miércoles, 30 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 32

 Pedro se rió también, y al ver que ella no bromeaba, se calló.


—Desde que me puse los primeros zapatos de ballet, la gente empezó a observarme de cerca —dijo ella—. Querían ver si tenía el mismo talento que mi madre. Se alegraron al ver que así era. Ella sobretodo. Murió cuando yo tenía ocho años y después yo sentía que el baile me hacía estar conectada con ella. Era como si al bailar pudiera hablar con ella —arrugó la nariz y miró a Pedro—. Parece una tontería, ¿No es cierto?


—No —Pedro la miró muy serio—. Parece que eras una niña pequeña que echaba de menos a su madre.


Curiosamente, Paula sonrió al oír sus palabras. Pedro tenía una manera muy práctica de decir las cosas. Sabía lo que quería decir y lo decía. Sin más.


—Crecí creyendo que el ballet era lo que más amaba del mundo, pero creo que lo confundí con el recuerdo de mi madre. Ahora no estoy segura de si alguna vez lo he amado de verdad. Es una actividad demasiado exigente. Y yo no puedo dar más. 


Paula dejó de hablar y esperó a comprobar los efectos de su confesión. Sin embargo, no sucedió nada. Todo seguía en su sitio y, ni siquiera Pedro parecía asombrado por sus declaraciones. Sintió que se quitaba un gran peso de encima. Por fin lo había dicho. Y había resultado muy fácil.


—Siempre pensé que había elegido ser bailarina pero, mirando atrás, me doy cuenta de que eligieron ese camino por mí. Era el sueño de mi madre, no el mío. Pero lo lucía con orgullo, igual que el broche de zafiros que me dejó —cerró los ojos antes de decir el resto—. Me siento muy desagradecida porque sé que hay cientos de bailarines que matarían por tener mi vida. Es terrible tener un don que no quieres tener y la responsabilidad de sacarle el máximo partido.


La voz de Pedro era cálida en la oscuridad.


—Déjalo. Encuentra algo que te apasione. La vida es demasiado corta, Paula.


Ella abrió los ojos y lo miró. Hablaba en serio, ¿Verdad? Tragó saliva. Incluso una semana antes, si alguien le hubiese dicho tal cosa, ella se habría reído porque lo consideraba imposible. Esa noche, ni siquiera sonreía. ¿Podría dejarlo todo y ser libre? No lo sabía. No estaba segura de si tendría la fuerza necesaria. Para alguien como Finn era fácil decir tal cosa. Se colocó de lado para mirarlo y apoyó la cabeza en la mano.


—Yo no soy como tú —dijo ella—. Ojalá lo fuera.


Pedro sonrió.


—¿Deseas pesar el doble, tener fama de guaperas y necesitar un buen afeitado?


Paula sonrió.


—No —dijo ella—. Me refería a que me gustaría vivir el momento, ser espontánea y creativa.


Pedro parecía asombrado.


—¡Eres bailarina de ballet! ¡Por supuesto que eres creativa!


Ella negó con la cabeza. 

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