sábado, 31 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 42

A Paula  aquellas palabras le produjeron un gran dolor. Le repugnaba que Pedro se hubiera aliado con sus padres en contra de ella.
—Si yo digo que nuestra reconciliación va a durar equis tiempo para hacer que las últimas semanas de estancia de los chicos en el colegio sean lo más agradables posible, así va a ser —declaró Pedro—. No tienes elección.
Paula le lanzó una mirada venenosa.
—¿Le has dicho ya a tu amante que vas a tardar ocho semanas en acostarte con ella o… piensas acostarte con ella y conmigo al mismo tiempo?
Pedro la miró con expresión desafiante.
—Lo que ha ocurrido esta tarde ha sido una aberración —dijo él—. No volverá a ocurrir.
—Me has tratado como a una ramera.
—Si te comportas como tal, ¿qué otra cosa puedes esperar?
Paula salió del coche y marchó furiosa hacia la casa.
—No voy a seguir aguantando esto —dijo ella—. ¿Y qué si me he acostado con otro? Eso no me convierte en una cualquiera.
Una vez dentro de la casa, después de que Pedro cerrara la puerta, Paula no pudo contener por más tiempo el llanto.
—Toma, es mejor que te seques las lágrimas con esto a que lo hagas con la manga —le dijo él ofreciéndole un pañuelo.
Paula se secó las lágrimas y dijo:
—Últimamente no hago más que llorar.
—Te pasa un poco lo que a mí —concedió Pedro—. Estamos algo confusos por habernos visto forzados a enfrentarnos al pasado. No es una situación normal, ¿verdad?
—No, no es normal —respondió ella lanzando un suspiro.
Pedrose pasó una mano por los cabellos.
—El comportamiento de Bruno contigo esta noche ha sido vergonzoso, lo reconozco. Sé que, hoy en día, hay muchos jóvenes que se comportan de una manera y esperan que sus novias se comporten de otra, pero no sabía que Bruno fuera tan injusto.
—Tiene un buen maestro —respondió ella, sin poder evitarlo—. Tú te has acostado con un montón de mujeres, aunque sólo haya sido una noche; pero yo lo he hecho una vez, y con un amigo, y mira lo que ha pasado.
—¿Crees que tiene más disculpa que lo hayas hecho con un amigo? —preguntó Pedro arqueando las cejas con gesto enfurecido de repente.
—¿Y qué si lo hice? Fue una equivocación. Supongo que no duraría más de tres o cuatro minutos.
—Ah, ya veo que empiezas a recordar aquella noche —dijo él con sonrisa desdeñosa.
—No, no es eso. Lo que ocurre es que me parece injusto que me juzgues a mí y te niegues a juzgarte a tí mismo.
—Yo no te engañé —le recordó él fríamente.
La frustración y el sentimiento de culpabilidad la hicieron alzar la voz:
—¡No lo hice a propósito!
—Sí, claro que lo hiciste a propósito —dijo él con desprecio en los ojos—. No podrías haber elegido una forma mejor de destrozar el amor y el respeto que te tenía que acostándote con otro mientras estabas casada conmigo.
Paula parpadeó para contener unas amargas lágrimas.
—Y tú jamás serás capaz de perdonarme el desliz, ¿verdad?
Pedro la miró de arriba abajo con crueldad.
—Volverás a caer, no me cabe duda. Lo hiciste esta misma tarde, cuando me rogaste que te diera la satisfacción sexual que necesitabas.
—Cosa que no lograste hacer —le recordó Paula con ira.
—Eso tiene fácil remedio —dijo Pedro, cubriéndole la boca con la suya.

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