viernes, 25 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 22

 El sonido del agua al chocar sobre las hojas del tejado, provocó que Paula continuara despierta. Al menos, eso era de lo que ella trataba de convencerse. El ruido y el frío. Y la dureza de los palos de bambú, por supuesto. Nada más. No la sensación de que su vida estuviera patas arriba. Ni la atracción que sentía hacia el hombre que estaba tumbado a su lado. No, esas cosas no la molestaban. Suspiró y se tumbó de espaldas. Le dolía todo el cuerpo y, posiblemente, al día siguiente estuviera magullada. No podría bailar durante días… De pronto, sintió un nudo en el estómago. Bailar. No pensaba bailar durante los siete días siguientes, ¿No? Así que tampoco debería importarle. Además, tampoco estaría para la actuación de La sirenita del sábado. Gabriela estaría encantada de ocupar su lugar. Así que no tenía necesidad de ensayar.


Se sentó y se abrazó las rodillas contra el pecho. Todo el mundo estaría furioso con ella. Pablo. Su padre. El coreógrafo. El director artístico de la compañía… La lista era interminable. Había decepcionado a todos. Un sentimiento de culpa se apoderó de ella, pero, al fin y al cabo, llevaba meses decepcionándolos. ¿Quién quería a una especie de robot sin alma como pareja de baile? ¿Como bailarina principal? ¿O como hija? Y ese día había visto la misma expresión de duda en la mirada del hombre con el que tendría que pasar toda la semana. Él no pensaba que ella fuera a sobrevivir en la isla. Paula volvió la cabeza para mirar a Pedro. Pero no pudo verlo. Estaba demasiado oscuro. Deseaba darle un codazo en las costillas y decirle que estaba equivocado. No lo hizo. Sobre todo porque temía que estuviera en lo cierto. Escapar de su vida habitual había sido una fantasía maravillosa. Pero eso era todo, una fantasía. Una lástima que no se hubiera dado cuenta antes de convertirla en realidad. De ese modo no estaría atrapada en una isla desierta con un cámara que grababa cada uno de sus movimientos y un hombre que veía en ella lo que todos los demás. Una decepción. Y para empeorar las cosas, era muy probable que hubiese terminado con su carrera profesional. ¿En qué había estado pensando? En nada. Simplemente había reaccionado ante la continua presión que tenía en su vida. Y había tomado una decisión precipitada que había afectado a todas las áreas de su vida. La única decisión precipitada que había tomado en su vida. Debería estar agradecida por la vida aburrida que tenía. Al menos, la semana anterior tenía una vida.


Pedro se cambió de postura y ella sintió que le daba un pequeño vuelco el corazón. Despacio, se tumbó de nuevo, de forma que quedó enfrentada a él en la oscuridad. Al sentir el calor de su respiración sobre la mejilla, se le aceleró el pulso. Aquello era ridículo. Reaccionaba ante cada uno de sus movimientos como si fuera una adolescente enamorada. Al menos, imaginaba que eso era lo que sentían las adolescentes. Nunca había tenido tiempo para enamorarse a esa edad. Se había dedicado a bailar para superar la muerte de su madre. Mientras bailaba, no pensaba en nada más y así podía disimular su dolor. Pero llegó un momento en que ya no sentía nada. Incluso dejó de echar de menos a su madre. Cerró los ojos y notó que el resto de su cuerpo seguía en alerta ante la presencia de Pedro. Era como si las hormonas de la adolescencia se hubiesen apoderado de ella. Todas las relaciones que había tenido habían sido breves e insatisfactorias, entre otras cosas, porque en su carrera profesional no existían los fines de semana. Y de pronto, una noche en la que no podía dormir, encendió el televisor y, al ver a Pedro, se enamoró como una adolescente. Pero normalmente, las adolescentes no solían tener la oportunidad de pasar una semana a solas con su ídolo de la televisión. Y ese era el problema. A ella le habían ofrecido la oportunidad y estaba sufriendo las consecuencias. Respiró hondo y soltó el aire despacio. 


No había vuelta atrás. Aunque Pedro Alfonso pensara que ella era una mala substituta de la tenista sexy que se suponía debía estar tumbada a su lado. En medio de todas las dudas y temores que la invadían por dentro, sucedió algo. Era como si la semilla de la decisión y la perseverancia hubiese florecido en su interior. La misma semilla que la había ayudado a sobrevivir en el conservatorio de ballet y en los primeros días de trabajo en la compañía, y que la había hecho llegar hasta el éxito. Paula cumpliría con cada tarea y seguiría todas las instrucciones al pie de la letra. Al día siguiente, le demostraría a Pedro y a su acompañante, de qué madera estaba hecha. 

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