sábado, 31 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 43

De haber tenido más tiempo para prepararse y defenderse del ataque de la boca de Pedro, no habría respondido tan apasionadamente, se dijo a sí misma más tarde. La boca se le transformó en mil lenguas de fuego tan pronto como entró en contacto con él. El cuerpo empezó a latirle de deseo.
Paula sintió en el cuerpo la fuerza de la erección de Pedro mientras la lengua de él conquistaba la suya. Gimió del placer que le producía tenerle tan fuera de control, tan apasionado a pesar de lo que opinaba de ella.
Pedro la besó con loca pasión, recordándole lo que la haría sentir cuando la penetrara. Y el cuerpo de ella se preparó para el asalto mientras Pedro la conducía al suntuoso salón.
La tumbó en la alfombra que había a sus pies y empezó a desnudarla.
Paula lanzó un grito cuando Pedro le cubrió un pezón con la boca y empezó a lamérselo. Ella entrelazó las piernas con las de Pedro y alzó el cuerpo para sentir más la fuerza de la potencia que tanto deseaba.
Pedro ya no la amaba, pero ella podía demostrarle de aquella manera lo mucho que le quería, podía demostrárselo con sus caricias, con el anhelo que mostraba de que él la poseyera.
Pedro levantó la cabeza de los pechos de ella y la miró a los ojos.
—Dime que me deseas, Paula—le ordenó Pedro mientras empezaba a acariciarla íntimamente.
—Te deseo…
—Más alto.
—¡Te deseo!
Un brillo triunfal iluminó los ojos de él.
—Pronuncia mi nombre. Dilo, Paula, dí a quién deseas.
Ella estaba a punto de sollozar de desesperación mientras los dedos de Pedro continuaban excitándola.
—Te deseo, Pedro… No sabes cuánto te deseo…
Paula tembló con el orgasmo. Se sintió liviana y ligera, toda feminidad en los brazos de Pedro.
Abrió los ojos y se encontró con los de él, sus oscuras profundidades le causaron inseguridad.
—¿En quién pensabas al alcanzar el éxtasis? —preguntó Pedro.
Paula frunció el ceño.
—¿Por qué me preguntas eso?
Pedro le cubrió un pecho con la mano.
—Quiero que sólo pienses en mí, ¿me has entendido? En mí. No en un amigo de tu infancia.
Paula jadeó cuando él empezó a moverse dentro de su cuerpo mientras le besaba la temblorosa carne desde los pechos a los muslos. Sabía lo que le estaba esperando y se estremeció de anhelo. La primera caricia de la lengua de Pedro la hizo arquear la espalda, la segunda la hizo aferrarse a él, las siguientes la dejaron sin respiración. Jadeó, se retorció y gritó mientras su cuerpo entero se sacudía con el segundo orgasmo.
Apenas se había recuperado cuando Pedro empezó a dar empujones dentro de ella acompañado de gruñidos de placer y, una vez más, la llama del deseo se encendió en ella. Se abrazó a él mientras Pedro volvía a acercarla a la cima del placer.
La boca de Pedro acalló sus gritos de éxtasis. Paula sintió su cuerpo lleno con la fuerza del orgasmo de él.
Por fin, cuando ambos hubieron recuperado la respiración, Pedro se incorporó ligeramente apoyándose en un codo y se la quedó mirando.
—¿Alguna vez Pieres te ha provocado tres orgasmos seguidos?
Paula cerró los ojos, con el dolor y el sufrimiento lastimándola.
—Por favor, Pedro, para.
—Mírame.
Paula cerró los párpados con más fuerza.
—No.
—¡Mírame! —gruñó él.
Paula abrió los ojos, llenos de lágrimas.
—¿Por qué te empeñas en estropear lo que acaba de ocurrir? Estás haciendo que parezca sórdido.
Pedro salió de ella con un rápido movimiento, se puso los pantalones y la miró con desdén.
—Porque es sórdido —respondió él—. Puro sexo, nada más.
Las palabras de Pedro se le clavaron en el corazón. ¿Cómo podía ser tan cruel?, pensó mientras recogía su ropa. Había hecho el amor con Pedro porque le amaba, era así de sencillo.
—Supongo que debería habértelo preguntado antes, pero… ¿Sigues tomando la píldora? —preguntó Pedro.
Paula, que estaba abrochándose el sujetador, se quedó inmóvil momentáneamente. Por fin, terminó de abrochárselo y alzó la barbilla.

Eternamente Juntos: Capítulo 42

A Paula  aquellas palabras le produjeron un gran dolor. Le repugnaba que Pedro se hubiera aliado con sus padres en contra de ella.
—Si yo digo que nuestra reconciliación va a durar equis tiempo para hacer que las últimas semanas de estancia de los chicos en el colegio sean lo más agradables posible, así va a ser —declaró Pedro—. No tienes elección.
Paula le lanzó una mirada venenosa.
—¿Le has dicho ya a tu amante que vas a tardar ocho semanas en acostarte con ella o… piensas acostarte con ella y conmigo al mismo tiempo?
Pedro la miró con expresión desafiante.
—Lo que ha ocurrido esta tarde ha sido una aberración —dijo él—. No volverá a ocurrir.
—Me has tratado como a una ramera.
—Si te comportas como tal, ¿qué otra cosa puedes esperar?
Paula salió del coche y marchó furiosa hacia la casa.
—No voy a seguir aguantando esto —dijo ella—. ¿Y qué si me he acostado con otro? Eso no me convierte en una cualquiera.
Una vez dentro de la casa, después de que Pedro cerrara la puerta, Paula no pudo contener por más tiempo el llanto.
—Toma, es mejor que te seques las lágrimas con esto a que lo hagas con la manga —le dijo él ofreciéndole un pañuelo.
Paula se secó las lágrimas y dijo:
—Últimamente no hago más que llorar.
—Te pasa un poco lo que a mí —concedió Pedro—. Estamos algo confusos por habernos visto forzados a enfrentarnos al pasado. No es una situación normal, ¿verdad?
—No, no es normal —respondió ella lanzando un suspiro.
Pedrose pasó una mano por los cabellos.
—El comportamiento de Bruno contigo esta noche ha sido vergonzoso, lo reconozco. Sé que, hoy en día, hay muchos jóvenes que se comportan de una manera y esperan que sus novias se comporten de otra, pero no sabía que Bruno fuera tan injusto.
—Tiene un buen maestro —respondió ella, sin poder evitarlo—. Tú te has acostado con un montón de mujeres, aunque sólo haya sido una noche; pero yo lo he hecho una vez, y con un amigo, y mira lo que ha pasado.
—¿Crees que tiene más disculpa que lo hayas hecho con un amigo? —preguntó Pedro arqueando las cejas con gesto enfurecido de repente.
—¿Y qué si lo hice? Fue una equivocación. Supongo que no duraría más de tres o cuatro minutos.
—Ah, ya veo que empiezas a recordar aquella noche —dijo él con sonrisa desdeñosa.
—No, no es eso. Lo que ocurre es que me parece injusto que me juzgues a mí y te niegues a juzgarte a tí mismo.
—Yo no te engañé —le recordó él fríamente.
La frustración y el sentimiento de culpabilidad la hicieron alzar la voz:
—¡No lo hice a propósito!
—Sí, claro que lo hiciste a propósito —dijo él con desprecio en los ojos—. No podrías haber elegido una forma mejor de destrozar el amor y el respeto que te tenía que acostándote con otro mientras estabas casada conmigo.
Paula parpadeó para contener unas amargas lágrimas.
—Y tú jamás serás capaz de perdonarme el desliz, ¿verdad?
Pedro la miró de arriba abajo con crueldad.
—Volverás a caer, no me cabe duda. Lo hiciste esta misma tarde, cuando me rogaste que te diera la satisfacción sexual que necesitabas.
—Cosa que no lograste hacer —le recordó Paula con ira.
—Eso tiene fácil remedio —dijo Pedro, cubriéndole la boca con la suya.

Eternamente Juntos: Capítulo 41

—¿Cómo crees que ha ido? —le preguntó Pedro durante el trayecto de regreso a la casa después de haber dejado a los chicos en el internado.
—Creo que Gonzalo se lo ha creído porque quiere creerlo. Pero tu sobrino es otra cosa.
—Sí, estoy de acuerdo —Pedro frunció el ceño—. No estoy seguro de que le hayamos convencido.
—Cierto, aunque lo de la segunda luna de miel en París ha sido una idea genial —dijo ella con cierto sarcasmo—. Espero que no hablaras en serio.
Se hizo un profundo silencio y, por fin, Paula volvió la cabeza para mirarle.
—Porque no lo has dicho en serio, ¿verdad?
Pedro la miró fugazmente.
—He estado pensando en la duración de nuestra reconciliación.
A Paula le dió un vuelco el corazón.
—No estarás pensando en prolongarla, ¿verdad?
—No, pero me preocupa lo que pueda pasar después de los exámenes.
Paula se humedeció los labios.
—¿Qué quieres decir?
—Va a haber una cena de graduación y otro tipo de fiestas, y no quiero estropeárselo a los chicos…
—En ese caso, ¿qué sugieres que hagamos?
—Sugiero que seamos algo flexibles respecto al tiempo que va a durar la reconciliación —respondió Pedro—. No estaría mal posponer lo del divorcio una o dos semanas más.
—¿Que no estaría mal? ¡Claro que estaría mal!
—Como de costumbre, estás exagerando, Paula.
—Puede que a tí te dé igual, pero a mí me ha costado mucho mentirles a los chicos. También me cuesta hacerlo con Marietta. No puedo evitar pensar que sospecha algo. Y no quiero imaginar prologar esta farsa más allá de las seis semanas que acordamos.
—Si yo digo que se prolongue, tendrás que aceptarlo —declaró Pedro con autoridad.
Paula se puso tensa.
—¿Me estás amenazando?
—Sólo estoy diciendo que vamos a seguir las reglas que yo imponga, nada más.
—Al demonio con tus estúpidas reglas. No voy a permitir que me des órdenes.
—Tendrás que hacerlo, Paula. De lo contrario, te vas a encontrar en muy mala situación.
—Ni siquiera voy a rebajarme a preguntarte qué quieres decir con eso —dijo ella—. No me importa en absoluto.
—Eso es porque estás empeñada en comportarte como una niña mimada en vez de como una persona adulta —dijo Pedro—. Cuando me casé contigo, no tenía idea de lo infantil que eras.
Paula sabía que a Pedro no le faltaba razón en eso.
El coche se detuvo a las puertas de la mansión de Pedro. Él apagó el motor y se giró en su asiento para mirarla a los ojos.
—Creo que deberías saber que tus padres vinieron a verme hace unos meses cuando todavía estábamos juntos. Tenían problemas económicos.
A Paula le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
—¿Y? ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Todo. Desde entonces, soy yo quien está pagando el colegio de tu hermano.
Paula tragó saliva.
—¿Vas a chantajearme con decírselo todo a Gonzalo si no te obedezco? ¿Caerías tan bajo?
Pedro le dedicó una fría sonrisa.
—No sólo he estado pagando el caro colegio de tu hermano, sino también el préstamo que pidió tu padre para pagarte la universidad.
—¡No! ¡No es posible! —jadeó ella.
Pedro le lanzó una de sus inescrutables miradas.
—Sí, así es. ¿No te parece que estás en deuda conmigo?
—Esto es un chantaje.
—Llámalo como quieras —dijo él.
—No puedo creer que estés dispuesto a utilizar a Gonzalo para obligarme a seguirte el juego.
—También me he ofrecido a pagar la universidad de Gonzalo y todos los gastos que conlleven sus estudios —añadió Pedro—. Tus padres, por supuesto, están muy agradecidos.
—Eres un desgraciado —le espetó ella—. ¿Qué más has hecho por mi familia?
—Siempre has estado en contra de tus padres; pero, durante los dos últimos meses, me he dado cuenta de que es más problema tuyo que de ellos. Tus padres han tratado de portarse bien contigo en todo momento, pero tú, sistemáticamente, les has rechazado siempre.

viernes, 30 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 40

—Lo tiene bien merecido —dijo Bruno con otra mirada de desdén.
Paula, harta, clavó los ojos en el sobrino de Pedro.
—Espero que nunca cometas errores en la vida de los que puedas arrepentirte, Bruno; sin embargo, lo más probable es que no sea así. Cometí una equivocación y la he pagado muy cara. Sé que a tí te resulta difícil comprenderlo y, al mismo tiempo, admiro la lealtad que muestras con tu tío. En cualquier caso, quiero que sepas que amo a tu tío y que jamás he dejado de amarle.
—Me parece que, acostándote con otro, es una forma muy extraña de demostrarlo —replicó Bruno.
Pedro fue a contestar, pero Paula le puso una mano en el brazo, impidiéndoselo.
—No, querido, deja que conteste yo. Yo soy la responsable de lo que ha pasado.
—No quiero que te disgustes —dijo Pedro—. Has estado enferma y lo has pasado muy mal.
Pero Paula volvió a fijar los ojos en Bruno, aún con la mano en el brazo de Pedro.
—Bruno, no espero que me perdones por lo que hice, lo único que te pido es que dejes a Gonzalo en paz. La culpa de lo que ha pasado la tengo yo, no él.
—Él cree que eres inocente —dijo Bruno con una mirada desdeñosa a Gonzalo.
—Es inocente —declaró Gonzalo—. Si mi hermana dice que no recuerda lo que pasó, es porque no pasó nada. Es su palabra contra la de Facundo Pieres, él podría estar mintiendo.
—No, no soy inocente —intervino Paula con un suspiro—. Fui impulsiva e hice daño a mucha gente.
Pedro le estrechó la mano.
—Estás perdonada, cielo, te lo he dicho un montón de veces. Vamos, dejemos el pasado atrás y miremos al futuro.
Bruno volvió a alzar los ojos al cielo.
—Sigo pensando que todo esto es una farsa y que, con ella, lo único que quieren  es que terminemos el curso sin que nos expulsen. Apuesto a que dentro de seis semanas estarán sin hablarse  otra vez.
—Dentro de seis semanas, Paula  y yo nos iremos de viaje para celebrar nuestra segunda luna de miel —dijo Pedro.
Paula, conteniendo su sorpresa, sonrió.
—Eso es. Nos marcharemos después de inaugurar mi exposición.
—¿Adonde vais a ir? —preguntó Gonzalo.
—Mmmm…
—A París —contestó Pedro—. Es la ciudad preferida de Paula, ¿verdad, cariño?
—Sí. Lo pasamos muy bien cuando fuimos allí.
Gonzalo, diplomáticamente, se miró el reloj y se aclaró la garganta.
—Bueno, lo siento, pero tenemos que volver al colegio. Aún tengo que hacer unos ejercicios para mañana.
Paula suspiró para sí y Pedro pidió la cuenta. No obstante, para ellos dos, la noche aún no había acabado.

