miércoles, 16 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 2

 Ella no se movió, pero sí cambió la expresión de su rostro. Había algo en la mirada de aquellos ojos azules que indicaban que el pánico se había apoderado de ella. Pero Pedro no tenía tiempo de tranquilizar a aquella mujer. El helicóptero debía marcharse antes de que llegara la tormenta.


—Quítate el cinturón —gritó, escenificando la acción con los dedos.


Al ver que ella dudaba un instante, él gritó de nuevo. No podía permitir que se quedara paralizada. La vida de los tripulantes del helicóptero dependía de ellos. Sin dejar de mirarlo, ella se desabrochó el cinturón. «Buena chica», pensó él. Decidió emplear el mismo método para guiarla en todos los pasos que debían realizar mientras avanzaban hacia su destino. Él gritaba y ella obedecía. Todo perfecto.  Parecía que había pasado una eternidad cuando, por fin, el helicóptero se situó a tres metros por encima de la playa que se convertiría en su hogar durante la siguiente semana. Sin pensárselo dos veces, él saltó desde la puerta lateral del helicóptero, dobló las rodillas y rodó por la arena antes de ponerse otra vez en pie. Al cabo de un instante, Diego apareció a su lado, lo que indicaba que solo quedaba un pasajero por desembarcar. Pedro se volvió para mirar hacia el helicóptero. Ella estaba en la puerta y se agarraba con fuerza. No parecía que tuviera prisa por soltarse. Y eso no podía ser.


—¡Salta! —gritó él, estirando los brazos hacia delante.


Al instante, el peso de una bailarina voladora cayó sobre sus brazos. Ella debía de haberse soltado nada más escuchar sus palabras, y Pedro esperaba tener que gritar al menos una vez más. Lo pilló totalmente desprevenido, de modo que él perdió el equilibrio y ambos acabaron en el suelo. Apenas se percató de que el helicóptero se alejaba. Permaneció en el suelo, respirando de forma acelerada. Por la espalda sentía el frío de la arena mojada y, por delante, el calor del cuerpo de una bailarina temblorosa.


—Lo siento —tartamudeó ella.


Sin embargo, no se movió. Debía de estar demasiado asombrada. No tenía por qué preocuparse. A Pedro le gustaban las sorpresas. Le generaban un cóctel delicioso de adrenalina y endorfinas que le encantaba. Incluso cuando las sorpresas aparecían en forma de bailarina voladora. De pronto vió el lado gracioso de la situación y comenzó a reírse.


—¿Cómo te llamabas? —preguntó, mirándola a los ojos.


—Pau… —empezó a decir ella. Lo intentó de nuevo—. Paula.


Pedro le dedicó una sonrisa.


—Bueno, Pau… o Paula, lo que sea —la tomó en brazos con facilidad y la dejó sobre la arena, a su lado.


Sin duda, tendría que atarla a un árbol si el viento empezaba a soplar con fuerza. Se puso en pie y le ofreció la mano, sonriendo. El cielo estaba gris y el olor del viento indicaba que la tormenta estaba a punto de llegar.


—Bienvenida al paraíso —dijo él. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario