miércoles, 30 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 35

 No, vacío era lo que se sentía al estar junto a una tumba y no ser capaz de mirar el ataúd. Paula se puso en pie. Durante un momento, Pedro pensó que iba a acercarse a él para darle un abrazo. Se alegró de que no lo hiciera.


—Algunas personas dejan un gran espacio vacío cuando se van — susurró—. Zapatos que no se pueden… —hizo una pausa—. Perdón.


Quería decir, espacios que uno no puede volver a rellenar por mucho que lo intente. Finn no dijo nada porque no quería parecer que estaba de acuerdo con ella. Eso sería mentir. Él había llenado esos espacios mucho tiempo atrás. Apenas se podía decir que los había tenido alguna vez. Asentarse en un sitio facilitaba que se creara un espacio vacío. Y había aprendido que, si se movía lo bastante deprisa, podría evitar ese tipo de espacios continuamente. Como resultado, su vida siempre estaba llena, y nunca vacía. Pero entonces, cometió el error de mirarla y, la expresión de sus ojos, provocó que se rompiera algo en su interior. No podía permitírselo. Esas pequeñas grietas en su armadura podían ser el principio de todo.


—No sé tú, pero yo estoy listo para irme a la cama —dijo él, mirando hacia la cabaña.


Y antes de que ella pudiera contestar, se puso en pie y se dirigió hasta allí. Paula sintió que algo golpeaba suavemente sobre su hombro. Se movió para retirarse y se chocó con algo sólido y caliente. Algo que también susurraba su nombre… Despacio, abrió los ojos y trató de concentrarse en la silueta que tenía delante. Pensó que se trataba de Pedro.


—Buenos días —dijo él.


Paula trató de contestar, pero no pudo.


—Deduzco que has dormido bien. O mejor.


¡Su rostro estaba muy cerca del de Pedro Alfonso en la semioscuridad! ¿Cómo había sucedido? 


—Es hora de ir a desayunar —dijo él.


—Quiero un bagel de salmón ahumado y un capuchino, por favor — dijo ella.


—Qué simpática —dijo él, y se separó una pizca.


«Vuelve», pensó Paula. «Vuelve y acerca tus labios a los míos otra vez. Deja que me crea que ibas a besarme».


—En lo del salmón has acertado —dijo Finn—. Es un buen momento del día para pescarlo. Vamos —dijo Finn y le acarició la cabeza alborotándole el cabello. 


Después, bajó de la cabaña y se acercó a las brasas para intentar reavivar la hoguera de la noche anterior. Ella cerró los ojos y se contuvo para no gritar de frustración. «Me ve como si fuera su hermana. Nada más», pensó. «Al fin y al cabo, eres mucho más joven que él. Y tiene novia». Paula cerró los ojos y apretó los dientes. «Ya lo sé. Ya lo sé». Cuando abrió los ojos de nuevo vió que Pedro avanzaba por la playa con un arpón en la mano. De pronto, sintió como si su corazón se escapara de su pecho y fuera tras él, a buscarlo. Suspiró y se cubrió el rostro con las manos. Creía que conocía el significado de la palabra «nostalgia» antes de llegar a esa isla, pero estaba equivocada. Muy equivocada. Y una vez que conocía perfectamente cuál era el significado de esa emoción, tenía la sensación de que solo por ello, aquella isla podía pasar de ser un paraíso a ser un infierno. 

Bailarina: Capítulo 34

 —A veces. Pero solía pasar gran parte de las vacaciones de verano con mi abuelo en su casa de Skye, íbamos de acampada, a pesar y a dar paseos por la montaña…


—¿Y los malvaviscos formaban parte del equipo esencial?


—Siempre —contestó Pedro, sonriendo—. Mi abuelo se comía los rosas y yo los blancos.


Ella se rió.


—¿Y tú por qué no te comías los rosas? ¿Te parecían de niña?


Pedro pensó en elaborar una respuesta, pero decidió abandonar y asentir sin más. Eso hizo que Paula soltara una carcajada.


—Me lo sé —dijo ella, suspirando—. Mi niñez ha estado basada en el rosa. Leotardos de color rosa, zapatos de color rosa… Llegó un punto en el que lo evitaba a toda costa a menos que estuviera en clase o en el escenario.


Pedro la miró hasta que dejó de hablar y después se fijó en el fuego. El rosa estaba bien. Era un color bonito para una puesta de sol o para una flor, pero la vida debía estar llena de color. Tanta uniformidad no debía de ser buena para el alma. Procedían de mundos muy distintos. Él siempre cambiando de rutina, siempre enfrentándose a experiencias nuevas, y ella permaneciendo en el mismo sitio. Haciendo lo mismo una y otra vez hasta alcanzar la perfección. ¿Cómo se podía hacer eso sin volverse loco? Ella se inclinó hacia delante y apoyó la barbilla en el puño.


—Él debe de estar muy orgulloso de tí.


—¿Quién? —preguntó Pedro.


—Tu abuelo.


Pedro descubrió que no podía seguir contemplando la dulce mirada de aquellos ojos azules y se giró hacia el fuego.


—Murió cuando yo tenía quince años.


Ella no dijo nada, pero Pedro notaba su compasión. Él sabía que ella había sufrido algo mucho peor, que comprendía su dolor, pero aun así no quería compartirlo con ella. Si se permitía hablar de ello con Paula, rememoraría demasiadas cosas que hacía años había decidido no pensar más.


—Lo siento —dijo ella.


Él se puso en pie.


—No te preocupes —dijo él, sin mirarla.


¿Y por qué iba a romper la costumbre? No se había preocupado durante las Navidades que pasó con su abuelo. Ni tampoco prestó suficiente atención el día que su abuelo lo abrazó para despedirse de él hasta el verano. En la siguiente visita a Skye, pocos meses después, tuvo que cambiar las botas de montaña y el chubasquero por un traje negro y zapatos de vestir. Y el cielo abierto por el espacio cerrado de una pequeña capilla. Sin embargo, debería haberse preocupado. Debería haberse percatado de que su único abuelo había sido un punto de referencia durante toda su niñez. Debería haberse dado cuenta de que cuando él no estuviera se sentiría a la deriva. La gente pensaba que la jungla era un lugar vacío. Se equivocaban. Estaba lleno de vida, de plantas, árboles y animales. Era cierto que en ella había poca interferencia por parte del hombre, pero no que fuera un lugar vacío.

Bailarina: Capítulo 33

 —Yo no invento los movimientos. Solo los hago. No tengo el lujo de elegir mis pasos. Solo sigo instrucciones.


—No. No me lo creo. Te he visto bailar —miró hacia el cielo un instante—. Te ví actuar en Juliet… Micaela me insistió para ir al ballet… —la miró un instante—. Ha sonado horrible. Lo siento.


—Estás perdonado.


—Te equivocas cuando dices que no eres espontánea y creativa. Aquella coreografía la llenaste de vida. Hiciste que fuera algo único.


Paula sintió que una ola de calor recorría su cuerpo al oír los halagos de Pedro. De pronto, esa sensación se desvaneció.


—Eso fue hace mucho tiempo —jugueteó con una de las hojas del suelo—. ¿No lees el periódico? Desde entonces, he perdido chispa.


Pedro no dijo nada y Paula sintió un nudo en el estómago. Después, cuando encontró el valor necesario para mirarlo, descubrió que él estaba esperando a que lo hiciera.


—No me lo creo. Y menos después de lo que he visto durante estos dos días. Pero realmente no importa lo que digan los periódicos. Lo que importa es lo que tú pienses.


Paula arqueó las cejas. Pedro continuó:


—Creo que necesitas dejar de esperar para ver si el ballet ha terminado contigo y decidir que tú has terminado con él. Es tu elección, Paual. Solo tuya.


Después, ambos permanecieron callados durante largo tiempo. Pedro permitió que ella digiriera lo que le había dicho, en silencio. «No sé lo del ballet, pero sí sé que mi elección eres tú. Eso ha sido muy fácil. No me ha costado ningún esfuerzo», pensó ella. Lo miró de reojo y vio que tenía los ojos cerrados. Al ver que estaba medio dormido, ella intentó hacer lo mismo. Pero antes, susurró:


—Gracias, Pedro.


—De nada —murmuró él.


A partir de ahí, Paula no se enteró de nada más. 


—¿No te gustaría tener un paquete de caramelos de malvavisco? — Pedro disfrutaba del contraste entre el calor del fuego y el frío de la noche. Tras recordar la cantidad de veces que había ido de acampada de pequeño, se dirigió a Paula, que lo miraba en silencio desde el tronco en el que estaba sentada—. ¿Tú nunca has ido de acampada? —preguntó con incredulidad.


Ella negó con la cabeza.


—¿Ni siquiera una vez?


Ella se mordió el labio inferior y se encogió de hombros.


—Al menos, con esta semana podrás compensar el hecho de no haberido nunca de acampada.


Ella sonrió.


—Aunque no haya malvaviscos —añadió.


En ese mismo instante, Pedro decidió que cuando regresaran a Londres le enviaría una gran bolsa de malvaviscos a Paula.


—¿Y con quién ibas de acampada? —preguntó ella—. ¿Con tus padres?


Pedro asintió.

Bailarina: Capítulo 32

 Pedro se rió también, y al ver que ella no bromeaba, se calló.


—Desde que me puse los primeros zapatos de ballet, la gente empezó a observarme de cerca —dijo ella—. Querían ver si tenía el mismo talento que mi madre. Se alegraron al ver que así era. Ella sobretodo. Murió cuando yo tenía ocho años y después yo sentía que el baile me hacía estar conectada con ella. Era como si al bailar pudiera hablar con ella —arrugó la nariz y miró a Pedro—. Parece una tontería, ¿No es cierto?


—No —Pedro la miró muy serio—. Parece que eras una niña pequeña que echaba de menos a su madre.


Curiosamente, Paula sonrió al oír sus palabras. Pedro tenía una manera muy práctica de decir las cosas. Sabía lo que quería decir y lo decía. Sin más.


—Crecí creyendo que el ballet era lo que más amaba del mundo, pero creo que lo confundí con el recuerdo de mi madre. Ahora no estoy segura de si alguna vez lo he amado de verdad. Es una actividad demasiado exigente. Y yo no puedo dar más. 


Paula dejó de hablar y esperó a comprobar los efectos de su confesión. Sin embargo, no sucedió nada. Todo seguía en su sitio y, ni siquiera Pedro parecía asombrado por sus declaraciones. Sintió que se quitaba un gran peso de encima. Por fin lo había dicho. Y había resultado muy fácil.


—Siempre pensé que había elegido ser bailarina pero, mirando atrás, me doy cuenta de que eligieron ese camino por mí. Era el sueño de mi madre, no el mío. Pero lo lucía con orgullo, igual que el broche de zafiros que me dejó —cerró los ojos antes de decir el resto—. Me siento muy desagradecida porque sé que hay cientos de bailarines que matarían por tener mi vida. Es terrible tener un don que no quieres tener y la responsabilidad de sacarle el máximo partido.


La voz de Pedro era cálida en la oscuridad.


—Déjalo. Encuentra algo que te apasione. La vida es demasiado corta, Paula.


Ella abrió los ojos y lo miró. Hablaba en serio, ¿Verdad? Tragó saliva. Incluso una semana antes, si alguien le hubiese dicho tal cosa, ella se habría reído porque lo consideraba imposible. Esa noche, ni siquiera sonreía. ¿Podría dejarlo todo y ser libre? No lo sabía. No estaba segura de si tendría la fuerza necesaria. Para alguien como Finn era fácil decir tal cosa. Se colocó de lado para mirarlo y apoyó la cabeza en la mano.


—Yo no soy como tú —dijo ella—. Ojalá lo fuera.


Pedro sonrió.


—¿Deseas pesar el doble, tener fama de guaperas y necesitar un buen afeitado?


Paula sonrió.


—No —dijo ella—. Me refería a que me gustaría vivir el momento, ser espontánea y creativa.


Pedro parecía asombrado.


—¡Eres bailarina de ballet! ¡Por supuesto que eres creativa!


Ella negó con la cabeza. 