Eternamente Juntos: Capítulo 39

—No, no eres tú quien tiene que disculparse —dijo Pedro antes de volverse a su sobrino—. Bruno, pide disculpas a tu tía por haberla insultado.
—Ella no es mi tía —respondió Bruno con desdén.
—Está casada conmigo y, por tanto, es tu tía —dijo Pedro.
—Ya. Dime, ¿cuánto va a durar vuestro matrimonio? —Bruno sonrió burlonamente—. Apenas llevaban  un año de casados cuando esa…
Pedro le interrumpió con una andanada de palabras en italiano que dejó a Bruno con la boca cerrada. Sin embargo, la mirada que el chico lanzó a Paula estaba cargada de desprecio.
El restaurante estaba cerca, por lo que la tensión del coche se alivió ligeramente con el cambio de escenario.
Gonzalo se acercó a Paula mientras se dirigían a su mesa.
—¿Estás bien?
Ella le sonrió.
—Sí, estoy bien, Gonzalo. Lo que pasa es que todo ha sido emocionalmente agotador. Ya sabes, me refiero a lo de volver juntos. Creía que sería imposible.
—Sí, yo también —dijo Gonzalo—. Pero, gracias a Dios, ya ha pasado. Estaba muy preocupado por ti. Todos lo estábamos.
Todos menos Pedro, pensó Paula.
—Cariño, siéntate a mi lado —dijo Pedro tomándole la mano y conduciéndola a la silla contigua a la suya.
Paula se sentó y ocultó el rostro detrás de la carta para protegerse de la mirada del sobrino de Pedro, sentado frente a ella.
La cena fue un suplicio. Los chicos no dejaban de discutir.
—Estás comiendo muy poco, cariño —le dijo Pedro—. ¿O es que te apetece algo que no es la comida?
Pedro la miró con expresión insinuante.
Bruno alzó los ojos al cielo.
—Me están revolviendo el  estómago  —dijo el chico.
Pedro miró a su sobrino fijamente.
—Bruno, tienes dieciocho años, los suficientes para comprender cómo son las relaciones entre un hombre y una mujer. Paula y yo hemos estado separados durante dos meses, es de esperar que queramos estar juntos el mayor tiempo posible.
—En ese caso, no pierdan el tiempo con nosotros —dijo Gonzalo en tono cordial—. A pesar de lo que otros puedan pensar, a mí me parece genial que se hayan reconciliado. Paula estaba muy triste, ¿verdad, Paula?
—Sí… es verdad —respondió ella.

Eternamente Juntos: Capítulo 38

—Hola, Bruno. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió el chico apenas rozándole la mano antes de meterse la suya en el bolsillo de la chaqueta.
—Que se diviertan —dijo Kent Cartwright mirando a Paula y a Pedro, antes de dirigirse a los chicos—. Recordad lo que hemos hablado hace un rato. Si no se soluciona este problema, el señor Tinson os va a expulsar a los dos.
—¡Eso no es justo! —protestó Gonzalo mirando a Bruno—. Ha sido él quien ha empezado.
Bruno esbozó una sonrisa insolente.
—Empezaste tú al defender el comportamiento de una…
Pedro le interrumpió con unas palabras en italiano antes de volverse al tutor.
—Mi esposa y yo solucionaremos esto, señor Cartwright —dijo Pedro—. Traeremos a los chicos de vuelta a las diez de la noche.
Paula enrojeció de vergüenza bajo la despreciativa mirada de Bruno. Se le revolvió el estómago cuando entraron todos en el coche. No sabía cómo iba a poder aguantar aquella noche.
—De todas formas, estoy seguro de que todo esto es mentira —dijo Bruno desde el asiento trasero del coche una vez que hubieron emprendido el camino al restaurante.
—¿Qué quieres decir, Bruno? —le preguntó Pedro lanzándole una mirada interrogante por el espejo retrovisor.
—Que no están juntos otra vez —contestó el chico.
—Eso no es verdad —dijo Pedro, agarrando una mano de Paula y llevándosela al muslo—. Claro que estamos juntos otra vez, ¿no, Paula?
Paula se pasó la lengua por los labios.
—Sí, claro que sí.
—Dijiste que jamás volverías con ella —declaró Bruno con desdén—. Después de lo que ha hecho, yo tampoco lo haría. Es una sucia…
—Cállate, imbécil —le interrumpió Gonzalo.
Paula estaba a punto de echarse a llorar.
—Por favor, chicos… Por favor…
Pedro la miró y, tras lanzar un juramento, llevó el coche a la cuneta de la carretera, lo paró y abrazó a Paula.
—No te preocupes, tesoro —dijo él besándole la frente—. No hagas caso a lo que diga mi sobrino. Bruno no se da cuenta de lo mucho que nos queremos.
Ella le lanzó una temblorosa sonrisa y aceptó el pañuelo que Pedro le ofrecía mientras deseaba con todo el corazón que aquellas palabras fueran sinceras.
—Lo siento…

Eternamente Juntos: Capítulo 37

Pedro la estaba esperando cuando, al rato, Paula bajó.
—Paula, me parece que deberíamos aclarar algunas cosas antes de reunimos con los chicos esta noche.
Paula apretó los labios y ocultó sus verdaderos sentimientos respecto a lo que había ocurrido recurriendo al sarcasmo.
—Olvida lo que ha pasado, Pedro—dijo ella—. Ha sido simplemente un caso de eyaculación precoz, nada más. Quizá debieras solucionar ese pequeño problema con tu amante. Lo cierto es que no tiene nada que ver conmigo.
—¡Maldita sea, claro que tiene que ver contigo! De repente, estás sollozando en mis brazos como una niña pequeña y, al momento, prácticamente me estás rogando que te haga el amor. No sé quién eres realmente.
Los ojos de ella brillaron.
—Tú también te comportas de forma contradictoria, Pedro—. Yo creía que no íbamos a tocamos, pero mira lo que has hecho.
—Hemos sido los dos, no te hagas la inocente.
Paula arqueó las cejas.
—No del todo, Pedro. Por lo que he podido ver, has perdido ciertas habilidades.
Pedro apretó los dientes y agarró las llaves que estaban en la consola del vestíbulo.
—Eres una cualquiera. Estoy deseando que acabe esta farsa. De no ser por los chicos, no tendría nada que ver contigo.
—Lo mismo digo, cielo —respondió ella vulgarmente.
Pedro la condujo hasta el coche con el rostro ensombrecido de furia. Por fin, a medio camino del colegio de los chicos, él rompió el silencio:
—Espero no tener que recordarte lo importante que es que disimulemos delante de los chicos.  Gonzalo y Bruno son inteligentes y se van a dar cuenta enseguida si nos ven raros.
—No es necesario que me lo recuerdes. Y será mejor que dejes de mirarme como si quisieras asesinarme con la mirada.
Llegaron al internado e, inmediatamente, Paula vió a su hermano bajando los peldaños de la escalinata de la entrada acompañado del tutor, el señor Cartwright. Bruno, el sobrino de Pedro, bajaba detrás de ellos.
Pedro le lanzó una mirada de advertencia antes de salir del coche y estrechó la mano del señor Cartwright antes de saludar a los chicos.
Paula abrazó a su hermano y luego se volvió al sobrino de Pedro, a quien le ofreció la mano.

Eternamente Juntos: Capítulo 36

Paula se humedeció los labios con la lengua.
—A mí me pasa lo mismo.
—Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó Pedro.
Paula contuvo la respiración, el bajo vientre empezó a latirle.
—No lo sé —respondió Paula—. ¿Esperar a ver si se nos pasa esto?
Pedro esbozó una sonrisa.
—Típico de tí —dijo él sin malicia en la voz—. No te gusta enfrentarte a los hechos. Prefieres esconder la cabeza bajo la sábana, ¿verdad?
Paula sonrió al oír la acertada definición de su carácter.
—Lo sé, es horrible, ¿verdad?
Pedro le cubrió una mejilla con la mano.
—Ésa es una de las cosas que hicieron que me enamorara de tí. No deberías cambiar.
Paula abrió mucho los ojos y así recibió su beso.
De repente, su cuerpo se encendió. Mientras seguía besándola, le oyó gemir. Pronto, las manos de Pedro le desabrocharon loa botones de la blusa, despojándola de ella. Después el sujetador y, al instante, la boca de Pedro le chupaba los henchidos pezones.
Por fin, Pedro apartó la boca de ella y la miró a los ojos.
—Eres la única persona que, en cuestión de segundos, me pone en este estado —dijo él—. Me había jurado no tocarte, pero ahora que lo he hecho no quiero parar.
Paula se aferró a él con desesperación.
—No quiero que pares. Quiero que me hagas el amor. Te he echado tanto de menos…
—No puedo aguantar más —dijo él levantándole la falda y moviéndole la braga para penetrarla.
—Oh, Dios mío… —gimió ella mientras Pedro la acariciaba íntimamente—. Oh, por favor, por favor…
Pedro se bajó la cremallera de los pantalones y lanzó un gemido de placer al entrar en Dulce.
Era una locura, todo precipitado, casi salvaje, pero imparable. Paula se preguntó por qué estaba permitiendo que aquello ocurriera, pero había perdido el control de su cuerpo.
Cada  empujón de Pedro engrandecía su placer. Sus cuerpos se movían al mismo ritmo. Paula le conocía tan bien que logró anticipar el momento en que Pedro alcanzaba el éxtasis.
Ella, sin embargo, no había llegado a ese punto cuando le sintió perder el control. Habría necesitado algo más de tiempo. Por otra parte, le extrañó que Pedro hubiera tenido un orgasmo sin asegurarse de que ella lo hubiera tenido primero. No sabía si Pedro lo había hecho intencionadamente, con el fin de dejar claro que no la consideraba más que un objeto de placer, o si realmente no había podido controlarse. Esperaba que se tratara de lo último.
—Lo siento —dijo Pedro al tiempo que se separaba de ella—. No debería haber ocurrido.
Paula bajó los ojos.
—No te preocupes, ha sido cosa de los dos.
—No obstante, yo no debería haber permitido que las cosas llegaran tan lejos —declaró Pedro mientras se arreglaba la ropa—. No tenía intención de tener relaciones sexuales contigo. Te lo digo porque no quiero que te hagas ilusiones.
—Lo comprendo —contestó Paula al tiempo que se daba media vuelta para ir al cuarto de baño—. Voy a darme una ducha, espero no tardar.
Pedro se pasó la mano por el cabello mientras la veía alejarse.

