domingo, 18 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 4

—¿Reconciliado? —repitió ella con incredulidad—. ¿A qué se debe todo esto, Pedro?
Pedro dejó su taza de café en el escritorio y se inclinó hacia delante.
—Como debes de haber oído, mi sobrino, Bruno, le ha estado haciendo la vida imposible a tu hermano. Me avergüenza su comportamiento, que sospecho se debe a una lealtad hacia mí mal entendida; no es una excusa, pero sí una explicación de su forma de actuar.
Paula  guardó silencio. Siempre había admirado lo generoso que Pedro era con los miembros de su familia y, sin embargo, recordó lo duro que había sido con ella.
—He llegado a la conclusión de que la única forma de resolver esa enemistad entre los dos es que nosotros volvamos a estar juntos —declaró él.
—¿Quieres decir… de verdad?
—No, Paula, de verdad no. Fingiremos que volvemos a estar juntos hasta que los chicos completen sus estudios.
—¿Que finjamos estar juntos? —Paula frunció el ceño—. ¿Cómo vamos a hacer eso?
—Volverás a mi casa inmediatamente.
Paula tragó saliva.
—No es posible que hables en serio.
—Sí, hablo en serio, muy en serio, Paula —dijo él—. Los chicos no son tontos. Si saliéramos de vez en cuando con la esperanza de hacerles creer que hemos solucionado nuestras diferencias, se darían cuenta de que algo no anda bien. Vivir juntos, como marido y mujer, es la mejor forma de convencerlos de que nuestra reconciliación es auténtica.
—Define lo que quieres decir con vivir juntos como marido y mujer. No esperarás que me acueste contigo, ¿verdad?
—Tendrás que dormir en mi cama debido a la constante presencia del servicio —contestó él—. Si alguien comunicara a la prensa que no dormimos en la misma habitación, se descubriría el engaño. No obstante, no tengo ninguna intención de compartir mi cuerpo contigo. Eso es algo que ya no deseo.
La declaración de Pedro le hizo mucho daño. Sintió el dolor de su rechazo en cada célula de su cuerpo. Pedro la había deseado apasionadamente en el pasado. De repente, se le llenó la mente de imágenes eróticas. Él le había enseñado mucho sobre su propia sexualidad, la había adorado… y ella también le había adorado.
Era la primera vez que le veía en dos meses, pero no se le había olvidado lo negros que eran sus ondulados cabellos. Su pronunciada mandíbula estaba ensombrecida por la barba incipiente de aquellas tardías horas del día, enfatizando su virilidad. Sus hombros anchos y liso vientre testificaban la dura actividad física a la que se sometía todas las mañanas, demostrando una autodisciplina de la que ella carecía.

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