El hecho de que no pueda dormirse a menos que las estrellas y los planetas estén perfectamente alineados.

—Eso es un poco exagerado.

—Pero ya sabes a lo que me refiero.

Lo sabía. Pedro se había perdido aquella parte de la curva de la paternidad. Paula se sintió atravesada por la culpa aunque había prometido que ya no sería así.

—De hecho, presto tanta atención porque soy egoísta y vaga.

Pedro  parecía sorprendido.

—¿Puedes explicarme eso?

—Mi trabajo es más fácil si ella es felíz. Recuerdo lo que le gusta y lo que no le gusta para que coma y duerma y esté sana.

 —Ah. Así que no tiene nada que ver con quererla mucho.

—Por supuesto que no —bromeó ella a su vez—. No, eso es mentira. La quiero más de lo que podría explicar. ¿Cómo no vas a querer a tu propia hija?

—Sí —Pedro estiró el brazo y pasó un dedo por el bracito de Oli—. ¿Cómo fue su nacimiento?

—Me puse de parto. Doce horas, por cierto. Fue muy incómodo, pero finalmente empujé y salió.

—Me refiero a que si había alguien contigo.

—Rocío.

—¿Quién es?

—Rocío Green, una trabajadora social amiga mía. Dirige la guardería. Ella fue la que me llevó al hospital cuando rompí aguas y estuvo conmigo durante el parto.

Paula pensó que era mejor no mencionar que fue Rocío la que le había convencido para contarle a Pedro lo de Olivia tras encontrarse el bulto en el pecho.

—¿Y tu madre?

Paula le había contado que su madre y ella no estaban muy unidas, pero sin darle detalles.

—Mamá murió antes de que Oli naciera. Ya lo esperábamos. Tenía cáncer, y el hecho de que el alcohol fuera su fuente más importante de alimento desde que yo recuerde no ayudó.

—Lo siento.

—No lo sientas.

-Ella no se lo merece.

Pedro pareció sorprendido.

—¿Quieres hablar de ello, de por qué estás tan enfadada con ella? —le preguntó.

—Ya no está. No hay nada que decir. Además, no creo que quieras oírlo de verdad.

—Y yo creo que tú no quieres contarlo —respondió Pedro observándola—. Cuéntame qué pasó. Te sentirás mejor.

—¿Qué te parece si me tomo dos aspirinas y te llamo por la mañana?

Pedro sonrió.

 —Me estás dando evasivas. Dicen que las confesiones son buenas para el alma.

Paula acomodó a Oli en sus brazos y la besó suavemente en la frente antes de mirarlo. Tal vez tuviera razón. Y lo más importante, era médico. Le importaban los niños, y ahora que tenía a su hija sin duda comprendería que el bienestar de su bebé fue lo que la llevó a tomar la decisión más dolorosa y difícil de su vida. Finalmente se sentía dispuesta a contarle a alguien lo que había tenido que pasar.

Amor Inolvidable: Capítulo 26

Con sus brazos rodeándole el cuello y sus curvas apretadas contra él, no podía negar que sentía como si aquél fuera el sitio de Paula. Y siempre lo hubiera sido. La había echado de menos, y tenerla de nuevo entre sus brazos le hizo darse cuenta de cuánto. Pedro clavó la vista en sus ojos oscuros. Tenían las bocas demasiado cerca, y la de Paula parecía tan suave y sensual con sus labios carnosos ligeramente entreabiertos, como si estuviera esperando que él se los saboreara. Los senos firmes y menudos que le había encantado amar tiempo atrás le quemaban ahora el pecho. La respiración de él se hizo más agitada. Tragó saliva, el deseo que sentía por ella iba creciendo en su interior. Y así de fácil, los meses que había vivido sin ella desaparecieron y fue como una segunda naturaleza rozarle los labios con los suyos. Entonces la escuchó gemir, un sonido de puro placer que acabó con cualquier pensamiento racional y supo que la espera había terminado. No podía seguir luchando contra aquel deseo sabiendo que ella lo deseaba también.

La dejó resbalar por el pecho hasta que sus pies rozaron el suelo y luego se giró y la apretó contra la pared, sujetándola allí con la parte inferior de su cuerpo mientras ella arqueaba las caderas contra las suyas. Le hundió los dedos el pelo y la besó una y otra vez con el pulso acelerado. Ella era tan suave, tan llena de curvas, tan mujer, que la idea de no tocar su piel desnuda ni se le pasó por la cabeza. Posó las manos en la línea de piel que lo había atormentado desde que entró por la puerta. El contacto de su piel era como un disparo de adrenalina que le atravesó directamente el corazón. Subió las manos más arriba hasta que dio con sus senos en las palmas y agradeció que no llevara puesto sujetador. Le deslizó los pulgares por los pezones y sintió cómo se ponían duros. Aquella sensación lo volvió loco, y en lo único que pudo pensar fue en estar dentro de ella. Tras desabrocharle los pantalones cortos, se los bajó por las caderas hasta que cayeron al suelo. Ella le quitó el cinturón de los vaqueros y luego le bajó la cremallera. Se las arregló para sacar de la cartera el preservativo que siempre llevaba encima y lo abrió. Lo siguiente que supo fue que tenía las piernas de Paula alrededor de las caderas y que estaba sumergido en ella. Rodeándola con sus brazos, le protegió la espalda de la dura pared mientras la embestía una y otra vez. Ella respiró agitadamente mientras recibía cada embiste hasta que su cuerpo se quedó rígido y se colgó de él mientras se estremecía. Con una embestida final, se unió a su éxtasis y gimió de satisfacción. Durante unos largos instantes, se quedaron abrazados el uno al otro, luchando por recuperar el aliento. Finalmente él levantó la cabeza y Paula bajó las piernas. Se la quedó mirando.

—No he venido para eso, pero mentiría si digo que lo siento.

—Lo sé —Paula aspiró con fuerza el aire—. No sé muy bien qué decir.

 —Entonces no digas nada —Cal tampoco estaba seguro de nada—. Me iré y…

 Un grito proveniente del pasillo lo interrumpió, y sintió cómo los relajados músculos de Paula se ponían tirantes.

—Oli —alzó la vista para mirarlo—. A veces, cuando se va a dormir tan temprano, sólo se echa una siesta. Iré a ver qué le pasa.

Se puso las braguitas y los pantalones cortos y se estiró la camiseta.

Pedro no sabía ni cómo empezar a expresar lo que sentía. Estar con ella suponía para él el mejor sexo de su vida. Tenía más preguntas que respuestas. Incluida por qué ni siquiera recordar a la mujer que le había mentido en el pasado había impedido que hiciera el amor con la mujer que le había mentido en el presente.

Amor Inolvidable: Capítulo 25

Pedro no podía creer que su amigo hubiera intentado ligar con Paula. ¿De qué iba todo aquello? Cada vez que se la imaginaba en sus brazos le entraban ganas de pegarle un puñetazo a Lucas.

Detuvo el coche en el terreno vacío que había frente al departamento de Paula. Le había dicho que la vería más tarde, después del trabajo. No a ella, sino a Olivia. Estaba allí para ver a su hija. Sólo había otro coche estacionado, y era el viejo utilitario del novio de Laura. El lujoso vehículo de Lucas Andrews no estaba a la vista. No es que él estuviera espiando. Paula tenía derecho a ver a quien quisiera. Pero qué diablos, la idea de que estuviera con otro hombre le destrozaba. Cruzó la calle y llamó a la puerta con los nudillos en lugar de apretar el timbre por si acaso Oli estaba dormida. Se abrió la puerta y allí estaba Paula con unos pantalones blancos cortos que le hacían unas piernas increíbles. La camiseta rosa dejaba al descubierto parte de su escote. Haciendo un esfuerzo por controlarse, alzó la vista.

—Hola —su voz sonaba oxidada como la puerta vieja de un jardín. Confiaba en que ella no lo hubiera notado.

Paula se llevó el dedo a los labios para pedirle silencio.

—Oli acaba de dormirse —susurró con un tono que a Pedro se le antojó sensual—. Cuando va a la guardería siempre llega agotada.

—Siento no haberla visto —en parte porque ahora no tenía una razón para quedarse. No tenía excusa para quedarse con ella, y todas las células de su cuerpo estaban empezando a desear verla desnuda—. Me voy…

—Espera… hay algo de lo que quiero hablarte. Es un asunto importante y me alegro de que la niña esté dormida para que no nos interrumpa.