Eternamente Juntos: Capítulo 35

—¿Qué quieres decir con eso de que te engañé desde el principio?
—Me hiciste creer que eras virgen —contestó él—. Ahora, por supuesto, sé que era mentira. Me dijiste eso para hacer que me casara contigo.
Paula se quedó con la boca abierta.
—¿En serio crees que te mentí respecto a eso?
—¿No lo hiciste? —preguntó Pedro mirándola fijamente.
Paula, temblando, le dió la espalda.
—No, no te mentí. Tú fuiste mi primer amante.
—Pero no el único.
Paula enderezó la espalda y empezó a caminar hacia las escaleras.
—Voy a darme una ducha.
—Paula.
—He dicho que voy a ducharme.
Paula siguió andando, pero Pedro le dió alcance y la agarró por los brazos apenas conteniendo la furia.
—Estás decidida a hacerme perder la cabeza, ¿verdad, Paula? Estás empeñada en acusarme de algo con el fin de sentirte menos culpable por lo que me hiciste.
—No, eso no es verdad.
—Eres una perdida. No puedes vivir sin un hombre en tu cama. Eres insaciable. Un hombre no es suficiente para tí y nunca lo será.
Paula cerró los ojos para no ver el odio que proyectaban los de Pedro.
—¡Maldita sea, mírame! —gritó él hundiendo los dedos en la carne de ella.
Paula abrió los ojos al tiempo que, sin poder contenerse más, estallaba en sollozos.
—Paula… Por favor, no. No llores, no es propio de tí.
—Por favor, déjame… —dijo ella entre sollozos.
Pedro le soltó los brazos y la abrazó.
—Ssshh. Vamos, cariño… —dijo él acunándola.
Paula se apoyó en él, dejando que las tiernas caricias de Pedro rompieran sus defensas.
—No estoy seguro de poder soportar seis semanas así —le dijo Pedro revolviéndole el cabello—. Creía que podría, pero ya no estoy seguro.
—Yo tampoco —susurró ella—. Es muy duro…
Pedro le alzó la barbilla y la miró fijamente a los ojos.
—No soy de piedra —concedió él a pesar suyo—. El sentido común me dice una cosa, pero el cuerpo me dice otra.

jueves, 29 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 34

—Estaba preparando el cuadro que voy a presentar como proyecto de fin de carrera y he perdido la noción del tiempo.
—Deberías haber llamado por teléfono.
—No hay teléfono en el estudio —respondió ella con irritación.
—Te he comprado un móvil —dijo Pedro—. Lo he visto en la cocina, cargándose. En el futuro, te agradecería que lo llevaras contigo con el fin de que me puedas avisar cuando te retrases.
—Anoche no viniste a dormir, ¿me has oído quejarme de que no me hayas llamado? —le espetó ella.
—No estás en situación de echarme en cara nada —respondió Pedro con mirada arrogante.
—Me pones enferma —dijo ella—. A pesar de lo que dijiste anoche, sigues teniendo relaciones con esa mujer y lo haces con el fin de ponerme celosa.
—Eso no tiene sentido —dijo él fríamente—. Para estar celosa, tendrías que seguir enamorada de mí. Y, para empezar, nunca lo estuviste.
—Eso no es verdad. Te quería —«aún te quiero».
Pedro esbozó una sonrisa desdeñosa.
—Tus padres tenían razón respecto a tí. Me advirtieron que eras caprichosa, desobediente y con tendencia a querer ser siempre el centro de atención. Debería haberles hecho caso, al igual que a mis amigos, que me dijeron que era un ******* por casarme contigo y me aconsejaron que, simplemente, tuviera una aventura amorosa. Me dijeron que lo único que te interesaba era mi dinero, pero yo, como un estúpido, me negué a reconocerlo.
—En ese caso, ¿por qué demonios te casaste conmigo? Podrías haberte limitado a acostarte conmigo y te habrías ahorrado mucho dinero en abogados.
Con enfado contenido, Pedro agarró un sobre y se lo dió.
—A propósito de abogados, esta carta es de tu abogada.
Paula tomó el sobre.
—¿No vas a abrirlo? —preguntó Pedro.
—Todavía no —Paula no quería que Pedro pudiera leer el contenido del sobre.
Su abogada, Rosemary Matheson, era bastante dura con los divorcios. La mayor parte del tiempo que Paula estaba con su abogada, lo pasaba mirándose las uñas, asintiendo a todo lo que Rosemary decía y soñando con que, al final, todo se arreglara entre Pedro y ella.
—Si crees que voy a darte la mitad de lo que tengo, Paula , estás en un grave error —dijo Pedro apretando los labios con ira—. Te daré una considerable suma de dinero, pero nada más. No olvides lo que me hiciste. Me engañaste desde el principio.
Paula, confusa, se lo quedó mirando.

Eternamente Juntos: Capítulo 33

A la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, vió que Pedro no había dormido allí. Se vió sobrecogida por una profunda desesperación mientras se imaginaba a Pedro y a Gisela Hunter abrazados.
Se levantó de la cama y fue directamente a darse una ducha, pero el agua no le alivió el dolor.
Marietta estaba ocupada en la cocina cuando Paula bajó con sus cosas de pintar en la mochila, que había llegado con el resto de sus pertenencias el día anterior.
—El señor Alfonso debe de haberse marchado muy temprano esta mañana, ¿no? —comentó Marietta.
—Sí —respondió Paula.
—¿Quiere desayunar? Tengo bacon, huevos y…
—No, gracias, Marietta —dijo ella rápidamente—. Tengo que ir a clase a terminar un cuadro para la exposición de final de curso.
Marietta la miró fijamente.
—¿Se encuentra bien? Está muy pálida.
Paula tragó saliva para contener una súbita náu¬sea.
—Estoy bien, gracias. No me gusta levantarme temprano, no me siento bien hasta el mediodía.
—Está más delgada que antes. No se habrá puesto a régimen, ¿verdad?
—No. Es que llevo unas cuantas semanas que no me encuentro del todo bien —confesó Paula—. Un virus me atacó al estómago y, desde entonces, no me he recuperado completamente.
—Ahora que está otra vez en casa, pronto se repondrá —dijo Marietta con seguridad—. Le echaba de menos, ¿no?
—Sí, eso es —contestó Paula, dándose cuenta de que era verdad—. Le echaba mucho de menos…
Paula perdió la noción del tiempo en el estudio de la escuela de pintura. Compartía ese pequeño espacio con otra estudiante que también se iba a licenciar con ella y que, afortunadamente, no iba a ir ese día.
Miró el reloj y descubrió que eran casi las seis de la tarde. Rápidamente, limpió los pinceles, se marchó de la escuela y tomó el tranvía.
Pedro la estaba esperando en su casa cuando llegó, su expresión era irritada.
—Llegas tarde —dijo él paseándole la mirada por el cuerpo—. Y estás sucia.

miércoles, 28 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 32

Pedro le tomó la mano y la llevó a la pista de baile. Allí, la rodeó con sus brazos, atrayéndola hacia su pelvis mientras el grupo de música comenzaba a tocar una romántica balada.
Le resultó un tormento tenerle tan cerca. Su cuerpo la traicionó totalmente: los pechos se le irguieron, el deseo le humedeció la entrepierna y el anhelo de besarle hizo que le cosquillearan los labios.
—Relájate, querida. Estás muy tensa —le dijo Pedro acariciándole el cabello con su aliento.
—Perdona…
—Se me había olvidado lo bien que se ajustan nuestros cuerpos. Me llegas justo debajo de la barbilla.
—Sólo porque llevo tacones.
—Pronto nos marcharemos —dijo él mientras seguían moviéndose al ritmo de la música—. No quiero volver a casa muy tarde esta noche. Mañana por la tarde tenemos otro compromiso.
Ella, alarmada, alzó el rostro para mirarle.
—¿Sí?
—No te preocupes, no es nada desagradable. He quedado con los chicos para salir a cenar. Ya se lo he dicho al tutor del colegio.
A Paula le dió un vuelco el corazón. Gonzalo iba a darse cuenta de la falsedad de la situación.
—¿No ha protestado tu sobrino por verse obligado a salir con Gonzalo y, para colmo, conmigo también? —preguntó ella.
Pedro la soltó y, agarrándole una mano, se la llevó de la pista de baile.
—Bruno sabe que espero que se comporte con propiedad, al margen de sus sentimientos hacia tí o hacia tu hermano.
—¿Y tú? —preguntó ella mientras se acercaban a la limusina que les esperaba—. ¿También te vas a comportar tú con propiedad o, en tu caso, no lo consideras necesario?
Pedro le abrió la puerta para que entrara en el vehículo.
—No me des lecciones, Paula. Al fin y al cabo, eres tú quien no se ha comportado dignamente.
Paula se tragó la respuesta que quería darle al oír a otra gente a sus espaldas y entró en el coche, seguida de Pedro.
—El conductor te llevará a casa, yo tengo que volver a la oficina debido a un asunto que tengo que resolver urgentemente —dijo él unos segundos después—. No sé a qué hora volveré.
Paula le clavó los ojos.
—Te he visto hablando con ella. Todavía es tu amante, ¿verdad?
Pedro ni siquiera parpadeó y el resentimiento de Paula aumentó incontrolablemente.
—Lo era… hasta hace unos días —respondió él—. Pero, por los chicos, he interrumpido temporalmente nuestra relación.
Sintió como si le hubieran clavado un puñal en el pecho, así de agudo era el dolor. Luchó por controlar su reacción al decir:
—Así que… después de seis semanas, vuelves con ella, ¿no?
—Ese es el plan —respondió Pedro en el momento en que el coche se detuvo delante de la torre donde estaban sus oficinas.
Cuando Pedro se marchó, Paula se recostó en el asiento del coche y cerró los ojos para contener unas amargas lágrimas.
«No tienes derecho a sentirte celosa», se recordó a sí misma. «Sólo tú tienes la culpa de lo que te pasa».
Sólo ella…

Eternamente Juntos: Capítulo 31

Paula se encerró en uno de los retretes y respiró profundamente. Oyó entrar y salir a otras mujeres, charlar…
—La mujer de Pedro Alfonso  es guapísima, ¿no te parece? —Paula oyó decir a una mujer.
—Sí, lo es —respondió otra—. No me extraña que haya vuelto con ella. Aunque, si te digo la verdad, no entiendo a qué ha venido tanto escándalo; al fin y al cabo, él también se entretiene con frecuencia. Me gustaría saber qué piensa la actual amante de Pedro de la reconciliación de él con su mujer.
—No sé —contestó la primera mujer—, pero no creo que Gisela Hunter vaya a desaparecer sin montar un escándalo antes.
—¿Ha venido esta noche?
—Sí, ha llegado al mismo tiempo que nosotros —dijo la otra mujer—. Estaba merodeando alrededor de Pedro. A ver qué dicen los periódicos de eso.
—O la esposa de Pedro—comentó burlonamente la primera mujer mientras salía con su amiga de los servicios.
Paula salió del cubículo del retrete y se acercó a los espejos para retocarse el maquillaje. Después, respiró profundamente y regresó al salón. Buscó a Pedro con los ojos, pero no halló ni rastro de él.
—¿Está buscando a su marido? —le preguntó el camarero que había pasado antes con la bandeja.
—Sí.
—Acabo de verle salir hacia esa otra sala —indicó el camarero, señalando a la derecha.
Paula le dió las gracias y siguió la dirección que le había indicado el camarero. Por fin, encontró a Pedro en una pequeña sala detrás de un gran jarrón con flores.
Estaba de pie al lado de una mujer alta y rubia de veintitantos años con un vestido que realzaba su espectacular cuerpo.
Hablaban en susurros. Paula no logró entender lo que se decían, pero el lenguaje corporal de ambos no daba lugar a dudas de que tenían una relación íntima.
Paula se marchó de allí con el corazón encogido. En el salón principal, se acercó a la mesa que les habían asignado, se sentó y agarró su vaso de agua. No podía tenerse en pie.
Poco a poco, el resto de las mesas se fueron ocupando y, unos quince minutos más tarde, Pedro  se sentó a su lado.
—¿Ocupado con otro ejecutivo? —le preguntó ella con una mirada significativa.
—Sí —respondió él con una sonrisa que no alcanzó a sus ojos.
Paula contuvo la cólera. Estaba segura de que la mujer a la que había oído en los lavabos estaba en lo cierto.
Apenas probó la cena. No hizo más que juguetear con los platos que le sirvieron. La comida no le sabía a nada… excepto a resentimiento y amargura.
Un grupo de música comenzó a tocar, lo que fue un alivio para ella, ya que podía dejar de esforzarse por mantener una conversación insustancial con los demás comensales que se hallaban alrededor de su mesa.
Pedro se inclinó hacia ella y le dijo al oído:
—Deberíamos bailar.

martes, 27 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 30

—Bueno, en ese caso, olvida el pasado y aprovecha esta segunda oportunidad con Pedro —Melissa paseó la mirada por el salón—. Dios mío, odio este tipo de funciones, ¿y tú? Además, estos tacones me están destrozando los pies.
—A mí me pasa lo mismo —Paula sonrió, encantada con la simpatía de aquella mujer.
Desde hacía dos meses, echaba de menos la compañía de otras mujeres. Sus amigas la habían dado de lado y los artículos de la prensa no habían ayudado. Nadie quería tener nada que ver con una «pérdida».
—Bueno, será mejor que vuelva con León —dijo Melissa—. Podríamos almorzar juntas un día, ¿qué te parece? Me encantaría que conocieras al pequeño Samuel. Tiene seis semanas. Mi madre está cuidándole esta noche, es la primera vez que salgo desde que lo tuve. Los pechos están a punto de explotarme y sólo llevo aquí treinta minutos.
—Me encantaría conocerle —dijo Paula.
—Te llamaré la semana que viene. Me alegro mucho de haberte visto.
—Gracias. Yo también a tí—respondió Paula.
Pedro se le acercó cuando Melissa se reunió con su marido.
—Siento haberte dejado sola tanto tiempo —dijo él, rodeándole la cintura con un brazo—. Uno de los de publicidad me ha acorralado.
—No te preocupes. Estaba charlando con Melissa, que ha estado muy simpática conmigo. No fui a verla cuando tuvo el niño.
—¿Por qué no?
—Tenía miedo de tropezarme contigo…
En ese momento, un camarero con una bandeja pasó por su lado.
—¿Te apetece beber algo?
Paula sacudió la cabeza.
—No, gracias. Voy a ir al baño un momento, enseguida vuelvo.
Pedro la vió alejarse y se fijó en que montones de cabezas se volvían a su paso con ojos impregnados de censura.
Pedro lanzó un suspiro.

Eternamente Juntos: Capítulo 29

Justo en el momento en que creyó no poder soportarlo más, vió un rostro conocido. Melissa estaba casada con León Garrison, uno de los arquitectos que trabajaban en la empresa de Pedro. Melissa era decoradora de interiores y, en el pasado, había charlado con ella de vez en cuando.
—¿Qué tal, Paula? —dijo Melissa—. Me alegro de que tú y Pedro estén juntos otra vez.
—Gracias —respondió Paula.
—Oí lo que pasó —dijo Melissa, empujándola hacia un rincón tranquilo—. Me refiero al incidente con Jazmín Gonzalez.
Paula  se mordió los labios.
—Ah…
—Es una devoradora de hombres —dijo Melissa—. También intentó ligarse a mi marido. Le dejó un mensaje en el contestador; pero, afortunadamente, yo me di cuenta del juego que se traía entre manos.
—Debería haberme dado cuenta de que…
—No seas tan dura contigo misma —la interrumpió Melissa—. Pedro te ha perdonado y eso es lo único que importa. Sentí mucho que hicieran esos horribles comentarios sobre tí en la prensa. Aprovechan cualquier ocasión, ¿verdad? Es muy injusto. Los hombres pueden hacer lo que quieran, pero las mujeres…
—Daría cualquier cosa por cambiar lo que ocurrió —dijo Paula—. Lo peor es que no recuerdo lo que hice.
Melissa abrió los ojos desmesuradamente.
—¿Qué quieres decir?
—Tuve una horrible discusión con Pedro —confesó Paula—. No le creí cuando me explicó lo que esa mujer, Jazmín Gonzalez, estaba intentando hacer. Y le pedí el divorcio. Me sentía abandonada porque Pedro  pasaba mucho tiempo fuera, trabajando o en viajes de negocios. En fin, después de la discusión, acabé dando vueltas con el coche por ahí hasta que me paré delante de la casa de un amigo. Mi amigo me dió un vaso de vino para calmarme y, a partir de ahí, no recuerdo nada más. Quizá bebiera algo más de una copa, no sé.
—Sí, es posible —dijo Melissa—. Una amiga mía se emborrachó tanto una noche que, hasta hoy día, es incapaz de recordar lo que hizo durante cuatro horas. Se despertó en su casa, en la cama, pero no sabe todavía cómo logró llegar. Horrible.
—Dímelo a mí —comentó Paula con una irónica sonrisa—. Jamás habría creído que me acostaría con Facundo. Siempre ha sido como un hermano para mí, nos conocemos desde niños.
—¿Y no tienes ninguna duda de que te acostaste con él? —preguntó Melissa.
Paula se quedó pensativa un momento, preguntándose si Facundo le habría mentido. Pero… ¿por qué iba a mentirle? ¿Para qué? Eran amigos de la infancia, sus madres eran amigas y sus padres pertenecían al mismo partido político conservador. Facundo jamás habría mentido respecto a algo de consecuencias tan graves para ella.
—No, no tengo ninguna duda —contestó Paula con un suspiro.

lunes, 26 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 28

Paula estaba delante del espejo del baño de la habitación pintándose los labios cuando Pedro llegó y se la quedó mirando.
Ella se dió la vuelta y, alzando la barbilla con gesto arrogante, le devolvió la mirada.
—¿Qué tal estoy? —preguntó Paula.
Pedro casi no podía respirar debido a la proximidad de aquel delicioso cuerpo. La delicada e intoxicante fragancia del perfume de Paula era un afrodisíaco, su escote, una tentación irresistible. Era imposible que llevara nada debajo de aquel vestido. De repente, se la imaginó totalmente desnuda y, al instante, su entrepierna cobró vida. Sintió unas ganas irresistibles de levantarle el vestido y penetrarla.
—Estás preciosa —respondió Pedro con voz ronca—. Voy a darme una ducha rápida, me pondré el esmoquin y nos marchamos. Lo he arreglado para que nos lleven, no quiero molestarme en aparcar en el centro.
—Te esperaré en el salón —respondió ella pasando por su lado.
Pedro cerró las manos en dos puños cuando ella se alejó y, con los dientes apretados, se miró al espejo.
—Sólo un imbécil comete la misma equivocación dos veces —se dijo a sí mismo—. No lo olvides.

La limusina llegó en el momento en que Pedro se reunió con Paula en el salón. Mientras iban a la puerta, Pedro le recordó no olvidar representar bien su papel.
—No lo he olvidado —le dijo ella con irritación.
Cuando llegaron al centro donde tenía lugar la función, lo encontraron ya lleno. Paula sabía lo que pensaba todo el mundo, lo vió en sus ojos.
Perdida.
Ramera.
¡Hipócritas! Paula sabía que un buen porcentaje de los hombres casados que se hallaban allí habían engañado a sus esposas. Las estadísticas lo demostraban. Sin embargo, era diferente cuando la persona que había sido infiel era una mujer.
Las cámaras fotográficas lanzaron sus flashes constantemente a su rostro, que empezó a dolerle al cabo de unos minutos de tanto sonreír mientras contestaba educadamente a todo aquél que se acercaba a hablar con ella.

Eternamente Juntos: Capítulo 27

La boutique que Paula eligió no era lujosa, pero tenía un vestido de satén blanco magnolia que le encantó: le realzaba las curvas donde tenía que realzarlas y el escote de la espalda le llegaba casi a las nalgas; el escote delantero era igualmente atrevido. Era lo que Pedro quería, pensó mientras esperaba a que la cajera lo envolviera.
De allí fue directamente a la sección de cosmética de unos grandes almacenes. Allí, una esteticista la maquilló.
La peluquería estaba en el complejo del Southbank del río Yarra.
Una hora más tarde, Paula no podía creer el cambio en su aspecto. Sus rizados cabellos oscuros estaban recogidos en un moño, unos mechones le caían sobre el ojo derecho, confiriéndole un aire atrevido y sensual.
Incluso el taxista no podía dejar de mirarla por el espejo retrovisor.
—¿Va a algún lugar especial esta tarde? —le preguntó el taxista.
—Sí, a una función con mi marido.
—Algunos hombres tienen mucha suerte —comentó el taxista volviendo a mirarla por el espejo retrovisor—. Me suena su cara. ¿No ha salido en los periódicos esta mañana?
—Yo… sí —respondió ella sonriendo con nervio¬sismo.
—Es la mujer de Pedro Alfonso, ¿verdad? —dijo el taxista—. Mi cuñado trabaja en la construcción. Alfonso Luxury Homes, ¿no es así? Construye casas de lujo.
—Sí.
—Es multimillonario, ¿no? Un hombre admirable, ha salido de la nada y se ha hecho millonario. Eso es lo que este país necesita, hombres como él.
—Sí…
—Así que han vuelto juntos, ¿eh? —dijo el taxista parando el taxi delante de la puerta de la casa de Pedro—. Yo, de todos modos, no volvería con mi mujer si se hubiera ido con otro. De ninguna de las maneras.
Las facciones de Paula se endurecieron.
—¿Cuánto le debo?
El taxista se lo dijo y ella le dió un billete de cincuenta dólares.
—Guárdese el cambio.
Paula salió del taxi con las bolsas en las manos y el rostro enrojecido.

domingo, 25 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 26

Oyó el suspiro de alivio de su madre.
—Gracias a Dios que has recuperado el sentido común. Tenía la esperanza de que, cuando tú y Pedro  se encontraran  cara a cara, se darían cuenta de lo que estaban perdiendo. Por supuesto, le heriste en el orgullo de la forma más des…
—Mamá, por favor —la cortó Paula rápidamente—. Sermonearme no va a ayudar en nada. Estamos empezando otra vez y los dos te agradeceríamos que evitaras mencionar lo que ocurrió. Cometí una equivocación, bien; pero como sabes, podría haber sido al contrario.
—Pero no fue así —le recordó su madre—. Pedro te ha sido fiel. Nunca he visto a un hombre tan enamorado como Pedro de tí. Me duele pensar en el daño que le hiciste después de todo lo que él ha hecho por nosotros.
Paula apretó con fuerza el auricular del teléfono.
—¿Qué quieres decir con eso de todo lo que ha hecho por nosotros? ¿De qué estás hablando?
—Yo… No, de nada —dijo Alejandra—. Sólo he querido decir que se ha comportado como un caballero, en ningún momento ha intentado ponernos en contra tuya. Ha continuado comportándose con nosotros con el cariño de siempre.
—¿Cuándo lo vieron? —preguntó Paula, sospechando que había algo de lo que ella no estaba enterada—. ¿Habéis mantenido el contacto durante estos últimos dos meses?
—No había motivo para no verle de vez en cuando —respondió Alejandra—. Por supuesto, no te dijimos nada porque no queríamos ser la causa de uno de tus berrinches infantiles.
Paula no sabía qué pensar de aquello. No se le había pasado por la cabeza que Pedro hubiera seguido en contacto con su familia. Sabía que le tenía cariño a Gonzalo y que siempre había sido muy educado con sus padres, pero lo que su madre había dicho le sorprendía.
—Espero que hayas decidido ser una buena esposa, Paula—dijo su madre, rompiendo el momentáneo silencio—. Y espero que no vuelvas a ver a Facundo. Su madre me ha dicho que está saliendo con una chica de Canadá que ha venido aquí de visita. Facundo aún no se la ha presentado, pero no me gustaría que tú…
—Mamá, hace semanas que no veo a Facundo—dijo Paula—. Me alegro de que haya encontrado a alguien, merece ser feliz.
Su madre lanzó otro suspiro.
—En fin, será mejor que te deje, tengo que ir a una función esta tarde con tu padre. Debo admitir que vuestra reconciliación ha ocurrido en el momento oportuno. Tu padre tiene posibilidades de ser reelegido en el Senado y le vendrá muy bien la noticia de que la vida de su familia está en orden otra vez.
Paula alzó los ojos al cielo. Para sus padres, las apariencias lo eran todo.

Eternamente Juntos: Capítulo 25

Paula quería tener la última palabra, pero Pedro no le dió tiempo, ya que salió de la habitación y cerró la puerta antes de que ella pudiera abrir la boca.
Paula lanzó un suspiro y se volvió a cubrir la cabeza con la sábana.

El hambre fue lo único que la hizo levantarse dos horas después. Se duchó, se peinó y se fue a la cocina, donde encontró a Marietta pasando innecesariamente un paño a la encimera.
—¡Vaya, ya se ha levantado! —exclamó Marietta con una sonrisa—. Sin duda, su marido la ha tenido ocupada hasta altas horas de la noche, ¿eh?
Paula se sintió enrojecer al instante.
—Bueno… sí…
Marietta le guiñó un ojo.
—Necesita descansar, ¿verdad? Tiene que reposar y recuperarse para estar lista otra vez esta noche.
Paula no soportaba tener que engañar al ama de llaves, que claramente estaba encantada con la reconciliación.
Marietta se le acercó y le dio unas palmadas en el brazo.
—Escuche bien lo que le digo porque, aunque soy mucho mayor que usted, sé alguna que otra cosa sobre los hombres. Su marido es como muchos hombres italianos, a él no le gusta compartir. Pero hay muchas mujeres que van detrás de él, ¿no? ¿Por qué va usted a quedarse en la casa y a sentirse mal? He leído los periódicos y he oído rumores. Él es un hombre muy rico y hay muchas mujeres que le quieren para sí. Usted cometió un error, pero… ¿y quién no? Olvídelo y siga con su vida. Ése es mi consejo.
—Gracias, Marietta —dijo Paula—. Estoy haciendo lo posible por seguir con mi vida.
Marietta sonrió.
—Usted le quiere, eso salta a la vista. Usted no ha dejado de quererle. Por eso conservé su ropa en el armario, sabía que volvería. Ésta es su casa.
—Sí… ésta es mi casa —respondió Paula, pensando en las semanas que le esperaban en la casa de Pedro bajo la vigilancia de su ama de llaves.

Su madre le llamó justo cuando estaba a punto de salir de casa para ir a comprar un vestido para la función de aquella noche. Marietta le llevó el teléfono y la dejó en el salón con vistas al río Yarra.
—¿Es verdad, Paula? —preguntó Alejandra—. ¿En serio has vuelto con Pedro?
—Sí, es verdad —por algún motivo desconocido, mentir a su madre no le causó sentimiento de culpabilidad.

