lunes, 21 de septiembre de 2020

Bailarina: Capítulo 13

 Él pestañeó y negó con la cabeza.


—No mucho, la verdad. Están buscando una estrella invitada. Intenté explicarle al hombre que tú no podías ir, pero insistió en que pensara en ello.


—¿Que tú pensaras en ello?


—Sí.


—¿No será que sugirió que yo pensara en ello?


El padre se encogió de hombros y entró en el estudio.


—Es cuestión de semántica, Paula. No puedes hacerlo y punto. Quieren que mañana mismo vueles a un lugar alejado de la civilización y te quedes allí siete noches. No sé qué pensaba ese hombre cuando decidió contactar con nosotros, pero…


—¿Y no me has contado nada de esto?


Su padre sonrió. Igual que si fuera una niña pequeña a la que estuviera corrigiéndole una palabra mal pronunciada.


—No lo consideraba necesario —se acercó al escritorio y rebuscó entre los papeles—. Como ya te he dicho, es imposible.


—¡Sé que es imposible! —se aclaró la garganta y trató de controlarse—. Pero no se trata de eso —dijo ella—. Es mi carrera profesional. Es una decisión que debo tomar yo. Al menos deberías habérmelo contado.


Su padre la miró asombrado. No lo entendía. Daba igual lo que ella dijera o hiciera, él nunca la comprendería. Para él, ella no era más que alguien a quien controlar. Él levantaba la batuta y ella saltaba. La movía otra vez y ella se quedaba en silencio. Y Paula se lo había permitido durante todos esos años, porque había visto en qué se había convertido después de morir su esposa y en cómo había estado a punto de abandonarlo todo. Continuó mirando a su padre, que había dejado de rebuscar entre los papeles y la miraba arqueando las cejas. Había tantas cosas que deseaba decirle. «Déjame vivir, papá. Déjame respirar».


—Deberías habérmelo contado, papá —dijo ella.


Él negó con la cabeza y se encogió de hombros. 


—Está bien —dijo él—. Te prometo que te avisaré de la próxima oferta ridícula que te hagan. ¿Contenta?


«No», pensó ella.


—A veces no te entiendo, Paula. Tienes la vida por la que miles de bailarines matarían. La vida con la que tu madre soñaba, por la que habría hecho cualquier cosa para poder seguir adelante con ella, y a ti no te es suficiente. A veces, pienso que te he malcriado, y que te has vuelto un poco egoísta.


Paula pestañeó y lo miró sorprendida. ¿Egoísta? Lo único que había hecho era tratar de complacer a todo el mundo, intentando calmar su tristeza mostrándoles que su madre había dejado parte de sí misma en su propia hija. Quizá fuera una egoísta y una desagradecida por no ser capaz de soportar la responsabilidad de parecerse a su madre ni un momento más. Una responsabilidad que la oprimía desde los ocho años. Durante un tiempo le había gustado sentir que su talento la mantenía conectada con su madre, sin embargo, deseaba romper con esa conexión. Su madre estaba muerta. Y nada podía cambiarlo. Y Allegra temía que, si no cambiaba algo pronto, su vida también terminaría. Bajó la vista para mirar al suelo y miró de nuevo a su padre. Él seguía enfadado con ella. Por el comentario que había hecho, por la actuación de la noche anterior, por la crítica que tendría que defender ante sus amigos. De pronto, se sintió completamente sola. La única solución era centrarse en su trabajo y confiar en que todas las emociones que la invadían se transformaran en su próxima actuación, dándoles a los críticos un buen motivo para que se tragaran sus palabras.


—Tengo ensayo a las dos. He de marcharme.


Sin decir nada más, se volvió y salió del estudio de su padre. 

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