—De acuerdo —Pedro tragó saliva mientras entraba y cerraba la puerta tras de sí—. ¿De qué se trata?

—Quería decirte que no tuvieras celos de Lucas.

—No tengo celos —mintió—. Pero vale.

 —Es sólo un amigo —se explicó Paula.

 No era el momento para mencionar que a Lucas siempre le había caído bien ella.

—De acuerdo.

—Aunque estuviera interesado en mí, que no lo está, yo sólo puedo verlo como un amigo.

—Me alegra saberlo. Pero nunca se me pasó semejante idea por el pensamiento.

—Sé que eso es mentira. Sobre todo porque me preguntaste si me había invitado a salir o no. Nunca causaría un problema entre Lucas y tú. Sólo quería que supieras que no hay ninguna razón en absoluto para que tengas celos de él.

—De acuerdo entonces —aquella conversación no estaba ayudando a su estado de ánimo—. Si no hay nada más, me pondré en marcha.

—De hecho quería decirte más cosas —Paula lo miró y se pasó la lengua por los labios carnosos.

Pedro contuvo un gemido. No había ningún hombre en el planeta que no se hubiera excitado. Era lo más sensual que había visto en su vida.

—¿Qué más tienes en mente? —consiguió preguntar.

—Quería hablarte de la reunión que he tenido hoy. He ido a ver a un abogado.

Aquello no era lo que esperaba que dijera.

—¿Para qué? ¿Hay algún problema?

—No. Sólo quería que supieras que estoy dando los pasos legales para asegurarme de que te reconozcan como padre y tutor de Oli. Cuando tengamos los resultados de la prueba de ADN se los llevaré.

—No es necesario. Ya nadie duda de que sea mía.

—Lo sé. Pero quiero asegurarme de que no haya cabos sueltos —Paula se retorció las manos—. El abogado va a ocuparse del papeleo necesario para poner tu nombre en el certificado de nacimiento. Tendremos que ir al juzgado a presentarnos ante un juez para solicitar la custodia compartida.

—No puedo creer que hayas hecho eso.

—Es la verdad —Paula encogió sus estrechos hombros—. Te juzgué mal. No importa que tuviera miedo y mis hormonas bailaran. No hay excusa. Estoy tratando de hacer bien las cosas por nuestra hija.

Pedro había estado preguntándose cómo podría sacar el tema de los asuntos legales con ella, y para su sorpresa, Paula había actuado sin necesidad de que él la presionara. Durante unos segundos, se limitó a sonreír como un idiota y luego la rodeó con sus brazos, levantándola del suelo.

—Eso es increíble —dijo.

Los dos se rieron y a Pedro se le pasó por la cabeza la idea de que hubiera actuado así ante la noticia de que iba a tener un hijo suyo. Pero seguramente no era cierto. Una mujer le había dicho lo mismo en una ocasión y resultó ser mentira. Lo que no era mentira era que deseaba a Paula.

Amor Inolvidable: Capítulo 24

—Bien.
—Mira, Lucas, ya sé que no fue buena idea ocultarle a Pedro la existencia de Olivia. Tenía mis razones, pero eso no justifica que no le dijera que iba a ser padre. Lo único que puedo hacer ahora es intentar mejorar lo que hice mal. Ya sé que es difícil no juzgarme, pero intenta ponerte en mi piel. Era un mar de hormonas, las náuseas matinales me duraban todo el día y estaba hecha un lío —suspiró—. En cualquier caso, lo hice mal y Pedro está resentido.

—Escucha, Paula—Lucas se llevó la mano al nudo impecable de su corbata—. Negaré haber dicho esto si alguien me pregunta, pero Cal no es tan duro como pretende ser.

—¿A qué te refieres?

—No puedo darte detalles concretos porque es mi amigo. Y sobre todo porque no conozco esos detalles.

Paula se cruzó de brazos y lo miró fijamente.

 —¿Es tu amigo y no conoces ningún detalle?

—Soy hombre —se encogió de hombros—. No hablamos de todo ni nos entrometemos en la vida del otro. Lo único que sé es que cuando lo conocí estaba viviendo un momento difícil.

—¿A qué te refieres?

—Ya te he dicho antes que no conozco los detalles, ni tampoco te los contaría si los supiera. Pero cuando empezó su residencia en el hospital del condado, trajeron a su mujer a urgencias…

—¿Su mujer? —la primera vez que supo de ella fue a través del padre de Pedro. Desde entonces le picaba muchísimo la curiosidad.

—Mira, lo único que sé es que tenía problemas antes del divorcio. Así que no seas muy dura con él.

—Tal vez tú podrías hacer lo mismo y no ser tan duro conmigo —sugirió Paula—. Por una vez quiero ser un hombre y no hablar de mis cosas.

Lucas sonrió.

—Me parece justo. Es estupendo que hayas vuelto, Paula.

—Gracias. Echaba de menos el Centro Médico Misericordia.

 —El sentimiento es mutuo —por primera vez, los ojos de Lucas se mostraron cálidos—. Y además eres mamá.

—Sí, ¿Te lo puedes creer?

—Totalmente. Lo que me cuesta trabajo es imaginarme a Pedro como padre.

La ternura se apoderó de Paula.

—Es maravilloso con Olivia. Al principio ella guardaba las distancias, pero él ha sido muy persistente. Compró toda la juguetería para lograr la atención de su hija a lo grande.

Lucas se rió.

—Apuesto a que lo hizo —Lucas consultó la hora en su reloj de pulsera—. Tengo que irme, me espera una reunión. Me alegra haberte visto y haber aclarado las cosas. Toda historia tiene dos caras.

Lucas dió un paso adelante para abrazarla.

—Ojalá nos veamos pronto…

 —¿Cuándo vas a verla?

Paula se soltó de brazos de Lucas y se giró hacia aquella voz profunda y familiar.

—Pedro, yo estaba…

—Estabas saludando a mi amigo —dijo él.

Paula no entendía por qué la hostilidad de su tono tenía que hacerle sentir culpable, pero así era, y la explicación le salió sola.

—Yo estaba en la sala hablando con unos pacientes y me crucé con Lucas  camino de regreso a mi despacho.

—¿De veras? —Pedro se cruzó de brazos.

Su actitud y su postura hicieron que el corazón de Paula se pusiera a cantar. Absurdo pero cierto.

—Así es —intervino Lucas—. Paula me estaba hablando de su  hija.

—¿Ah, sí? —Pedro la miró.

—Y le estaba diciendo lo buen padre que eres —aseguró Paula.

—Entiendo —su tono daba a entender que no lo entendía en absoluto.

—Bueno, yo me voy que llego tarde a una reunión —dijo Lucas sonriéndole a su amigo—. Adiós, Paula.

—Me alegro de verte, Lucas —lo observó caminar pasillo abajo y girar luego a la derecha. Entonces se giró hacia Pedro y trató de pensar en algo inofensivo que decir—. Oli se lo pasó muy bien en tu casa el domingo.

—Me alegro —Pedro se pasó la mano por el pelo y luego la miró a los ojos—. Mis padres están encantados de ser abuelos. Por cierto, ¿Dónde está Oli?

—En la guardería.

—¿Qué sabes de ese lugar?

 —Ya te lo dije —Paula se lo quedó mirando, preguntándose qué circunstancias lo habrían llevado a ser tan desconfiado.

—¿Cuenta con cámaras de seguridad?

—¿Para qué? —parpadeó Paula—. ¿Para hacer un reportaje de cámara oculta que salga en televisión?

—Más vale prevenir que curar.

—De hecho, tengo algo mejor que una cámara. Camila y Laura. Trabajan allí a cambio de que les cuiden a los niños. Y para tu información, encontré ese lugar a través de mi amiga Rocío Green, que también trabaja allí. Ya hemos hablado de esto. Creí que ya te había convencido de que nunca dejaría a Oli en un lugar que no me ofreciera todas las garantías de seguridad.

Paula no sabía si estrangularle por ser tan poco razonable o comérselo a besos por preocuparse tanto de su hija. La expresión enfadada de su rostro no varió.

 —¿Te ha pedido Lucas que salgas con él?

—¿Cómo?

 —Cuando llegué le escuché decir que ojalá se vieran pronto. ¿Te ha pedido que salgas con él?

—¿Estás celoso?

—Por supuesto que no —aseguró Pedro con cierta tensión—. Pero le conozco. Muchas mujeres y muy poco tiempo.

Paula se dió cuenta de que sí estaba celoso, y comprendió por qué su corazón había comenzado a cantar. Pero aquél no era el sitio ni el lugar.