Eternamente Juntos: Capítulo 24

—¿Mmmm?
Pedro le acarició la nuca con la lengua.
—No… no deberíamos hacer esto… —dijo Paula temblando de placer.
—Estás en mi lado de la cama —dijo Pedro—, lo que me hace suponer que quieres que te haga el amor.
Paula lo habría negado, pero dos de los largos dedos de Pedro habían encontrado la sedosa y mojada evidencia, haciéndola arquear la espalda.
—Me deseas —declaró Pedro con voz grave. Entonces, se apartó de ella—. Pero no voy a hacerte nada. No voy a ensuciarme contigo.
Paula cerró los ojos tras esas palabras que se le habían clavado en el corazón como un puñal. Sabía que Pedro ya no la amaba; entonces, ¿por qué le hacía tanto daño su desprecio?
 A Paula no le gustaban las mañanas, siempre le había costado un grave esfuerzo levantarse.
—¿Vas a quedarte ahí todo el día? —le preguntó Pedro  mientras se hacía el nudo de la corbata delante del espejo que había cerca de la cama.
Paula se cubrió la cabeza con la ropa de cama.
—Hoy no tengo clase.
—Algunos tienen mucha suerte —comentó él mientras agarraba la chaqueta y las llaves.
Paula asomó la cabeza para mirarle.
—¿Quieres que haga algo mientras tú estás en el trabajo?
Pedro se puso la chaqueta.
—No, sólo que continúes en tu papel de dedicada esposa si alguien llama o se pasa por aquí —respondió él—. Y no olvides que Marietta va a estar muy al tanto.
Pedro se miró el reloj y añadió:
—Si te apetece, podrías acompañarme a una función esta noche, eso daría más credibilidad a nuestra supuesta reconciliación. Asistirán muchos periodistas.
—No tengo nada que ponerme —dijo ella, buscando una excusa.
Pedro arqueó las cejas; luego, sacó unos billetes de la cartera y los dejó encima de la cama.
—Cómprate algo —dijo él—. Algo llamativo y sexy. Y hablando de otra cosa, tu padre ha llamado.
—¿Qué ha dicho? —preguntó ella, aprensiva de repente.
—Quería saber si es verdad que hemos vuelto juntos. Me parece que el artículo del periódico no le ha convencido del todo.
—¿Qué le has dicho tú?
Pedro esbozó una sonrisa burlona.
—¿Tú qué crees?
—«¿Estoy haciendo esto por los chicos?», ¿es eso?
Pedro arqueó una oscura ceja.
—¿No te parece bien proteger a los chicos, hacer algo por ellos?
—Naturalmente que sí. Lo que pasa es que no me gusta que me pille en medio.
Pedro agarró su teléfono móvil.
—No te encontrarías en esta situación si no te hubieran pillado en la cama de otro hombre. Piénsalo.

sábado, 24 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 23

—¿Crees que podrían estar preocupados si te han llamado a casa? —preguntó Pedro.
—No lo creo.
—¿Tienes el teléfono móvil aquí?
—No. Se me cayó hace unos días y se rompió. Aún no me he comprado otro. Además, no tenía dinero para cubrir los gastos del móvil.
Pedro frunció el ceño en la oscuridad. Sin duda, Paula estaba tratando de hacerle sentirse culpable por no acceder a darle la mitad de su patrimonio, pero él no iba a ceder. No estaba dispuesto a repartir su fortuna a medias con la perdida de su esposa, que lo compartiría con su amante.
—Haré que te den un teléfono móvil mañana —dijo él—. Yo pagaré los gastos hasta que esta farsa de la reconciliación llegue a su fin.
Paula guardó silencio unos minutos y él se preguntó si se habría dormido. Entonces, ella dijo:
—Mis padres van a llevarse una sorpresa cuando lean el periódico mañana.
—Sí, supongo que sí.
—Pedro…
—¿Sí?
—Siento realmente lo que ha pasado —dijo ella con voz ronca—. La vida nos iba muy bien y yo lo estropeé todo. No puedo creer lo estúpida que he sido.
—Todos cometemos errores. Ya se ha acabado, Paula. Tenemos que seguir con nuestras vidas.
—¿Crees que podrás perdonarme algún día? —preguntó ella en un susurro.
—Duérmete, Paula. Éste no es el momento para hablar de eso.
—¿Llegará algún día ese momento? —preguntó Paula tras otro prolongado silencio.
—Puede que no. Y ahora, Paula, por el amor de Dios, duérmete —dijo Pedro enfurecido.
Paula se tragó las lágrimas.
—Buenas noches, Pedro.
Él no respondió.

Paula se despertó sintiendo el cálido cuerpo de Pedro en la espalda y la mano de él en su pecho, con los dedos frotándole los pezones.
Un intenso deseo le recorrió el cuerpo al tiempo que sentía la erección de Pedro entre las piernas, buscando su líquido calor.
—Pedro…

Eternamente Juntos: Capítulo 22

Ella había agarrado el vaso con manos temblorosas.
—¿Qué pasó anoche? Sólo recuerdo el dolor de cabeza y lo que te dije sobre… sobre la aventura amorosa de Pedro.
Evitando su mirada, Facundo respondió:
—Hemos dormido juntos.
Una inmensa incredulidad acompañada de vergüenza y culpa se había apoderado de ella.
—¡Oh, Dios mío! ¡No, Dios mío, no! No es posible que yo haya…
—No pasa nada, Paula. No hemos hecho nada malo. Muchos amigos se acuestan juntos. Hoy en día no tiene mucha importancia.
Ella le había mirado con horror, incapaz de creer sus propias acciones.
—Yo… no sé qué decir. Estoy avergonzada… ¿Me excedí con la bebida? Sólo recuerdo haber bebido medio vaso. Siempre tengo cuidado con el alcohol, tú lo sabes.
Facundo respiró profundamente antes de decir:
—Tu marido te ha visto. Ha venido esta mañana, hace un par de horas. No quería dejarle entrar, pero no he podido impedírselo. También han venido unos periodistas. Creo que algunos aún están esperando ahí abajo. Será mejor que no te vayas hasta que no se hayan marchado.
Ella se había quedado sin habla.
Facundo continuó:
—Creo que ha sido lo mejor que podía pasar, Paula. Al fin y al cabo, él te ha estado engañando, ¿no? ¿Por qué no puedes engañarle tú también? No me parece que tengas que sentirte culpable, no ha sido culpa tuya.
Pero ella no había encontrado disculpa alguna respecto a su comportamiento. Se había acostado con otro hombre y Pedro tenía derecho a estar enfadado.
No iba a perdonarla jamás.

Pedro le dió el vaso de agua, haciéndola salir de su ensimismamiento. Al pasarle el vaso, sus dedos se rozaron. Eso fue suficiente para despertar en él el deseo, como siempre que estaba cerca de Paula.
Desde la separación, había buscado consuelo con algunas mujeres, pero ninguna de ellas le había hecho alcanzar los extremos de placer que había sentido con Paula.
—Siento haberte despertado —dijo ella una vez más.
—Da igual. Además, no estaba dormido del todo —respondió Pedro metiéndose en la cama otra vez.
Apagaron la luz y se hizo un tenso silencio.
—Se me ha olvidado llamar a mis padres —dijo Paula al cabo de cinco minutos.

Eternamente Juntos: Capítulo 21

Pedro se alegró de tener una excusa para salir de la habitación, eso le permitiría recuperar el control del efecto que la vulnerabilidad de Paula tenía en él. Verla así despertaba su instinto protector, sus ganas de abrazarla y así espantar sus temores.
«*******». Paula debía de estar haciendo eso deliberadamente. El divorcio no había ido a favor de ella y debía de estar utilizando esa pequeña tregua para hacerle desearla otra vez con el fin de conseguir más dinero del que iba a lograr obtener.
Tenía que tener cuidado con ella.
De no ser por el hecho de que los estudios de Bruno y Gonzalo corrían peligro, se habría deshecho de ella ya.
¡Cómo quería verse libre de esa mujer!
Era una tentación de un metro sesenta y siete centímetros con la que no quería tener nada que ver.
Gonzalo no tenía la culpa de que su hermana fuera una perdida. Gonzalo era un buen chico, algo introvertido e inseguro, lo que hacía aún más deplorable el comportamiento de Bruno con él.
Cuanto más pensaba en ello, más convencido estaba de que su sobrino había sido una bomba a punto de estallar. La pérdida de su padre a los siete años le había hecho mucho daño, igual que a todos. Él había hecho lo que había podido; pero, evidentemente, no había sido suficiente.
Pedro suspiró mientras subía las escaleras con el vaso de agua. Bruno aún sufría y era ese sufrimiento el motivo de su comportamiento. Ahora, le tocaba a él dar ejemplo a su sobrino, ejemplo de perdón y reconciliación; al menos, en público. Iba a ser difícil, pero importante que los chicos solucionaran sus diferencias y continuaran con sus vidas.
Paula estaba sentada en la cama tratando de recuperar la compostura. Había vuelto a la vida de Pedro y tenía que comportarse como si eso fuera algo normal, aunque no lo era. Seguía sin comprender cómo había podido traicionarle… y con Facundo, su mejor amigo. Desde que le conocía, muchos años atrás, lo único que había sentido por él era cariño fraternal, lo que aún hacía más inexplicable e injustificable su comportamiento.
¡Ojalá pudiera recordar lo que ocurrió aquella noche! Sólo se acordaba de que él le había ofrecido una copa de vino, que ella había bebido entre sollozos, y de un intenso dolor de cabeza que la había hecho tumbarse en la cama, sin importarle que fuera la única que había en el piso. Además, se habían acostado juntos muchas noches de pequeños; para ella, era como dormir con un hermano… al menos, eso pensaba.
Aquella mañana, se había despertado cegada por la luz.
—¿Facundo? —entonces, al darse cuenta de que estaba desnuda, agarró la sábana que tenía a los pies y se cubrió inmediatamente con ella.
—¿Qué tal la cabeza? —le había preguntado Facundo al tiempo que le daba un vaso de agua.

viernes, 23 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 20

—Voy al estudio a ver si he recibido unos correos electrónicos —le informó Pedro a Paula cuando regresaron a la casa—. Acuéstate. Intentaré no despertarte cuando suba.
Ella tragó saliva.
—¿En qué lado de la cama quieres que me acueste?
La mirada de él se endureció.
—¿Qué lado prefieres últimamente? —preguntó él—. ¿Izquierdo o derecho? ¿O sigues prefiriendo el medio?
—No tengo preferencias.
Pedro esbozó una burlona sonrisa.
—En ese caso, lo echaremos a cara o cruz. Tú eliges. Cara es el lado derecho y cruz el izquierdo.
—Cara —dijo ella con aprensión.
Pedro lanzó una moneda al aire.
—Cruz. Tú pierdes.
«Una vez más», pensó Paula. Nunca había ganado nada cuando competía con Pedro, que tenía una habilidad especial para sacarle ventaja en todo.
—Buenas noches, Paula.
Paula se marchó al dormitorio seguida por la mirada de Pedro.

Paula volvió a tener aquella pesadilla, tan terrorífica y real como la última vez cuatro semanas atrás.
Se sentó en la cama sobresaltada, presa del pánico, mientras el eco de su grito reverberaba en las paredes.
—¿Qué pasa? --Pedro se despertó sobresaltado mientras Paula encendía la lámpara de la mesilla.
—Lo siento… —murmuró ella levantándose de la cama. El pijama le iba grande y la hacía parecer más una niña que una mujer de casi veinticinco años.
—¿Has tenido una pesadilla? —preguntó él.
—Sí. Perdona que te haya despertado.
Pedro se levantó de la cama y se acercó a ella, que temblaba visiblemente.
—¿Quieres que te traiga un vaso de agua?
Paula se estremeció y le miró brevemente.
—Sí, gracias.

Eternamente Juntos: Capítulo 19

—¿Controvertido? —Pedro frunció el ceño—. ¿Qué tiene de controvertido ser pintora?
—Evidentemente, no has visto mis últimos cuadros —contestó Paula.
Los oscuros ojos de Pedro brillaron.
—Ofensivos, ¿eh, Paula?
—Digamos que el último cuadro es políticamente subversivo. Ha causado algo de escándalo —contestó ella.
—¿A tu padre o al público?
—A mi padre y al público —contestó Paula—. Fui a una manifestación con el cuadro. Me sorprende que no lo vieras en los periódicos.
—Debía de estar en el extranjero esos días —contestó Pedro frunciendo el ceño ligeramente—. ¿Te arrestaron?
—No. Esta vez no. Pero mi padre ha amenazado con desheredarme si vuelve a ocurrir.
Pedro se la quedó mirando durante unos segundos.
—Nuestra separación debe de haber perjudicado la relación con tus padres, ¿no? —preguntó él.
Ella sacudió la cabeza y empezó a juguetear con la comida que el camarero les había servido hacía unos segundos.
—No… pero es culpa mía y acepto la responsabilidad.
Pedro se preguntó si eso era verdad. Paula insistía en no recordar gran cosa de aquella noche, algo que le carcomía enormemente. Ella había ido, voluntariamente, a casa de Pieres con la intención de reanudar su relación con él. No tenía sentido pretender no saber por qué había acabado acostándose con él.
—No pareces disfrutar mucho con la cena —comentó Pedro—. ¿No te apetecía comer eso?
Paula sacudió la cabeza y dejó los cubiertos en el plato.
—No es eso, es que no tengo tanta hambre como pensaba. Desde la gripe, no tengo apetito.
—Entonces, vámonos —dijo Pedro poniéndose en pie—. Ya hemos conseguido lo que queríamos. Los periodistas ya nos han visto y han hablado con nosotros. Vamos a casa.
—¿Y la comida? —preguntó Paula—. ¿No vas a terminar de cenar?
Pedro le dió su pañuelo con expresión irónica.
—Yo también he perdido el apetito —declaró él—. Además, estoy cansado. Tengo ganas de irme a la cama.
La cama.
Paula tembló cuando él le puso la mano en la cintura y la condujo a la salida.
Si intentar cenar con él le había resultado difícil, ¿qué iba a hacer durante las seis semanas que compartiría la cama con Pedro?

