miércoles, 9 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 56

 –Nada ha cambiado. ¿Ves? He vivido con esto y lo sé...


–Cara... –susurró él mirándola tiernamente a los ojos–. Tienes que confiar en mí, al menos durante un poco más.


–Yo...


–Deja que te ayude, Paula –susurró Pedro mientras le acariciaba tiernamente la mejilla–. Déjame que intente arreglarlo. Por favor...


Aquella profunda voz provocaba explosiones de gozo en sus sentidos. La cabeza le daba vueltas. Pedro se acercó a ella y le rozó los labios con los suyos tan tiernamente que estuvo a punto de desatarla. El corazón comenzó a latirle con fuerza, pero ella retiró la cabeza.


–¡No hagas eso! –exclamó–. No quiero que me beses...


–Mentirosa –susurró él. Acercó de nuevo la boca a la mejilla de Paula y la besó en la comisura de la boca.


–¡He dicho que no! No tienes que seducirme, ¿Recuerdas? Ya sabes la experiencia sexual que tengo. No tienes nada más que demostrar.


–No tienes ni idea, ¿Verdad, cara? No se trata de demostrar nada, a excepción de lo mucho que te deseo. Y lo bien que estamos juntos.


Con un rápido movimiento, se sacó la camisa de los pantalones y se la quitó. Paula observó el musculado torso de Pedro y contuvo el aliento.


–Te deseo, Paula. Del mismo modo que tú me deseas a mí – añadió. Se quitó los zapatos y se inclinó para hacer lo mismo con los calcetines.


Paula dió un paso atrás, sintiendo que su resistencia se desmoronaba al escuchar aquellas palabras. ¿No hacía falta más para convertirla en barro entre sus manos? Tocó el colchón con la parte trasera de los muslos y pensó en escapar de él, pero no encontró la energía suficiente para hacerlo. Mientras ella lo observaba, Pedro se quitó los pantalones, teniendo cuidado de sacarse la cartera del bolsillo antes de dejarlos caer al suelo. Paula lo había visto en bañador, pero jamás lo había visto desnudo. Quería extender una mano para trazar las líneas de su cuerpo. Quería... Pedro sacó un preservativo y lo dejó sobre la mesilla de noche antes de tirar también la cartera al suelo. Ver aquel paquete despertó el deseo en el vientre de ella. Observó cómo él retiraba la maleta de encima de la cama y esparcía todas sus pertenencias por el suelo. No podía creer que estuviera completamente inmóvil, esperando a que él la tocara. Ansiaba sentir la pasión y la calidez del cuerpo de él. Casi no le importaba que todo aquello fuera una ilusión. Lo que él le hacía era magia y no podía darle la espalda. Al menos, todavía no.


–Carissima...


Él la tomó entre sus brazos como si fuera muy frágil. En aquella ocasión, se tomó su tiempo, aprendiendo su cuerpo con una dedicación que hizo que ella gritara de placer y de desesperación.Cuando ella le deslizó las yemas de los dedos por la cadera y por la entrepierna, él contuvo el aliento. Cuando le mordió en el cuello, Pedro gimió de placer y cuando ella le agarró el miembro con la mano, la tumbó de espaldas y la inmovilizó con el peso de su cuerpo.


–Si haces eso otra vez, esto terminará en cuestión de segundos –gruñó. 

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