—Escucha, Pedro, tengo que irme. Me esperan.

—¿Vas a la misma reunión que Lucas? —quiso saber él.

Paula negó con la cabeza.

—La mía es personal. Te hablaré de ello más tarde. ¿Vas a venir a ver a Oli después del trabajo?

 —Sí.

—Entonces te lo cuento luego.

Paula se fue de allí antes de que pudiera seguir interrogándola y se dió cuenta de que la distancia no apagaba las llamas que brillaban en su interior.

Amor Inolvidable: Capítulo 23

Saber qué hacer con un padre mayor y achacoso formaba parte del servicio social en el que Paula era experta. Salió de la sala de urgencias en la que se había reunido con el paciente y la familia para darles información sobre las posibilidades que tenían. Parecía que el hijo del señor de ochenta y ocho años y su mujer estaban más tranquilos que cuando entró por primera vez en la sala. El conocimiento proporcionaba poder, y ella sabía por experiencia que no tener poder sobre una situación podía convertirse en un agujero negro de desesperación. Se dirigió hacia el ascensor por el largo pasillo y entonces escuchó unos pasos detrás de ella, y luego una voz masculina.

—¿Paula?
Ella disminuyó el paso y se giró. Reconoció al instante al médico y se preparó para el momento.

—Hola, Lucas.

—Cuánto tiempo —dijo parándose delante de ella.

—Sí.

¿Se habría detenido para echarle la bronca?  Los amigos de Pedro habían sido siempre muy protectores. ¿Sabría  que le había ocultado a Pedro que tenía una hija? Su expresión no daba ninguna idea de su estado de ánimo. Lucas Andrews tenía aspecto de actor de Hollywood y podría hacer el papel de médico en una seria de televisión si no lo fuera ya en la vida real. Era alto, moreno y guapo, tenía unos ojos serios y al mismo tiempo misteriosos. Emily se había preguntado siempre dónde estaba el truco. Era demasiado amable, demasiado guapo, demasiado perfecto. Y estaba demasiado solo.

—¿Cuánto tiempo llevas trabajando otra vez en el Centro Médico Misericordia? —le preguntó Lucas.

—Un par de semanas —desde que ya no tenía que seguir evitando a Pedro.

—Pedro, Marcos y yo estábamos justo hablando de ti.

—¿Ah, sí?

 No debería importarle lo que pensaran los amigos de Pedro, pero eso no la detuvo. Durante el tiempo que estuvieron juntos, había pasado mucho tiempo con Marcos Torres y Lucas Andrews, el suficiente para llegar a tenerles aprecio y respeto.

Lucas se metió las manos en los bolsillos de los pantalones.

—He oído que hay que felicitarlos a Pedro y a tí. Así que… felicidades atrasadas por su hija.

—Gracias. Olivia es una bendición.

—Una bendición que al parecer no querías compartir con su padre. Hasta ahora —la desaprobación le endureció la mandíbula—. ¿En qué diablos estabas pensando, Paula? No se le puede ocultar algo así a un hombre.

—Ahora lo comprendo —dejó escapar un suspiro—. Pero cuando traté de decirle que estaba embarazada, todo lo que Pedro dijo me convenció de que no quería tener hijos. Las palabras se me quedaron en la garganta.

—¿Y ahora por qué te han salido?

Estaba claro que Pedro no les había contado a sus amigos sus problemas de salud. Dependía de ella compartir esa información, y así lo hizo.

—Tengo un bulto en el pecho. Eso me hizo pensar que, si yo faltara, Oli estaría sola.

—Entiendo —Lucas  guardó silencio unos instantes, procesando sus palabras—. ¿Te lo has mirado ya?

Paula asintió.

—Tengo un ultrasonido este viernes.

miércoles, 26 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 22

Pedro  entendía perfectamente a lo que se refería. Se preguntó qué hubiera sentido si hubiera sabido que Paula estaba embarazada. Habría estado allí cuando su hija naciera. De eso estaba seguro. Pero ella le había impedido disfrutar de aquella oportunidad. También le había borrado la opción de conocer el sexo de su hijo o dejar que fuera una sorpresa.

—Entonces —le dijo Lucas a su compañero—, vas a ser padre pronto. Supongo que estarás muy ocupado como para buscar médicos que se unan al equipo —miró a Pedro—. Creo que te toca a tí.

Pedro asintió.

—Yo ayudaré, pero…

 —¿Pero qué? —preguntó Lucas entornando los ojos.

—Tú eres el alma de este grupo —aseguró Pedro—. Me sorprende mucho que estés delegando.

—Es curioso que digas eso. Quiero optar al puesto de director de la unidad de trauma del hospital —Lucas dejó la pluma sobre la mesa y los miró esperando su reacción.

Pedro sonrió.

—Eres el mejor cirujano de trauma que hay en el valle. La junta médica estaría loca si no te escoge.

—No soy el único candidato. Hay gente con mucho talento —reconoció Lucas.

—Lo conseguirás —predijo Marcos—. Estoy seguro.

—Entonces —continuó Lucas—, ¿Me van a ayudar los dos todo lo que puedan a conseguir gente?

 Ambos asintieron y Lucas consultó entonces las notas que tenía delante.

—Creo que con esto ya está todo. ¿Queréis hablar de algo más?

—Sí.

Pedro miró a sus amigos. No tenía pensado hablar de lo que le estaba ocurriendo, pero tenía una hija en la que pensar y eso limitaría su tiempo en la búsqueda de personal. Sus amigos tenían derecho a saberlo.

—Necesito decirles por qué me muestro reacio a dedicarle mucho tiempo al asunto de buscar nuevos médicos.

—¿Te refieres a algo que no sea dedicarte a cortejar damas? —preguntó Marcos.

 —A una dama en particular —le aclaró Pedro.

—¿Una? ¿Vas a abandonar las filas de la soltería como Marcos?

—La dama a la que me refiero todavía no es una mujer. Es mi hija, y acaba de cumplir un año.

No era habitual que sus compañeros se quedaran sin palabras, pero eso era lo que había sucedido. Lucas se tiró de la oreja.

—Lo siento. Me ha parecido escuchar que tienes una hija de un año.

—Así es. Se llama Olivia.

—¿Y tiene madre? —preguntó Marcos.

—Paula Chaves.

Que sus dos amigos se quedaran sin palabras en menos de un minuto era todo un récord.

—Siempre me ha caído bien Paula —dijo finalmente Lucas.

—A mí también —aseguró Marcos—. Cuando las cosas no salieron bien entre ustedes, me pregunté qué habrías hecho para asustarla.

—¿Qué te hace pensar que fui yo? —protestó Pedro.

—Porque tú eres tú. Y Emily es una de las buenas —Lucas se reclinó en la silla—. Ahora que ustedes dos están juntos y ya no estás en el mercado, soy el único que permanece soltero y…

—Ésa es la cuestión —lo interrumpió Pedro—. Paula y yo no estamos juntos. Vino a verme hace un par de semanas y me dijo que había tenido una hija mía —las razones que le había dado eran íntimas, y no era algo que compartiría con nadie sin su permiso—. Estoy esperando la confirmación de las pruebas de ADN, pero el parecido conmigo y mi familia es muy convincente.

—Felicidades —dijo Marcos—. No puedo creer que me hayas ganado por la mano.

Y Pedro no podía creer que sus amigos no se hubieran puesto de su parte para criticar a Paula. Parecían realmente contentos de que hubiera reaparecido en su vida. Él mismo estaba luchando contra aquello, porque tenía un gen extraviado que le hacía desearla con todas sus fuerzas a pesar de todo lo que le había hecho.

Amor Inolvidable: Capítulo 21

El día después del primer cumpleaños de su hija, Pedro estaba sentado frente a dos compañeros médicos, Marcos Torres y Lucas Andrews. Se reunían una vez al mes para ponerse al día, y normalmente lo estaba deseando. Hoy no. El problema era que su mente estaba más centrada en el terreno personal que en el profesional.

Después de que Paula hubiera salido de su casa con Olivia, sus padre y él tuvieron una larga charla. Horacio  le había dicho que tenía que dejar cuanto antes atrás el pasado y concentrarse en su hija. Olvidarse y perdonar.

—Eso no va a pasar —murmuró Pedro.

—¿Estás prestando atención? —quiso saber Marcos.

 —Sí —respondió él sentándose más recto.

