viernes, 16 de enero de 2015

Una Dulce Inocencia: Capítulo 91

- ¿Quieres que te lleve?.- entró mi padre.
- No, prefiero que se queden a ayudarle a él.- indiqué a Tiger divertida.- Por si Tony necesita algo
- Puedo perfectamente.- gruñó en mi dirección.
- Me consta.- se burló papá.
- No sabía que los bebés no botaban sus gases solos.- se defendió.
- Ok ¡Basta!.- pedí riendo.- Estaré bien… ¿Y mamá?.- consulté.
- Está abajo. Te está esperando.
Me despedí de mis padres y mi bebé nuevamente y bajé las escaleras con la caja sobre mis brazos. Mi madre estaba esperando por mí en la entrada de la sala, visiblemente nerviosa. Sólo ella sabía que la verdadera razón de mi salida no era visitar al médico; sino cerrar un capítulo de mi vida…
- Me voy mamá.- anuncié cuando llegué a su lado.
- ¿Estás segura de querer hacer esto?.- me preguntó nuevamente.
- Lo necesito mamá.- contesté, sosteniendo con más fuerza la caja.
- Toma.- extendió las llaves de su auto.- Cualquier cosa me llamas ¿No quieres que vaya contigo? Sería lo mejor…
- No.- corté su parloteo con una sonrisa.- Tengo que hacer esto sola. Te amo mamá.
- Yo más.- me abrazó con fuerza. Cuando nos separamos, sus ojos tenían un tinte de pena.
- Eres y serás por siempre la mujer más importante de mi vida. Eres mi madre de corazón y de sangre… Porque todo lo tuyo, lo llevo conmigo siempre…
Me sonrió y me dejó ir. Sabía que esto era difícil para ella, y por lo mismo había preferido guardarme el secreto de mi padre y los demás. Sólo tía Vanessa sabía, aparte de mi madre, lo que tenía pensado hacer. Pues ella me había ayudado a dar con los datos que necesitaba… Manejé sujetando en mi regazo la cajita que había guardado durante muchos años, y a la que todos los meses iba agregando algo nuevo… Algo de mi vida.
Estacioné frente a la dirección que llevaba anotada en el papel entre mis manos y un estremecimiento recorrió mi cuerpo entero. Tomé la caja y salí del auto, antes que el arrepentimiento hiciera mella en mí y me encaminé a la humilde casa… Respiré varias veces frente a la puerta y finalmente la toqué.
- Hola.- saludó una niña preciosa.
- Hola.- correspondí, y no pude dejar de ver mis ojos en los suyos y mi antiguo cabello de igual forma. Era su hija, tal como lo había dicho Vanessa.
- ¡Wow! Tus ojos son igual a los míos.- dijo con asombro.
- Así es ¿Cómo te llamas?.- cuestioné aun sabiendo que su nombre era Mía. Paradójico, pero ese nombre le había puesto esa mujer. Quizás con el tiempo había aprendido.
- Me llamo Mía ¿Y tú?.- sonrió.
- Lourdes.- respondí
- Tienes lindo nombre.- exclamó, y hubo un pequeño destello de pena en mí, al ver que ella nunca le había hablado de mí a su hija, mi media hermana.
- ¿Está Victoria?.- decidí terminar con esto rápido.
- ¿Mi mamá? Si, voy a buscarla. Pasa.- me indicó.
Con paso lento entré a aquella casa. Era sencilla, no tenía ninguna semejanza con la que vagamente recordaba había vivido cuando niña. Sabía por Vanessa que luego de varios años en la cárcel, había salido en libertad. Se había casado con un hombre modesto y tenía una hija, la pequeña que había salido en su búsqueda… Observé el entorno y una sonrisa triste se extendió por mis labios al ver tantas fotografías de esa pequeña, su marido y ella misma… Una nueva vida, en donde nuestros caminos, no tenían el mismo sentido que nuestra sangre…
- ¿Me buscabas?.- mi corazón latió furioso al oír su voz. Me giré y allí estaban mis ojos nuevamente.
- H-hola.- saludé balbuceando. Sus ojos se abrieron con sorpresa cuando me miró más detenidamente.
- ¿Eres…?.- intentó preguntar.
- S-si, soy Lourdes.- respondí. Adivinando sus cuestionamientos.
- ¡Dios!.- susurró y puntualizó cada detalle de la persona que tenía al frente suyo con sus ojos.
- Yo… Sólo he venido a…- no encontraba las palabras.
- Lourdes.- volvió a susurrar como si no se lograra convencer.
Ya no era la mujer que mis memorias recordaban. Al contrario de mi madre, los años habían pasado por ella, dejando una huella clara en su rostro y todo su aspecto. Sus ojos cielo, ya no tenían la dureza que en mis sueños se apreciaban, como la última vez que la había visto… Pero quien menos la reconocía era mi corazón. Ella no era nada mío, y aunque me había dado la vida y no la odiaba… Mi madre era una sola, Bella…
- Eres toda una mujer.- dijo por fin.
- Soy mamá.- dije con orgullo.
- ¿De verdad?.- preguntó. Pero su asombro no llevaba implícito alegría por ese hecho.
- Si. Se llama Anthony, como mi padre.- le conté sonriendo al pensar en ellos.
- Tu padre.- repitió sin emoción.- ¿Se casó con ella?.- inquirió sin nombrarla.
- Si, se casó con mi madre.- sus ojos se movieron nerviosos.
- Me alegro.- profirió sin ese tono.

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