lunes, 14 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 67

 No le había dejado nunca ninguna mujer. Odiaba los sentimientos encontrados que estaba experimentando. Le hacían sentir... alarmantemente fuera de control. Se levantó también, dispuesto a impedirle que se marchara. Sin embargo, cuando se acercó a ella, se encontró que ella lo miraba con desdén.


–Ahora soy una mujer libre y ya es hora de que me comporte como tal.


–La prensa irá por tí. Con el caso abierto, el interés se reavivará...


–No me importa. Al menos ahora ya no me podrán llamar asesina. Ni podrán impedirme que consiga un trabajo.


–¿Quieres trabajar?


–Por supuesto que quiero trabajar. ¿Qué elección tengo?


–Bueno, siempre te queda la posibilidad de vender tu historia. Te pagarían todavía más ahora que has compartido mi cama.


Pedro lamentó aquellas palabras en cuanto terminó de decirlas, pero se sentía traicionado y engañando. Paula lo miró como si no lo hubiera visto nunca antes. Le recorrió el rostro con una penetrante mirada.


–Tal vez lo haga. Después de todo, no firmé ningún documento contigo, ¿Verdad?


Para Pedro fue un golpe muy duro ver cómo se marchaba, tras convertirse en la mujer de hielo que había sido antes. Quería suplicarle que no lo hiciera, pero los Alfonso no suplicaban jamás. Además, estaba seguro de que ella no iba a escucharle.


–Adiós, Pedro.


Con eso, se dió la vuelta y se marchó.





El otoño llegó anticipadamente a Londres. El viento azotó la ciudad, haciendo volar el abrigo de segunda mano que Paula llevaba puesto. El frío no le molestaba. Estaba acostumbrada a sentirse fría, lo que había ocurrido aquel día en Roma cuando Pedro se había deshecho de ella sin dudarlo. Había sido un día muy largo y necesitaba un pequeño descanso antes de empezar el turno de noche. Le estaba costando encontrar trabajos, hasta los de camarera, y ya debía algo de alquiler. Cuando volviera a empezar su turno, tenía que estar al cien por cien. Una taza de té y veinte minutos con los zapatos quitados serían una delicia. Estaba calculando si tendría bastante dinero para comprarse algo de comer cuando un hombre se acercó a ella. Automáticamente, ella se echó a un lado y él también. Paula se fue hacia el otro lado y él realizó la misma maniobra. Fue entonces cuando se fijó en los brillantes zapatos del hombre que le bloqueaba el paso. Siguió mirando y vió un traje hecho a medida y un abrigo de cachemir. Contuvo el aliento al notar un aroma que no olvidaría jamás, aunque viviera hasta los cien años.


–¡Pedro!


Había pensado en él a menudo, pero se alegró de volver a ver su hermoso rostro, tan familiar y tan querido. El corazón se le aceleró tanto que decidió meterse las manos en los bolsillos por si no podía evitar abrazarse a él, tal y como hacía siempre en sus sueños. 

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