miércoles, 16 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 4

 La estaban observando. Esperando para ver qué hacía. Su objetivo era sorprenderlos, transportarlos a otro mundo. Y cuando arqueó el brazo sobre su cabeza para iniciar una serie de pasos a través del escenario, deseó que fuera posible. Deseaba poder escapar a otro mundo. Y quedarse allí. En algún lugar nuevo, emocionante, donde nadie esperara nada de ella y no tuviera posibilidad de fracasar a la hora de alcanzar el nivel exigido. Pero esa noche, mientras provocaba que el público creyera que ella era la Sirenita, mientras la veían saltar y girar desafiando a la gravedad, sabría la verdad. Desde fuera, el ballet podía parecer algo que no requería mucho esfuerzo, pero era una actividad dura y exigente. Ella había elegido ese camino y no tenía escapatoria. No existía otro mundo. Era un espejismo.  Pero los engañaría a todos. Bailaría como una niña llena de tristeza y atrapada por la nostalgia, que desea una realidad que nunca podrá conseguir. Y no tendría que actuar, porque era la verdad. Su verdad. «No hay escapatoria. Por mucho que lo desees». Era tan cierto como el dolor de miles de cuchilladas.


—Ha sido maravilloso, cariño. Impresionante.


Paula saludó con un beso a una mujer de la que ni siquiera recordaba su nombre y sonrió.


—Gracias. Pero, el mérito es de Manuel, por ofrecerme la posibilidad de trabajar con una coreografía tan buena.


—Tonterías —dijo la mujer, moviendo la copa de champán y derramando unas gotas sobre el brazo de otra invitada.


Nadie se percató. Sin embargo, Paula era consciente de todos los detalles de la fiesta que se celebraba después de la actuación. Se fijó en los arcos de acero y cristal del salón que, en su día, había sido el famoso mercado de flores de Covent Garden. Y en cómo la gente se movía de un lado a otro con una copa de champán en la mano, gran parte de ella mirándola boquiabierta intentando que no se les notara.


—Disculpe —dijo ella con una sonrisa—. He visto a mi padre allí…


La mujer miró hacia donde ella señalaba y dijo:


—Por supuesto, por supuesto. Un hombre maravilloso y un director de orquesta con tanto talento… Debe de ser fantástico saber que está a tu lado el día del estreno. Debe de ser maravilloso sentir su apoyo.


Paula deseaba decirle que no, que no era así. A veces, quería contar que el hecho de que su padre estuviera tan pendiente de su vida no era nada positivo. Deseaba sorprender a aquella mujer contándole la de veces que había deseado que su padre fuera un obrero o un profesor de colegio. Cualquier cosa excepto director de orquesta. O que se sentara en el patio de butacas, igual que hacían los otros padres, en lugar de estar siempre bajo los focos del escenario. Quizá así, ella no se sentiría aplastada por su mirada, ni por las expectativas que él tenía sobre ella, no solo como padre, sino también como su representante y mentor. Por supuesto, no dijo nada. Sonrió de nuevo y se separó de ella. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario