sábado, 31 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 41

—¿Cómo crees que ha ido? —le preguntó Pedro durante el trayecto de regreso a la casa después de haber dejado a los chicos en el internado.
—Creo que Gonzalo se lo ha creído porque quiere creerlo. Pero tu sobrino es otra cosa.
—Sí, estoy de acuerdo —Pedro frunció el ceño—. No estoy seguro de que le hayamos convencido.
—Cierto, aunque lo de la segunda luna de miel en París ha sido una idea genial —dijo ella con cierto sarcasmo—. Espero que no hablaras en serio.
Se hizo un profundo silencio y, por fin, Paula volvió la cabeza para mirarle.
—Porque no lo has dicho en serio, ¿verdad?
Pedro la miró fugazmente.
—He estado pensando en la duración de nuestra reconciliación.
A Paula le dió un vuelco el corazón.
—No estarás pensando en prolongarla, ¿verdad?
—No, pero me preocupa lo que pueda pasar después de los exámenes.
Paula se humedeció los labios.
—¿Qué quieres decir?
—Va a haber una cena de graduación y otro tipo de fiestas, y no quiero estropeárselo a los chicos…
—En ese caso, ¿qué sugieres que hagamos?
—Sugiero que seamos algo flexibles respecto al tiempo que va a durar la reconciliación —respondió Pedro—. No estaría mal posponer lo del divorcio una o dos semanas más.
—¿Que no estaría mal? ¡Claro que estaría mal!
—Como de costumbre, estás exagerando, Paula.
—Puede que a tí te dé igual, pero a mí me ha costado mucho mentirles a los chicos. También me cuesta hacerlo con Marietta. No puedo evitar pensar que sospecha algo. Y no quiero imaginar prologar esta farsa más allá de las seis semanas que acordamos.
—Si yo digo que se prolongue, tendrás que aceptarlo —declaró Pedro con autoridad.
Paula se puso tensa.
—¿Me estás amenazando?
—Sólo estoy diciendo que vamos a seguir las reglas que yo imponga, nada más.
—Al demonio con tus estúpidas reglas. No voy a permitir que me des órdenes.
—Tendrás que hacerlo, Paula. De lo contrario, te vas a encontrar en muy mala situación.
—Ni siquiera voy a rebajarme a preguntarte qué quieres decir con eso —dijo ella—. No me importa en absoluto.
—Eso es porque estás empeñada en comportarte como una niña mimada en vez de como una persona adulta —dijo Pedro—. Cuando me casé contigo, no tenía idea de lo infantil que eras.
Paula sabía que a Pedro no le faltaba razón en eso.
El coche se detuvo a las puertas de la mansión de Pedro. Él apagó el motor y se giró en su asiento para mirarla a los ojos.
—Creo que deberías saber que tus padres vinieron a verme hace unos meses cuando todavía estábamos juntos. Tenían problemas económicos.
A Paula le recorrió un escalofrío por todo el cuerpo.
—¿Y? ¿Qué tiene eso que ver conmigo?
—Todo. Desde entonces, soy yo quien está pagando el colegio de tu hermano.
Paula tragó saliva.
—¿Vas a chantajearme con decírselo todo a Gonzalo si no te obedezco? ¿Caerías tan bajo?
Pedro le dedicó una fría sonrisa.
—No sólo he estado pagando el caro colegio de tu hermano, sino también el préstamo que pidió tu padre para pagarte la universidad.
—¡No! ¡No es posible! —jadeó ella.
Pedro le lanzó una de sus inescrutables miradas.
—Sí, así es. ¿No te parece que estás en deuda conmigo?
—Esto es un chantaje.
—Llámalo como quieras —dijo él.
—No puedo creer que estés dispuesto a utilizar a Gonzalo para obligarme a seguirte el juego.
—También me he ofrecido a pagar la universidad de Gonzalo y todos los gastos que conlleven sus estudios —añadió Pedro—. Tus padres, por supuesto, están muy agradecidos.
—Eres un desgraciado —le espetó ella—. ¿Qué más has hecho por mi familia?
—Siempre has estado en contra de tus padres; pero, durante los dos últimos meses, me he dado cuenta de que es más problema tuyo que de ellos. Tus padres han tratado de portarse bien contigo en todo momento, pero tú, sistemáticamente, les has rechazado siempre.

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