Eternamente Juntos: Capítulo 18

El fotógrafo se acercó más y les pidió que posaran. Paula forzó una sonrisa mientras Pedro le ponía una mano en la nuca.
—Gracias a los dos —dijo la periodista—. Que se diviertan.
—Lo haremos —dijo Pedro con otra sonrisa encantadora.
Paula lanzó un suspiro cuando, por fin, se quedaron solos.
—No se me da muy bien esto…
—Has estado bien, no te preocupes —dijo él—. Y ahora, ¿qué te apetece cenar?
Paula no tenía hambre. Se quedó mirando el menú, mordiéndose el labio inferior, y preguntándose si Pedro tenía idea de lo que la situación le estaba afectando.
Pedro, desde el otro extremo de la mesa, extendió el brazo, le alzó la barbilla y, con el pulgar, le acarició el labio inferior.
—Si sigues mordiéndote así, te va a salir sangre, querida —dijo él.
Los ojos de ella se llenaron de lágrimas bajo el escrutinio de los ojos oscuros de Pedro.
—No puedo… evitarlo —Paula ahogó un sollozo.
—Por favor, Paula, no llores. ¿Tanto te afecta estar conmigo?
Paula asintió mientras otro quedo sollozo escapaba de su garganta.
—Lo siento. No te preocupes, ya se me pasa.
—Lo que necesitas es comer —dijo Pedro antes de hacer un gesto para llamar al camarero.
Paula se secó los ojos mientras Pedro pedía por ella su plato preferido. Pedro ya no la quería, pero no se le había olvidado lo que le gustaba y lo que no. Encontró el gesto consolador.
—¿Qué tal te van los estudios? —le preguntó Pedro cuando el camarero se alejó—. Debes de estar a punto de terminar.
—Sí. Ya he terminado la tesis y me la están corrigiendo. Ahora estoy terminando de preparar el cuaderno. Todos los estudiantes que nos estamos graduando vamos a exponer en una galería de arte. Es una buena oportunidad para mostrar nuestros trabajos.
—¿Te ha gustado hacer el curso? —preguntó él.
—Sí, mucho. Tenía muchas ganas de hacerlo.
—¿Han aceptado ya tus padres que hayas elegido esta carrera?
Paula le lanzó una mirada sombría.
—Ya conoces a mis padres, ellos preferirían que hiciera algo menos controvertido.

Eternamente Juntos: Capítulo 17

Abandonando aquellos pensamientos, Pedro se dió media vuelta y la encontró sentada mordiéndose las uñas. Estaba muy pálida y frágil, parecía un pajarito a quien le habían cortado las alas y estaba luchando por volver a volar otra vez.
Paula alzó la cabeza y, despacio, sus mejillas cobraron un delicado color. La vió mover la garganta y humedecerse los labios con la lengua.
Pedro hizo un esfuerzo, una vez más, para no perder el control. Sabía que iba a ser duro, pero no había imaginado que lo fuera tanto. No había esperado que le doliera tanto volverla a ver. El dolor era casi físico.
—Pedro… Pedro, quiero darte las gracias por hacer esto con el fin de ayudar a los chicos… Sé que no es lo que ninguno de los dos queremos. Sólo quiero que sepas que haré todo lo que esté en mi mano para que todo salga bien.
—Gracias. No se me ha ocurrido otra manera de solucionar la situación.
—Sólo van a ser seis semanas.
—Sí.
Pedro volvió el rostro, incapaz de soportar la herida mirada azul violeta de Paula.
—Si no te encuentras bien para salir a cenar esta noche, lo dejaremos para mañana. Un día más no va a cambiar nada.
—No, estoy bien —dijo ella—. Me siento mucho mejor. Además, necesito comer algo.
Pedro se acercó a una mesa de café que había en la habitación, agarró un pequeño sobre y se lo dió a Paula.
Paula lo miró sin comprender.
—¿Qué es?
Pedro le clavó los ojos en los suyos.
—Tu anillo de compromiso y tu anillo de bodas.
Paula agarró el sobre con dedos torpes.
—¿Los guardabas?
Pedro se encogió de hombros con indolencia.
—Después de que me los devolvieras, no he tenido tiempo de ir a venderlos. Estaba esperando a que nos dieran el divorcio.
Paula sacó los anillos del sobre y se los quedó mirando.
—Será mejor que te los pongas mientras represen tamos el papel de esposos reconciliados. Una vez que se acabe todo, te los puedes quedar o me los puedes devolver, lo que quieras. A mí me da igual.
Pedro se volvió para recoger las llaves de la mesa de centro.
Paula se puso en pie. Aún le temblaban las piernas ligeramente, pero logró salir de la habitación detrás de él y llegar al coche.
Pedro guardó silencio durante el trayecto al restaurante en Toorak Road. Ella le miró una o dos veces y se le encogió el corazón al ver su tensa mandíbula y las oscuras sombras bajo sus ojos.
Pedro aparcó el coche y la condujo al restaurante. El maitre les saludó inmediatamente:
—Señor Alfonso, señora Alfonso—sus ojos se iluminaron—. ¿Qué es esto? No doy crédito a mis ojos. ¿Van a cenar juntos?
—Sí —contestó Pedro—. Vamos a celebrar nuestra reconciliación.
—¡Felicidades! Es maravilloso, ¿verdad? Nada de desagradable divorcio ni abogados usureros.
—Exacto —dijo Pedro con una sonrisa.
Paula se vió presa del remordimiento. La abogada que había contratado la había instado a pedir el cincuenta por ciento de todo el patrimonio, y ella había accedido. Había pensado que Pedro se opondría y eso prolongaría los trámites, y ella aprovecharía ese tiempo para intentar lograr su perdón. No le interesaba el dinero de Pedro, lo que quería era su amor y su perdón.
Les condujeron a su mesa y les dejaron la carta de los vinos.
—¿Qué prefieres, blanco o tinto? —le preguntó Pedro mientras leía la carta.
—Prefiero agua mineral. Quiero evitar que me dé una migraña.
Pedro la miró con expresión preocupada.
—¿Estás teniendo muchas migrañas últimamente?
—Sí… Es debido a la tensión nerviosa. Me han dado unas pastillas que me están yendo muy bien.
En ese momento, un hombre con una cámara fotográfica se les acercó, iba acompañado de una mujer con un cuaderno de notas y un bolígrafo.
—Señor Alfonso… —dijo la joven—, hemos oído hoy que usted y la señora Alfonso se han reconciliado.
—Sí, es verdad —contestó Pedro con una sonrisa—. A los dos nos hace muy felices estar juntos otra vez.
—¿Quiere eso decir que ha perdonado a su esposa por tener relaciones con Facundo Pieres? —preguntó ella con una significativa mirada a Paula.
Paula enrojeció al instante.
—Naturalmente —respondió Pedro—. Todos cometemos errores, ¿no? Hay muchos hombres que son infieles y se espera de sus esposas que, no sólo les perdonen, sino que no le den importancia. Si es válido para los hombres, es justo que lo sea también para las mujeres, ¿no le parece?
—Bueno… sí —respondió la periodista mientras anotaba en su cuaderno.

Eternamente Juntos: Capítulo 16

—¿Y crees que eso me vale a mí de algo? —preguntó Pedro  furioso—. Por el amor de Dios, Pauula , le entregaste tu cuerpo a otro hombre. ¿En serio esperas que perdone y olvide? No puedo. Cada vez que te miro no puedo evitar imaginar las manos de ese asqueroso por tu cuerpo, dentro de tí…
—No es un asqueroso —dijo Paula con una chispa de reto en la mirada.
Se hizo un tenso silencio. Paula cerró los ojos. No podía soportar aquella tensión por más tiempo.
—Te amaba, Paula. Tú mataste ese amor.
—Lo sé y no te culpo. Lo que hice fue imperdonable. Ni siquiera puedo perdonarme a mí misma.
Pedro se acercó a la ventana y miró, sin ver nada, a través del cristal. Había esperado una actitud retadora, no desesperación, por parte de Paula.  Se la veía pálida y vulnerable, como si su mundo se hubiera derrumbado. Eso despertaba en él todos sus instintos protectores, instintos que había sentido desde el primer encuentro con ella. Había encontrado irresistible la mezcla de niña traviesa y mujer sensual. En contra de su naturaleza cautelosa, se había casado con Paula a las pocas semanas de conocerla. Pero no importaba que aún se desearan, jamás podría olvidar que ella se hubiera entregado a otro hombre.
No podía olvidar el momento en que la vió desnuda en la cama de Facundo Pieres. A la mañana siguiente a su acalorada discusión, tras tranquilizarse y reconocer que era natural que Paula estuviera disgustada, había sentido la necesidad de ir a buscarla y disculparse por no haberse mostrado más comprensivo con ella; sin embargo, en vez de encontrarla refugiada en casa de su amigo, la había encontrado en el último lugar en el que esperaba verla, en su cama.
Aún le provocaba náuseas recordar el triunfal orgullo de Pieres cuando le abrió la puerta de su casa…
—¿Dónde está mi esposa? —le había preguntado él.
—Está en la cama —le respondió Facundo  con una mirada belicosa—. No quiere verte, Alfonso.
—Pero yo sí quiero verla a ella.
Pedro encontró el dormitorio sin problemas, ya que era el único dormitorio de la casa. Y dentro encontró a su esposa, completamente desnuda, en la cama.
—No la despiertes —le dijo Facundo a sus espaldas—. Ha pasado horas muy mal, con migraña.
Pedro apretó los puños. Quería despertarla y sacarla de la cama de su amante a rastras, pero sabía que no tenía sentido. Un súbito odio le consumió y se juró a sí mismo no volverla a ver nunca.
Y no lo había hecho…
Hasta ese día.

Eternamente Juntos: Capítulo 15

De repente, Pedro  tiró de ella hasta estrecharla contra su cuerpo y entonces la besó con fuerza. La pura intensidad animal de él la tomó por sorpresa y, en vez de apartarse, se entregó a aquel arranque de pasión. Le quería, le necesitaba.
Pedro la hizo darse la vuelta. Ella plantó las palmas de las manos en la puerta y pronto se vió con la falda subida hasta la cintura y las diminutas bragas de encaje bajadas mientras Pedro, dentro de ella, la tenía gimiendo de placer en cuestión de segundos.
Paula aún estaba tratando de recobrar la respiración cuando él se apartó de ella. Despacio, Paula se volvió, maldiciéndose a sí misma por su debilidad.
—Ha sido un recuerdo de despedida —le dijo Pedro mientras se subía la cremallera de los pantalones.
Y tras una mirada de desprecio, Pedro se alejó.
Paula volvió al presente cuando Pedro se levantó de la cama. Le vió pasearse por la habitación y revolverse los cabellos, dejándoselos desordenados y atractivo en extremo.
—Mi supuesta aventura amorosa —dijo él en tono despectivo—. Creía que tenías más sentido común y no te dejarías engañar por alguien manipulando unas fotos con Photoshop que, hoy en día, hasta un niño podría hacer.
Paula se avergonzó de sí misma. Había sido una tonta; cegada por los celos, no se había parado a pensar racionalmente.
—Lo siento —dijo ella mordiéndose los labios—. No me habría dejado engañar si, además de las fotos, no hubiera habido mensajes. Ella estuvo llamando todo el tiempo que estuviste fuera. No pude evitar pensar lo peor…
Pedro la miró con furia.
—¿Cómo pudiste hacerlo, Paula? Te quería tanto… Habría dado la vida por tí.
Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. Se sentía más culpable que nunca.
—Pasabas mucho tiempo fuera —dijo ella en un in tentó por justificarse a sí misma—. No pude evitar las sospechas.
—Albergabas sospechas porque estabas buscando una excusa para dejarme. Estabas enamorada de Pieres.
—¡No! —Paula se levantó con piernas temblorosas— Mentí cuando te dije eso. Yo no le quería… en ese sentido al menos.
—Pero te acostaste con él.
Paula apartó la mirada.
—Sí…
—Podríamos haberlo aclarado todo —dijo Pedro con voz enronquecida por la emoción—. Podríamos haberlo aclarado en veinticuatro horas.
Paula se tragó un sollozo y asintió.
—Lo sé.
—No puedo perdonarte lo que hiciste, Paula. Lo he intentado, pero no puedo.
—Lo comprendo… —Paula, avergonzada, bajó la cabeza.
—Estabas empeñada en vengarte de mí por una aventura amorosa que jamás tuve. No te paraste a pensar en las consecuencias y te lanzaste a una venganza que me destrozó el corazón.
—Sólo lo hice una vez —dijo ella en defensa de sí misma—. Por si te sirve de algo, la verdad es que no recuerdo casi nada de aquella noche.

