miércoles, 23 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 18

 Ella miró a la cámara con los ojos entornados y comenzó a avanzar por la playa, hacia su amor secreto. Si permanecía cerca de Pedro, ese aparato tendría que enfocar a algo más que no solo fuera ella. Diego la siguió con su cámara.


—Puedes hacerte pasar por alguien autosuficiente, si quieres, pero la tormenta avanza rápidamente y dudo que vayan a enviar la lancha para recogerte y llevarte al hotel —le dedicó una sonrisa y Paula se quedó paralizada—. Me temo que tienes dos opciones —añadió Pedro—. O dejas la cámara y nos ayudas a construir un refugio lo bastante grande para los tres, o sacas todas las tomas que quieras y cuando hayamos terminado de construir nuestro refugio para dos, nos aseguraremos de que puedas grabarnos saludándote desde un lugar cálido y seco.


«Es justo», pensó Paula. Quizá a Diego no le gustara, pero al menos tenía elección. Diego se quejó y se colgó la cámara al hombro.


—De todos modos tengo que sacar la funda de lluvia —murmuró—. Pero tendré que grabar parte del tiempo, o Simón me despellejará vivo. 


—Pues serías una bonita alfombra para su oficina —dijo Pedro, sacó un cuchillo enorme y comenzó a cortar palos de bambú, casi tan grandes como el brazo de Paula.


Ella lo observó con curiosidad. Era extraño sentirse completamente innecesaria. Normalmente, cuando estaba en el trabajo todo giraba en torno a ella. No se había percatado de que daba por hecho que siempre fuera así. Era como si Pedro se hubiese olvidado por completo de que ella estaba allí. Paula tosió. Pedro cortó otro bambú. Ella tosió de nuevo.


—¿Hay algo que pueda hacer?


Pedro se volvió y la miró.


—Sí. Ve a buscar hojas de palma y pártelas por la mitad —sacó una navaja plegable del bolsillo y la tiró al suelo.


Paula se agachó para recogerla. La abrió y la miró. No recordaba haber tenido algo así en la mano en toda su vida. No era una herramienta necesaria en los jardines de Notting Hill. Ni siquiera sabía cómo abrirla sin hacerse daño. Estuvo a punto de comentarlo, pero decidió no hacerlo. Quería algo diferente, ¿No? Entonces, no tenía sentido quejarse de que lo diferente no fuera tan agradable como ella había imaginado. Desde luego, no imaginaba que se sentiría como un pez fuera del agua. ¿Hojas de palma? Miró a su alrededor y vió que había muchas a su alrededor. En menos de diez minutos había recogido bastantes. Las llevó hasta donde estaba Pedro y las dejó en el suelo. Él se acuclilló y miró a su alrededor como si buscara algo. Paula confiaba en que no estuviera buscando serpientes. En realidad, no le importaba lo que estuviera buscando, o qué le pidiera que hiciera. Había visto todos los episodios de su programa y sabía que podía cuidar de sí mismo en la jungla. Y de ella. Así que, cuando Pedro le pidió que limpiara un trozo de suelo con un palo, ella obedeció y no pensó más en las serpientes. Después, él le enseñó a hacer una cuerda con lianas y plantas trepadoras y ella practicó hasta que se le entumecieron los dedos del frío. 

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