Bailarina: Capítulo 31

 El resto del equipo se había marchado en la lancha veinte minutos antes y ella no quería estar junto a Pedro a menos que fuera necesario. Era ridículo. Estaba en una isla desierta con el hombre de sus sueños y sabía que muchas mujeres aprovecharían la oportunidad para lanzarse a los brazos de Pedro Alfonso, independientemente de que tuviera novia. Pero ella no podía. Y no lo haría. Porque no quería que él fuera el tipo de hombre que caía fácilmente ante la tentación. Porque sabía que moriría si él contestara: «Sí, cariño. Disfrutemos de una apasionada aventura tropical». Entonces, él no sería el hombre que ella creía que era. Al menos, así podría mantener la idea que tenía acerca de Pedro. Paula negó con la cabeza y se concentró en la puesta de sol. Sin embargo, cuando se ocultó del todo, se vio obligada a marcharse de la playa. Oscurecía temprano y tenía que regresar junto al fuego que habían preparado. Y junto a Pedro. Él estaba cocinando lo que había pescado con un palo de bambú a modo de lanza. Ella se sorprendió al ver lo mucho que podía saciar un poco de pescado, unos tubérculos hervidos que Pedro había encontrado en el camino y medio coco. Con el estómago lleno, comenzaron a cerrársele los ojos. Bostezó y se cubrió la boca con la mano. Cuando abrió los ojos de nuevo, él la estaba mirando.


—Ha sido un día largo —dijo él—. Supongo que es hora de irse a la cama.


Paula asintió y se dirigió a la cabaña, colocándose con la cabeza hacia la entrada y cerca del fuego. ¡Había una gran diferencia con la noche anterior! Estaba caliente y seca, y Finn había acertado con lo del colchón de hojas. Se tumbó boca arriba y sintió que Pedro se acomodaba a su lado. Volvió la cabeza para darle las buenas noches y vio que estaba mirando lasestrellas desde la entrada, con una amplia sonrisa. El fuego iluminaba su rostro una pizca, dándole un aspecto adorable.


—Realmente te encanta lo que haces, ¿No? —dijo medio dormida.


—Aja —asintió él, sin dejar de mirar las estrellas—. ¿A tí no?


Paula se dió cuenta de que no podía mentir.


—A veces —contestó—. Pero a veces también lo odio —hizo una pausa—. Más bien lo odio casi siempre.


Pedro frunció el ceño y se volvió hacia ella, apoyándose sobre un codo.


—¿Y por qué haces algo que odias?


Paula miró hacia otro lado y contempló durante un rato la sombra del fuego reflejada en el techo.


—A veces hay que hacer lo que se espera de tí. Es decir, seguro que tú tienes que hacer ciertas cosas para seguir siendo el presentador de Fearless Pedro, ¿No? Y si no lo hicieras, decepcionarías a alguna gente.


Paula lo miró de reojo.


—Cierto —dijo él, y asintió de nuevo—. ¿Y quién esperaba que fueras una gran bailarina?


—¡Todo el mundo! —dijo y soltó una risita. 

lunes, 28 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 30

 —No es gran cosa —añadió él, tratando de no recordar que la primera vez que tuvo que probarlas vomitó—. Sé que puedes hacerlo —le dijo, bajando el tono de voz para convencerla—. Eres capaz. Solo tienes que optar por creer que eres capaz.


Ella lo miró a los ojos y se acercó a él una pizca.


—¿Tú crees que soy capaz? —dijo ella.


Él miró la larva un instante y después a Paula.


—Sí —dijo él.


—¿De veras crees que soy capaz de meterme esto en la boca ymasticarlo?


Él asintió. 


—Sí. Completamente capaz.


Entonces, sucedió algo extraño. Los ojos de Paula brillaron del mismo modo que lo habían hecho cuando subieron a lo más alto de la isla, con una mezcla de asombro y algo prometedor. Estaba preciosa. Sin pestañear, lo miró fijamente, agarró la larva de su mano y se la metió en la boca. Sin dudarlo. Después, comenzó a masticar. Pedro se percató del momento en que la larva estallaba en su boca permitiendo que Paula degustara su sabor. Vió que ella tragaba sin escupir, aunque después se agachó y comenzó a toser. Él empezó a sentirse un poco culpable y le dió una palmadita en la espalda.


—Quizá deberíamos haberte informado de qué sabor tiene, ¿No?


—Ni lo menciones —contestó Paula antes de incorporarse otra vez.


Pedro se rió. Era valiente y divertida. Paula Chaves resultaba ser la compañera de naufragio perfecta.


 Paula se fijó en la cámara de visión nocturna que estaba atada a la entrada de la cabaña.


—¿Qué puede grabar ese aparato? —le preguntó a Pedro mientras él le entregaba otro montón de hojas de palmera.


—Todo, ¿Por qué?


Ella se volvió para extender las hojas sobre el suelo de bambú. Era la tercera capa que ponía y esperaba que Pedro estuviera en lo cierto acerca de que así dormiría mejor.


—Por nada —contestó ella.


—¡Eso significa que tendrás que comportarte! —añadió él.


Ella se sonrojó y continuó preparando la cama.


—No tendrás tanta suerte —murmuró ella, haciendo como si su comentario no la hubiera afectado.


No quería bromear de ese modo con Pedro, ni siquiera cuando él había empezado a mostrar que se sentía cómodo con ella. Bromear era parecido a coquetear, y coquetear era como fingir que podía tener todo lo que nunca podría tener. Una vez que terminó con su tarea, bajó de la cabaña y se dirigió a la playa, deteniéndose donde terminaba la arena seca. El sol comenzaba a ponerse por el oeste y desde la playa se veía muy bien. Paula sintió algo especial en su interior. 

Bailarina: Capítulo 29

 Tras caminar un par de minutos, Pedro se detuvo para mirar el tronco de una palmera. Sacó el machete y comenzó a cortarlo. Paula se contuvo para no estremecerse. La imagen de un hombre enfrentándose a la naturaleza hacía que a una chica le temblaran las piernas. Cuando él ya casi había terminado, empujó el tronco y abrió un agujero en el tocón. Inmediatamente, el tocón comenzó a llenarse de un líquido transparente.


—Aquí tienes… —dijo él, señalando el líquido—. Si tienes sed, puedes beberte esto.


Paula se sujetó la coleta y se agachó para beber del tronco. El líquido tenía un sabor parecido al agua, pero era un poco más dulce. Cuando terminó de beber, se retiró y dejó que Pedro bebiera. Lo miró, consciente de que debía calmar la sensación de ternura que la había invadido por dentro al ver que él había tenido ese detalle con ella. «Sé que no es para mí», se dijo en silencio. «Sé que después de esta semana lo más probable es que no volvamos a vernos. Pero voy a disfrutar de lo poco que puedo tener antes de regresar y enfrentarme al desastre en que he convertido mi vida». Ella se sentía viva desde que había conocido a Pedro Alfonso y esa sensación la asustaba y la emocionaba al mismo tiempo.


—¿Mejor? —preguntó Pedro cuando terminó de beber.


—Mucho mejor —dijo ella—. ¿Cuánto falta para llegar al campamento?


Pedro entornó los ojos y miró hacia la densa vegetación que se extendía delante de ellos. Mientras trataba de darle una respuesta, oyó que a Paula le sonaba el estómago.


—Como una hora —dijo, volviéndose hacia ella con una sonrisa—. ¿Por qué no buscamos algo de comer por el camino?


—¿Te apetece un aperitivo? —preguntó Pedro, y esperó a que Paula contestara.


Diego, que había compartido suficientes aventuras con Pedro como para saber qué tipo de aperitivo podía ser, preparó la cámara.


—Estoy hambrienta —dijo ella.


Bien. Con lo que Pedro tenía en mente, era mejor que lo estuviera. Dió una patada a un tronco podrido que había en el suelo y observó cómo se deshacía. Al retirar la corteza encontró unas larvas blancas. Agarró un par de ellas y se las metió en la boca como si fueran caramelos.


—Son una fuente estupenda de proteínas —dijo él, antes de masticarlas. 


Después, las tragó lo más rápidamente posible y sonrió a la estrella invitada, confiando en que podría convencerla para que las probara. No tenía sentido decirle que sabían a pies. Agarró otra larva y se la ofreció a Paula. Ella dió un paso atrás. «Vamos, Paula. Hoy me has sorprendido a cada momento. No me decepciones ahora».


—Dijiste que estabas hambrienta.


Paula no contestó. Estaba demasiado ocupada mirando cómo se movía la larva sobre la mano de Pedro. 

Bailarina: Capítulo 28

 Cuando se volvió, se percató de que el equipo suspiraba con los ojos en blanco, pero Paula… Ella se estaba riendo. La risa fluía con fuerza de su interior, sorprendiéndola tanto a ella como a él. Se cubrió la boca con la mano para contenerla, pero no lo consiguió. Pedro no pudo evitar empezar a reírse también. Era divertido compartir todo aquello con alguien que nunca lo había hecho antes. Era impresionante observar cómo Paula absorbía todo lo que él le mostraba como si fuera una esponja, y ver cómo abría los ojos sorprendida ante cada descubrimiento. Pedro corrió a su lado, la agarró de la mano y la llevó hasta el borde del precipicio.


—Prueba —dijo él, sonriéndole—. No hay nada parecido.


Ella se mordió el labio inferior y negó con la cabeza. Finn se rio con más fuerza y después soltó el grito que guardaba en su interior. Era una lástima que Allegra no expresara su alegría de ese modo, así que, él gritó de nuevo mientras le apretaba la mano con fuerza, confiando en compartirlo con ella de alguna manera.  Allegra metió su cantimplora en la poza de agua y observó cómo las burbujas subían hacia la superficie. Cuando comprobó que estaba llena, la  sacó del agua y se llevó la cantimplora a los labios.


—¡No!


Pedro apareció a su lado de entre los helechos y le retiró la cantimplora de los labios.


—Hay que hervirla primero —le explicó.


Paula contestó tartamudeando.


—Pe… Pero esta mañana…


Él negó con la cabeza.


—Era agua de lluvia. Es diferente.


Ella asintió, sin comprenderlo bien. Aquella mañana Pedro la había sorprendido con su ingenio mostrándole cómo había recogido agua en las cantimploras, y en una especie de vasos de bambú que había fabricado y colocado de manera estratégica la noche anterior. En cada una de ellas había colocado una hoja enrollada que actuaba a modo de embudo para que se llenaran con la lluvia. Con el calor del día el nivel del agua había disminuido considerablemente y no se sabía cuándo volvería a llover. Paula miró la cantimplora que le había quitado Pedro. Había cometido un gran error. Y si hubiese estado sola podía haberle pasado algo grave. Eso demostraba que no estaba en su medio habitual y que necesitaba a él para sobrevivir.


—Lo siento si te he asustado —dijo Pedro, y le devolvió la cantimplora.


Paula negó con la cabeza y se sonrojó. Afortunadamente, Pedro se había dado la vuelta para llenar su cantimplora. Ella confiaba en que la sombra de los árboles disimulara el color de su rostro ante la cámara de Diego. Cuando él comenzó a adentrarse de nuevo en la jungla, ella lo siguió, alegrándose de que Diego y el resto del equipo solo pudieran grabarla por la espalda. Esa mañana había llegado una lancha con el resto de la gente. Simón, que era el productor y el director del programa, otro cámara del que no recordaba el nombre y un experto en seguridad llamado Sergio. La isla no era muy grande y Paula empezaba a sentir que estaba demasiado poblada. 

Bailarina: Capítulo 27

 Paula dejó de lavarse y lo miró. No podía dejar de sonreír mientras el sol calentaba su espalda y el agua le acariciaba la piel. Aquel hombre era muy diferente a ella. Cuando deseaba hacer algo, lo hacía, independientemente de que fuera una locura o algo peligroso. Tomaba decisiones en cuestión de segundos y siempre acertaba. Ella suspiró despacio, confiando en que él no pudiera oír la nostalgia que había en aquel suspiro. Al cabo de un momento, él sacó la cabeza del agua y la miró.


—Lo es —contestó ella con una sonrisa—. Es perfecto.


El resto prefirió no decirlo.


Pedro se subió a una roca y se volvió para ofrecerle la mano a su estrella invitada.


—No queda mucho —tiró de ella para ayudarla a subir y se volvió para mirar hacia lo alto de la colina—. Cuando estemos arriba podremos hacernos una idea de la extensión de la isla.


Paula no dijo nada. Respiraba de manera acelerada y se llevó las manos a las caderas. No había sido fácil llegar hasta el punto más alto de la isla. La colina no era nada comparado con lo que él estaba acostumbrado a ascender, pero cuanto más cerca estaban del centro, más densa se volvía la vegetación. Incluso a él le había resultado cansador. Había mantenido el ritmo y apenas había hecho que él disminuyera el paso. Diego había sido el que más se había quejado, a pesar de que aquella maravillosa mañana había permitido que el resto del equipo se reuniera con ellos y les proporcionaran algo más cómodo que el bambú para dormir esa noche. Sin embargo, había hecho todo lo que él le había pedido sin rechistar. Ni siquiera se había quejado de las picaduras de insecto que cubrían su piel, y a Pedro no le había quedado más remedio que revisar las conclusiones que había sacado acerca de esa bailarina. Su entrenamiento debía de ser más duro de lo que él pensaba porque aquella chica tenía mucha resistencia. Y arrojo.