 —Estás mintiendo —le acusó su compañero con sus ojos azules brillando con intensidad—. Si fuera así, tendrías algo que decir respecto al tercer hospital que va a abrir el Centro Médico Misericordia al año que viene.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Cal.

Miró al otro lado de la mesa, donde estaba Lucas  Andrews, su otro amigo y el hombre responsable de haberlos metido a Marcos y a él en aquel grupo de trauma. Los tres hombres eran más que compañeros. Se habían conocido cuando Marcos y él  estaban de residentes en el departamento de trauma en el hospital público de Las Vegas. Lucas estaba terminando su residencia como cirujano, y los tres conectaron muy bien.

—Estamos diciendo que con la apertura del nuevo hospital, tendremos que encontrar un par de buenos médicos si no queremos despedirnos de nuestra vida personal.

La vida personal de Pedro no estaba en su mejor momento. Sin embargo, el tiempo que pudiera pasar con Paula era ahora su prioridad.

—El hospital del condado donde nosotros hicimos la residencia es un buen lugar para empezar a buscar.

Lucas asintió.

—Estoy de acuerdo. ¿Quién se encarga?

—Pensé que ibas a hacerlo tú —aseguró Marcos—. Después de todo, mostraste muy buen juicio con Pedro y conmigo.

—Menos mal que la humildad no era un factor a considerar —Lucas dió unos golpecitos con la pluma sobre la mesa—. Quizá uno de vosotros dos podría acercarse a personal. Marcos, tú ya no estás a prueba.

—Oh, por el amor de Dios, ¿Podremos olvidarnos alguna vez de eso?

—No —respondieron sus dos amigos a la vez—. Lo tienes grabado a fuego — añadió Lucas.

—Miren —dijo Marcos apoyando los antebrazos sobre la mesa— ese problema particular ya es agua pasada. Estoy siendo amable con todo el mundo en el hospital, desde los celadores hasta el administrador.

—Ayuda el hecho de que el administrador sea tu suegro.

Marcos esbozó una de aquellas sonrisas que hacían lamentar a las mujeres que ya no estuviera en el mercado.

—No es tan mal tipo.

—¿Desde cuándo? —quiso saber Lucas.

—Desde que va a convertirse en abuelo cualquier día de éstos. Se ha dado cuenta de que, si quiere tener relación con su hija y con su nieto, tiene que portarse bien.

—Así que te escondes bajo las faldas de una mujer —aclaró Pedro.

—Siempre y cuando sea mi mujer la que las lleve, ni lo dudes —aseguró Marcos—. Pero su inminente conversión en abuelo ha enternecido a Alberto Ryan.

Sabrina Ryan Torres había sido la consejera de conflictos de Marcos, y durante las primeras semanas hicieron algo más que discutir su actitud. Llevaban menos de dos meses casados, pero esperaban el nacimiento de su hijo para cualquier momento.

—¿Cómo está Sabrina? —preguntó Pedro.

—Está reteniendo suficiente líquido en los tobillos como para flotar — respondió él—. O eso dice ella, pero está bien, y Leticia…

—¿Leticia Hamilton, la ginecóloga? —quiso saber Pedro.

—Sí, ella dice que el bebé está perfectamente y que llegará en su momento.

—¿Es un niño? —preguntó Lucas.

—Por supuesto.

—¿Lo sabes seguro? —inquirió Pedro.

—Sabrina  quiere que sea una sorpresa, pero yo ya lo sé —dijo—. Yo quiero un niño.

 —¿Qué tienen de malo las niñas? —insistió Pedro.

—Absolutamente nada. Pero Sabrina sabe que yo prefiero que el primero sea niño.

Interesante, pensó Pedro.

—¿Quieren tener más hijos?

—Vamos a ver primero cómo va todo con éste. Lo crean o no, estoy nervioso. He traído niños al mundo y los he atendido en la sala de urgencias, pero la situación cambia cuando estás implicado emocionalmente.

Amor Inolvidable: Capítulo 20

—Es un poco tímida al principio —dijo Pedro—. Yo tuve que sobornarla. Mi hija tiene una vena materialista.

Paula miró a su alrededor, a los carísimos muebles del salón.

—¿Y a quién crees que habrá salido?

—Ahí te ha pillado, hermano —se rió Federico.

Ana le tendió los brazos a su nieta y sonrió con cariño.

—Hola, bonita. ¿Vas a dejar que tu abuela te abrace? —Olivia se fue con la señora sin vacilar, y ésta la estrechó entre sus brazos—. Es adorable.

Pedro parecía desconcertado.

—¿Y por qué contigo no ha llorado?

—Creo que es porque eres hombre —dijo Paula.

—¿Crees que le gustaría ir a la piscina? —preguntó Ana.

—Le encanta el baño —respondió Paula notando que todo el mundo llevaba bañador—. Le he traído su traje de baño, crema protectora y un sombrero.

—Adelante, mamá —Pedro le pasó a su madre la bolsa de pañales.

—¿Te parece bien, Paula?

—Por supuesto.

Tras preparar a Olivia, Ana la llevó a la piscina seguida de Pedro y su hermano. Desde donde estaba, Paula podía ver la piscina transparente, la verja de hierro y el campo de golf con el lago que quedaba más atrás. Ella los siguió a cierta distancia para darles su espacio y tomó asiento en una silla acolchada del patio. Horacio le ofreció un refresco y se sentó a su lado.

—¿Cómo te ha ido, Paula?

—Muy bien, ¿Y a tí?

—Bien. Ana va detrás de mí para que me tome las cosas con calma. Quiere viajar.

Paula sabía que era especialista en medicina interna. Sus dos hijos también eran médicos, pero cada uno había escogido un campo diferente.

—¿Tienen  algún viaje planeado?

—Vamos a hacer un crucero por Alaska en septiembre. Para compensar el calor de Las Vegas.

Horacio estaba mirando a su esposa jugar en la piscina con Olivia, que se reía a carcajadas mientras Pedro y Federico permanecían de pie como vigilantes guardianes.

—Tiene pinta de ser un viaje maravilloso.

—No tan maravilloso como descubrir que tenemos una nieta —Paula lo miró pero no encontró hostilidad en él.

—Respecto a eso, me gustaría explicarte que…

—Pepe nos lo ha contado todo. Dijo que sacaste el tema de los niños y que él te cortó con un discurso sobre las ventajas de estar solo.

—Esa es la verdad.

—Pareces sorprendida.

—Supongo que lo estoy.  No lo  culparía si hubiera tratado de hacerme parecer la mala de la película.

—Pepe es una persona muy sincera, aunque en este caso no se haya ganado muchas simpatías.

—Tenía mis razones para no contarle a tu hijo que iba a ser padre —aseguró mirándolo—. En mi pasado hubo cosas de las que preferiría no hablar.

—Lo comprendo —asintió Horacio—. Y tú tienes que entender que Pepe también tiene un pasado.

Paula sujetó con fuerza la lata de refresco que tenía en la mano.

—¿No lo tiene todo el mundo?

—Algunos más que otros —Horacio la miró a los ojos—. ¿No te habló nunca de su matrimonio?

¿Pedro casado? ¿El donjuán del Centro Médico Misericordia se había lanzado alguna vez a la piscina? Lo único que le había dicho a ella era que no estaba casado, y Paula asumió que no lo había estado nunca.

—No. Jamás lo mencionó.

—No me sorprende —murmuró Horacio dándole un sorbo a su refresco—. Como no sigue casado, comprenderás que no salió bien.

—¿Qué ocurrió? —quería preguntar qué le había hecho aquella mujer para llevarle a evitar el compromiso como si fuera una bomba radioactiva. Eso explicaría muchas cosas.

—El hecho de que no te haya contado nada implica que todavía le resulta muy doloroso hablar de ello —Horacio la miró a los ojos—. Seguramente ya he hablado demasiado. Es la historia de Pepe, y él debe decidir si te la cuenta o no.

Paula asintió, aunque la curiosidad la estaba estrangulando. Miró a Pedro, que había agarrado a Olivia y la levantaba por los aires, haciéndola reír antes de bajarla al agua para que chapoteara.

—En cualquier caso, debería habérselo contado —dijo Paula con voz suave—. No era mi intención hacerle daño. Ni a tí. Ni a Ana.

—Nos sorprendió mucho. Y nos dolió habernos perdido sus primeros meses — la expresión de Horacio era de suave reproche—. Pero por el bien de Oli, debemos dejar todo eso atrás y seguir.

—¿Podrán  hacerlo? —preguntó Paula.

—El tiempo lo dirá.

—Me parece justo.

