miércoles, 23 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 16

 —Quiero ver ese salto otra vez.


Paula se levantó del suelo y miró a su pareja de baile. Manuel, el coreógrafo de La sirenita, continuó mirándolos con impaciencia.


—Sería de gran ayuda si pusieras las manos donde se supone que debes ponerlas —murmuró ella a Pablo.


Esa tarde, él estaba comportándose como un niño.  Pablo la tomó entre sus brazos, agarrándola por debajo de donde se suponía que debía agarrarla. Paula apretó los dientes, retiró su mano de la nalga izquierda y se la colocó sobre la cadera.


—Ya no te gusta divertirte —se quejó Pablo.


Ella colocó una mano sobre su hombro, otra sobre su mejilla y adoptó la postura correcta.


—Tú y yo nunca nos hemos divertido de esa manera, Pablo, y no vamos a hacerlo ahora —dijo ella, inclinando la cabeza en el ángulo correcto.


Una lástima. Porque Pablo era un hombre rubio con un cuerpo escultural, y el único hombre menor de cincuenta al que ella veía regularmente y que no fuera homosexual. Pero él no tenía ningún tipo de principios y hacía lo posible por resultar muy atractivo entre las mujeres de la profesión. Para él, coquetear era algo que estaba a la orden del día. Sin embargo, mientras el contacto físico que hubiera entre ellos fuera estrictamente profesional, Pablo  era inofensivo. La mayoría de las veces, ella lo ignoraba y conseguía llevarse bien con él pero, aquella tarde, necesitaba impresionar a Manuel y su compañero no se lo estaba poniendo nada fácil.


—Creo que las pocas bailarinas con las que no te has acostado están en los pasillos tratando de llamar tu atención. ¿Por qué no cuando termine el ensayo vas a ver si puedes satisfacer su ilusión infantil y me dejas en paz?


—Cuidado, cariño —dijo él, mientras la arqueaba hacia atrás y la levantaba en el aire—, o terminarán llamándote El Pequeño Cactus, en lugar de La Sirenita.


Después de aquello, el ensayo transcurrió con normalidad. Al menos, Paula pensaba que había salido bien. Se dejó llevar por el baile y se olvidó de todo lo demás. De las críticas, de su padre, y de la llamada de teléfono que había acelerado su corazón.


—¡No, no, no! —gritó Manuel mientras finalizaban la parte más difícil. El pianista dejó de tocar de inmediato.


—Se supone que debes ser el reflejo de una nostálgica, cariño —dijo el coreógrafo—. Intenta poner algo de sentimiento en lo que haces o el público se quedará dormido —se volvió hacia el pianista—. Desde el principio, otra vez.


Así que repitieron la escena. Una y otra vez.  Paula trató de mostrar todo lo que guardaba en su interior y se sorprendió al ver que era una larga lista. Nostalgia por la pérdida de su madre y una infancia poco aprovechada. Resentimiento hacia las personas que habían tratado de manipularla durante los últimos diez años. Y también añoranza. Lástima por no poder llevar a cabo aquella aventura compartida con un hombre de ojos marrones y sonrisa seductora. Volcó todos sus sentimientos en los pasos de baile y, cuando terminaron la escena, se percató de que estaba agotada. Se separó de Pablo y se dirigió a por la botella de agua que había dejado en el suelo, junto a los espejos. Agarró la toalla y se secó el sudor del rostro, el cuello y los hombros. Se volvió y comprobó que él la miraba con dureza.


—Veo que lo estás intentando, Paula, pero no es suficiente. Necesito más —se dirigió al pianista—. Comienza por el principio del adagio…


Paula se acercó a Pablo y se colocó en posición, ignorando un leve dolor en su tobillo derecho. El pianista comenzó a tocar y ella cerró los ojos y comenzó a moverse. Al cabo de un momento, Manuel los interrumpió.


—¡Más! —gritó mientras Pablo la levantaba por los aires—. ¡Más, Paula! ¡Necesito más! —gritó mientras ella saltaba y giraba en el aire.


Pablo la agarró en el aire, la volteó y la dejó de nuevo en el suelo.


—¡Más! —exclamó Manuel de nuevo, siguiendo el ritmo de la música con el pie.


«No tengo nada más que dar», pensó Paula. Se sentía agotada y al borde del desmayo. «Esto debe de ser suficiente». Cuando terminó la música, Pablo y ella se separaron y se sentaron en el suelo, jadeando. El coreógrafo se acercó a ellos y Paula levantó la vista para mirarlo.


—No ha sido suficiente, Paula. No sé qué te pasa, pero será mejor que te lo pienses antes del ensayo de mañana o el sábado los sustituiré a Pablo y a tí por Gabriela y Valeria. No permitiré que una bailarina poco entusiasta eche por tierra meses de trabajo. ¡Sal de la sala y no regreses hasta que estés verdaderamente preparada para hacer este papel!


Manuel tenía el rostro colorado. Paula se quedó sin habla. Miró el reloj. Todavía quedaba media hora.


—Márchate —dijo Manuel, y señaló hacia la puerta. 


Paula obedeció. Se cambió rápidamente de ropa y recogió sus cosas. Abrió la puerta de la calle y salió del estudio. Se alejó de allí caminando. Del edificio del estudio de baile, y de su vida. 

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