Un poco más tarde estaban de pie sobre una roca plana que indicaba el punto más alto de la isla. Pedro respiró hondo. La vista era espectacular.  Miró al resto del equipo, confiando en que Diego y el otro cámara hubieran sacado buenas tomas. Paula estaba a poca distancia de él, observando los alrededores con admiración.


—No se puede mejorar —dijo él.


Ella negó con la cabeza y le dedicó una de sus sonrisas. Pedro notó algo en su interior, como si de pronto se llenara de energía. Notaba en su mirada que ella también tenía un pico de adrenalina, y él se acordó de lo que había sentido la primera vez que vio un sitio como aquel. Se había quedado sin respiración. De algún modo, el hecho de saber que ella estaba sintiendo algo parecido, intensificaba su propia experiencia. Corrió hasta el borde de la roca, se puso de puntillas, estiró los brazos y gritó hacia el viento. 

Bailarina: Capítulo 26

 Él hizo una pausa y la miró.


—Vamos —dijo con una sonrisa—. Te llenarás de moho si sigues con esa ropa mojada.


Terminó de quitarse los pantalones y los colgó junto a la camisa en uno de los arbustos mirando hacia el fuego. Ella se tranquilizó una pizca al ver que él no continuaba quitándose la ropa interior. Cuando Pedro terminó de colgar la ropa se volvió para mirarla. Ella agarraba la parte delantera de su blusa de algodón como si dudara en quitársela. Paula se percató y pensó en qué imagen se estaría creando él de ella. ¿Creería que era una mujer tímida? ¿Recatada? Desde luego no parecía el tipo de mujer impulsiva y libre que resultaría atractiva a alguien como Pedro Alfonso. El tipo de chica que sonreiría a ese hombre tan estupendo que acababa de desnudarse delante de ella y que la invitaba a hacer lo mismo. «El tipo de chica que ya le ha robado el corazón», pensó ella. Pedro se volvió hacia el agua verde y transparente.


—Voy a darme un baño para deshacerme del viaje en helicóptero, de la tormenta y de todo lo que lleve pegado al cuerpo —dijo, y corrió por la arena hasta el agua.


Ella no podía quedarse allí empapada, sudorosa y oliendo cada vez peor. Deseaba darse un baño, el cielo estaba azul, la arena parecía helado de vainilla y el mar… Anhelaba sentir el agua sobre la piel, acariciándole las piernas y relajándole el cuerpo. Sin pensárselo dos veces, se quitó los pantalones, la blusa y la camiseta interior y los colgó sobre un arbusto. Curiosamente estaba acostumbrada a desnudarse a menudo entre los bastidores. En esos momentos, nadie podía permitirse ser tímido y ella siempre había hecho lo que tenía que hacer, sin pensárselo. Pero ese día no estaba entre bastidores. Y Pedro no era uno de sus compañeros de baile. Enderezó la espalda y se dirigió hacia la orilla. En su mundo, su cuerpo delgado y musculoso se consideraba perfecto. Sin embargo, en el mundo real la gente consideraba que era plana como una tabla de planchar. El comentario que Diego había hecho la noche anterior sobre Jimena Pirelli, lo había dejado bien claro. Quizá por eso a ella le había dado un ataque de timidez. Pero a pesar de que sabía que era imposible, que él ya estaba comprometido con una mujer y que no se fijaría en ella, su instinto femenino quería impresionar a Pedro con sus piernas musculosas y su elegante silueta. Pero cuando llegó a la orilla, él no estaba por ningún sitio. Era evidente que se había sumergido más adentro. Paula aprovechó para meterse en el agua y cerró los ojos un instante. Aquello era maravilloso. Cuando abrió los ojos vió que Pedro había salido a la superficie y ella fingió no verlo. Comenzó a echarse agua por la espalda como para lavarse y notó que se le aceleraba el corazón.Él se tumbó para flotar boca arriba y cerró los ojos.


—¿No te parece perfecto? —preguntó él. 

viernes, 25 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 25

 La sonrisa la había transformado por completo e iluminaba su rostro.


—Sobre todo, aparte de la capacidad de supervivencia, el conocimiento de las plantas, la fuerza física y la capacidad de orientación, lo que nos mantiene con vida en los lugares donde el hombre no está acostumbrado a vivir, es la chispa.


—¿La chispa? —preguntó ella—. ¿Eso no es lo mismo que el fuego?


Él negó con la cabeza mientras colocaba una rama más grande sobre el fuego.


—No, me refiero a la chispa interior. Esa parte de nuestra personalidad que evita que abandonemos, y que continuemos luchando. Si se posee esa chispa interior, uno puede sobrevivir todos los contratiempos, incluso aunque esté atrapado en un territorio extraño —se encogió de hombros—. Estar entrenado en supervivencia facilita las cosas, pero con la chispa interior nada es imposible.


Ella asintió, pero no parecía muy contenta con lo que él había dicho.


—¿Te refieres a algo parecido al alma?


—Eso es.


Ella bajó la mirada hacia la arena. Después, se puso en pie y dió unos pasos hacia la orilla para contemplar el mar, abrazándose y sujetándose los codos. Vaya, quizá aquella mujer de aspecto conformista tuviera más rasgos de diva de lo que él había imaginado en un primer momento. Pedro se encogió de hombros y colocó otro tronco en la hoguera. Pero no lo iba a permitir. Paula tendría que darse cuenta cuanto antes.


—La otra cosa importante es secarse —dijo él, por encima del hombro—. Sube mucho la moral —no pudo evitar añadir.


Ella se volvió para mirarlo y se acercó al fuego, extendiendo los brazos hacia la llama.


Pedro se rió.


—Así te pasarás todo el día tratando de secarte la ropa —dijo él, y mientras la bailarina lo miraba asombrada con sus ojos azules, él comenzó a desnudarse. 


Al parecer, su profecía de que con Pedro Alfonso podía suceder cualquier cosa, no estaba muy lejos de la realidad. Allegra no estaba segura de sí debía sentarse en una silla improvisada y disfrutar del momento o si debía meterse en la cabaña para que ambos se ahorraran pasar un momento de vergüenza. Al oír que alguien resoplaba detrás de ella, se volvió. Diego estaba grabando su manera de reaccionar con el zoom. ¡Y ella comenzaba a odiar ese artilugio! Se volvió de espaldas a él y se reencontró con Pedro mientras se quitaba la ropa. Ya se había quitado la camisa, dejando su torso musculoso al descubierto, y estaba agachado para desabrocharse las botas. Paula tragó saliva. Después, solo le quedarían los pantalones y la ropa interior. Se quedó paralizada. No podía moverse ni mirar hacia otro lado. ¿Por qué reaccionaba de esa manera? No era porque no hubiera visto montones de cuerpos masculinos en su trabajo. Y también había visto suficientes episodios de Fearless Pedro para saber que él no tenía ningún problema en desnudarse si la situación lo requería. Pero en televisión solo mostraban las imágenes tratadas por el equipo de postproducción y siempre ponían un recuadro borroso sobre ciertas partes del cuerpo. Pedro ya se había quitado las botas y se había bajado los pantalones hasta la rodilla. Al ver sus muslos desnudos, Paula sintió que se le secaba la boca. 

Bailarina: Capítulo 24

 No le extrañaba que las cámaras lo siguieran a todos lados. Y que tuviera un montón de admiradoras en las redes sociales. Pero las cámaras no apreciaban la realidad. No conseguían captar toda la energía que desprendía su cuerpo, ni la sensación de que podía suceder cualquier cosa a su alrededor. Incluso lo imposible. Y desde luego, tampoco transmitía la manera en que sus sonrisas hacían que a una chica le temblaran las piernas. Paula se volvió para mirar a Diego. Mientras ella había estado admirando a Pedro desde atrás, él había empezado a grabarla con su cámara. Ella deseó gruñir. Sin embargo, tragó saliva. Quizá los cámaras no captaran la realidad de Pedro, pero sabía que eran muy buenos captando todo aquello que la gente no quería mostrar, y lo último que deseaba era que captaran cómo se fijaba en Finn. Eso sería demasiado humillante. 


Pedro observó cómo Paula frotaba el cuchillo sobre el pedazo de pedernal que le había dado. Ni una chispa. Y no conseguiría ninguna si continuaba acariciando la piedra con el cuchillo. La corteza de coco que habían puesto debajo no llegaría a prenderse. Era evidente que era la primera vez que lo intentaba, así que se mordió la lengua y continuó mirándola. Tarde o temprano lo conseguiría. Solo tenía que seguir probando. Aquella mañana ni siquiera se había quejado de tener frío o de estar empapada. Simplemente había escuchado con atención todo lo que él había dicho acerca de la yesca, las astillas y el combustible y lo había ayudado a reunir todo lo necesario, sin pedir más datos. Y cuando él le explicó cómo preparar el fuego, ella lo observó y lo imitó, siguiendo sus instrucciones al pie de la letra. Lejos de ser una diva, aquella bailarina se estaba convirtiendo en una agradable sorpresa. Lo único que le faltaba era conseguir una chispa. Ella se detuvo un instante y lo miró con cierta expresión de pánico. Era la primera vez que la veía mostrar alguna emoción aquella mañana.


—En los lugares salvajes del planeta, el fuego es lo más importante — dijo él—. Sin fuego no podríamos sobrevivir. Lo necesitamos para hervir el agua, cocinar, calentarnos y protegernos. Te daré muchas más oportunidades de aprender pero, por ahora, creo que tenemos bastante frío como para que lo intente yo.


Paula pestañeó y alzó la barbilla una pizca. Pedro esbozó una sonrisa. Bien. Aquella chica era un poco cabezota. Lo necesitaría si quería pasar los retos que se le presentarían esa semana, sobre todo la sorpresa final que preparaba para todas las estrellas invitadas. Ella le dió el cuchillo y el pedernal y él comenzó a encender el fuego.


—De hecho, hay una cosa incluso más importante que el fuego para sobrevivir —dijo él.


La cascara de coco empezaba a echar humo. Pedro la agarró y sopló despacio para avivar la llama. Hacer un fuego requería práctica. Después, giró la cascara del coco para que se expandiera la llama y la colocó en el centro del montón de astillas que había preparado. No pudo evitar sonreír, siempre disfrutaba haciendo aquello, por muchas veces que lo repitiera. Miró a Paula y vió que ella también sonreía. 

Bailarina: Capítulo 23

 Paula despertó al oír un ruido. Había soñado con que tenía que caminar sobre una cuerda que atravesaba un abismo, y la cuerda se transformaba en una fila de palos de bambú. Desde abajo, Pedro le decía que saltara, que él la agarraría, pero él estaba escondido en la oscuridad y ella no podía verlo. No sabía dónde estaba él, ni cuánto tendría que caer antes de que él la salvara, así que continuó caminando por los palos de bambú hasta que le  sangraron los pies. Se sentó rápidamente para frotarse los pies y comprobar que los tenía bien, pero al chocar con las botas que todavía llevaba puestas se dobló un dedo hacia atrás y tuvo que contenerse para no gritar de dolor. Negó con la cabeza y se frotó los ojos. Esas botas hacían que sus pies parecieran algo ajeno a su cuerpo. Ninguna prenda de las que llevaba era suya. Puesto que había tomado la decisión de ir al programa a última hora, la productora le había provisto de lo básico.


Miró a su alrededor y vió que estaba sola en la cabaña. Ya era de día, así que se asomó al borde y miró hacia el exterior. La playa parecía un lugar completamente distinto. La arena sucia del día anterior era dorada y el cielo se había vuelto azul. Todavía tenía frío ya que, puesto que habían construido la cabaña justo donde terminaba la arena, los árboles no permitían que le diera el sol. Bajó de la cabaña y se desperezó antes de alejarse por la playa en busca de sus compañeros. Había huellas en la arena que indicaban que habían ido a la derecha, así que las siguió. Estaba sola. Nadie le diría cómo debía comportarse. Tenía toda una playa de arena virgen esperándola. Podía tumbarse y hacer piruetas en la arena, o rodar hasta la orilla y meterse en el mar. No lo hizo. Después de observar unos instantes el horizonte, se volvió hacia las huellas y las siguió. El refugio estaba en una bahía de arena que tenía unas rocas al final. En el lado izquierdo, había una pequeña isla formada por una gran roca que tenía unos arbustos en lo alto. Hacia el interior, la vegetación era espesa y se extendía hacia una pequeña colina. 


