lunes, 28 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 30

 —No es gran cosa —añadió él, tratando de no recordar que la primera vez que tuvo que probarlas vomitó—. Sé que puedes hacerlo —le dijo, bajando el tono de voz para convencerla—. Eres capaz. Solo tienes que optar por creer que eres capaz.


Ella lo miró a los ojos y se acercó a él una pizca.


—¿Tú crees que soy capaz? —dijo ella.


Él miró la larva un instante y después a Paula.


—Sí —dijo él.


—¿De veras crees que soy capaz de meterme esto en la boca ymasticarlo?


Él asintió. 


—Sí. Completamente capaz.


Entonces, sucedió algo extraño. Los ojos de Paula brillaron del mismo modo que lo habían hecho cuando subieron a lo más alto de la isla, con una mezcla de asombro y algo prometedor. Estaba preciosa. Sin pestañear, lo miró fijamente, agarró la larva de su mano y se la metió en la boca. Sin dudarlo. Después, comenzó a masticar. Pedro se percató del momento en que la larva estallaba en su boca permitiendo que Paula degustara su sabor. Vió que ella tragaba sin escupir, aunque después se agachó y comenzó a toser. Él empezó a sentirse un poco culpable y le dió una palmadita en la espalda.


—Quizá deberíamos haberte informado de qué sabor tiene, ¿No?


—Ni lo menciones —contestó Paula antes de incorporarse otra vez.


Pedro se rió. Era valiente y divertida. Paula Chaves resultaba ser la compañera de naufragio perfecta.


 Paula se fijó en la cámara de visión nocturna que estaba atada a la entrada de la cabaña.


—¿Qué puede grabar ese aparato? —le preguntó a Pedro mientras él le entregaba otro montón de hojas de palmera.


—Todo, ¿Por qué?


Ella se volvió para extender las hojas sobre el suelo de bambú. Era la tercera capa que ponía y esperaba que Pedro estuviera en lo cierto acerca de que así dormiría mejor.


—Por nada —contestó ella.


—¡Eso significa que tendrás que comportarte! —añadió él.


Ella se sonrojó y continuó preparando la cama.


—No tendrás tanta suerte —murmuró ella, haciendo como si su comentario no la hubiera afectado.


No quería bromear de ese modo con Pedro, ni siquiera cuando él había empezado a mostrar que se sentía cómodo con ella. Bromear era parecido a coquetear, y coquetear era como fingir que podía tener todo lo que nunca podría tener. Una vez que terminó con su tarea, bajó de la cabaña y se dirigió a la playa, deteniéndose donde terminaba la arena seca. El sol comenzaba a ponerse por el oeste y desde la playa se veía muy bien. Paula sintió algo especial en su interior. 

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