sábado, 17 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 2

Paula  se sentó en un sofá de cuero que había en la recepción y observó las revistas que se hallaban encima de la mesa de centro. Se le encogió el corazón al ver que todas mostraban en sus portadas el pecado de ella. Agarró la que más cerca tenía; en la portada, había una foto de ella saliendo del edificio de apartamentos donde Facundo Pieres vivía la mañana después de…
—Hola, Paula.
La revista se le cayó de las manos al levantar la mirada y ver a Pedro delante de ella. Se agachó para recogerla, pero él la pisó.
—Déjala ahí.
Paula se puso en pie. Se sentía completamente fuera de lugar, vulgar en presencia de él. No había tenido tiempo de cambiarse después de su trabajo en el estudio y sintió la oscura mirada de él fija en ella. Debía de estar pensando que iba vestida así a propósito, con el fin de enfadarle.
—Supongo que eso tan urgente de lo que quieres hablar conmigo se refiere a tu hermano y a mi sobrino —dijo él—. Acabo de hablar con el jefe de estudios del colegio, que me ha contado lo que está pasando.
—Sí. No sabía que hubiera llegado tan lejos. Creía que eran buenos amigos, a pesar de… lo que ha pasado.
Pedro juntó sus oscuras cejas.
—¿Cómo no se te ha ocurrido pensar que tu comportamiento afectaría a mi sobrino y a tu propio hermano? —preguntó él con incredulidad—. Tu aventura amorosa con Facundo Pieres me ha puesto en vergüenza, a mí y a mi familia. Yo puedo perdonar muchas cosas, pero no ésa.
—Lo sé… y lo siento —respondió ella controlando las lágrimas.
—No te molestes en disculparte —dijo él—. No voy a perdonarte y no te voy a dar ni un céntimo de dinero.
—Yo no quiero…
—Olvídalo, Paula—dijo él, interrumpiéndola—. En estos momentos, tenemos que hablar del asunto de los chicos como dos personas adultas y racionales; aunque, por supuesto, soy consciente de tus limitaciones en ese sentido.
—No puedes evitar humillarme, ¿verdad? —dijo ella—. Tienes que aprovechar todas y cada una de las oportunidades que se te presentan de hacerlo.
—No es momento para hablar de mi comportamiento, Paula, ni siquiera del tuyo —dijo él en tono implacable—. Hay peligro de que expulsen a uno de los chicos, quizá a los dos. Eso es lo que tenemos que discutir, nada más.
Paula se avergonzó de su comentario.
—Está bien —dijo ella bajando la mirada—. Hablemos de ello.
—Ven a mi oficina —dijo Pedro—. El café se está haciendo.
Ella le siguió por el amplio pasillo, el fragante aroma la conducía como un imán. No había desayunado ni había almorzado y, después de la llamada de su madre para informarle de los problemas de Gonzalo en el colegio, no había tenido tiempo de comer un tentempié antes de la cena. Estaba algo mareada, pero tenía la impresión de que no era por falta de alimentos. Estar en presencia de Pedro la hacía sentirse desesperadamente vulnerable.

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