De pronto, se percató de que no sabía nada acerca de dónde se encontraba. Solo sabía que estaba en una playa del Pacífico y que el país más cercano era Panamá. Dejó de caminar. ¿Dónde estaban Pedro y Diego? Aunque el sol comenzaba a calentarle el rostro, empezó a tiritar. Todavía tenía la ropa mojada y el estómago vacío. Aquel lugar era precioso, pero potenciaba su sensación de vulnerabilidad. Continuó hasta el final de la arena y, de pronto, oyó un gran ruido. Pedro apareció entre los arbustos arrastrando el tronco de lo que parecía un árbol medio muerto. Diego apareció segundos más tarde, mascullando algo que era mejor no escuchar.


—¡Estupendo! Te has levantado —dijo Pedro, y sonrió.


Ella asintió sin saber qué decir.


—Lo primero es lo primero —dijo Pedro, dirigiéndose hacia la cabaña—. Tenemos que encender un fuego para calentarnos, y luego preocuparnos de buscar agua y comida.


Paula estuvo a punto de reír. ¿Desde cuando Pedro Alfonso se preocupaba por algo? Aquella mañana parecía lleno de fuerza y confianza, como si luchar contra los elementos nocturnos lo hubiese revitalizado. Ella suspiró y lo siguió.

Bailarina: Capítulo 22

 El sonido del agua al chocar sobre las hojas del tejado, provocó que Paula continuara despierta. Al menos, eso era de lo que ella trataba de convencerse. El ruido y el frío. Y la dureza de los palos de bambú, por supuesto. Nada más. No la sensación de que su vida estuviera patas arriba. Ni la atracción que sentía hacia el hombre que estaba tumbado a su lado. No, esas cosas no la molestaban. Suspiró y se tumbó de espaldas. Le dolía todo el cuerpo y, posiblemente, al día siguiente estuviera magullada. No podría bailar durante días… De pronto, sintió un nudo en el estómago. Bailar. No pensaba bailar durante los siete días siguientes, ¿No? Así que tampoco debería importarle. Además, tampoco estaría para la actuación de La sirenita del sábado. Gabriela estaría encantada de ocupar su lugar. Así que no tenía necesidad de ensayar.


Se sentó y se abrazó las rodillas contra el pecho. Todo el mundo estaría furioso con ella. Pablo. Su padre. El coreógrafo. El director artístico de la compañía… La lista era interminable. Había decepcionado a todos. Un sentimiento de culpa se apoderó de ella, pero, al fin y al cabo, llevaba meses decepcionándolos. ¿Quién quería a una especie de robot sin alma como pareja de baile? ¿Como bailarina principal? ¿O como hija? Y ese día había visto la misma expresión de duda en la mirada del hombre con el que tendría que pasar toda la semana. Él no pensaba que ella fuera a sobrevivir en la isla. Paula volvió la cabeza para mirar a Pedro. Pero no pudo verlo. Estaba demasiado oscuro. Deseaba darle un codazo en las costillas y decirle que estaba equivocado. No lo hizo. Sobre todo porque temía que estuviera en lo cierto. Escapar de su vida habitual había sido una fantasía maravillosa. Pero eso era todo, una fantasía. Una lástima que no se hubiera dado cuenta antes de convertirla en realidad. De ese modo no estaría atrapada en una isla desierta con un cámara que grababa cada uno de sus movimientos y un hombre que veía en ella lo que todos los demás. Una decepción. Y para empeorar las cosas, era muy probable que hubiese terminado con su carrera profesional. ¿En qué había estado pensando? En nada. Simplemente había reaccionado ante la continua presión que tenía en su vida. Y había tomado una decisión precipitada que había afectado a todas las áreas de su vida. La única decisión precipitada que había tomado en su vida. Debería estar agradecida por la vida aburrida que tenía. Al menos, la semana anterior tenía una vida.


Pedro se cambió de postura y ella sintió que le daba un pequeño vuelco el corazón. Despacio, se tumbó de nuevo, de forma que quedó enfrentada a él en la oscuridad. Al sentir el calor de su respiración sobre la mejilla, se le aceleró el pulso. Aquello era ridículo. Reaccionaba ante cada uno de sus movimientos como si fuera una adolescente enamorada. Al menos, imaginaba que eso era lo que sentían las adolescentes. Nunca había tenido tiempo para enamorarse a esa edad. Se había dedicado a bailar para superar la muerte de su madre. Mientras bailaba, no pensaba en nada más y así podía disimular su dolor. Pero llegó un momento en que ya no sentía nada. Incluso dejó de echar de menos a su madre. Cerró los ojos y notó que el resto de su cuerpo seguía en alerta ante la presencia de Pedro. Era como si las hormonas de la adolescencia se hubiesen apoderado de ella. Todas las relaciones que había tenido habían sido breves e insatisfactorias, entre otras cosas, porque en su carrera profesional no existían los fines de semana. Y de pronto, una noche en la que no podía dormir, encendió el televisor y, al ver a Pedro, se enamoró como una adolescente. Pero normalmente, las adolescentes no solían tener la oportunidad de pasar una semana a solas con su ídolo de la televisión. Y ese era el problema. A ella le habían ofrecido la oportunidad y estaba sufriendo las consecuencias. Respiró hondo y soltó el aire despacio. 


No había vuelta atrás. Aunque Pedro Alfonso pensara que ella era una mala substituta de la tenista sexy que se suponía debía estar tumbada a su lado. En medio de todas las dudas y temores que la invadían por dentro, sucedió algo. Era como si la semilla de la decisión y la perseverancia hubiese florecido en su interior. La misma semilla que la había ayudado a sobrevivir en el conservatorio de ballet y en los primeros días de trabajo en la compañía, y que la había hecho llegar hasta el éxito. Paula cumpliría con cada tarea y seguiría todas las instrucciones al pie de la letra. Al día siguiente, le demostraría a Pedro y a su acompañante, de qué madera estaba hecha. 

Bailarina: Capítulo 21

 —Será mejor que intentemos descansar un rato —dijo Pedro.


Los tres se tumbaron en el suelo de la cabaña. Pedro se quedó quieto enseguida, pero los otros dos tardaron un rato en acomodarse. Sin embargo, al cabo de un rato, la cabaña quedó en silencio. No se estaban tocando, pero él notaba que Paula estaba tensa incluso tumbada. Era extraño. Su nombre le resultaba cada vez más familiar y creía que Micaela lo había llevado a ver una de sus actuaciones cuando empezaron a salir juntos. Paula Chaves. Ese era su nombre. Él intentó recordar los detalles de aquella noche, pero no tuvo mucho éxito. No recordaba dónde habían ido a cenar antes del ballet, ni si después se habían ido juntos a casa, pero sí recordaba la actuación de Paula.


A pesar de que se había quejado mucho de que Micaela lo llevara a Covent Garden, él se había quedado impresionado por la belleza del ballet. Algo curioso, porque para Pedro la belleza no solía encontrarse dentro de cuatro paredes, sino en espacios abiertos y salvajes. Por aquel entonces, debía de ser muy joven. Poco más que un niño. Y nunca había visto nada que se moviera de esa manera, con tanta libertad y elegancia. Excepto, quizá, la aurora boreal. Sin embargo, aquel día Paula no parecía tener esa capacidad. Una lástima, porque en la jungla uno tenía que ser capaz de adaptarse. Ella necesitaría una gran dosis de flexibilidad si quería sobrevivir a los retos que se le presentarían durante la semana.


Él suspiró, entrelazó las manos detrás de la cabeza y miró hacia el cielo esperando a que salieran las estrellas. Quizá hubiese sido mejor que hubieran seguido hablando, ya que sus dos acompañantes se habían quedado dormidos mientras que él permanecía despierto acompañado únicamente por sus pensamientos. Siempre había pensado que Micaela y él eran una pareja perfecta. ¿Qué diablos había ido mal? No lo comprendía. A pesar de que se sentía triste y decepcionado, no estaba destrozado. Pero suponía que era porque era un hombre fuerte y con gran capacidad de recuperación. Aparentemente, tener el corazón roto no era tan malo como la gente decía. Tenía la sensación de que su corazón ya se estaba recuperando y, al estilo de Fearless Pedro, estaba seguro de que sobreviviría. 

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 20

 Paula deseaba reunirse con Pedro y contemplar la expresión de asombro que escondía su mirada, pero estaba tan mojada y sentía tanto frío que no podía moverse. Así que permaneció abrazada a sí misma tratando de ignorar la sensación de que había cometido el peor error de su vida. Continuaba lloviendo, pero había dejado de tronar. 


Pedro y sus dos acompañantes seguían empapados y no podrían secarse hasta que saliera el sol o consiguieran encender un fuego. Pero a juzgar por el ambiente, y el olor a lluvia, quedaban varias horas para que tuvieran esa oportunidad. Eso era demasiado tiempo de espera para pasarlo junto a un cámara y una bailarina. Y pensando en la bailarina, se percató de que aquella mujer apenas tenía grasa corporal suficiente para mantenerse caliente durante la noche. Lo mejor era que se colocara entre los dos hombres. 


—Diego, ¿Por qué no le cambias el sitio a Paula?


Se hizo un corto silencio y Diego suspiró. Saltó por encima de Paula, tropezó con ella, se disculpó y se rió.


—Menos mal que Jimena Pirelli se echó atrás en el último momento — murmuró—. Mi señora habría confiscado cierta parte de mi cuerpo y me la habría servido para desayunar si esto me hubiese pasado con Jimena.


Pedro sintió que Paula se tensaba a su lado y él sintió lástima por ella. No era que no fuera femenina, o que no tuviera cierto atractivo. Simplemente no era Jimena Pirelli. Y no había nada que ella, o los otros millones de mujeres que había en el mundo, pudieran hacer al respecto.


—Me sorprende que Micaela te dejara firmar el contrato con Jimena — añadió Diego.


Una vocecita murmuró algo en la oscuridad, casi como si estuviera hablando consigo misma y no pretendiera que la oyeran.


—¿Micaela?


—Su novia —dijo Diego—. Ya llevan un tiempo comprometidos. Aunque a Pedro le ha costado su tiempo proponérselo. ¿Cuánto tiempo llevan juntos? ¿Tres años? ¿Cuatro?


—Cinco —dijo Pedro, con tono defensivo.


No quería hablar de ese tema. Y haber tenido que construir una cabaña bajo la lluvia le había servido de distracción respecto al cambio que había dado su vida. Además, no era asunto de Diego. No debía sentirse molesto por ello, pero la gente como Diego no se daba cuenta de que Micaela y él no habían tenido una relación normal. Su horario de trabajo había implicado que hubiesen pasado más tiempo separados que juntos durante los cinco años de relación, así que, para la gente normal era como si solo hubiesen estado saliendo un año y medio. Diego suspiró y dijo con buen humor:


—¡Nunca imaginé que habría una mujer en el mundo que conseguiría que Pedro sentara la cabeza!


—No voy a sentar la cabeza —dijo Pedro, rápidamente. De pronto, recordó que le había prometido a Micaela que mantendría la separación en secreto, así que no añadió nada más. «Sentar la cabeza». Odiaba esa frase y, probablemente, habría reaccionado ante ella de todas maneras—.Simplemente pensaba que llegaría un momento en que dejaría de vagar por el mundo y echaría raíces en algún sitio. 


Oyó un sonido parecido a un bostezo que provenía de la mujer que tenía a su lado. Debía de estar agotada. Diego y él estaban acostumbrados a ese horario frenético, pero para las estrellas invitadas resultaba muy duro. No había mucho que hacer en aquellos momentos, únicamente esperar a que dejara de llover.


Bailarina: Capítulo 19

 Entretanto, Pedro y Diego levantaron una estructura triangular con los palos de bambú y algunas de las cuerdas que ella había preparado. Tenía una plataforma elevada y un tejado inclinado. Cuando consiguieron estabilizarla, cubrieron el tejado con las hojas que ella había recogido. Se podía decir que el interior era un lugar seco. Decir que era un lugar caliente, habría sido exagerar. Los tres treparon al interior. Estaban empapados y se sentaron en silencio a contemplar cómo la lluvia caía con fuerza. Paula nunca había visto llover de esa manera. Habría sido soportable si, al menos, hubiese estado sentada junto a Pedro, pero Diego se había colocado entre ellos y ella ni siquiera podía verlo.


