viernes, 4 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 49

 Dobló ligeramente las rodillas y apretó las caderas contra las de ella, gozando en la fricción que conseguía contra el cálido centro de su feminidad.


–Sí... –gimió ella contra su boca. Le tiraba tan fuerte del cabello que casi le hacía daño.


Entre los brazos de Pedro, adoptó una actitud frenética. Tenía la respiración entrecortada cuando apartó la boca de la de él para mordisquearle el cuello. Él se movió una vez más contra ella. Entonces, Paula levantó una pierna y se la enganchó alrededor del muslo, como si tratara de subirse más a él. Aquello era mucho más de lo que un hombre era capaz de soportar. Le colocó las manos en la cintura y la levantó. Vió con satisfacción cómo ella le rodeaba la cintura con las piernas y entrelazaba los tobillos como si estuviera cerrando una trampa. Pedro le pegó con fuerza la espalda a la pared y vió cómo el rubor del deseo le cubría las mejillas, la larga línea del cuello, el seno de puro alabastro, rematado con una delicada punta de color rosa. Jamás había visto nada tan excitante ni tan hermoso en toda su vida. Se detuvo durante un instante, bebiendo en aquella bella imagen, dejando que la ternura se peleara con el deseo más primitivo. Entonces, ella le acarició la bragueta de los pantalones, provocando que las necesidades de su cuerpo borraran todo lo demás. Entre los dos, bajaron la cremallera. De algún modo, Pedro se apartó la ropa interior sin ni siquiera molestarse en desabrocharse el cinturón. A continuación, deslizó las manos sobre los muslos de Paula para levantarle la falda. Cuando llegó a la ropa interior, tenía la intención de apartarla lo suficiente, pero juzgó mal su fuerza y se la desgarró.


–Paula...


Ella abrió los ojos. Su mirada azul tenía un aspecto febril que indicaba claramente el deseo que sentía. Su abandono era total, precisamente lo que Pedro había esperado encontrar. Con la poca cordura que le quedaba, recordó sacar la cartera. ¿Llevaría un preservativo? No solía dejarse llevar por aventuras sexuales, pero no había olvidado las costumbres de su juventud. Paula lo besó apasionadamente y apretó las piernas, obligándolo a acercarse más a ella. La erección se irguió, rozándole delicadamente el suave vello. El pulso de Pedro se aceleró mientras se movían juntos con la más antigua de las danzas. La excitación llegó a su punto más alto. Con una mano en uno de los senos de Paula y la otra en la pierna, consiguió acoplar su ritmo al de ella. Cada movimiento incrementaba el deseo que ambos sentían. Era tan maravilloso estar junto a ella. Pedro levantó un poco las caderas, gozando con el modo en el que ella temblaba. Un movimiento más y conseguiría... Paula se alzó un poco más y él consiguió colocarse perfectamente. Demasiado perfectamente. Había penetrado ligeramente su cálido y húmedo placer. Apretó los dientes. Le colocó las manos en las caderas y se preparó para retirarse. Lo único que tenía que hacer era encontrar la fuerza de voluntad para resistir la tentación. Solo tardaría un instante y luego... 

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