Y lo decía en serio. Paula había esperado acusación y rechazo, pero la familia de Pedro lo estaba intentando. Y podía decir, a juzgar por su expresión cuando miraban a Olivia, que aquello había sido amor a primera vista con la niña. La niña de Pedro. La hija de su hijo. Una sensación de paz la inundó por primera vez desde que se había descubierto el bulto. Si algo llegara a ocurrirle, sabía que su hija tenía gente que la querría y cuidaría de ella. Pasara lo que pasara, su niña tendría la familia con la que siempre había soñado. Otro de sus sueños había sido volver a besar a Pedro aunque ondeara la bandera roja de peligro. Contarle la verdad había eliminado la preocupación por el futuro de Olivia. Por desgracia, había sido sustituida por la preocupación por su propio futuro y por cómo iba a manejar la situación de que él estuviera de nuevo en su vida.

Amor Inolvidable: Capítulo 19

Paula giró por la Avenida Tropicana hacia Spanish Trail y se detuvo en el control de entrada. Tras darle su nombre al guardia de seguridad, él lo comprobó en una lista y le hizo una seña para que pasara. Llevaba sintiendo un temor oscuro al pensar en aquel día desde hacía dos semanas, cuando accedió a celebrar el primer cumpleaños de Oli en casa de Pedro. El domingo. Con la familia de él.

¿En qué estaba pensando? Daba igual lo que pensaba. No había opción, y allí estaba, camino a la reunión familiar. Era una urbanización de chalés individuales de más de un millón de dólares. Pedro vivía en uno de los últimos, que daba al campo de golf. Lo mejor para el donjuán del Centro Médico Misericordia. Tras girar a la derecha,  avanzó por la calle. Recordaba la ruta como si hubiera estado allí el día anterior. Había estado allí muchas veces, pero nunca había estado tan nerviosa. Probablemente se debía al hecho de volver a ver a la familia de Pedro. Él les había contado toda la historia. Ella era la que no le había hablado de su hija y suponía que no estarían precisamente contentos con cómo había manejado la situación. Paró el coche delante de la casa de dos pisos de estuco blanco con tejado rojo y el inmenso jardín. Se acercó al asiento de atrás y desató con suavidad a Olivia, que se había quedado adormilada.

—Me alegro de que te hayas echado una buena siesta —dijo sonriendo cuando la niña se frotó los ojos—. Es un gran día para tí.  Además de cumplir un año, vas a conocer a tus abuelos y a tu tío Federico.

—¿Pa? —Olivia abrió sus grandes ojos azules.

—Sí, papá también estará allí. Ésta es su casa —el lugar hermoso y grande en el que Pedro quería que viviera su hija, pero al que mamá había dicho que no—. Mamá tiene sus razones. Tal vez no lo entiendas ahora, pero tienes que confiar en mí.

Cargada con la bolsa de pañales y su hija de un año,  se acercó a la entrada. Conseguiría superarlo, pensó poniéndose su escudo emocional. Apretó el timbre. Oli se inclinó para imitarla, pero ella la sujetó con fuerza. Se abrió la puerta y Pedro  estaba allí.

Oli parpadeó y sonrió.

—¿Pa?

—Hola, sol —extendió los brazos y la niña se fue encantada con él. Pedro la besó en la mejilla—. ¿Cómo está mi chica?

—No podría estar mejor —respondió Paula por su hija.

 —¿Dónde están Laura, Camila y los niños? —preguntó Pedro mirando hacia atrás.

—No han podido venir —más valía ser poco concreta que decirle lo que de verdad habían contestado. Aquella invitación tenía la palabra «pena» escrita en letras mayúsculas, y ellas no se sentirían cómodas. Así que estaba allí sin apoyo.

—Lástima. Bueno, otra vez será. Los chicos se divertirán en la piscina —Pedro le quitó la bolsa de pañales y cargó con Oli para que ella pudiera entrar—. Mis padres están ahí.

Paula lo siguió con un nudo en el estómago a través de la entrada en dos alturas que dividía el comedor del salón. La espectacular mesa de caoba que ocupaba el centro del salón contenía una pila de regalos envueltos en papel rosa. Ana y Horacio Alfonso estaban sentados frente al bar, con Federico a su lado. El hermano de Pedro era un año y medio más pequeño y tal vez un poquito más bajo, pero medía más de dos metros y tenía el cabello rubio y los ojos azules. Era tan atractivo como Pedro.

—Hola, Paula —sonrió Ana con cierta tensión. Era rubia como sus hijos.

—Me alegro de volver a verte —Horacio estiró la mano y ella se la estrechó. Tenía el cabello completamente gris, lo que le daba un aspecto distinguido.

Federico se aclaró la garganta.

—Paula —dijo.

—Hola —no podía equivocarse siendo parca y educada.

Había estado muchas veces con la familia de Pedro. Sabía lo amables y cariñosos que podían llegar a ser, y por eso acusó el cambio.

—Esta es Olivia—dijo Pedro sonriendo con orgullo.

—Es preciosa —los ojos azules de Ana se suavizaron y se llenaron de lágrimas —¿Crees que querrá venir conmigo? —preguntó.

Amor Inolvidable: Capítulo 18

Pedro se cruzó de brazos y se apoyó contra el mostrador.

—Mira, ya sé que no te gusta la idea de mudarte a mi casa con Olivia. Pero he estado pensando. ¿Qué te parece si yo…?

—Ni lo digas —lo interrumpió ella alzando la mano—. No puedes vivir con nosotras. ¿Qué clase de ejemplo sería ése para las chicas? Ni hablar.

—De acuerdo —Pedro parpadeó—. En realidad iba a preguntarte qué te parecía si organizara la fiesta del primer cumpleaños de Oli. Una celebración familiar. En mi casa —observó su reacción durante un largo instante antes de añadir—. No deberías sentirte mal por pensar lo peor de mí.

—¿Por qué?

Pedro le pasó un dedo por la mejilla caliente para demostrarle que no se le había escapado su sonrojo.

—Eso juega a mi favor. Cuando te sientes culpable por pensar mal, probablemente yo consiga lo que quería en primera instancia. Antes de decir que no, al menos piénsatelo.

Probablemente Pedro  tenía razón, porque tenía muchos motivos para sentirse culpable respecto a él. Pero no le resultaba fácil bajar la guardia.

—La verdad es que tenía pensado celebrar el primer cumpleaños de Oli con las chicas y sus hijos. Benjamín y Franco no son familia de sangre, pero están muy cerca de ella.

—Camila y Laura podrían venir con sus hijos —dijo Pedro—. También me gustaría decírselo a mis padres. Y a mi hermano. Ya sé que seguramente no es una buena idea abrumar a Oli con todo el mundo a la vez, pero ya que he hecho progresos, he pensado que es un buen momento para que conozca a sus abuelos y al resto de la familia.

¿Sería eso divertido? Se preguntó Paula.  La jefa de enfermeras ya quería sacarle el corazón con una cuchara, y Paula no quería ni imaginarse qué pensarían los padres de Pedro. Pero Olivia debería conocer a toda su familia.

—Yo creo que…

—Escucha, Paula —dijo Pedro con expresión irritada—  si quieres seguir encontrándole fallos a la idea, adelante. Me he perdido muchas cosas del primer año de Oli y también mis padres. Les gustaría conocer a su nieta.

—Ahora eres tú quien se ha adelantado. Estaba a punto de decir que es una buena idea. Oli  tiene derecho a conocer a tu familia.

—De acuerdo entonces —asintió Pedro.

—Bien. Será mejor que me lleves con la familia de tu paciente.

 —Sí —Pedro se puso en marcha—. ¿Tienes ya hora para hacerte el ultrasonido?

Ella asintió.

—Justo después del cumpleaños de Oli.

—Eso es en dos semanas. ¿No puedes hacértela antes?

—El departamento está saturado, y no puedo decir que lo lamente. Leticia dijo que dos semanas no influirán en el resultado, sobre todo si es benigno, como ella sospecha. Si son malas noticias, prefiero no saberlo antes del gran día de Oli.

—De acuerdo —dijo él. Sus ojos oscuros reflejaban incertidumbre.