—No crees que puedas encender un fuego, ¿Verdad? —preguntó Diego esperanzado.


—Todo está demasiado mojado —contestó Pedro—. Tendremos que esperar a que el tiempo nos dé una tregua.


—Pensaba que el lema de Fearless Pedro era «¡Espera lo imposible!».


Pedro sonrió y se inclinó hacia delante para mirar el cielo.


—Al menos no estamos en época lluviosa —dijo con seriedad.


Paula estuvo a punto de soltar una carcajada. No lo hizo. Se movió una pizca para sentarse más cómodamente sobre el suelo de bambú. Pedro había dicho que harían un suelo más confortable a base de hojas y musgo cuando pudieran encontrar hojas secas. Entretanto, tendrían que conformarse con aquello. Él se volvió para mirarlos.


—No parece que vaya a escampar mientras sea de día —le dió una palmadita a Diego en el hombro—. Tendrás que quedarte a pasar la noche con nosotros.


Diego masculló algo. «Un momento», pensó Paula, recordando lo que Pedro había dicho antes.


—¿Dijiste que…? —estaba tiritando. Apretó los dientes y lo intentó de nuevo—. ¿Dijiste algo de un hotel?


Pedro suspiró. 


—No te creas todo eso que se dice en Internet acerca de que duermo en hoteles de cinco estrellas y que finjo pasarlo mal. En Fearless Pedro, ésta es la realidad.


Paula miró a Diego. Estaba segura de que Pedro había mencionado algo de un hotel. Seguro que hacían algo así en una emergencia. ¿En momentos así? Pedro se percató de que Paula miraba a Diego y comentó:


—Solo el equipo de rodaje disfruta de esos lujos. Diego tiene que regresar a la base cada noche para cargar las baterías de la cámara, conseguir cintas nuevas y entregarle a Simón lo que ha rodado para que vea las tomas. Por la noche, nos quedaremos solos tú y yo, con una cámara de visión nocturna atada a un árbol y una manual para que la utilicemos si sucede algo interesante.


Paula sintió que le pesaban los hombros. Por si fuera poco, tenía la sensación de que cuando Pedro y ella se quedaran a solas, su concepto de «algo interesante» sería muy diferente al de él. En ese momento, se oyó un fuerte trueno y un gran relámpago invadió la oscuridad. Ella se sobresaltó tanto que la cabaña tembló. Y aunque pareciera imposible, empezó a llover con más fuerza.


—¿No es sorprendente? —dijo Pedro sin dejar de mirar hacia el exterior desde el borde de la cabaña.


—Fabuloso —contestó Diego. 

Bailarina: Capítulo 18

 Ella miró a la cámara con los ojos entornados y comenzó a avanzar por la playa, hacia su amor secreto. Si permanecía cerca de Pedro, ese aparato tendría que enfocar a algo más que no solo fuera ella. Diego la siguió con su cámara.


—Puedes hacerte pasar por alguien autosuficiente, si quieres, pero la tormenta avanza rápidamente y dudo que vayan a enviar la lancha para recogerte y llevarte al hotel —le dedicó una sonrisa y Paula se quedó paralizada—. Me temo que tienes dos opciones —añadió Pedro—. O dejas la cámara y nos ayudas a construir un refugio lo bastante grande para los tres, o sacas todas las tomas que quieras y cuando hayamos terminado de construir nuestro refugio para dos, nos aseguraremos de que puedas grabarnos saludándote desde un lugar cálido y seco.


«Es justo», pensó Paula. Quizá a Diego no le gustara, pero al menos tenía elección. Diego se quejó y se colgó la cámara al hombro.


—De todos modos tengo que sacar la funda de lluvia —murmuró—. Pero tendré que grabar parte del tiempo, o Simón me despellejará vivo. 


—Pues serías una bonita alfombra para su oficina —dijo Pedro, sacó un cuchillo enorme y comenzó a cortar palos de bambú, casi tan grandes como el brazo de Paula.


Ella lo observó con curiosidad. Era extraño sentirse completamente innecesaria. Normalmente, cuando estaba en el trabajo todo giraba en torno a ella. No se había percatado de que daba por hecho que siempre fuera así. Era como si Pedro se hubiese olvidado por completo de que ella estaba allí. Paula tosió. Pedro cortó otro bambú. Ella tosió de nuevo.


—¿Hay algo que pueda hacer?


Pedro se volvió y la miró.


—Sí. Ve a buscar hojas de palma y pártelas por la mitad —sacó una navaja plegable del bolsillo y la tiró al suelo.


Paula se agachó para recogerla. La abrió y la miró. No recordaba haber tenido algo así en la mano en toda su vida. No era una herramienta necesaria en los jardines de Notting Hill. Ni siquiera sabía cómo abrirla sin hacerse daño. Estuvo a punto de comentarlo, pero decidió no hacerlo. Quería algo diferente, ¿No? Entonces, no tenía sentido quejarse de que lo diferente no fuera tan agradable como ella había imaginado. Desde luego, no imaginaba que se sentiría como un pez fuera del agua. ¿Hojas de palma? Miró a su alrededor y vió que había muchas a su alrededor. En menos de diez minutos había recogido bastantes. Las llevó hasta donde estaba Pedro y las dejó en el suelo. Él se acuclilló y miró a su alrededor como si buscara algo. Paula confiaba en que no estuviera buscando serpientes. En realidad, no le importaba lo que estuviera buscando, o qué le pidiera que hiciera. Había visto todos los episodios de su programa y sabía que podía cuidar de sí mismo en la jungla. Y de ella. Así que, cuando Pedro le pidió que limpiara un trozo de suelo con un palo, ella obedeció y no pensó más en las serpientes. Después, él le enseñó a hacer una cuerda con lianas y plantas trepadoras y ella practicó hasta que se le entumecieron los dedos del frío. 

Bailarina: Capítulo 17

 Paula sentía que la cabeza le daba vueltas. ¡Acababa de saltar de un helicóptero y sobre Pedro Alfonso! Él se había puesto de pie y le ofrecía la mano para ayudarla a levantarse mientras se reía. Ella la aceptó sin dudarlo. No estaba segura de sí aquello era mejor o peor que el sueño que había tenido, en el que se quedaba atrapada en una isla con la única compañía del equipo de Fearless Pedro.  Una enorme gota de agua cayó sobre su cabeza, pero ella solo podía sentir el calor de la mano de Pedro. No podía dejar de mirarlo. Estaba a miles de kilómetros de distancia de su vida habitual y Pedro Alfonso le estaba agarrando la mano mientras le hablaba con su bonito acento escocés. Lo único que deseaba era contemplar sus atractivos ojos marrones y… Uy. Había dejado de hablar y la miraba con el ceño fruncido. ¿Por qué? Se percató de que él estaba tirando de ella y de que debía levantarse. Se puso en pie y se quedó parada delante de él. Durante unos segundos, nadie  se movió. Ni siquiera el chico de la cámara. Ella había hecho lo que él quería que hiciera, ¿no? Entonces, ¿por qué la miraba como si fuera un extraterrestre? Lo malo de que no pudiera dejar de mirarlo era que tampoco podía ocultar las emociones que la invadían por dentro. Desconcierto. Preocupación. Incertidumbre. Y puesto que él tampoco dejaba de mirarla fijamente, suponía que él estaba sintiendo lo mismo que ella.«Basta, Paula. Mantén la compostura. Sabes cómo hacerlo, ¿No? Debería salirte de manera natural, igual que las posturas de ballet». Apartó la mirada de Pedro y se fijó en el mar y en cómo se alejaba el helicóptero.


—Muy bien —dijo Pedro—. Será mejor que empecemos a preparar un refugio antes de que anochezca, o pasaremos la noche más horrible del planeta. 


Ella se volvió y vió que él se dirigía hacia la espesa vegetación de la isla. Sin embargo, el chico de la cámara no se movió y continuó enfocando a Paula con la cámara. Ella se había olvidado de que habría más gente en el equipo cuando habló con el productor y accedió a hacer el programa. En la televisión, parecía que Pedro estaba solo en los lugares exóticos que exploraba. Y eso era lo que ella iba buscando cuando salió del estudio de baile y sacó el teléfono para aceptar la oportunidad de correr su propia aventura con Fearless Pedro. Sintió otra gota de agua sobre la cabeza. Miró de nuevo hacia la cámara y vió que el chico seguía inmóvil, sin hacer ni decir nada. ¿En qué clase de aventura se había metido exactamente?


—Vamos, Diego —gritó Pedro desde debajo de una palmera mientras empezaba a llover con más intensidad.


Diego ajustó el objetivo de la cámara para grabar cómo Paula comenzaba a mojarse.


—¡Ese no es mi trabajo, amigo! —gritó—. Yo estoy aquí para grabar cómo ustedes dos se las arreglan para luchar contra los elementos. 

Bailarina: Capítulo 16

 —Quiero ver ese salto otra vez.


Paula se levantó del suelo y miró a su pareja de baile. Manuel, el coreógrafo de La sirenita, continuó mirándolos con impaciencia.


—Sería de gran ayuda si pusieras las manos donde se supone que debes ponerlas —murmuró ella a Pablo.


Esa tarde, él estaba comportándose como un niño.  Pablo la tomó entre sus brazos, agarrándola por debajo de donde se suponía que debía agarrarla. Paula apretó los dientes, retiró su mano de la nalga izquierda y se la colocó sobre la cadera.


—Ya no te gusta divertirte —se quejó Pablo.


Ella colocó una mano sobre su hombro, otra sobre su mejilla y adoptó la postura correcta.


—Tú y yo nunca nos hemos divertido de esa manera, Pablo, y no vamos a hacerlo ahora —dijo ella, inclinando la cabeza en el ángulo correcto.


Una lástima. Porque Pablo era un hombre rubio con un cuerpo escultural, y el único hombre menor de cincuenta al que ella veía regularmente y que no fuera homosexual. Pero él no tenía ningún tipo de principios y hacía lo posible por resultar muy atractivo entre las mujeres de la profesión. Para él, coquetear era algo que estaba a la orden del día. Sin embargo, mientras el contacto físico que hubiera entre ellos fuera estrictamente profesional, Pablo  era inofensivo. La mayoría de las veces, ella lo ignoraba y conseguía llevarse bien con él pero, aquella tarde, necesitaba impresionar a Manuel y su compañero no se lo estaba poniendo nada fácil.


—Creo que las pocas bailarinas con las que no te has acostado están en los pasillos tratando de llamar tu atención. ¿Por qué no cuando termine el ensayo vas a ver si puedes satisfacer su ilusión infantil y me dejas en paz?


—Cuidado, cariño —dijo él, mientras la arqueaba hacia atrás y la levantaba en el aire—, o terminarán llamándote El Pequeño Cactus, en lugar de La Sirenita.


Después de aquello, el ensayo transcurrió con normalidad. Al menos, Paula pensaba que había salido bien. Se dejó llevar por el baile y se olvidó de todo lo demás. De las críticas, de su padre, y de la llamada de teléfono que había acelerado su corazón.


—¡No, no, no! —gritó Manuel mientras finalizaban la parte más difícil. El pianista dejó de tocar de inmediato.


—Se supone que debes ser el reflejo de una nostálgica, cariño —dijo el coreógrafo—. Intenta poner algo de sentimiento en lo que haces o el público se quedará dormido —se volvió hacia el pianista—. Desde el principio, otra vez.


Así que repitieron la escena. Una y otra vez.  Paula trató de mostrar todo lo que guardaba en su interior y se sorprendió al ver que era una larga lista. Nostalgia por la pérdida de su madre y una infancia poco aprovechada. Resentimiento hacia las personas que habían tratado de manipularla durante los últimos diez años. Y también añoranza. Lástima por no poder llevar a cabo aquella aventura compartida con un hombre de ojos marrones y sonrisa seductora. Volcó todos sus sentimientos en los pasos de baile y, cuando terminaron la escena, se percató de que estaba agotada. Se separó de Pablo y se dirigió a por la botella de agua que había dejado en el suelo, junto a los espejos. Agarró la toalla y se secó el sudor del rostro, el cuello y los hombros. Se volvió y comprobó que él la miraba con dureza.


—Veo que lo estás intentando, Paula, pero no es suficiente. Necesito más —se dirigió al pianista—. Comienza por el principio del adagio…


Paula se acercó a Pablo y se colocó en posición, ignorando un leve dolor en su tobillo derecho. El pianista comenzó a tocar y ella cerró los ojos y comenzó a moverse. Al cabo de un momento, Manuel los interrumpió.


