miércoles, 16 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 3

 Cuarenta y ocho horas antes.



Paula permaneció quieta entre los bastidores mientras las bailarinas de la compañía pasaban a su lado hacia el escenario de la Royal Opera House. «Respira», se ordenó. «Tranquila. Has ensayado estos pasos miles de veces. Tu cuerpo sabe muy bien lo que tiene que hacer. Confía en él». Era demasiado tarde para que ensayara de nuevo. En cuestión de minutos entraría en el escenario. Aun así, no pudo evitar ensayar los movimientos sin desplazarse del sitio. «Haz como si fuera el ensayo general», se dijo, pero no lo consiguió. No era un ensayo, sino la noche del estreno. Y el entorno no le resultaba familiar. Ni por los bailarines ni por el público. Representaba un papel nuevo creado en exclusiva para ella. Para poner a prueba a la niña prodigio, para demostrar que la joven bailarina no había perdido la chispa después de siete largos años en la profesión. Se suponía que, el ballet de La sirenita, iba a silenciar las críticas que durante años habían anunciado que Paula Chaves triunfaría puntualmente y que su fama se extinguiría enseguida. Lo llevaban vaticinando desde que cumplió los veinte años y, tres años después, cada vez que se ponía las zapatillas de ballet sentía que el cumplimiento de aquella predicción era inminente. No podía suceder esa noche. Su padre quedaría destrozado. Intentando no pensar en ello, comprobó el estado de su vestuario. Llevaba un vestido con caída que le llegaba hasta las rodillas. Varias capas de gasa de color azul oscuro, turquesa y aguamarina. Y en lugar de llevar el cabello recogido, llevaba la melena suelta sobre los hombros y los mechones delanteros sujetos hacia atrás para despejarle el rostro. Se contuvo para no tocar las horquillas, consciente de que estropearía su peinado. 


La orquesta comenzó a tocar una nueva pieza de música. No faltaba mucho tiempo. Debía concentrase y respirar hondo. Cerró los ojos y soltó el aire despacio. Tras sus párpados apareció la imagen de unos ojos masculinos y oscuros que se entornaban debido a la sonrisa de una boca que ella no podía ver. Paula abrió los ojos. ¿De dónde había salido esa imagen? El corazón comenzó a latirle con fuerza. Maldita sea. Necesitaba controlar sus pensamientos. Tenía que salir al escenario en menos de un minuto. Negó con la cabeza y suspiró. Y entonces, sucedió de nuevo. Pero esa vez con los ojos abiertos. Y esa vez pudo ver que el hombre sonreía. Debía de ser el estrés. El hecho de haber estado preparándose durante semanas para aquel momento, la había afectado. Otros bailarines le habían contado que a veces, antes de una actuación, tenían pensamientos extraños, pero a ella nunca le había pasado. ¿Y por qué pensaba en aquel hombre al que ni siquiera conocía? ¿Por qué invadía su pensamiento en ese momento crucial? Resultaba muy inquietante. Lo que menos necesitaba. Los violines comenzaron a tocar la melodía que indicaba que tenía que entrar a escena. Por fortuna, había ensayado tanto que su cuerpo reaccionó como si fuera un acto reflejo y salió al escenario sin verse afectada por el hecho de no estar del todo concentrada. Hubo un instante de silencio, una pausa en la música, y ella percibió que el público contenía la respiración. 

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