miércoles, 9 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 59

 Pedro levantó la mirada al escuchar cómo los tacones de los zapatos de Paula resonaban en el suelo. Se acercó a la puerta del salón y se detuvo en seco. No podía creer lo que estaba viendo. Conocía cada centímetro del delicioso cuerpo de Paula, pero ella aún tenía el poder de sorprenderlo. La frente se le cubrió de una fina capa de sudor y la pasión le nubló la vista. Ella se acercaba a él subida sobre unos tacones de infarto que le hacían menear las caderas con un ritmo ondulante que le aceleraba el pulso. Llevaba puesto un vestido largo de lamé dorado, que se le ceñía al cuerpo como una segunda piel. Tenía un escote bajo, prendido de unos finos tirantes enjoyados y una falda que acentuaba la deliciosa curva de sus caderas y se las ceñía. Al verla, Pedro se metió un dedo por debajo del cuello de la camisa para aliviar la presión.


–Paula... Estás... muy guapa.


Más que hermosa, estaba luminosa. Sus ojos parecían más grandes que nunca. Sintió un irrefrenable deseo de llevársela a la cama.


–Te dije que era demasiado...


–Estás perfecta –murmuró él mientras se acercaba a ella–. Eres la mujer más hermosa de toda Roma.


Y podría estar esperando un hijo suyo. Sintió un irrefrenable deseo de protegerla. Jamás había experimentado algo parecido a aquello. Pensaba que sabía en lo que se estaba metiendo, pero, a cada instante, Paula le demostraba lo equivocado que estaba. Pensó que tal vez era él, y no ella, quien necesitaba ayuda.


–Ven, hay alguien a quien debes ver –le dijo tomándola de la mano–. Y recuerda que estoy contigo.


Pedro la acompañó al elegante salón. Cuando atravesó el umbral, Paula se detuvo en seco. Apretó con fuerza la mano de él y se irguió mientras luchaba contra el deseo de salir huyendo. ¿Cómo podía Domenico haberle hecho algo así?


–Supongo que recuerdas a mi cuñada Vanesa –dijo él.


Paula se tambaleó. Se temió que si no hubiera estado agarrada a Pedro, se habría desmoronado sobre el suelo. Vanesa, muy elegante, se levantó y se acercó a ella. Paula sintió que no podía respirar. Al ver que la otra mujer levantaba la mano, se encogió temiendo que ella iba a pegarla. Tardó un instante en reconocer el gesto. Vanesa iba a darle la mano. Sacudió la cabeza con incredulidad.


–¿Es que no quieres estrechar mi mano? –le preguntó a Paula. Entonces, miró a Pedro–. Te lo dije, ¿Verdad?


–No te apresures, Vanesa. Paula está sorprendida. No sabía que tú estarías aquí.


–¿Qué es lo que está pasando aquí? –susurró Paula sin poder apartar la mirada de Vanesa.


–Ven a sentarte –dijo Pedro.


Los tres tomaron asiento. Vanesa lo hizo en un sillón. No parecía muy contenta.


–Vanesa, ¿Le quieres explicar a Paula por qué estás aquí?


–He venido a... disculparme –respondió Vanesa.


Paula se quedó atónita ante lo que acababa de escuchar. No se podía creer que la viuda del hombre que todo el mundo pensaba que ella había asesinado estuviera allí para disculparse con ella.


–No lo entiendo...


–Pedro me ha contado lo que ha descubierto –dijo ella–. Me explicó que tenía nuevas pruebas que parecían apuntar a que Bruno era el culpable.

No hay comentarios:

Publicar un comentario