—¡Más! —gritó mientras Pablo la levantaba por los aires—. ¡Más, Paula! ¡Necesito más! —gritó mientras ella saltaba y giraba en el aire.


Pablo la agarró en el aire, la volteó y la dejó de nuevo en el suelo.


—¡Más! —exclamó Manuel de nuevo, siguiendo el ritmo de la música con el pie.


«No tengo nada más que dar», pensó Paula. Se sentía agotada y al borde del desmayo. «Esto debe de ser suficiente». Cuando terminó la música, Pablo y ella se separaron y se sentaron en el suelo, jadeando. El coreógrafo se acercó a ellos y Paula levantó la vista para mirarlo.


—No ha sido suficiente, Paula. No sé qué te pasa, pero será mejor que te lo pienses antes del ensayo de mañana o el sábado los sustituiré a Pablo y a tí por Gabriela y Valeria. No permitiré que una bailarina poco entusiasta eche por tierra meses de trabajo. ¡Sal de la sala y no regreses hasta que estés verdaderamente preparada para hacer este papel!


Manuel tenía el rostro colorado. Paula se quedó sin habla. Miró el reloj. Todavía quedaba media hora.


—Márchate —dijo Manuel, y señaló hacia la puerta. 


Paula obedeció. Se cambió rápidamente de ropa y recogió sus cosas. Abrió la puerta de la calle y salió del estudio. Se alejó de allí caminando. Del edificio del estudio de baile, y de su vida. 

lunes, 21 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 15

 —Sí funcionó, Pedro. Nos habíamos acostumbrado a mantener nuestra libertad mientras nos convencíamos de que estábamos preparados para algo más.


¿De qué estaba hablando? Él estaba preparado para algo más, ¿No era así? La miró a los ojos y ella lo miró también.


—Ahora yo sí que estoy preparada para algo más —dijo Micaela.


—Pero no conmigo —dijo muy serio.


Ella negó con la cabeza.


—Leandro quiere que vivamos en una casa grande en el campo y la llenemos de niños —sonrió—. Estoy impresionada porque he descubierto que es lo que yo quiero también. Estoy pensando en dejar el programa Amazing Planet y trabajar en algo en lo que no tenga que viajar.


—¡Te volverás loca si te quedas siempre en el mismo sitio! Siempre dijiste que no te gustaba atarte de ese modo. ¡Es un gran error, Mica! Te encanta tu trabajo.


Micaela lo miró sin pestañear.


—Me gusta más él. Quiero estar a su lado, Pedro. No soporto estar alejada de él. 


Pedro se acomodó en el taburete. Estaba loca, pero no podría convencerla. Había tomado una decisión y, aunque se arrepintiera de ella más tarde, él no iba a detenerla. Y tampoco iba a suplicarle que no lo hiciera. Había llegado el momento de terminar aquella relación. Permanecieron en silencio un par de minutos mirando a la multitud. Después, él se volvió y se percató de que Micaela lo estaba mirando.


—Esos éramos nosotros, Pedro. Turistas —Micaela se puso en pie—. Ahora quiero una experiencia de verdad. No quiero tener una relación, comprometerme y casarme, sin saber cómo es vivirlo de verdad.


Pedro estaba convencido de que se le había subido el cóctel a la cabeza. Nada tenía sentido.


—Odio pedirte esto, pero ¿Me harías un favor? ¿Puedes esperar a contar todo esto hasta que regrese de Tonga la semana que viene? No quiero que los medios de comunicación especulen sobre mi vida mientras los dos estamos fuera del país.


Él asintió. Ella podía tener todo lo que quisiera. No le importaba. Estaba descolocado. Y mejor, porque no tenía prisa por saber qué se sentía cuando se tenía el corazón roto. Ella se inclinó hacia delante y lo besó en la mejilla.


—Adiós, Pedro. Espero que encuentres lo que estás buscando.


Y entonces, se marchó. Perdiéndose entre los carritos cargados de maletas y las bolsas del duty free. El camarero dejó una cerveza delante de Pedro y él se la bebió de un trago. Le habían dado calabazas en el tiempo que habían tardado en servirle una cerveza. Estupendo.




Bailarina: Capítulo 14

 Micaela lo estaba esperando en uno de los bares del aeropuerto. Era una lástima que solo tuvieran una hora para estar juntos y que no pudieran ir a comer a Ámsterdam. Pero era la vida que habían elegido y estaban acostumbrados. Ya estarían juntos en otro momento. Se acercó y la abrazó para darle un beso. Micaela ni siquiera separó los labios y se retiró. Pedro se detuvo y la miró. Era la misma de siempre, con su melena desenfadada, su piel ligeramente bronceada y su ropa de diseño. Ella se sentó de nuevo en el taburete y le dió un sorbo al cóctel que se estaba tomando, Pedro frunció el ceño. ¿Dónde estaba el vodka con tónica que tomaba habitualmente?


—¿Qué es eso? —preguntó él, señalando su bebida.


Micaela esbozó una sonrisa.


—Creo que se llama Dutch Courage. ¿Quieres uno?


Él negó con la cabeza.


—Prefiero una cerveza, gracias —llamó al camarero y se la pidió.


—Pedro —Micaela se miró las manos un momento y, después, alzó la vista y lo miró a los ojos—. No existe una manera fácil de decirte esto, así que, lo voy a decir sin más.


Pedro se quedó muy quieto. ¿No iría a decirle que estaba embarazada? Eso no entraba en los planes. Él solo tenía treinta años. Micaela respiró hondo.


—He conocido a una persona —dijo rápidamente, y bajó la vista de nuevo.


—¿Perdona?


Micaela suspiró y agarró su cóctel.


—No puedo casarme contigo, Pedro.


Aquello no estaba sucediendo de verdad.


—¿Y quién es? —dijo él, incapaz de mirarla a los ojos.


—Se llama Leandro y es arquitecto. Lo conocí en un acto benéfico hace unos meses y me he encontrado con él varias veces después. Ya sabes, una cosa llevó a la otra…


Pedro odiaba esa frase. Implicaba que algo había sido inevitable, que la persona en cuestión no había tenido elección y que, por lo tanto, no tenía ninguna responsabilidad al respecto.


—Me ha pedido que me case con él —dijo ella.


—¡Pero se supone que ibas a casarte conmigo!


—Lo sé —dijo Micaela, mirándolo con cara de lástima—. Lo siento.


Pedro la miró un momento. 


—¡Decir «lo siento» no sirve de nada, cariño! Teníamos un trato, ¿Recuerdas? Llevas un…


Iba a decirle que llevaba un anillo en el dedo que lo demostraba pero, al mirarle la mano, se quedó callado. En silencio, ella metió la mano en el bolso y sacó el anillo de diamantes para devolvérselo. Pedro lo agarró y lo miró con detenimiento. Aquello era real. Micaela esbozó una sonrisa.


—No íbamos a casarnos nunca, ¿Verdad, Pedro? Fingir que estábamos preparados para mantener una relación seria cuando apenas pasábamos tiempo juntos, era un juego bonito. Y nos resultaba sencillo.


—Trabajamos juntos, Mica. ¿No era agradable saber que siempre se podía contar con el otro? ¿Tener a alguien que no se quejara de las largas jornadas de trabajo y de pasar los fines de semana separados? ¿A alguien que supiera retomarlo donde se dejó sin mayor problema? ¿Ese tal Leandro va a aguantar todo eso?


Micaela suspiró. 

Bailarina: Capítulo 13

 Él pestañeó y negó con la cabeza.


—No mucho, la verdad. Están buscando una estrella invitada. Intenté explicarle al hombre que tú no podías ir, pero insistió en que pensara en ello.


—¿Que tú pensaras en ello?


—Sí.


—¿No será que sugirió que yo pensara en ello?


El padre se encogió de hombros y entró en el estudio.


—Es cuestión de semántica, Paula. No puedes hacerlo y punto. Quieren que mañana mismo vueles a un lugar alejado de la civilización y te quedes allí siete noches. No sé qué pensaba ese hombre cuando decidió contactar con nosotros, pero…


—¿Y no me has contado nada de esto?


Su padre sonrió. Igual que si fuera una niña pequeña a la que estuviera corrigiéndole una palabra mal pronunciada.


—No lo consideraba necesario —se acercó al escritorio y rebuscó entre los papeles—. Como ya te he dicho, es imposible.


—¡Sé que es imposible! —se aclaró la garganta y trató de controlarse—. Pero no se trata de eso —dijo ella—. Es mi carrera profesional. Es una decisión que debo tomar yo. Al menos deberías habérmelo contado.


Su padre la miró asombrado. No lo entendía. Daba igual lo que ella dijera o hiciera, él nunca la comprendería. Para él, ella no era más que alguien a quien controlar. Él levantaba la batuta y ella saltaba. La movía otra vez y ella se quedaba en silencio. Y Paula se lo había permitido durante todos esos años, porque había visto en qué se había convertido después de morir su esposa y en cómo había estado a punto de abandonarlo todo. Continuó mirando a su padre, que había dejado de rebuscar entre los papeles y la miraba arqueando las cejas. Había tantas cosas que deseaba decirle. «Déjame vivir, papá. Déjame respirar».


—Deberías habérmelo contado, papá —dijo ella.


Él negó con la cabeza y se encogió de hombros. 


—Está bien —dijo él—. Te prometo que te avisaré de la próxima oferta ridícula que te hagan. ¿Contenta?


«No», pensó ella.


—A veces no te entiendo, Paula. Tienes la vida por la que miles de bailarines matarían. La vida con la que tu madre soñaba, por la que habría hecho cualquier cosa para poder seguir adelante con ella, y a ti no te es suficiente. A veces, pienso que te he malcriado, y que te has vuelto un poco egoísta.


Paula pestañeó y lo miró sorprendida. ¿Egoísta? Lo único que había hecho era tratar de complacer a todo el mundo, intentando calmar su tristeza mostrándoles que su madre había dejado parte de sí misma en su propia hija. Quizá fuera una egoísta y una desagradecida por no ser capaz de soportar la responsabilidad de parecerse a su madre ni un momento más. Una responsabilidad que la oprimía desde los ocho años. Durante un tiempo le había gustado sentir que su talento la mantenía conectada con su madre, sin embargo, deseaba romper con esa conexión. Su madre estaba muerta. Y nada podía cambiarlo. Y Allegra temía que, si no cambiaba algo pronto, su vida también terminaría. Bajó la vista para mirar al suelo y miró de nuevo a su padre. Él seguía enfadado con ella. Por el comentario que había hecho, por la actuación de la noche anterior, por la crítica que tendría que defender ante sus amigos. De pronto, se sintió completamente sola. La única solución era centrarse en su trabajo y confiar en que todas las emociones que la invadían se transformaran en su próxima actuación, dándoles a los críticos un buen motivo para que se tragaran sus palabras.


—Tengo ensayo a las dos. He de marcharme.


Sin decir nada más, se volvió y salió del estudio de su padre. 

Bailarina: Capítulo 12

 Ese día, Paula regresó a casa después de clase. Nadie le había dicho nada, pero ella sabía que todos habían leído aquella crítica. Se notaba en la manera en que la miraban de reojo cuando creían que ella no los estaba mirando. Ella era mucho más joven que todos los demás cuando entró en la compañía de baile. Casi una niña. Aunque la diferencia de edad no había supuesto un problema para relacionarse con los demás, el rápido ascenso que realizó en tan solo un par de años dentro de la compañía, sí. Tenía colegas y compañeros de baile, pero no amigos.  El único que siempre estaba a su lado era su padre. Por eso, se dirigió a su estudio nada más entrar en la casa. A pesar de que no habían discutido, el ambiente durante el desayuno había sido bastante tenso. Le pediría disculpas. Porque sabía que él no lo hacía con mala intención. Y que trataba de hacerlo lo mejor posible. Abrió la puerta y miró a su alrededor. La habitación estaba vacía. O eso creía. Entró para mirar mejor.


—¿Papá?


¿Dónde estaba? Se acercó al escritorio para ver si había dejado una nota. Nada. Paula suspiró y decidió que hablaría con él más tarde. Tenía un ensayo una hora más tarde y no tenía mucho tiempo para prepararse. Estaba junto al escritorio cuando sonó el teléfono. Antes de llegar a la puerta, saltó el contestador automático y una voz masculina invadió la habitación.


—Hola, soy Simón Tatler otra vez. Quería saber si habían pensado sobre la oferta que le hemos hecho a la señorita Chaves para participar en el programa de Fearless Pedro. Como les dijimos, vamos un poco apurados de tiempo así que, ¿Podrían darme una respuesta hoy?