jueves, 22 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 14

Paula le había lanzado una fría mirada azul.
—¿Ayudante de qué? —ella le dió las fotos—. ¿Ayudante en lo referente a tu vida sexual?
Después de ojear las fotos, Pedro las había tirado encima de una mesa y luego se la quedó mirando con expresión incrédula.
—Paula, esto es ridículo. Evidentemente, alguien está intentando desacreditarme, pero te aseguro que no me he acostado con esa mujer.
—Te dejó varios mensajes. ¿No quieres oírlos?
Pedro pasó por su lado para acercarse al teléfono y oír los mensajes. Frunció el ceño mientras los escuchaba.
Paula se puso las manos en las caderas.
—¿Y bien? ¿Vas a seguir negándolo?
Pedro colgó el teléfono con innecesaria fuerza y los ojos negros de ira.
—¿Cómo puedes creerme capaz de irme con una mujer así? —le había preguntado él—. Es evidente que lo único que quiere es crear problemas. Jamás la he tocado. Jamás se me ocurriría hacerlo.
—No te creo.
Los ojos de él se clavaron en las maletas.
—Evidentemente, no.
—Quiero el divorcio —le dijo ella alzando la barbilla con gesto desafiante—. No quiero seguir casada contigo.
—¿En serio?
—Sí, en serio. Nunca debería haberme casado contigo.
—¿Por qué? —le preguntó Pedro acercándose.
Paula  retrocedió unos pasos hasta toparse con la puerta. Al sentirse acorralada, dijo lo primero que se le ocurrió:
—Porque estoy enamorada de otro.
—¿Qué has dicho? —preguntó él con incredulidad.
—Ya me has oído. Estoy enamorada de otro.
—¿De quién? ¿O quieres que lo adivine?
—No tengo por qué darte explicaciones.
Pedro apretó los labios, su expresión era de furia contenida.
—¿Cuánto tiempo llevas enamorada de él?
Paula decidió continuar con su mentira.
—Llevo enamorada de él toda la vida. Ahora mismo voy a irme con él.

miércoles, 21 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 13

—Legalmente, sí. Hemos vuelto a cohabitar como marido y mujer.
—Yo no quiero ser tu mujer de ninguna de las maneras —declaró Paula enérgicamente—. No quiero vivir con un hombre que me odia tanto como tú me odias. Es lo peor que me podría pasar.
—No entiendo por qué estás tan enfadada. Al fin y al cabo, fuiste tú quien destruyó nuestro matrimonio.
—¡Yo no lo hice sola! —gritó ella.
—No, desde luego que no —dijo Pedro fríamente, aunque su oscura mirada estaba cargada de cólera—. Lo hiciste con Facundo Pieres.
—No me refería a eso —Paula lanzó un suspiro de frustración—. Lo que he querido decir es que jamás se me habría ocurrido ir a casa de Facundo si no hubiera creído que tenías una amante.
—Ah, sí, claro, mis supuestas relaciones extramatrimoniales —dijo Pedro con otra sonrisa burlona.
Paula se sintió a punto de echarse a llorar. No soportaba que le recordaran lo estúpida que había sido. En su momento, se había encontrado consumida por los celos, aunque el orgullo le impedía reconocerlo. Por eso permitió que una mujer vengativa la envenenara sistemáticamente y la pusiera en contra del hombre al que amaba con todo su corazón.
Por aquel entonces sólo llevaban doce meses casados y estaban pasando un momento particular mente difícil, aunque ahora se había dado cuenta de que era normal: dos personas con fuertes personalidades viviendo juntas era de suponer que discutieran; sobre todo, cuando él estaba muy ocupado con el trabajo y ella con sus estudios. Además, ella era propensa a los estallidos de genio que, unido a su profunda inseguridad, presentaban un fértil campo para sembrar las semillas de las sospechas.
Jazmín Gonzalez  había alimentado esas sospechas con mensajes sugerentes en el contestador automático y también con fotografías que, despues , resultaron ser montajes digitales con el fin de dar la impresión de ser más íntimos de lo que realmente eran. Paula se había encontrado tan desolada al ver a su marido en un abrazo tan comprometedor que no se había parado a pensar en la posibilidad de otra explicación.
Pedro se había ido a Sydney en viaje de negocios y estaba allí cuando ella le llamó para acusarle de infidelidad. Él lo había negado con vehemencia, pero ella no le había creído. Le colgó el teléfono, desconectó el aparato y también su teléfono móvil durante unas horas.
Cuando Pedro regresó aquella tarde fatídica a su casa, ella ya había hecho las maletas y estaba esperándole en el salón.
—No es posible que hables en serio, querida —le había respondido él después de que ella le dijera que se marchaba—. Casi no conozco a esa mujer. Trabaja para mí, sí, pero sólo como ayudante a tiempo parcial.

Eternamente Juntos: Capítulo 12

—Yo no soy sexualmente activa. No he tenido relaciones sexuales desde… —Paula se interrumpió y se mordió los labios—. Desde aquella noche.
La expresión de Pedro mostró incredulidad.
—Paula, eres una persona que exuda sexualidad y se te nota.
Paula se humedeció los labios con la lengua mientras la oscura mirada de Pedro le recorría  el cuerpo. Se le endurecieron los pechos y se le contrajo el estómago.
—Sí, Paula, eres muy sensual —continuó él—. Hay pocos hombres que puedan resistirse a lo que tú les puedes ofrecer.
—Yo no ofrezco nada.
Pedro sonrió irónicamente.
—Te apuesto lo que quieras a que si me acostara en esa cama, te tendría debajo y dando gritos de placer en cuestión de minutos. No puedes evitarlo. Has nacido para el placer, querida. Estoy endureciendo sólo de pensarlo.
Paula no pudo evitar dirigir la mirada a la pelvis de Pedro. Un temblor de deseo le sacudió el cuerpo.
Pedro se acercó y se sentó en el borde de la cama, a su lado, y, agarrándole una mano, se la colocó encima de su miembro.
—¿Te das cuenta de lo que me haces, Paula?
Sí, se daba cuenta y le aterrorizaba. Deseaba tocarle y la barrera de su ropa era un tormento. Quería saborearle y sentir el éxtasis de Pedro.
—Pero… me odias —dijo ella al tiempo que trataba de apartar la mano, sin éxito.
—Sí, pero eso no me impide desearte. De hecho, creo que me hace desearte aún más si cabe.
—Esto es una barbaridad —declaró Paula, tirando una vez más de su mano—. Además, creía que habías dicho que no querías tener relaciones sexuales conmigo. Me has dicho que ya no te atraigo.
Pedro se llevó la mano de ella a la boca y le lamió los dedos, uno a uno, mientras continuaba mirándola fijamente a los ojos.
—Digamos que estoy considerando los pros y los contras —dijo Pedro.
—Lo que tienes que considerar es mi consentimiento.
Pedro esbozó una sonrisa burlona.
—Ya me has dado tu consentimiento. Todavía estamos legalmente casados.
—Oficialmente, estamos separados.
—Ya no.
—Esto no es una verdadera reconciliación —dijo ella asustada—. Eso es lo que me has dicho.

Eternamente Juntos: Capítulo 11

Paula  se despertó en la cama de Pedro. Estaba tapada y la luz de la lámpara de la mesilla iluminaba suavemente la habitación.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó él sentado en un sillón al lado de la cama.
Paula  volvió la cabeza y le miró.
—Estoy bien… creo.
—Te has desmayado —dijo él innecesariamente.
—Sí.
—¿Te ha ocurrido alguna vez más?
—Un par de veces —respondió Paula—. Hace un par de semanas me dió gripe y todavía no me he recuperado del todo.
—¿Cuándo ha sido la última vez que has comido?
—No me acuerdo… creo que anoche.
Pedro lanzó una maldición y se puso en pie.
—¿Cuánto tiempo llevas así? —preguntó él.
—No te preocupes por mí. Al fin y al cabo, me odias, ¿no? ¿Qué puede importarte que coma o no?
—Me preocupa, como le preocuparía a cualquiera, que la persona con la que estoy hablando se desmaye durante la conversación —respondió él—. Como poco, es desconcertante.
—En ese caso, sería mejor que no hablaras con tanta agresividad —le espetó ella.
Pedro frunció el ceño.
—¿Es así como te comportas cuando tienes una conversación desagradable? Cuando las cosas no van como a tí te gusta, te desmayas, ¿eh?
Paula se sentó en la cama y le miró con cólera.
—¡No lo he hecho a propósito! Ya te he dicho que he estado enferma. Llevo un mes que no me siento bien.
Se hizo un tenso silencio.
—¿Estás embarazada? —preguntó Pedro.
Paula le miró horrorizada.
—¿Qué clase de pregunta es ésa? Naturalmente que no estoy embarazada.
—Me ha parecido una pregunta razonable. Eres una mujer joven y sexualmente activa.

martes, 20 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 10

Paula se preguntó qué diría él si le dijera que ya no tomaba nada de alcohol. Después de lo ocurrido con Facundo, ya no se atrevía.
—No, gracias.
Pedro la miró de arriba abajo.
—Estás muy hermosa, querida —dijo él.
—Gracias…
Pedro se acercó a ella y le alzó la barbilla mirándola fijamente.
—Marietta y Salvatore están aquí todavía —dijo él en voz baja—. Estamos enamorados otra vez, ¿no?
—No… sí, claro —a Paula le latió el corazón con fuerza cuando él le acarició el labio inferior con la yema de un dedo.
Entonces, Pedro la besó.
Paula cerró los ojos mientras la boca de él cubría la suya. El estómago le dio un vuelco de placer al abrir los labios para permitir que la lengua de Pedro la invadiera.
Ese primer ataque erótico la hizo perder la cabeza. Se agarró a él mientras enlazaba la lengua con la de Pedro en imitación a la más íntima de las uniones.
Sintió la pulsión del deseo en el vientre, sus sentidos a flor de piel… Y sintió la erección de Pedro contra su cuerpo, un recuerdo de lo que habían compartido en el pasado.
Paula  apenas oyó el sonido de la puerta de la casa al cerrarse, pero abrió los ojos bruscamente cuando Pedro dió por terminado el beso. De repente, se sintió completamente desorientada.
—Marietta y Salvatore ya se han ido —dijo Pedro apartándose de ella—. Suponía que uno de los dos o los dos entrarían aquí para despedirse. El beso ha sido por ellos, no porque quisiera dártelo.
Paula se pasó la lengua por los labios.
—Ya…
Pedro le lanzó una de sus inescrutables miradas.
—Tendremos que hacer este tipo de demostraciones de vez en cuando de cara a la galería –declaró él—. Espero que no malinterpretes el motivo de estos intercambios físicos.
Paula tragó saliva como si así pudiera tragarse el dolor que esas palabras le habían causado.
—Lo comprendo.
—Bien. Lo mejor es dejar las cosas claras para que no pueda haber malentendidos.
—Entiendo que me odies —dijo Paula—. Eso, desde luego, lo has dejado muy claro.
Un duro brillo iluminó los ojos de Pedro.
—¿Acaso no tengo derecho a odiarte, Paula? —preguntó él—. Destruiste nuestro matrimonio cuando te acostaste con otro hombre.
Paula cerró los ojos para no ver la furia en las oscuras profundidades de los de él.
Pedro le agarró ambos brazos.
—¡Maldita sea, mírame!
Los ojos de Paula se abrieron, en ellos había lágrimas.
—Lo siento —susurró Paula con voz quebrada—. Lo siento…
Pedro la soltó y lanzó una maldición.
—Supongo que vas a excusarte diciendo que habías bebido demasiado y que no sabías lo que hacías.
—No bebí —dijo ella, incapaz de soportar su mirada acusatoria—. Al menos, no más de medio vaso… Pero es verdad que no recuerdo casi nada de lo que pasó aquella noche… aparte de la discusión que tuvimos y… y de que fui a casa de Facundo…
—Donde te abriste de piernas como la perdida que eres —concluyó él con cólera.
Paula no podía soportar su vergüenza. De no haberse encontrado desnuda a la mañana siguiente en la cama de Facundo, jamás habría creído posible ser capaz de semejante comportamiento. Y lo peor era que no sólo había engañado a su marido sino que también había traicionado a un amigo que, desde su infancia, siempre la había apoyado.
—¿Te hizo gemir de placer, Paula? —preguntó Pedro—. ¿Te hizo rogarle como me rogabas a mí?
Paula se tapó los oídos con las manos.
—No, por favor, no. No puedo soportarlo.
Pedro le apartó las manos, sujetándola por las muñecas.
—¿Le tomaste en tu boca como hacías conmigo? ¿Lo hiciste?
Paula empalideció y le temblaron las piernas mientras la habitación empezaba a girar a su alrededor. Y poco a poco, su cuerpo se desplomó.
—¿Paula?
Abrió los ojos momentáneamente, pero el inexorable abismo que la absorbió se los cerró de nuevo…

