viernes, 23 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 16

—¿Y crees que eso me vale a mí de algo? —preguntó Pedro  furioso—. Por el amor de Dios, Pauula , le entregaste tu cuerpo a otro hombre. ¿En serio esperas que perdone y olvide? No puedo. Cada vez que te miro no puedo evitar imaginar las manos de ese asqueroso por tu cuerpo, dentro de tí…
—No es un asqueroso —dijo Paula con una chispa de reto en la mirada.
Se hizo un tenso silencio. Paula cerró los ojos. No podía soportar aquella tensión por más tiempo.
—Te amaba, Paula. Tú mataste ese amor.
—Lo sé y no te culpo. Lo que hice fue imperdonable. Ni siquiera puedo perdonarme a mí misma.
Pedro se acercó a la ventana y miró, sin ver nada, a través del cristal. Había esperado una actitud retadora, no desesperación, por parte de Paula.  Se la veía pálida y vulnerable, como si su mundo se hubiera derrumbado. Eso despertaba en él todos sus instintos protectores, instintos que había sentido desde el primer encuentro con ella. Había encontrado irresistible la mezcla de niña traviesa y mujer sensual. En contra de su naturaleza cautelosa, se había casado con Paula a las pocas semanas de conocerla. Pero no importaba que aún se desearan, jamás podría olvidar que ella se hubiera entregado a otro hombre.
No podía olvidar el momento en que la vió desnuda en la cama de Facundo Pieres. A la mañana siguiente a su acalorada discusión, tras tranquilizarse y reconocer que era natural que Paula estuviera disgustada, había sentido la necesidad de ir a buscarla y disculparse por no haberse mostrado más comprensivo con ella; sin embargo, en vez de encontrarla refugiada en casa de su amigo, la había encontrado en el último lugar en el que esperaba verla, en su cama.
Aún le provocaba náuseas recordar el triunfal orgullo de Pieres cuando le abrió la puerta de su casa…
—¿Dónde está mi esposa? —le había preguntado él.
—Está en la cama —le respondió Facundo  con una mirada belicosa—. No quiere verte, Alfonso.
—Pero yo sí quiero verla a ella.
Pedro encontró el dormitorio sin problemas, ya que era el único dormitorio de la casa. Y dentro encontró a su esposa, completamente desnuda, en la cama.
—No la despiertes —le dijo Facundo a sus espaldas—. Ha pasado horas muy mal, con migraña.
Pedro apretó los puños. Quería despertarla y sacarla de la cama de su amante a rastras, pero sabía que no tenía sentido. Un súbito odio le consumió y se juró a sí mismo no volverla a ver nunca.
Y no lo había hecho…
Hasta ese día.

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