miércoles, 30 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 33

 —Yo no invento los movimientos. Solo los hago. No tengo el lujo de elegir mis pasos. Solo sigo instrucciones.


—No. No me lo creo. Te he visto bailar —miró hacia el cielo un instante—. Te ví actuar en Juliet… Micaela me insistió para ir al ballet… —la miró un instante—. Ha sonado horrible. Lo siento.


—Estás perdonado.


—Te equivocas cuando dices que no eres espontánea y creativa. Aquella coreografía la llenaste de vida. Hiciste que fuera algo único.


Paula sintió que una ola de calor recorría su cuerpo al oír los halagos de Pedro. De pronto, esa sensación se desvaneció.


—Eso fue hace mucho tiempo —jugueteó con una de las hojas del suelo—. ¿No lees el periódico? Desde entonces, he perdido chispa.


Pedro no dijo nada y Paula sintió un nudo en el estómago. Después, cuando encontró el valor necesario para mirarlo, descubrió que él estaba esperando a que lo hiciera.


—No me lo creo. Y menos después de lo que he visto durante estos dos días. Pero realmente no importa lo que digan los periódicos. Lo que importa es lo que tú pienses.


Paula arqueó las cejas. Pedro continuó:


—Creo que necesitas dejar de esperar para ver si el ballet ha terminado contigo y decidir que tú has terminado con él. Es tu elección, Paual. Solo tuya.


Después, ambos permanecieron callados durante largo tiempo. Pedro permitió que ella digiriera lo que le había dicho, en silencio. «No sé lo del ballet, pero sí sé que mi elección eres tú. Eso ha sido muy fácil. No me ha costado ningún esfuerzo», pensó ella. Lo miró de reojo y vio que tenía los ojos cerrados. Al ver que estaba medio dormido, ella intentó hacer lo mismo. Pero antes, susurró:


—Gracias, Pedro.


—De nada —murmuró él.


A partir de ahí, Paula no se enteró de nada más. 


—¿No te gustaría tener un paquete de caramelos de malvavisco? — Pedro disfrutaba del contraste entre el calor del fuego y el frío de la noche. Tras recordar la cantidad de veces que había ido de acampada de pequeño, se dirigió a Paula, que lo miraba en silencio desde el tronco en el que estaba sentada—. ¿Tú nunca has ido de acampada? —preguntó con incredulidad.


Ella negó con la cabeza.


—¿Ni siquiera una vez?


Ella se mordió el labio inferior y se encogió de hombros.


—Al menos, con esta semana podrás compensar el hecho de no haberido nunca de acampada.


Ella sonrió.


—Aunque no haya malvaviscos —añadió.


En ese mismo instante, Pedro decidió que cuando regresaran a Londres le enviaría una gran bolsa de malvaviscos a Paula.


—¿Y con quién ibas de acampada? —preguntó ella—. ¿Con tus padres?


Pedro asintió.

No hay comentarios:

Publicar un comentario