Siempre había querido arreglar las cosas, y Paula reconoció aquel impulso en su expresión. Parecía como si a Pedro  le importara de verdad, y seguramente fuera así, pero sólo porque era la madre de su hija. Oh, cómo deseaba que también fuera por ella. Pero tenía que aceptar aquel sentimiento y dejar de desear más de lo que tenía derecho a esperar de él.

lunes, 24 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 17

Paula  había terminado su trabajo diario en el hospital en el que trabajaba Pedro inmediatamente después de la desastrosa conversación en la que había tratado de decirle que estaba embarazada. En aquel momento le pareció que era lo mejor que podía hacer, aunque le encantaba aquel hospital. Ahora que él sabía lo de Olivia, no había razón para andar evitándolo y podría volver a su trabajo allí. Aquella mañana temprano, cuando entró en el Centro Médico Misericordia, se dió cuenta de cuánto había echado de menos aquel lugar. Dentro de sus paredes, el personal estaba centrado en trabajar al unísono para curar la mente, el cuerpo y el alma de los pacientes. También se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos ver a Pedro en el trabajo. Como representante de los servicios sociales, la llamaban si había sospechas de maltrato infantil o necesidad económica. Ahora mismo iba camino de urgencias porque él había pedido a una trabajadora social para que viera a uno de sus pacientes. Debería estar centrada en su trabajo, pero el mero hecho de pensar en Pedro  provocaba que la boca le temblara con el recuerdo de su último beso. Una combinación de buenas noches y gracias, le había dicho. Era más fácil creérselo, pero sus bocas se conocían demasiado, y estaban demasiado impacientes por recibir más. Se le formó un nudo en el estómago. Cuando se abrieron las puertas automáticas de urgencias,  las cruzó y lo vió en el mostrador de información, hablando con al enfermera jefe. Mariana.

—Hola, Mariana. Hola, Pedro —dijo Paula deteniéndose al lado del mostrador. La rubia de ojos marrones asintió.

—La identificación que llevas indica que estás trabajando.

—Sí. Los servicios sociales están en cuadro por las vacaciones y me han pedido que venga.

—Ya veo —Mariana le dirigió una mirada fría.

—¿Dónde está Olivia? —preguntó Pedro—. ¿Con Camila? ¿Con Laura?

—No, tenían trabajo. Está en la guardería con Benjamín  y Franco. Adriana Davis, la directora, lleva un programa que permite que estudiantes de educación preescolar hagan allí prácticas y así no cobra a las madres que no pueden permitírselo.

Pedro no dijo nada, pero a juzgar por su expresión, no parecía muy contento.

—¿No ibas a ir a comer, Mariana? —preguntó mirándola de reojo—. Te recomiendo que lo hagas ahora que las cosas están calmadas. No hay nadie en la sala de espera, y no creo que eso dure mucho.

—De acuerdo. Enseguida vuelvo —dijo Mariana levantándose de la silla.

Paula sintió su tensión y echó de menos la relación cálida que tenía antes con la mano derecha de Pedro.


—Que disfrutes de la comida, Mariana.

Su única respuesta fue asentir con la cabeza mientras se iba. Paula miró a Pedro. Aquel hombre conseguía, no se sabía cómo, que la bata azul pareciera una armadura de caballero andante en lugar de un pijama.

—¿Qué puedo hacer por tí? —le preguntó.

La mirada de Pedro se oscureció durante un instante, como le había sucedido después de que se besaran.

—Es la tercera vez en diez días que viene un chico a urgencias con asma. Esta vez no le hemos ingresado.

—¿Cómo puedo ayudar?

—El problema es que, cuando llega aquí, el ataque es tan grave que necesita intervención inmediata porque no ha utilizado medicinas con anterioridad. La familia ha perdido hace poco el seguro médico cuando echaron al padre de su trabajo en la construcción.

—¿Y qué necesita el niño?

—Aprender a manejar la situación. La familia ha comprendido que el mantenimiento médico es necesario para detener un episodio que puede terminar en hospitalización, lo que es muy traumático aparte de caro. El objetivo es minimizar o prevenir el riesgo de una lesión pulmonar permanente.

Paula se dió un golpecito en el labio con el dedo.

—Hay un programa de educación sobre el asma en la clínica a la que van Franco y Benjamín. Lo dirige un pediatra especializado en pulmón.

Pedro  asintió.

—¿Cómo se llama?

—Leandro Damien.

 —He trabajado con él. Es bueno —Pedro se quedó pensativo un instante—. ¿Tiene algún coste?

El trabajo de Paula consistía en conocer los programas y servicios que había en la comunidad para cubrir las necesidades de los pacientes cuando salían del hospital.

—Tanto el médico como el resto del personal donan su tiempo libre, y la clínica es gratis. Lo investigaré más a fondo y hablaré con los padres.

—Bien.

—De acuerdo entonces. Me pondré a ello —Paula se dió la vuelta, pero entonces sintió la mano de él en su brazo.

—Espera, Paula—le apartó la mano—. Ya que estás aquí, hay algo más que me gustaría que hicieras.

—Claro —parecía una colegiala nerviosa.

Demasiado ansiosa. Como un cachorrillo deseando agradar. Había sido aquel maldito beso. La buena noticia eraque no se había metido en la cama con él, como la primera vez que la besó. La mala noticia era que deseaba desesperadamente hacerlo.

Amor Inolvidable: Capítulo 16

¿Sería aquello un lazo parental? La preocupación compartida por su hija. Llegaba con once meses de retraso, pero más valía tarde que nunca. Un chillido emocionado de la niña le recordó que no había ido allí para saldar cuentas. Ni para cuestionar a Paula. Estaba allí para conectar con Olivia. Pedro hizo mucho ruido al abrir el paquete de la muñeca para llamar la atención de la niña. Ella lo observaba con gran interés. Tras unos instantes, cayó sobre sus posaderas y se dispuso a gatear. Llegó hasta él en cuestión de segundos. Pedro alzó la vista hacia Paula, que sonrió y asintió con la cabeza, indicando que entendía y aprobaba el plan. Olivia utilizó la mesita auxiliar para ponerse de pie. Vió como él sacaba la muñeca vestida de rosa de la caja y se la puso en las rodillas, donde  pudiera tocarla. La niña puso la manita en el sofá para no perder el equilibrio y Pedro se dio cuenta de que prácticamente estaba de pie sola.

—¿Has visto eso? —le preguntó a Paula.

—Lo sé —ella sonrió con ternura—. Pero si se da cuenta, se sentará. Físicamente está preparada para dar sus primeros pasos, pero mentalmente no.

—Está a punto de andar —afirmó Pedro lleno de orgullo paternal—. Justo cuando le corresponde.

—Sí —dijo Paula—. Lo hará en cualquier momento. Es una niña completamente normal.

Olivia  señaló la muñeca con un dedito y comenzó a balbucear.

—Creo que quiere que la subas en brazos —dijo Paula.

—¿En serio? —Pedro miró de nuevo a la niña—. Oye, Oli, ¿Qué te parece si te levanto?

Dejó la muñeca a su lado en el sofá y agarró a la niña, subiéndola suavemente a sus rodillas. Olivia se inclinó rápidamente hacia delante, pero no llegó a la muñeca, así que se la acercó. La niña abrazó la muñeca blandita contra su pecho.

—Creo que hemos triunfado en esta misión —dijo—. Contacto sin llanto.

—Felicidades —dijo Paula—. Ya ves, lleva su tiempo.

Pedro disfrutó de la ola todo lo que pudo. Durante la siguiente hora abrió los regalos que había llevado uno por uno y jugó con su hijita. Ella se le subía voluntariamente al regazo y le daba las cosas para que le enseñara cómo funcionaban. Él la hizo sonreír y reírse. Pasó mucho tiempo antes de que Oli se pusiera de mal humor, y ese comportamiento fue acompañado del frotamiento de ojos, lo que indicaba que estaba cansada.

—Es hora de que esta niñita se vaya a la cama —dijo Paula cuando Oli le apoyó la cabeza en el hombro—. Voy a cambiarla.

Se puso de pie y entró en el pasillo antes de girarse.

 —Puedes venir con nosotras si quieres.

Pedro lo hizo, y observó cómo ella le cambiaba el pañal a Olivia con seguridad y luego la ponía a dormir en la cuna de princesas. Tras taparla hasta la cintura, encendió una lamparita y regresó con él al salón.

Él no tenía palabras para describir la emoción y la alegría que le producían abrazar a su hija y dar pasos positivos para ganarse su confianza. Pero la confianza no se hacía extensiva a Paula y él.

—Se está haciendo tarde, Pedro —dijo ella abriendo la puerta—. Gracias por haber venido.

—Gracias por recibirme —se detuvo frente a ella, sintiendo cómo el calor exterior se mezclaba con el aire fresco de dentro.

