viernes, 30 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 38

—Hola, Bruno. ¿Cómo estás?
—Bien —respondió el chico apenas rozándole la mano antes de meterse la suya en el bolsillo de la chaqueta.
—Que se diviertan —dijo Kent Cartwright mirando a Paula y a Pedro, antes de dirigirse a los chicos—. Recordad lo que hemos hablado hace un rato. Si no se soluciona este problema, el señor Tinson os va a expulsar a los dos.
—¡Eso no es justo! —protestó Gonzalo mirando a Bruno—. Ha sido él quien ha empezado.
Bruno esbozó una sonrisa insolente.
—Empezaste tú al defender el comportamiento de una…
Pedro le interrumpió con unas palabras en italiano antes de volverse al tutor.
—Mi esposa y yo solucionaremos esto, señor Cartwright —dijo Pedro—. Traeremos a los chicos de vuelta a las diez de la noche.
Paula enrojeció de vergüenza bajo la despreciativa mirada de Bruno. Se le revolvió el estómago cuando entraron todos en el coche. No sabía cómo iba a poder aguantar aquella noche.
—De todas formas, estoy seguro de que todo esto es mentira —dijo Bruno desde el asiento trasero del coche una vez que hubieron emprendido el camino al restaurante.
—¿Qué quieres decir, Bruno? —le preguntó Pedro lanzándole una mirada interrogante por el espejo retrovisor.
—Que no están juntos otra vez —contestó el chico.
—Eso no es verdad —dijo Pedro, agarrando una mano de Paula y llevándosela al muslo—. Claro que estamos juntos otra vez, ¿no, Paula?
Paula se pasó la lengua por los labios.
—Sí, claro que sí.
—Dijiste que jamás volverías con ella —declaró Bruno con desdén—. Después de lo que ha hecho, yo tampoco lo haría. Es una sucia…
—Cállate, imbécil —le interrumpió Gonzalo.
Paula estaba a punto de echarse a llorar.
—Por favor, chicos… Por favor…
Pedro la miró y, tras lanzar un juramento, llevó el coche a la cuneta de la carretera, lo paró y abrazó a Paula.
—No te preocupes, tesoro —dijo él besándole la frente—. No hagas caso a lo que diga mi sobrino. Bruno no se da cuenta de lo mucho que nos queremos.
Ella le lanzó una temblorosa sonrisa y aceptó el pañuelo que Pedro le ofrecía mientras deseaba con todo el corazón que aquellas palabras fueran sinceras.
—Lo siento…

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