Antes de colgar, Simón dictó su número de teléfono y su dirección de correo electrónico. Paula se detuvo boquiabierta. ¡Una invitación para participar en Fearless Pedro! Una cálida sensación se apoderó de ella y formó una sonrisa en sus labios. ¿Llegaría a conocerlo? Su corazón comenzó a latir con fuerza. Entonces, su excitación empezó a disiparse. ¿Ese tal Simón había llamado antes? ¿Por qué no se había enterado? Su padre la encontró en la puerta del estudio con el ceño fruncido. Ella se sobresaltó cuando él le tocó el hombro.


—¿Estás bien, Paula?


Ella se volvió para mirarlo.


—¿Qué decía ese mensaje? ¿El de Fearless Pedro?


Su padre la miró asombrado.


—¿Quién?


—El del programa de televisión…

Bailarina: Capítulo 11

 —¿Qué es lo que ha pasado en realidad, Simón?


—Un pequeño inconveniente…


—¿El qué? Se supone que mañana tenemos que salir hacia Panamá. ¿Puede esperar a que regresemos?


—Ah… El problema lo tenemos con lo de Panamá.


Pedro se detuvo en seco.


—¿Por?


—Jimena Pirelli se ha lesionado la rodilla durante un entrenamiento. Su entrenador dice que pasarán meses antes de que pueda pasar una temporada en una isla desierta.


Eso no era un problema, ¡Era una noticia estupenda! Pedro continuó caminando.


—Qué lástima —dijo.


—No te preocupes —añadió Simón—. Estoy pendiente de un par de sustitutas.


—No es necesario, Simón. Podemos retomar el viejo formato y hacer el programa yo solo.


Simón se quedó en silencio y Pedro aminoró el paso.


—Me temo que no puede ser, Pedro. Los de la productora han visto las tomas del episodio que hemos rodado con el nuevo formato. Les ha encantado lo del corredor de Fórmula Uno en el pantano. Han dicho que ha salido tal y como esperaban. Insisten en que necesitas tener un famoso a tu lado.


—Pero…


—Yo estoy de acuerdo con ellos. Que vayas acompañado hace que parezcas más humano y no tanto una fuerza de la naturaleza indestructible. Alguien con quien la gente de la calle puede relacionarse.


—Está bien, está bien —dijo al fin—. Cuéntame a quién has conseguido cuando lo tengas asegurado.


Se despidieron y colgaron el teléfono. Estaba a punto de guardar el teléfono en el bolsillo cuando recordó que debía llamar a Micaela antes de volver a quedarse sin cobertura.  Marcó su número y esperó. Le contestó el buzón de voz. Ese era el problema de tener una novia tan independiente como él. Dejó un breve mensaje y escuchó su propio buzón de voz. El primero era de Micaela.


—Hola, Pedro —parecía un poco tensa—. Han adelantado el rodaje del Pacífico del Sur y tengo que volar esta misma tarde.


Pedro frunció el ceño. No la había visto desde hacía cuatro semanas y confiaba en verla aquella noche. Pero bueno, no podía hacer nada al respecto.


—En cualquier caso —continuó Micaela—, he visto que tú haces transbordo en Shciphol, y yo también. Intentaré llegar temprano y así podremos vernos un rato.


«Eso estaría bien», pensó Pedro. Asintió y esperó a ver si  le decía algo más. Se disponía a colgar cuando ella habló de nuevo.


—Pedro, yo… —hizo otra pausa—. Tenemos que hablar. Llámame.


Y así, sin más, Pedro guardó el teléfono en el bolsillo de su pantalón y se encogió de hombros. Se dirigió hacia la puerta número diez y, sorteando a la gente, se acercó al mostrador. La idea de viajar desde un lado a otro del planeta, siempre lo entusiasmaba. Y ese entusiasmo lo ayudaba a aplacar las molestas preguntas que trataban de formarse en su cerebro. Como por ejemplo, si debería sentirse más desconsolado por no hablar con Nat en persona, o por qué había dejado de pensar en ella nada más guardarse el teléfono en el bolsillo. 

viernes, 18 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 10

 Paula sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos. Su padre no se refería a la posibilidad de que perdiera el papel como bailarina principal, hablaba en general, de la imagen que tenía de ella desde que, a los diez años, la inscribió en una audición para la Royal Ballet School. No hablaba de trabajos, sueldos y críticas. Hablaba de estar a la altura de su madre, de continuar con lo que Alejandra Schulz había hecho para convertirse en una de las mejores bailarinas de ballet británicas. Estaba diciendo que ella no era lo bastante buena. Y que quizá nunca llegara a serlo. Paula miró el periódico que estaba sobre la mesa y volvió a mirar a su padre.


—Quiero que en cada clase, en cada ensayo, y en cada actuación, muestres la misma energía y el mismo compromiso que solías tener. Te lo debes a tí misma.


«Se lo debes a ella», pensó Paula. Eso era lo que su padre realmente quería decir. ¿Creía que no lo haría si pudiera? «Lo intento», deseó gritar, «pero no me sale porque ¡me siento muerta! Yo no soy ella. No tengo su talento. Ni siquiera estoy segura de tener mi propio talento. O de quererlo si lo tuviera». Por supuesto, no pronunció ninguna de esas palabras. Se humedeció los labios y se esforzó para decir:


—Tengo clase a las diez y media —se volvió sin mirar a su padre y se dirigió hacia la puerta.


Descolgó el abrigo del perchero y salió en silencio hasta la calle, donde la recibió el aire frío de la mañana. Había gente por todos sitios. 




Pedro permaneció quieto y tardó un instante en adaptarse. Después de haber pasado una semana en el glaciar, la ajetreada terminal del aeropuerto era un ataque a sus sentidos. No le importaba. Era otro tipo de aventura, otro tipo de jungla. Una que él consideraba más peligrosa, aunque estuviera más civilizada. Y, aunque no le había importado la compañía de Tomás, se alegraba de que lo hubieran recogido con una limusina en cuanto aterrizó el helicóptero. Volvía a estar solo. Y no necesitaba hablar con nadie. Ni ocuparse de nadie. Podía avanzar a su paso y elegir su camino. De pronto, sintió la vibración de su teléfono móvil en el bolsillo.


—¿Diga? —contestó nada más sacarlo.


—¡Estupendo! Me alegro de que tengas el teléfono operativo, Pedro. Desde la última vez que hablé contigo, todo ha salido mal…


Pedro esbozó una sonrisa y continuó caminando mientras el productor terminaba de despotricar. Simón siempre se ponía así después de un rodaje. 

Bailarina: Capítulo 9

 Sobre la mesa de la cocina había una gran pila de periódicos. Todo estaba en silencio y Paula apartó la vista de la pila y miró a su padre.


—¿Quieres que te los lea? —preguntó él.


Paula negó con la cabeza y miró los periódicos de nuevo. En lugar de agarrar el primero, buscó uno de la mitad del montón y lo sacó. El crítico que escribía para ese periódico siempre era el más difícil de leer. Era muy brusco y siempre resaltaba aquellos aspectos que  la inquietaban acerca de sí misma. Así que, si conseguía leer esa crítica y quitársela de en medio, el resto resultaría mucho más sencillo. Al menos, de eso intentaba convencerse. Empujó la pila de periódicos hasta un lugar donde tuviera suficiente espacio, abrió el primero y buscó la sección cultural. Allí, ocupando casi toda la página, había una foto en blanco y negro en la que aparecían Pablo y ella en el último acto. Pablo, como siempre, parecía una estatua de mármol con un cuerpo perfecto. Ella tampoco tenía mal aspecto. Se fijó en el texto que había debajo de la foto y leyó: "Impresionante. Técnicamente brillante. Paula Chaves no se equivocó en ningún paso"…


Soltó el aire que estaba conteniendo y sonrió. Se arriesgó a mirar a su padre, pero él estaba hojeando otro periódico. La infusión que él le había preparado estaba casi fría. Ella bebió un sorbo y puso una mueca. Más tranquila, comenzó a leer el artículo. Sonaba bien, pero cuando cambió de columna comenzó a ponerse nerviosa otra vez. El periodista había escrito: "Siempre he sido un gran admirador de Paula Chaves… Pero aunque su actuación en La sirenita ha sido técnicamente estupenda, creo que no ha estado a la altura de su capacidad". Paula sintió un nudo en el estómago y continuó leyendo.  "La señorita Chaves parece haber perdido la alegría y el entusiasmo que tenía de joven y, aunque aprecio su virtuosismo, creo que no ha sido capaz de plasmar la felicidad del primer amor ni el sufrimiento que provoca el deseo insatisfecho que requiere la interpretación de su papel en esta obra". Paula deseaba dejar de leer, pero no era capaz de hacerlo. "En el cuento original de Hans Christian Andersen, La sirenita era una criatura sin alma, y me temo que la interpretación de Paula Chaves tampoco la tiene". Paula no se movió. Estaba paralizada. ¿Opinaba que no tenía carácter? Retiró la silla de la mesa y se puso en pie mirando a su padre. Él no dijo nada. Algo inusual. Siempre tenía algo que decir sobre sus actuaciones, acerca de algún aspecto que pudiera mejorar la próxima vez. Pero aunque fuera muy duro con ella, también solía argumentar acerca de por qué creía que los críticos estaban equivocados.


—¿Opinas que es cierto, verdad? —preguntó ella casi en un susurro.


—No sé qué te ha pasado en el último año, Paula. No estás tan centrada como antes. Tu trabajo se resiente por ello.


Ella lo miró con ojos de súplica. Su padre era muy duro con ella, pero también se suponía que debía protegerla. ¿Por qué le decía todo aquello? ¿Por qué no podía pasar por alto la opinión de uno de los críticos? Entonces, vio algo más en su mirada. No solo estaba decepcionado, también enfadado.


—No puedes desperdiciar tu talento de esta manera. Tienes que dejar de echarlo por tierra. 

Bailarina: Capítulo 8

 Tomás le dió una palmadita en la espalda.


—¡Qué afortunado!


—No se lo cuentes a mi novia —dijo él, sonriendo.


—¿Tienes novia? —Tomás puso una mueca—. Qué lástima.


—Uy, no creo que sea tan malo, es Micaela Cross.


—¿La chica que hace los documentales de naturaleza?


Pedro asintió y Tomás silbó de nuevo.


—¡Desde luego que no es tan malo! —frunció el ceño—. ¿Pero pasarte una semana perdido con Jimena Pirelli…? ¿Tu novia no es celosa?


Pedro se rió y negó con la cabeza. Ninguno de los dos era celoso. Por eso hacían la pareja perfecta. A ambos les gustaba la libertad, y aunque estuvieran comprometidos el uno con el otro, comprendían lo destructivo que podía ser tratar de controlar a alguien.


—¿Cuándo es la boda? —preguntó Tomás.


Pedro dejó de sonreír y se encogió de hombros.


—Cuando lo decidamos —llevaban dos años comprometidos, pero como ambos viajaban mucho a causa del trabajo, era casi una relación a distancia. Algún día pondrían una fecha para la boda. Hasta entonces, les bastaba con saber que estarían juntos en un futuro—. A Mica le parece bien—añadió.


Tomás lo miró con picardía.


—Aun así, estarás a solas con Jimena en la selva, o en la montaña.


¿Quién va a contar nada? Pedro gesticuló hacia el cámara que estaba de pie, un poco más abajo.


—¿Tú quién crees?


Tomás se dió una palmada en la frente.


—Me he acostumbrado tanto a que estén por aquí que me había olvidado de que no estamos solos.


Pedro se encogió de hombros. Era fácil que eso sucediera. A veces, él realizaba alguna actividad de riesgo olvidándose de que no estaba solo y de que un cámara, un productor, y, probablemente, un experto en seguridad, seguían todos sus pasos. Se alejó una pizca de Tomás para intentar disfrutar del silencio e impregnarse de la belleza de aquel lugar, de forma que pudiera incorporarla a los recuerdos y experiencias que había vivido en otros viajes. Sin embargo, por muy impresionante que fuera un lugar, siempre se quedaba con la sensación de que podía encontrar otro mejor. Eso era lo que lo mantenía activo, la búsqueda de aventuras. En el cielo, se vió un destello plateado y él se llevó la mano a la frente para cubrirse los ojos y verlo mejor. Sí. Era el helicóptero. Había llegado el momento de marcharse en busca de la siguiente aventura. Y él no podía esperar. 

