lunes, 7 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 52

 –¿Te he hecho daño?


–No soy ninguna muñeca de porcelana, ¿Sabes? –respondió ella.


–Pero eras virgen –dijo él mientras se mesaba el cabello con las manos. Parecía completamente desesperado.


–No importa, Pedro. Te lo aseguro.


–Claro que importa –replicó. Entonces, le dedicó una mirada completamente carente de calidez. Sus ojos eran fríos, carentes de sentimientos.


–Yo... –susurró ella. Se levantó de la cama y, como pudo, se envolvió por completo en la sábana–. ¿Y por qué importa tanto, Pedro?


En vano, esperó que él le asegurara que, efectivamente, no importaba. Que solo le preocupaba el hecho de que hubiera podido hacerle daño. No fue así. Pedro guardó silencio. De repente, se dió cuenta de que tan solo podía haber una razón para aquella reacción. Una razón por la que saber que ella era virgen lo había hecho adoptar aquella actitud. la sangre se le heló en las venas.


–¡Eres un verdadero canalla! –gritó–. Querías pruebas, ¿Verdad? Pruebas de que estaba diciendo la verdad. ¡Esa es la razón! ¡No podías permitir que me marchara sin saber de una vez por todas si yo había mentido cuando dije que ni era la amante de tu hermano ni su asesina! En el tribunal, yo afirmé que era virgen.


Paula atravesó la habitación para acercarse a él. Pedro la miraba sin expresión alguna en el rostro.


–¡Te acostaste conmigo para averiguar si yo era inocente o culpable! ¿No es cierto?


Levantó la mano y le abofeteó la mejilla con tanta fuerza que sintió un fuerte dolor en la mano y en el brazo. Sin embargo, aquello no era nada comparado con la angustia que sentía en su desgarrado corazón.



Se merecía ese bofetón y mucho más, no porque hubiera mantenido relaciones sexuales con Paula para ponerla a prueba, sino por el dolor que empañaba sus hermosos rasgos. Ella se dio la vuelta para marcharse, pero Pedro le agarró la muñeca para impedírselo.


–¡Suéltame! ¡Ahora mismo!


–Todavía no. Al menos hasta que me hayas escuchado.


–¿Hasta que haya escuchado cómo me explicas por qué era necesario desnudarte conmigo? ¡Ah, sí! Claro, tú no te desnudaste – añadió con sarcasmo–. Eso habría sido ir demasiado lejos, ¿Verdad? ¿Por qué tomarse tantas molestias cuando lo único que tenías que hacer era...?


–¡Ya está bien!


–¡No! ¡No está bien! No puedes obligarme a guardar silencio.


–¿Ni siquiera para que escuches lo que yo tengo que decir? No me he acostado contigo para comprobar si te habías acostado con Luca.


–Como si yo me lo fuera a creer. Me oíste decir en el tribunal que yo no era la amante de tu hermano. Si me hubieras creído, no te habría sorprendido tanto que yo fuera virgen.


–No es tan sencillo...


–¿No? O me creías o no me creías. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario