viernes, 11 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 61

 –No comprendo –musitó Paula. 


–Luca había encargado un conjunto de collar y pulsera a juego, pero la noche que lo mataron solo tenía el collar. Según el joyero, cuando él fue a recoger ambas piezas, decidió que le grabaran una inscripción en la pulsera, pero no quiso esperar a darle el collar a Vanesa. Se lo llevó y dijo que regresaría por la pulsera. Al ver que no regresaba, el joyero descubrió que él había muerto y no supo qué hacer con la pulsera. No tenía ni idea de la importancia que tenía para el caso. Pensó en borrar la inscripción para vendérsela a otra persona, pero le pareció que eso podría dar mala suerte.


–¿Y por qué no esperó tu hermano a llevarse las dos piezas juntas?


–Por mí –admitió Vanesa, llena de felicidad y tristeza a la vez–. Yo no estaba bien. Yo... no era la misma después del nacimiento de Tomás. Tenía problemas. Me sentía tan triste que acusé a Luca de no sentir nada por mí y de infidelidad –añadió, mientras miraba a Paula con los ojos llenos de culpabilidad–. En el juicio, dije cosas sobre Luca y sobre tí... Cosas que creía en aquel momento. Ahora, mirando atrás, me doy cuenta de que no sabía nada. No me dí cuenta de lo que había hecho hasta que Pedro no vino a verme para darme la noticia y enseñarme esta pulsera –susurró mirándola con profunda ternura–. La noche que murió, iba a darme el collar a mí, no a tí. Debió de caérsele del bolsillo cuando él... él...


Paula se inclinó sobre ella y le acarició suavemente la mano.


–Tu marido debió de amarte mucho. Se le veía en el rostro siempre que hablaba de tí.


–Lo sé, pero entonces era tan infeliz –susurró Vanesa con los ojos llenos de lágrimas–. Por eso dije todas esas cosas...


–No te preocupes, de verdad –afirmó Paula. Estaba segura, igual que lo había estado entonces, de que Pia no la había acusado deliberadamente, sino que se había dejado convencer fácilmente por lo que decía Bruno y que tan bien encajaba con lo que ella se imaginaba–. Estoy segura de que no habría supuesto diferencia alguna al caso.


–¿Tú crees?


Paula no estaba segura. Había visto cómo el tribunal se rendía ante la hermosa y joven viuda. Sin embargo, la pena que sentía por ella era superior a sus deseos de venganza. El arrepentimiento de Vanesa era auténtico, como lo era su alegría por haber descubierto que su esposo la amaba de verdad.


–Sí –mintió.


–Gracias –susurró Vanesa–. Eso significa mucho para mí.


Pedro entrelazó la mano con la de Paula y miró el reloj que había sobre la repisa de la chimenea.


–Vamos, señoras –dijo–. Es hora de que nos marchemos.


Vanesa se levantó y tomó su echarpe.


–¿Adónde vamos? –preguntó Paula.


–A la ópera y luego a cenar –respondió Pedro–. Tenemos una reserva en el restaurante más importante de Roma.


–Pero todo el mundo nos verá...


–De eso se trata –murmuró él–. Verán que, lejos de apartarte de nosotros, eres nuestra invitada. Así todos se prepararán para las noticias que están por llegar.


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