miércoles, 2 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 41

 Se marchó inmediatamente hacia la casa, bajando a toda velocidad por el polvoriento camino. Cuando regresó, cargado con lo que Paula le había pedido, ella había desaparecido. La encontró unos quinientos metros más arriba, al borde del estrecho agujero. Estaba inclinada sobre él, hablando. Estaba relatando una historia sobre una valiente princesa llamada Giuliana que fue rescatada sana y salva.


–¿Has hablado con ella? –le preguntó.


–No –respondió ella con el rostro muy preocupado–, pero me pareció que si se despierta y escucha una voz familiar, no se sentirá tan asustada.


–Gracias, Paula. Ha sido una idea genial.


–¿Dónde están los demás?


–Siguen en la playa. Vendrán enseguida. La abuela de Giuliana les habrá hecho llegar ya el mensaje. Bueno, ahora ataré la cuerda a ese olivo. Tú vigila el nudo mientras yo bajo.


–No. Iré yo. ¿Has visto el tamaño de ese agujero? Tienes los hombros demasiado anchos. No podrías bajar. 



Pedro examinó el agujero y se dió cuenta de que ella tenía razón. Aquel agujero era tan estrecho que ni siquiera estaba seguro de que Paula pudiera bajar. A pesar de todo, abrió la boca para protestar. Ella le aplicó los dedos sobre los labios para impedírselo. Él saboreó la sal y el polvo que había sobre ellos, acompañados de su femenino aroma.


–No discutas conmigo, Pedro. Si yo hubiera salido a jugar con ella esta mañana, nada de esto habría ocurrido.


–No es culpa tuya –dijo Pedro mientras colocaba la cuerda alrededor del cuerpo de Paula y se la ataba con fuerza–. No has hecho nada malo.


Ella lo miró con sus profundos ojos azules. Algo ocurrió entre ellos, algo que atravesó el pecho de Pedro y le llegó hasta el alma.


–Gracias, Pedro, pero así es como me siento. Ahora, ¿Cómo bajo?


–No te preocupes. Yo me ocuparé de eso.


La siguiente hora fue una pesadilla para Paula. Nunca le habían gustado los espacios pequeños y oscuros. Verse confinada en aquel espacio tan pequeño le provocaba sensaciones de claustrofobia que evocaban recuerdos de su primera noche en prisión. Tras una entrada muy estrecha, el agujero se hizo un poco más amplio. Lo mejor de todo fue que encontró a Giuliana consciente.


–Tranquila, cariño. Ya estás a salvo.


Se quitó la cuerda para que Pedro pudiera enviarle el botiquín. Tras evaluar las heridas de la pequeña –raspones, arañazos y una muñeca rota– le efectuó las primeras curas, le vendó la muñeca y la tranquilizó mientras le ataba la cuerda alrededor del pecho. Entonces, tiró de la cuerda para que Pedro la subiera. Esperó que la evaluación de sus heridas hubiera sido la correcta porque no podían dejarla allí durante más tiempo. Por fin, cuando los fuertes brazos de Pedro la subieron a ella al exterior, se sintió profundamente aliviada. Los demás habían llegado ya y estaban rodeando a Giuliana.


–¿Cómo está? –preguntó.


–Se pondrá bien, pero vamos a tener que llevarla a tierra firme para que la examinen –le dijo Pedro mientras la tomaba entre sus brazos.


Paula se dejó abrazar y apoyó la cabeza contra el pecho de él para recuperarse. El corazón le latía con fuerza y respiró profundamente, para tratar de absorber la paz que le transmitía aquel abrazo. De repente, fue consciente del ruido que les rodeaba y levantó la cabeza. Entonces, se dió cuenta de que se trataba de aplausos y de vítores. Todos la miraban con admiración y aplaudían muy contentos.


–Gracias, Paula –le dijo Adrián antes de besarla en ambas mejillas–. Has salvado a nuestra niña.


Su madre se acercó a continuación, la amable mujer que tan bien se había portado con Paula, y luego se acercaron todos los demás. Uno a uno, fueron abrazándola y besándola mientras que Pedro no dejaba de sostenerla, como si supiera que las piernas no iban a poder sujetarla. Ella sintió una calidez que no había conocido en lo que le parecía una eternidad de frío y miserable aislamiento, una sensación que parecía irradiar de su interior mientras el cuerpo le vibraba de felicidad. 

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