lunes, 21 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 14

 Micaela lo estaba esperando en uno de los bares del aeropuerto. Era una lástima que solo tuvieran una hora para estar juntos y que no pudieran ir a comer a Ámsterdam. Pero era la vida que habían elegido y estaban acostumbrados. Ya estarían juntos en otro momento. Se acercó y la abrazó para darle un beso. Micaela ni siquiera separó los labios y se retiró. Pedro se detuvo y la miró. Era la misma de siempre, con su melena desenfadada, su piel ligeramente bronceada y su ropa de diseño. Ella se sentó de nuevo en el taburete y le dió un sorbo al cóctel que se estaba tomando, Pedro frunció el ceño. ¿Dónde estaba el vodka con tónica que tomaba habitualmente?


—¿Qué es eso? —preguntó él, señalando su bebida.


Micaela esbozó una sonrisa.


—Creo que se llama Dutch Courage. ¿Quieres uno?


Él negó con la cabeza.


—Prefiero una cerveza, gracias —llamó al camarero y se la pidió.


—Pedro —Micaela se miró las manos un momento y, después, alzó la vista y lo miró a los ojos—. No existe una manera fácil de decirte esto, así que, lo voy a decir sin más.


Pedro se quedó muy quieto. ¿No iría a decirle que estaba embarazada? Eso no entraba en los planes. Él solo tenía treinta años. Micaela respiró hondo.


—He conocido a una persona —dijo rápidamente, y bajó la vista de nuevo.


—¿Perdona?


Micaela suspiró y agarró su cóctel.


—No puedo casarme contigo, Pedro.


Aquello no estaba sucediendo de verdad.


—¿Y quién es? —dijo él, incapaz de mirarla a los ojos.


—Se llama Leandro y es arquitecto. Lo conocí en un acto benéfico hace unos meses y me he encontrado con él varias veces después. Ya sabes, una cosa llevó a la otra…


Pedro odiaba esa frase. Implicaba que algo había sido inevitable, que la persona en cuestión no había tenido elección y que, por lo tanto, no tenía ninguna responsabilidad al respecto.


—Me ha pedido que me case con él —dijo ella.


—¡Pero se supone que ibas a casarte conmigo!


—Lo sé —dijo Micaela, mirándolo con cara de lástima—. Lo siento.


Pedro la miró un momento. 


—¡Decir «lo siento» no sirve de nada, cariño! Teníamos un trato, ¿Recuerdas? Llevas un…


Iba a decirle que llevaba un anillo en el dedo que lo demostraba pero, al mirarle la mano, se quedó callado. En silencio, ella metió la mano en el bolso y sacó el anillo de diamantes para devolvérselo. Pedro lo agarró y lo miró con detenimiento. Aquello era real. Micaela esbozó una sonrisa.


—No íbamos a casarnos nunca, ¿Verdad, Pedro? Fingir que estábamos preparados para mantener una relación seria cuando apenas pasábamos tiempo juntos, era un juego bonito. Y nos resultaba sencillo.


—Trabajamos juntos, Mica. ¿No era agradable saber que siempre se podía contar con el otro? ¿Tener a alguien que no se quejara de las largas jornadas de trabajo y de pasar los fines de semana separados? ¿A alguien que supiera retomarlo donde se dejó sin mayor problema? ¿Ese tal Leandro va a aguantar todo eso?


Micaela suspiró. 

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