 Cuando se juntaban aire frío y caliente, se creaban las condiciones idóneas para un tornado. Aquella mujer tenía una boca hecha para besar, y él lo sabía por propia experiencia. Había echado de menos muchas cosas de Paula desde que ella lo dejó, y besarla estaba en lo más alto de la lista. Al parecer todavía tenía la adrenalina de la euforia, porque era la única explicación para lo que hizo después. Le pasó el brazo por la cintura y la atrajo hacia sí mientras inclinaba la boca sobre la suya. Aquel contacto liberó la tensión que no sabía siquiera que estuviera formándose en su interior. Saboreó la sorpresa de labios de Paula justo antes de que se rindiera en una mezcla de lengua y dientes. Sus senos se apretaron contra el pecho de él, haciéndose desear con todas sus fuerzas que estuvieran piel contra piel. Sus dedos encontraron el bajo de su falda y estaba a punto de levantársela cuando ella le colocó las manos en los hombros. Era una señal, una negativa, y no lo que esperaba su cuerpo. Dió un paso atrás y se llenó los pulmones de aire ante de decir:

—Eso ha sido una combinación de gracias y buenas noches.

—Lo sé —dijo ella con voz ronca y temblorosa al mismo tiempo.

—Ahora me voy.

—Será lo mejor —estuvo de acuerdo Paula—. Buenas noches, Pedro.

 Cuando ella cerró la puerta, Pedro fue consciente de cuál era el problema inherente a lo que acababa de pasar. Paula no se creía la pobre excusa que le había dado para besarla, como tampoco se la creía él.

Amor Inolvidable: Capítulo 15

Pedro no estaba por encima del soborno. Su objetivo era conocer a su hija, y si eso significaba comprar la voluntad de Olivia, lo haría. También quería comprar la de Paula. Por eso había llamado antes de presentarse en su puerta con regalos para la niña. Llamó al timbre, lo que no le resultó fácil porque iba muy cargado. Paula abrió la puerta y se rió. Cielos, siempre le había gustado su risa, era un sonido que le hacía sonreír.

—¿Eres tú, Pedro? ¿O se trata de Papá Noel?

Paula volvió a reírse, pero él hizo un esfuerzo por no sonreír. Una tregua significaba sólo que debía llevarse bien con ella. No tenía por qué caerle bien. De ninguna manera volvería a dejarse engañar por una mujer que mentía. Pedro pasó y dejó las bolsas de juguetes justo al lado de la puerta. Los grandes ojos azules de Olivia, que estaba en medio del salón, seguían todos sus movimientos. Con interés, notó él. Aquél era un paso en la dirección correcta. Tenía el cabello rubio todavía húmedo, la prueba de que su madre la había bañado antes de acostarla. Llevaba un pijama rosa de princesas, y  sintió deseos de abrazarla con fuerza. Y eso era lo que más le desconcertaba. Sabía cómo tratar a niños de todas las edades que aparecían en urgencias. Aquella niña era carne de su carne y sin embargo no tenía ni idea de cómo proceder. Lo único que sabía era que no quería hacerla llorar de nuevo. Miró a Paula, que también le estaba mirando. Llevaba una camisola amarilla y falda blanca corta que dejaba al descubierto sus piernas suaves y bronceadas. Se moría por deslizar las manos por aquella piel suave y hacerla temblar de deseo como solía hacer.

—A ver —dijo escogiendo un paquete del montón. Pasó por delante de Olivia, cuya mirada lo siguió hasta el sofá en el que él estaba sentado—. He comprado unas cositas.

—Sí, ya lo veo. Si esto es porque sí, me imagino lo que será cuando cumpla su primer año dentro de un par de semanas.

Mientras Paula y Pedro hablaban. Olivia se había ido deslizando hacia la pila de juguetes que había al lado de la puerta, y lo utilizó para ponerse de pie. Balbuceando como una loca, le dio un golpe con la manita a un teléfono móvil de juguete.

Paula se agachó a su lado.

—Sé amable, Oli. Tu papá te ha traído estos regalos. ¿Le das las gracias a papá?

¿Papá? Aquella única palabra lo llenó de felicidad y le hizo sentir una gran responsabilidad por lo que implicaba. Protección. Guía. Bienestar. Educación. Y muchas otras cosas que formarían la personalidad de su niña y la convertirían en una mujer. Eso era lo que Paula estaba haciendo con ella.

—Quería comprarle una muñeca bonita, pero tenían muchas etiquetas de advertencia —Pedro le sonrió a Olivia, que había dejado de balbucear al escuchar su voz—. ¿Te habías dado cuenta de que la edad mágica para empezar a disfrutar de los juguetes son los tres años?

—Sí, ya me había dado cuenta —reconoció Paula. Le brillaban los ojos divertida—. Supongo que ésa es la edad mágica en la que deja de llevarse todo a la boca.

Pedro asintió.

—Entonces tendremos que confiar en que no empiece a meterse cosas por la nariz y los oídos.

—Oh, cielos —gimió ella—. Estás de broma, ¿Verdad?

Él negó con la cabeza.

—No es el caso de urgencias más frecuente, pero no creerías las cosas que he llegado a extraer.

Paula agarró a Olivia y le dirigió a Pedro una mirada entre irónica y preocupada.

—El mundo de los juguetes y los niños pequeños es un lugar aterrador para un padre.

 —Dímelo a mí.

Amor Inolvidable: Capítulo 14

—¿De verdad crees que podrías contarme lo de mi hija y esperar que no me implicara?

—No serías el primero —dijo pensando en el padre biológico que nunca había conocido. Y nunca se había sentido tan sola como cuando tenía quince años y le dijo al chico con el que se había acostado que iba a ser padre y no volvió a verlo nunca más.

—Yo no soy como el padre del hijo de Camila.

—Estoy de acuerdo. Eres todo lo contrario. Tú apareciste sin avisar. Lo que no le dijo fue lo contenta que se puso al verlo.

—Si te hubiera llamado, ¿Hubieras puesto una excusa para que no viniera? — preguntó Pedro.

Paula le señaló con el dedo.

—No confías en mí. No creíste que te estuviera diciendo la verdad sobre Olivia.

 —¿Y puedes culparme?

No podía, pero eso tampoco se lo dijo.

—No voy a pasarme la vida demostrando que lo que hago y digo es sincero. Yo no miento, Pedro.

—Excepto por omisión.

—No soy perfecta. Cometo errores, pero al parecer en tu mundo la gente no se permite ese lujo.

—Eso es un poco duro.

—Entonces, ¿Por qué me estás vigilando? —quiso saber ella.

—Creo que es mi derecho como padre —respondió Pedro—. Igual que tú no quieres dejar a las adolescentes de tu programa, yo no quiero dejar sola a Oli. ¿No es ésa la razón por la que viniste a mí en un principio?

—Sí —admitió Paula.

—Pues no puedes decirme que existe y luego sacarme del cuadro. No soy un irresponsable. Me voy a ocupar de ella, pero quiero tener voz en lo que le pase. Derechos legales.

—De acuerdo.

Pedro parpadeó.

—¿Así de fácil?

—¿Esto te parece fácil?

 —Ahora que lo mencionas…

Olivia  se agarró a la falda de su madre para ponerse de pie. Paula se la subió a la cadera. Nunca había pensado que fuera una mujer que no supiera compartir, pero ahora se preguntó si Pedro no tendría razón. Se había esforzado mucho por ser independiente porque no quería volver a necesitar a nadie de nuevo. Entonces lo conoció  y cometió el error de dejarle entrar. Estaba claro que la atracción no había terminado cuando acabó su relación. Había tratado de olvidarle, pero nunca llegó a conseguirlo del todo. Tal vez porque era el padre de su hija. Lo cierto era que ambos eran responsables de aquella niña, así que ella tenía que encontrar la manera de coexistir pacíficamente. Pero irse a vivir con él, apoyarse en él, era algo que no podía hacer.

Pedro le sonrió a Olivia, que parecía tener más curiosidad que precaución.

—¿Esto es una tregua?

—Creo que un alto el fuego es una idea excelente —reconoció Paula.

Y confió en que no se arrepentiría de aquellas palabras. Sería muy fácil enamorarse de él, y eso la asustaba más que estar sola.

Amor Inolvidable: Capítulo 13

—Ya sabes que lo que tiene Franco seguramente sea contagioso —dijo—. Oli debe mantenerse lejos.

—Por supuesto. Pero es muy difícil —dijo estirando el brazo para colocarla en posición sentada—. Le encantan esos niños. Los tres son como hermanos.

