lunes, 7 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 53

 Pedro negó con la cabeza. ¿Cómo podía explicarle que creía en la inocencia de ella? En lo más profundo de su corazón, estaba convencido de que Paula no era la mujer que todos habían creído. Sin embargo, había estado demasiado cegado por el deseo y el resto de sentimientos salvajes que ella inspiraba en él y demasiado horrorizado por lo que tendría que afrontar si ella era inocente. La enormidad de cómo la había fallado.


–Sabía que no eras la mujer que habíamos pensado. Sabía que no eras del todo culpable.


–Del todo culpable –repitió ella–. Qué bonito. Es decir, que solo era un poco culpable. ¿En qué parte? ¿Tal vez que no maté a Luca pero que me acosté con él por su dinero? ¿Es eso lo que habías pensado?


–¡No! No hables así ¡No estaba pensando! ¿De acuerdo? No había planeado demostrar nada excepto lo bien que estaríamos los dos juntos. ¿Satisfecha?


–No, ya veo que no estabas pensando –dijo ella. Estaba muy pálida–. Si hubieras pensado, te habrías dado cuenta de que mi virginidad no es prueba alguna de que yo no sea una asesina. El tribunal rechazó mi petición para hacerme una prueba de virginidad, ¿Lo recuerdas?


–Lo siento... Eso debió de ser horrible.


Paula parpadeó y lo miró fijamente como si lo estuviera viendo por primera vez.


–Fue como si me violaran delante de todo el mundo. Mi inexperiencia no demuestra que yo sea inocente –dijo, con voz suave– . Por lo que tú sabes –añadió ella–, yo estaba engañando a tu hermano, como dijeron, prometiéndole sexo a cambio de joyas y dinero. El hecho de que no me abriera en realidad de piernas para él no importa.


–¡No hables así!


–¿Y por qué no? Eso es precisamente lo que acabo de hacer ahora mismo...


–No. No lo es –protestó Pedro. 


Ella no podría reducir lo que acababan de compartir a algo tan bajo. Había sido salvaje y sin control, pero no había sido solo sexo. Había sido... Maldita sea. No comprendía lo que había sido, pero sí que había sido algo especial. Le agarró la otra mano y la sábana cayó al suelo. Minutos antes, no había podido apartar la mirada de su cuerpo desnudo, pero en aquel momento, tan solo podía mirarla a los ojos. Ella, por su parte, lo observaba con una altivez que lo helaba hasta la médula. Entrelazó los dedos con los de ella.


–Lo que ha ocurrido no es así.


–¿Qué ha sido entonces? Tú ni siquiera me creíste...


–Te creí –dijo él.


No conscientemente. Pedro había evitado pensar en lo sucedido y había tomado el camino más fácil. Resultaba más sencillo no enfrentarse a sus dudas y refugiarse en su papel de hermano justiciero.


–Mentiroso...


–No. Sabía que no eras la mujer que la acusación nos estaba haciendo creer. Sabía que eras cariñosa y afectuosa, que tus instintos eran generosos y no egoístas. Mira cómo salvaste a Giuliana. Mira el modo en el que te enfrentaste a esa gentuza para protegerla. 

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