Bailarina: Capítulo 7

 Pedro se volvió hacia la cámara y sonrió antes de lanzarse desde una roca al agua del río. Él era tan… Paula no sabía cómo describirlo, pero se sentía viva cuando lo veía en la pantalla. Otro síntoma de la vida tan limitada que tenía que vivir si quería llegar a lo más alto de su profesión. El ballet debía serlo todo para ella. E igual que sentía que no sabía mucho acerca del mundo, sabía que apenas tenía experiencia con los hombres. Sin embargo, al ver a Pedro en la pantalla, deseaba aprender mucho de ambas cosas. Se sonrojó y se mordió el labio inferior. Era como si por fin hubiese descubierto su amor de la adolescencia. En aquellos momentos Pedro Alfonso era para ella y estaba dispuesta a olvidarse de las críticas de ballet y a dejarse llevar por sus cautivadores ojos marrones. Observar el amanecer desde la cima de un glaciar era la manera en que a Pedro le gustaba comenzar el día. El horizonte era azul cobalto y, a medida que el sol ascendía, tornaba a un tono más pálido.


—¡Vaya! —exclamó el actor famoso que estaba a su lado—. Es perfecto —dijo el chico.


—Sí —dijo Pedro.


Aquella imagen no podía mejorarse mucho más. Tomás Thornton y él permanecieron en silencio disfrutando de aquel momento.


—El helicóptero no tardará mucho —dijo Pedro, mirando las mochilas que estaban sobre el hielo.


Cuando se volvió de nuevo hacia la salida del sol, vió que Tomás se disponía a darle un abrazo.


—Gracias, amigo —dijo Tomás, dándole unas palmaditas en la espalda.


—De nada —contestó Pedro.


El actor se separó de él y dió un paso atrás.


—Esto me ha cambiado la vida, Pedro. En serio —se volvió para mirar el amanecer otra vez, pero continuó hablando—. Me siento como si hubiese tirado toda la porquería que he ido acumulando a lo largo de mi vida y hubiera descubierto quién soy en realidad. 


Pedro asintió sin más. Eso era lo que le sucedía a un hombre cuando pasaba una temporada insignificante en la naturaleza salvaje. Por eso a él le encantaba estar allí, o en cualquier lugar alejado de la mano del hombre, sin luz eléctrica ni cobertura de móvil. Le hacía sentirse vivo. En conexión con algo indefinible, algo más grande que él mismo.


—Nunca volveré a ser el mismo, en serio…


Pedro frunció el ceño. Normalmente viajaba solo a ese tipo de sitios. Su intención era disfrutar del silencio, aunque aquel hombre no parecía dispuesto a permitírselo. Pero eso era lo que quería la productora de televisión. No había sido idea suya rodar la quinta serie del programa acompañado de una estrella famosa. Él prefería pasar la semana solo, en un lugar remoto, enseñándoles a los espectadores cómo defenderse en ese entorno. Pero al parecer, a los productores no les parecía suficiente. Suspiró. Tampoco había sido tan horrible. El chico que tenía a su lado había sido una compañía agradable y también había resultado divertido observar cómo iba ganando confianza a lo largo de la semana.


—¿Y quién es tu próxima víctima? —le preguntó el actor.


—Jimena Pirelli.


El actor emitió un silbido de sorpresa.


—¿La tenista?


Pedro asintió. 

Bailarina: Capítulo 6

 Le dolía todo el cuerpo. Se había despertado a las seis, había realizado su clase de las mañanas y había pasado casi toda la tarde ensayando con Pablo, su pareja de baile, los cambios que el coreógrafo había decidido hacer a última hora. Y el espectáculo que parecía tan ligero y etéreo desde fuera, en realidad había sido agotador. Durante unos segundos, permaneció quieta y con los ojos cerrados.  «Respira hondo y suelta el aire despacio», se ordenó. Al cabo de un momento, abrió los ojos de nuevo. Se volvió y regresó al interior, subió por las escaleras, recogió su copa de champán y entró de nuevo en el salón para perderse entre la multitud.


Paula abrió los ojos y miró el reloj digital que tenía sobre la mesilla. Era demasiado tarde para estar despierta. ¿O demasiado temprano para levantarse? 


Siempre le pasaba lo mismo después de la noche del estreno. Estaba demasiado cansada, demasiado nerviosa, y demasiado pendiente de las críticas que se publicarían al día siguiente. Consciente de que no conseguiría nada tratando de quedarse dormida, abrió el cajón de la mesilla y sacó el mando a distancia del televisor. Al instante, una luz azulona invadió la oscuridad. Rápidamente, silenció el volumen para no despertar a su padre. Cambió de canal montones de veces en busca de algún programa interesante. Justo cuando estaba a punto de abandonar, una imagen hizo que se quedara paralizada. En la pantalla aparecía la imagen de un par de ojos marrones muy masculinos. Y una sonrisa mortal. Conteniendo la respiración, Paula subió el volumen una pizca, lo justo para poder oír. Era Pedro Alfonso. ¡Un hombre muy atractivo! Pura energía masculina y un brillo de aventura en su mirada. Su cabello oscuro caía hacia un lado de su frente y su sonrisa decoraba un rostro de barba incipiente. Ella no sabía que retransmitían programas de Fearless Pedro a esas horas de la noche. Y casi mejor, porque de haberlo sabido habría pasado las noches viendo cómo escalaba montañas y descendía cañones. Y por desgracia, una bailarina con falta de sueño no habría tenido éxito en la Royal Opera House. A veces se sentía muy vieja. Y eso no estaba bien a los veintitrés, ¿No? Sin embargo, se sentía como si se le hubiera escapado la vida entre ensayos y actuaciones, y hubiese envejecido antes de tiempo. Ni siquiera era sorprendente que, en el fondo, deseara hacer algo nuevo. 


Fijó la mirada en la pantalla del televisor y observó cómo Pedro Alfonso explicaba la manera de encontrar comida si uno tenía la mala suerte de quedarse perdido en las montañas. Ella sonrió. Nunca se había fijado en que dentro de las pinas había unas semillas que podían comerse. ¿O sí? Suponía que sí. Había tomado pasta con piñones muchas veces. Simplemente era que nunca había relacionado los pinos de montaña con el paquete de piñones que se vendía en los supermercados. Y por eso le gustaba ver Fearless Pedro. Le recordaba que era joven, y que todavía le quedaba mucho por ver y por aprender.  

miércoles, 16 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 5

 A los periodistas les encantaba sacar partido de la relación padre-hija: con titulares como: Un viudo desolado dirige la orquesta mientras su hija, la bailarina, encabeza el reparto. Tal y como habían hecho con su madre cuando estaba viva. En algunos momentos de intensa tristeza, ella lo acusaba de que, en el fondo, le encantaba que lo hicieran. Para duplicar su fama. Pero no era cierto. Él solo quería que las cosas fueran como antes, retroceder en el tiempo y resucitar a los muertos. Pero como era imposible, no le quedaba más remedio que conformarse con su segunda opción. Paula había notado que él había recuperado la alegría cuando ella se creció lo suficiente como para ponerse los zapatos de su madre y desempeñar su papel como bailarina. Pero esa noche no. Esa noche era solo para ella. Nadie haría comparaciones. Al día siguiente, las críticas hablarían de su éxito o de su fracaso, y de nadie más. 


Puesto que había utilizado a su padre como excusa, decidió acercarse a saludarlo. Avanzó entre la multitud ignorando a todos los que la miraban. Eran muchos. Aquella noche, ella era la estrella de la fiesta. Pero no quería hablar con ellos. Ni con los desconocidos, ni con aquellas personas que conocía de la compañía. La miraban como si fuera diferente a ellos, como si fuera alguien de otro planeta, y no un ser humano. En más de una ocasión tuvo que cambiar de dirección cuando le cerraban el paso, o permanecer quieta, en espera de que se abriera un hueco entre el gentío. Todos celebraban el éxito, tras el gran esfuerzo que había supuesto preparar el espectáculo de aquella noche y mostraban su alegría mediante risas y animadas conversaciones. Pero Paula no sentía nada. Ni alegría, ni nada que deseara salir con fuerza de su interior. Excepto, quizá, el deseo de gritar. Desde hacía unos años se preguntaba qué pasaría si algún día lo hiciera. ¿Cómo reaccionaría la gente si Paula Chaves, una mujer reservada, se plantara en el centro de la habitación y gritara con fuerza desde lo más profundo de su alma? La expresión de sus rostros no tendría precio.  Le gustaba aquella fantasía, porque la había ayudado a soportar numerosas fiestas, comidas y eventos. Pero ya no le parecía tan divertida, porque esa noche tenía muchas ganas de convertir la fantasía en realidad. Le apetecía gritar de verdad. Y el deseo era tan irresistible que la asustaba.


Continuó avanzando hasta donde estaba su padre y se percató de que él no la había visto llegar porque estaba conversando con el director artístico. Oyó que mencionaban su nombre. Ninguno de los dos parecía contento.¿No había actuado bien esa noche? ¿Los había decepcionado? La idea hizo que el pánico se apoderara de ella y, cuando estaba a punto de interrumpir la conversación de su padre, giró hacia la derecha y aprovechó un hueco entre la gente para alejarse de allí. Curiosamente, una vez que empezó a caminar no pudo parar. No hasta que salió de la fiesta, bajó por las escaleras hasta el recibidor, dejando la copa de champán sobre la barandilla, y atravesó la puerta giratoria para salir al exterior, donde el aire fresco de la noche acarició sus pulmones. Permaneció allí, pestañeando. ¿Qué estaba haciendo? No podía marcharse. No podía escapar. Su padre estaría esperándola. Y los patrocinadores y el personal de dirección querrían saludarla. 

Bailarina: Capítulo 4

 La estaban observando. Esperando para ver qué hacía. Su objetivo era sorprenderlos, transportarlos a otro mundo. Y cuando arqueó el brazo sobre su cabeza para iniciar una serie de pasos a través del escenario, deseó que fuera posible. Deseaba poder escapar a otro mundo. Y quedarse allí. En algún lugar nuevo, emocionante, donde nadie esperara nada de ella y no tuviera posibilidad de fracasar a la hora de alcanzar el nivel exigido. Pero esa noche, mientras provocaba que el público creyera que ella era la Sirenita, mientras la veían saltar y girar desafiando a la gravedad, sabría la verdad. Desde fuera, el ballet podía parecer algo que no requería mucho esfuerzo, pero era una actividad dura y exigente. Ella había elegido ese camino y no tenía escapatoria. No existía otro mundo. Era un espejismo.  Pero los engañaría a todos. Bailaría como una niña llena de tristeza y atrapada por la nostalgia, que desea una realidad que nunca podrá conseguir. Y no tendría que actuar, porque era la verdad. Su verdad. «No hay escapatoria. Por mucho que lo desees». Era tan cierto como el dolor de miles de cuchilladas.


—Ha sido maravilloso, cariño. Impresionante.


Paula saludó con un beso a una mujer de la que ni siquiera recordaba su nombre y sonrió.


—Gracias. Pero, el mérito es de Manuel, por ofrecerme la posibilidad de trabajar con una coreografía tan buena.


—Tonterías —dijo la mujer, moviendo la copa de champán y derramando unas gotas sobre el brazo de otra invitada.


Nadie se percató. Sin embargo, Paula era consciente de todos los detalles de la fiesta que se celebraba después de la actuación. Se fijó en los arcos de acero y cristal del salón que, en su día, había sido el famoso mercado de flores de Covent Garden. Y en cómo la gente se movía de un lado a otro con una copa de champán en la mano, gran parte de ella mirándola boquiabierta intentando que no se les notara.


—Disculpe —dijo ella con una sonrisa—. He visto a mi padre allí…


La mujer miró hacia donde ella señalaba y dijo:


—Por supuesto, por supuesto. Un hombre maravilloso y un director de orquesta con tanto talento… Debe de ser fantástico saber que está a tu lado el día del estreno. Debe de ser maravilloso sentir su apoyo.


Paula deseaba decirle que no, que no era así. A veces, quería contar que el hecho de que su padre estuviera tan pendiente de su vida no era nada positivo. Deseaba sorprender a aquella mujer contándole la de veces que había deseado que su padre fuera un obrero o un profesor de colegio. Cualquier cosa excepto director de orquesta. O que se sentara en el patio de butacas, igual que hacían los otros padres, en lugar de estar siempre bajo los focos del escenario. Quizá así, ella no se sentiría aplastada por su mirada, ni por las expectativas que él tenía sobre ella, no solo como padre, sino también como su representante y mentor. Por supuesto, no dijo nada. Sonrió de nuevo y se separó de ella.