viernes, 4 de septiembre de 2020

Culpable: Capítulo 46

 La mujer se alejó unos pasos.


–Signora... –dijo Paula cortésmente–, le ruego que no grite. ¿No se da cuenta de que está asustando a la niña? Sería mucho mejor para todo el mundo que no gritara.


La mujer la contempló boquiabierta durante un instante. Luego cerró la boca y exclamó:


–¡Escuchenla todos! ¡Me está amenazando! ¡Que alguien la detenga! ¡No debería estar con esa niña!


–¿Paula? –susurró Giuliana.


Ella se volvió para tranquilizar a la pequeña y, entonces, sintió movimiento hacia ella. Cuando se dió la vuelta, se encontró cara a cara con un mar de rostros.


–Si me tocan a mí o a la niña, tendrán que responder ante la policía –dijo con voz tranquila mientras examinaba a todos los que la rodeaban. 


Pedro escuchó las palabras incluso por encima de los murmullos de la multitud. Vió el gesto desafiante de Paula y le pareció que ella tenía el aspecto de una leona defendiendo a sus cachorros. Experimentó una potente sensación en el pecho. Apretó los puños y echó a correr. Al llegar donde estaban, se colocó junto a Paula. Ella lo miró con los ojos llenos de temor, unos ojos que, media hora antes, habían estado llenos de felicidad. La ira se apoderó de Pedro. Tomó en brazos a Giuliana y rodeó a Paula con el otro brazo.


–No sé quién es usted –le espetó a la mujer–, pero le agradecería que no asustara a mi familia.


–Pero es...


–No importa quién sea, signora. Sin embargo, sí importa quién sea usted. Necesitaré su nombre para denunciarla ante la policía por acoso. Y posiblemente por incitación a la violencia.


Entonces, miró a su alrededor y vió que la muchedumbre había comenzado a dispersarse.


–Al igual que los nombres de todos los implicados –añadió. Entonces, se dirigió a la pequeña Giuliana–. ¿Te encuentras bien, bella?


–Sí, pero Paula no. Estaba temblando.


–Tranquila, bonita. Ahora estoy yo aquí y Paula se encuentra mejor.


Pedro la abrazó con más fuerza y se arrepintió de haber prescindido aquel día de los guardaespaldas. Volvió a mirar a su alrededor y vió que tan solo quedaban ya dos mujeres, que lo observaban con los ojos abiertos como platos. Oyó que la mujer susurraba:


–Es el de la revista. Su...


–¡Basta! –rugió él–. Si dice usted una palabra más, presentaré una denuncia.


Las dos mujeres no tardaron en desaparecer.


–Bien, chicas –dijo Pedro mientras las dirigía a ambas hacia la plaza, con el tono de voz más tranquilizador que pudo encontrar a pesar de la furia que sentía–. Hora del gelatto. Yo lo voy a tomar de limón. ¿Y ustedes?

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