Un instante más tarde, de la boca de Pedro surgieron las palabras antes de que se parara a pensar en ellas.

—Oli y tú deberían venir a vivir conmigo.

Paula se quedó mirando fijamente a Pedro durante un largo instante.

—Debo estar más cansada de lo que pensaba. Nunca adivinarías lo que me ha parecido escuchar.

—Has oído bien. Es una buena idea que Oli y tú se muden a mi casa.

En el pasado, Paula hubiera dado cualquier cosa con tal de escuchar aquellas palabras, pero ahora le hicieron sentirse mal.

—Es una casa muy grande.

Paula agarró a Olivia y se la colocó en la cadera. Luego se dirigió a la cocina para darle agua a la niña. Tras dejarla en el suelo con sus juguetes, se acercó más a Pedro y alzó la vista.

—Recuerdo perfectamente lo grande que es tu casa. He estado allí. Tal vez lo hayas olvidado.

—Difícilmente —los ojos de Pedro brillaron durante un instante, señal de que no había olvidado cómo habían hecho arder las sábanas—. Pero tú me dijiste una vez que era un sitio muy grande para una sola persona.

Paula lo recordaba. Fue durante aquella fase absurda en la que pensó que podía haber una posibilidad de felicidad para ellos.

—Lo mantengo.

—Y yo estoy de acuerdo contigo —Pedro esbozó aquella sonrisa que hacía caer rendidas a las mujeres—. Además, el barrio es estupendo.

A Paula le temblaron las rodillas, pero se negó a ceder y se cruzó de brazos.

—No creo que sea una paranoia pensar que has llegado a la conclusión de que el actual barrio de Oli está por debajo de tus estándares.

—No quise decir eso.

—Entonces deja que afine más. No quieres que Oli se relacione con nadie que no llegue al listón que tú tienes.

Mucho tiempo atrás, cuando ella era tan joven y estaba embarazada, había sido la chica con la que ningún padre quería que saliera su hija. Parte de aquella niña solitaria y humillada todavía vivía dentro de ella.

—Lo que quise decir es que sería más fácil tenerla controlada. Cuando vayas a trabajar, no tendría que quedarse en un ambiente lleno de gérmenes.

—Oh, por favor. El mundo está lleno de gérmenes. No hay forma de protegerla de eso, Pedro. Tú eres médico. Lo sabes de sobra.

Él se frotó la nuca con la mano.

—Pero ahora mismo está innecesariamente expuesta. Es mi opinión profesional.

Paula deseaba enfadarse con él, pero había dos cosas que se lo impedían. En primer lugar, estaba muy guapo con aquella camiseta negra metida dentro de los gastados pantalones. Y en segundo lugar, le enternecía ver cómo trataba de proteger a su hija. Tenía un gran instinto paternal. Con un poco de práctica se convertiría en un buen padre.

—Soy la tutora de las adolescentes del programa que dirijo, y parte de mi responsabilidad es ser accesible para ellas. Y tú vives al otro lado de la ciudad. Si Camila o Laura me necesitan, estaré muy lejos.

—¿Y no es más importante Olivia? —preguntó Pedro poniéndose en jarras.

—Oli es lo más importante del mundo. Y nunca haría nada que pusiera en peligro su bienestar —Paula suspiró—. Pero esas adolescentes y los hijos que han traído al mundo también son importantes. Necesitan guía, porque sus familias las rechazaron cuando se quedaron embarazadas. No contaban con ninguna ayuda ni sabían dónde ir.

Paula no había tenido la opción de quedarse con su bebé. Había querido a su hijo con cada fibra de su ser y no pudo soportar la idea de que pasara hambre o se pusiera enfermo. No pudo soportar que necesitara algo que ella no pudiera darle por haber sido demasiado egoísta para hacer lo correcto. Su bebé necesitaba un techo bajo el que vivir.

—Estás verdaderamente entregada a esas jóvenes, ¿Verdad? —preguntó Pedro soltando un suspiro.

—Totalmente —respondió ella sin dudar.

—¿Por qué?

Sus motivos eran profundamente personales. Aunque haberlo dado en adopción era lo correcto, todavía le dolía de modo insoportable preguntarse si le estaría yendo bien. ¿Pensaría que ella no le quería? ¿Estaría furioso y resentido por no haber conocido a su madre biológica? La motivación de Paula  era salvar al mayor número posible de jóvenes de tener que pasar por la misma traumática experiencia. Pero lo único que dijo fue:

—Es lo que tengo que hacer.

—¿Aunque eso suponga que Oli renuncie a estar en un lugar mejor?

 —Escucha, Pedro, ¿De verdad crees que soy una mala madre? Porque una mala madre no pondría a su hija en primer lugar…

—No estoy diciendo eso.

—Sí, claro que sí —Paula se puso en jarras y se lo quedó mirando fijamente—. Todo lo que hago, cada decisión que tomo, es por el bien de Oli. Incluido el hecho de contarte a tí que tienes una hija por si algo llegara a ocurrirme. Y ahora mismo tengo que decir que me estoy arrepintiendo.

—¿Y eso por qué?

—Te estás entrometiendo en mi vida —respondió ella.

domingo, 23 de abril de 2017

Amor Inolvidable: Capítulo 12

—Hola —Olivia balbuceó algo y trató de bajarse, pero su madre la sujetó con fuerza. Mejor, porque no debía acercarse mucho a Franco—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Pasaba por el barrio —mintió él.

—Ya —su tono indicaba claramente que no se lo había creído ni por un momento. Sin entrar del todo, Paula le pasó una bolsa blanca a Camila—. Te he traído aspirina infantil.

—Gracias.

—Espero que Franco  empiece a sentirse mejor pronto —dijo mirando al niño con simpatía—. Tengo que llevar a mi hija a casa.

Pedro la siguió y luego miró hacia las adolescentes.

—Si tienen alguna pregunta…

 —Gracias, doctor —dijo Laura.

 —De nada.

Pedro siguió a Paula hasta su departamento, que estaba en la puerta de al lado. Cuando se inclinó para recoger un juguete, su atención se centró en su cuerpo bien formado. En su vestido de algodón blanco sin mangas con sandalias bajas a juego. Parecía un ángel. Aunque había suficiente perversión en su oscuro y alborotado cabello como para aumentarle el latido del corazón. Aquellos mechones sedosos que le rodeaban el rostro le recordaban las veces que le había acariciado el pelo mientras le hacía el amor. Sintió un nudo en el estómago, y tuvo ganas de estrechar a Paula contra sí, como en los viejos tiempos. Luego le echó un buen vistazo a la expresión de su rostro.

—¿Qué estás haciendo aquí? —volvió a preguntarle ella—. Los dos sabemos que este barrio no está en tu ruta.

—He pasado a ver a Olivia.

 «En gran parte». Emily dejó a su hija en el suelo.

 —Hubiera estado mejor que llamaras primero. Lo habría hecho si hubiera planeado la visita.

—Lo tendré en cuenta.

 Como si hubiera bastado con verbalizar su protesta, la indignación desapareció de Paula.

—Gracias por echarle un vistazo a Franco. Las chicas apenas pueden sobrevivir con el dinero de la fundación.

—¿Y dónde están los padres de los niños? —preguntó Pedro.

—Camila no lo ha visto desde que le dijo que estaba embarazada. Sus padres la echaron cuando les dio la noticia —aseguró Paula con desaprobación—. El padre de Franco, Julián Blackford, está ganando lo mínimo trabajando en uno de los hoteles de la ciudad, y además está yendo a clase en la universidad. La educación es la única manera de salir adelante y conseguir una vida mejor para su hijo. Contribuye económicamente todo lo que puede y pasa todos lo días a ver al niño. No están casados, pero hacen lo que pueden para criar juntos a Franco. Eso es digno de respeto.

¿Lo era? Cuando se comete un error, hay que intentar hacer lo correcto. Así le habían educado sus padres. Olivia lo estaba mirando mientras mordía unas llaves de colores de juguete. Luego se las sacó de la boca y las agitó antes de arrojarlas y arrastrarse hacia donde ellos estaban hablando. Era la primera vez que se acercaba voluntariamente a Pedro. Él sonrió, y la niña, que lo miraba parpadeando, le devolvió la sonrisa. Una sensación cálida y enorme se apoderó de él, y fue seguida de una cascada de ternura infinita. También experimentó el deseo de mantenerla a salvo de cualquier cosa que pudiera hacerle daño.