Eternamente Juntos: Capítulo 9

La casa de Pedro era una mansión moderna en medio de un terreno ajardinado en las afueras del sur de Yarra. Desde los grandes ventanales se divisaba la mayor parte de la ciudad por un lado, desde el otro extremo se veía la piscina y los jardines.
El vestíbulo era de mármol y de él salía una escalinata que conducía al piso superior donde estaban las habitaciones, cada una con baño privado.
—Mientras tú te cambias de ropa, yo voy a enviar un par de correos electrónicos —dijo Pedro.
«Ésta era mi casa», pensó Paula con tristeza mientras ascendía la escalinata. Todas y cada una de las habitaciones le recordaban momentos con Pedro. Al llegar a la habitación principal, respiró profundamente y abrió la puerta.
Hizo un esfuerzo por apartar los ojos de la inmensa cama y se dirigió al enorme armario empotrado. Dentro, en un lado, estaban las cosas de Pedro; en el otro, la ropa que ella se había dejado. El ama de llaves, Marietta, lo tenía todo ordenado.
Paula  agarró uno de los vestidos que Pedro le compró durante la semana que estuvieron en París en los primeros meses de su matrimonio.
De repente, Paula oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, se encontró delante a Marietta, que llevaba un montón de ropa de Pedro cuidadosamente planchada y doblada.
—Señora Alfonso—dijo Marietta sonriendo—, me alegro de volver a verla. No sabe cuánto me alegro de que vuelva con el señor Alfonso. El señor ha estado muy triste sin usted.
—Hola, Marietta —dijo Paula apretando el vestido contra su pecho—. Yo también he estado muy triste.
El ama de llaves sonrió ampliamente.
—Sabía que, al final, todo se solucionaría. Usted y el señor Alfonso son… almas gemelas.
—Sí —concedió Paula, esperando parecer sincera.
Marietta dejó la ropa que llevaba en los estantes y añadió:
—La dejaré para que se vista. Su marido me ha dicho que van a salir a cenar fuera para celebrar su reconciliación.
—Sí, así es —respondió Paula.
—Le he dejado toallas limpias en el baño —la informó Marietta.
—Gracias, Marietta —Paula se miró la ropa—. Creo que me vendría bien una ducha.
Después de la ducha, Paula se miró al espejo y se mordió los labios. Había ojeras bajo sus ojos azul violeta y tenía el rostro más pálido que de costumbre. Acercándose al espejo, frunció el ceño al ver las pecas en su nariz. Tenía la bolsa con el maquillaje en su piso en St. Kilda, lo único que tenía consigo era una barra de cacao en el bolso.
Se puso el vestido negro y unas sandalias negras de tacón y salió de la habitación.
Pedro  la estaba esperando en el salón, tenía una copa de licor en la mano.
—¿Quieres beber algo antes de marcharnos? —preguntó él.

lunes, 19 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 8

—Gonzalo, soy yo, Paula.
—Ah, hola, Paula. ¿Qué tal van los cuadros que vas a llevar a la exposición?
—Bien —respondió ella esforzándose por darle ánimo a su voz—. ¿Cómo estás?
—Bien, supongo.
—Gonzalo… tengo que decirte una cosa.
—No vas a casarte con Facundo Pieres , ¿verdad? —preguntó Gonzalo con evidente aprensión en la voz.
—No, no, claro que no. Sólo somos… amigos.
—Entonces, ¿qué es lo que me tienes que decir?
Paula respiró profundamente antes de contestar.
—Pedro y yo hemos decidido volver a estar juntos.
—¿Ya no se van a divorciar?
—No —respondió ella—. Ya no nos vamos a divorciar.
—¡Vaya, estupendo, Paula! —exclamó Gonzalo con alegría—. ¿Qué ha pasado?
—Supongo que los dos nos hemos dado cuenta de que íbamos a cometer un grave error. Todavía nos queremos, así que no tiene sentido que nos divorciemos.
—No sabes cuánto me alegro, Paula —dijo Gonzalo—. ¿Qué piensan mamá y papá? ¿Se lo has dicho ya?
—No, todavía no. Pero voy a llamarles para decírselo.
Se hizo un breve silencio.
—¿Lo sabe ya Bruno Di Venuto? —preguntó Gonzalo.
Paula miró a Pedro.
—No, no lo sabe. Pero Pedro  va a llamarle ahora.
—Hace sólo unos minutos que le he visto en la sala de estudiantes —dijo Gonzalo—. Como de costumbre, estaba insoportable.
—¿Lo has pasado muy mal, Gonzalo? —preguntó ella—. Últimamente no me has hablado de ello.
—No te preocupes, Paula, me las arreglo bien —contestó Gonzalo—. Bruno está muy disgustado por lo de vuestro divorcio. El te echa la culpa de todo, pero yo le dije que hiciste lo que hiciste porque creías que Pedro tenía una amante. ¿Cómo ibas tú a saber que te estaban tendiendo una trampa? Cualquiera podría haber cometido esa equivocación.
—Siento que hayas sufrido por mi culpa —dijo Paula—. Ojalá pudiera haberte evitado los problemas que has tenido por mí.
—No seas tonta —respondió él—. Tú siempre me has defendido cuando mamá y papá se enfadaban conmigo por nada. De todos modos, me alegra que se reconcilien.  Quiero sacar bien los exámenes finales y Bruno no ha dejado de hacerme la vida imposible. ¡Él y sus amigos, claro! Mis notas no han sido muy buenas últimamente, pero, si Bruno deja de darme la lata, espero estudiar y sacar buenas notas.
Paula volvió a mirar a Pedro.
—Pedro me ha asegurado que Bruno te va a dejar en paz. Cuídate mucho, Gonzalo. Te quiero mucho.
—No te pongas sentimental, por favor. En serio, estoy muy contento de que tú y Pedro vuelvan  a estar juntos. Me cae muy bien, Paula. Es un buen tipo.
Paula le devolvió el teléfono a Pedro unos segundos después.
—Al parecer, a pesar del comportamiento de tu sobrino, sigues cayéndole bien a mi hermano.
Pedro le lanzó una mirada indiferente.
—Sí, eso he oído.
Paula prestó atención a la conversación de Pedro con su sobrino y, aunque hablaron en italiano, entendió lo que dijeron en líneas generales. Pedro gesticuló con la mano y su expresión mostraba enfado.
Cuando Pedro colgó el teléfono unos minutos después, tenía el ceño fruncido.
—Ese chico necesita una mano firme. Debería haberlo visto venir. Podría haberlo evitado.
—No te preocupes, Pedro. Gonzalo me ha dicho que se las está arreglando bien.
Pedro se levantó de su asiento y, dándole la espalda, se acercó a la ventana.
—No puedo ser la figura paterna que Bruno necesita. He intentado sustituir a Stefano, pero no lo he hecho muy bien. Nadie puede reemplazar a un padre. Bruno está lleno de resentimiento y se está desahogando con tu hermano.
—Tú has hecho lo que has podido —dijo ella con voz queda—. Ha sido muy duro para todos; sobre todo, para Gina.
Pedro se volvió a mirarla.
—Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha. Cuanto antes pasemos por esto, mejor.
Paula  salió con él de la oficina sintiendo un nudo en el estómago. Salir con él aquella noche ya le resultaba un problema, pero vivir en su casa iba a suponerle un esfuerzo sobrehumano.

Eternamente Juntos: Capítulo 7

Paula escuchó atentamente mientras él informaba a un periodista que, a partir de ese día, Paula y Pedro Alfonso habían suspendido su proceso de divorcio y reanudaban sus relaciones.
Indefinidamente…
Pedro  colgó el teléfono y la miró.
—¿Cuándo podrías mudarte a mi casa? —Mmmm…
—¿Te serviría de algo que enviara a Marietta a hacerte el equipaje?
Ella asintió. Pedro no estaba haciendo aquello sólo por su sobrino, también lo hacía por Gonzalo. El gesto la enterneció.
—Tendré que darle a Marietta las llaves de tu casa —dijo él pasándole una hoja de papel y un bolígrafo—. Anota lo que creas que vas a necesitar durante las próximas seis semanas y ella y Salvatore lo solucionarán esta misma noche.
Paula agarró el bolígrafo y trató de pensar en lo que iba a necesitar con el fin de representar su papel de esposa reconciliada, pero le resultaba difícil concentrarse debido a la proximidad de él.
—Creo que deberíamos cenar juntos esta noche —dijo Pedro cuando ella le pasó la lista con las llaves—. Dará credibilidad a nuestro anuncio público.
Paula se miró la ropa, llena de manchas de pintura.
—Tendré que cambiarme…
—Todavía queda algo de tu ropa en mi casa.
Sus ojos se encontraron.
—¿No la has tirado todavía?
Pedro le dedicó una de sus inescrutables miradas.
—Marietta insistió en guardarla en el armario hasta que nos dieran el divorcio. Creo que esperaba que volvieras.
—¿Le has dicho que jamás permitirás que vuelva? —preguntó ella.
Pedro tardó en contestar.
—Le dije que lo que había entre los dos se había acabado para siempre —respondió él—. No dí detalles, ni a ella ni a nadie; aunque, naturalmente, Marietta se ha enterado de lo nuestro por los medios de comunicación. Los periodistas aún están en ello y más aún debido a que tu padre se presenta como candidato al Senado.
Pedro le pasó el teléfono.
—Me parece que deberías llamar a tu hermano al colegio. Será mejor que se lo digas tú antes de que lo lea mañana en los periódicos.
Paula  se quedó mirando el teléfono que tenía en las manos. ¿Podría mentir a su hermano menor? Aunque había una diferencia de ocho años entre ellos, Gonzalo y ella siempre habían mantenido una relación muy estrecha.
Paula  marcó el número y esperó a que su hermano respondiera a la llamada.
—¿Sí?

domingo, 18 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 6

—No te preocupes por tus padres —dijo él tras una pausa.
Paula alzó los ojos y frunció el ceño.
—¿Has hablado ya con ellos de esto?
—No. Pero estoy al corriente de que tus relaciones con ellos no son muy buenas en estos momentos.
A Paula  le enterneció el tono de voz de él, más suave.  Pedro siempre había comprendido la dificultad de ella para relacionarse con unos padres tan conservadores y, en el pasado, la había protegido de las críticas de ellos. Siempre la había defendido.
—Por supuesto, mientras mantenemos esta farsa, nada de amantes —dijo él.
—No tengo ningún amante —declaró Paula.
—Bien. Yo, en este preciso momento, tampoco.
Paula  había visto una fotografía en la prensa de Pedro con su nueva amante. Gisela Hunter era lo opuesto a ella: alta, rubia platino, de miembros largos y delgados, y sonrisa deslumbrante.
Luchó por controlar un ataque de celos y se recordó a sí misma que sólo ella tenía la culpa. Había llegado a la conclusión de que Pedro le era infiel, a pesar de no tener pruebas, e impulsivamente, como de costumbre, había respondido a sus sospechas cometiendo un acto despreciable. Y, al final, sus sospechas se habían confirmado infundadas.
—Tengo entendido que, en la actualidad, estás trabajando a jornada parcial en un café —dijo él.
—Sí. Con ese dinero pago el alquiler y los materiales para pintar.
—En ese caso, tienes que dejar el trabajo inmediatamente. Te pagaré un salario el tiempo que dure nuestra falsa reconciliación.
—No es necesario…
—No, pero voy a hacerlo.
—Está bien. Si insistes…
Pedro la miró con oscura intensidad.
—Esto no tiene nada que ver con nosotros, Paula, sino con dos adolescentes que pronto serán adultos y que están poniendo en peligro su futuro con una innecesaria amargura.
Paula  se pasó la lengua por los labios.
—Lo comprendo.
—Estupendo. En ese caso, también comprenderás que es urgente que anunciemos nuestra supuesta reconciliación a la prensa.
Pedro  agarró su teléfono móvil y llamó a un número.

Eternamente Juntos: Capítulo 5

La ropa le caía con perezosa gracia; la corbata floja y el botón superior de la camisa desabrochado le conferían un aire informal que era totalmente cautivador y peligrosamente atractivo.
—Te has quedado muy callada. ¿Esperabas que te pidiera que reanudaras las relaciones sexuales conmigo?
Paula se humedeció los labios.
—No, claro que no. Simplemente estoy pensando en lo que has dicho.
—¿No estás de acuerdo?
—No estoy segura… ¿No sospecharán algo los chicos al ver que volvemos juntos de repente?
—No, teniendo en cuenta la rapidez con la que nos unimos al principio. ¿Lo recuerdas?
Paula lo hizo y se le encendió la piel. Le había conocido en el colegio de los chicos, un día de fiesta dedicado a los deportes, y la atracción fue instantánea. Después del último partido, llevaron a los chicos a comer una pizza y, en vez de llevarla a su casa, Pedro la llevó a la suya y le preparó un café. El café condujo a los besos y los besos a la consumación de su relación.
—No me has contestado, Paula . ¿Quiere eso decir que no te acuerdas o es que recordarlo hace que te avergüences de, digamos, tu comportamiento menos honorable?
Paula  controló la súbita cólera que se apoderó de ella. Le había rogado que la perdonara, había llorado y llorado; sin embargo,  Pedro se había negado a hablar con ella directamente, sólo mediante su abogado.
—Como has dicho antes, estamos aquí juntos para hablar de los chicos —le espetó ella—. ¿Podrías centrarte en ese tema?
Pedro la miró fijamente durante unos interminables segundos.
—Creo que el plan funcionará —dijo él por fin—. Los chicos eran íntimos amigos. Bruno no va a seguir comportándose como lo está haciendo si le dijo que he vuelto a enamorarme de tí. Sospecho que volverán a ser amigos a los pocos días de que anunciemos que volvemos a reanudar nuestra vida matrimonial.
—Pero si volvemos a vivir juntos, el divorcio se retrasará —dijo ella con expresión de preocupación—. Llevamos dos meses separados; si volvemos a estar juntos, tendremos que empezar desde el principio otra vez.
—Lo sé, pero no se puede evitar —dijo Pedro—. Tenemos que anteponer a los chicos a nuestro divorcio… ¿O es que tienes prisa por casarte con otro?
Paula bajó la mirada.
—No. No hay ningún otro.
—Bien. Eso significa que podemos ponernos en marcha inmediatamente.
Paula volvió a guardar silencio.