lunes, 21 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 15

 —Sí funcionó, Pedro. Nos habíamos acostumbrado a mantener nuestra libertad mientras nos convencíamos de que estábamos preparados para algo más.


¿De qué estaba hablando? Él estaba preparado para algo más, ¿No era así? La miró a los ojos y ella lo miró también.


—Ahora yo sí que estoy preparada para algo más —dijo Micaela.


—Pero no conmigo —dijo muy serio.


Ella negó con la cabeza.


—Leandro quiere que vivamos en una casa grande en el campo y la llenemos de niños —sonrió—. Estoy impresionada porque he descubierto que es lo que yo quiero también. Estoy pensando en dejar el programa Amazing Planet y trabajar en algo en lo que no tenga que viajar.


—¡Te volverás loca si te quedas siempre en el mismo sitio! Siempre dijiste que no te gustaba atarte de ese modo. ¡Es un gran error, Mica! Te encanta tu trabajo.


Micaela lo miró sin pestañear.


—Me gusta más él. Quiero estar a su lado, Pedro. No soporto estar alejada de él. 


Pedro se acomodó en el taburete. Estaba loca, pero no podría convencerla. Había tomado una decisión y, aunque se arrepintiera de ella más tarde, él no iba a detenerla. Y tampoco iba a suplicarle que no lo hiciera. Había llegado el momento de terminar aquella relación. Permanecieron en silencio un par de minutos mirando a la multitud. Después, él se volvió y se percató de que Micaela lo estaba mirando.


—Esos éramos nosotros, Pedro. Turistas —Micaela se puso en pie—. Ahora quiero una experiencia de verdad. No quiero tener una relación, comprometerme y casarme, sin saber cómo es vivirlo de verdad.


Pedro estaba convencido de que se le había subido el cóctel a la cabeza. Nada tenía sentido.


—Odio pedirte esto, pero ¿Me harías un favor? ¿Puedes esperar a contar todo esto hasta que regrese de Tonga la semana que viene? No quiero que los medios de comunicación especulen sobre mi vida mientras los dos estamos fuera del país.


Él asintió. Ella podía tener todo lo que quisiera. No le importaba. Estaba descolocado. Y mejor, porque no tenía prisa por saber qué se sentía cuando se tenía el corazón roto. Ella se inclinó hacia delante y lo besó en la mejilla.


—Adiós, Pedro. Espero que encuentres lo que estás buscando.


Y entonces, se marchó. Perdiéndose entre los carritos cargados de maletas y las bolsas del duty free. El camarero dejó una cerveza delante de Pedro y él se la bebió de un trago. Le habían dado calabazas en el tiempo que habían tardado en servirle una cerveza. Estupendo.




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