viernes, 4 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 47

 Paula metió su otro par de zapatos en su maleta. Menos mal que no tenía muchas cosas. Así, habría terminado de recoger sus pertenencias en un suspiro. Después, hablaría con Adrián. Seguramente, el guardaespaldas podría decirle lo que tenía que hacer para salir del país y poder perderse entre la multitud de una gran ciudad de Inglaterra. Lo único que pedía era anonimato y no tenía esperanza alguna de conseguirlo allí en Italia. Agarró una camisa y la colocó encima de los zapatos mientras trataba de contener las lágrimas. ¿Qué le ocurría? Hasta que lloró cuando el accidente de Giuliana, llevaba años sin hacerlo. En aquellos momentos, lo único que quería era acurrucarse y dejarse llevar por la autocompasión. Era como si sus defensas se hubieran desmoronado, dejándola presa de una debilidad a la que pensaba que había derrotado años antes. Miró hacia tierra firme y observó las luces de la pequeña localidad en la que habían estado. Hacía unas horas, se había sentido inmensamente feliz, más de lo que hubiera creído posible. Había gozado con la atención y la aprobación que le dedicaba Pedro. Se había convertido en una mujer a la que apenas reconocía, una mujer que podría creer que realmente pasaban cosas buenas. Pensaba que él podía ir más allá de las apariencias para ver la mujer que era realmente. O más bien la que había sido antes de que la vida le dejara sus cicatrices. Había creído que había una posibilidad entre ellos... Eso era ya imposible. Trató de asegurarse de que él se mostraba tan amable con ella porque quería convencerla de que firmara el contrato. Sin embargo, rechazó la idea. ¿Por qué? Porque se había enamorado de él. Como si a Pedro le importara. Tal vez los años que había pasado en prisión le habían nublado su buen juicio y la predisponían a sucumbir a la más pequeña muestra de cariño. Estaba lista para la pasión y mucho más. Para la ternura, algo que se le había negado durante mucho tiempo. Esa debía de ser la razón. ¿Cómo si no se podía explicar que se hubiera enamorado de Pedro con tanta facilidad? Había tomado la decisión correcta. Debía seguir con su vida. Al día siguiente, sería una mujer anónima en Londres.


–¿Qué es lo que crees que estás haciendo?


La voz de Pedro resonó en el dormitorio. Paula se echó a temblar y agarró con fuerza su ropa.


–Estoy haciendo las maletas –respondió sin darse la vuelta.


Cuando él volvió a hablar, estaba ya junto a ella, tan cerca que sus palabras parecían acariciarle el cuello.


–De eso nada.


Paula se dió la vuelta y dejó caer la ropa al suelo.


–¿Cómo has dicho? No creo que puedas decirme lo que tengo que hacer –le espetó, tratando de fingir una actitud desafiante que no sentía.


–Tú no eres la clase de mujer que sale huyendo cuando las cosas se ponen feas.


–¡Pues mira cómo lo hago! –exclamó ella. Se volvió de nuevo hacia su maleta, pero Pedro le agarró el brazo y la obligó a que se diera la vuelta.


–Tú no eres una cobarde.


–Esto no tiene nada que ver conmigo. ¿Y Giuliana? Ella se ha visto envuelta en todo esto.


–Estás utilizando a Giuliana como excusa.


–¿Como excusa? ¿Es que no has comprendido lo que ha pasado esta mañana? –le preguntó mientras señalaba con el brazo hacia tierra firme–. He visto lo que una muchedumbre es capaz de hacer. No quiero que Giuliana ni nadie se vea en peligro por mi culpa.


Con eso, tiró del brazo y se soltó de él. Entonces, se dirigió hacia la puerta y le indicó que se marchara. Él la siguió, pero tan solo para colocarse frente a ella. 

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