martes, 20 de enero de 2015

Eternamente Juntos: Capítulo 9

La casa de Pedro era una mansión moderna en medio de un terreno ajardinado en las afueras del sur de Yarra. Desde los grandes ventanales se divisaba la mayor parte de la ciudad por un lado, desde el otro extremo se veía la piscina y los jardines.
El vestíbulo era de mármol y de él salía una escalinata que conducía al piso superior donde estaban las habitaciones, cada una con baño privado.
—Mientras tú te cambias de ropa, yo voy a enviar un par de correos electrónicos —dijo Pedro.
«Ésta era mi casa», pensó Paula con tristeza mientras ascendía la escalinata. Todas y cada una de las habitaciones le recordaban momentos con Pedro. Al llegar a la habitación principal, respiró profundamente y abrió la puerta.
Hizo un esfuerzo por apartar los ojos de la inmensa cama y se dirigió al enorme armario empotrado. Dentro, en un lado, estaban las cosas de Pedro; en el otro, la ropa que ella se había dejado. El ama de llaves, Marietta, lo tenía todo ordenado.
Paula  agarró uno de los vestidos que Pedro le compró durante la semana que estuvieron en París en los primeros meses de su matrimonio.
De repente, Paula oyó un ruido a sus espaldas y, al volverse, se encontró delante a Marietta, que llevaba un montón de ropa de Pedro cuidadosamente planchada y doblada.
—Señora Alfonso—dijo Marietta sonriendo—, me alegro de volver a verla. No sabe cuánto me alegro de que vuelva con el señor Alfonso. El señor ha estado muy triste sin usted.
—Hola, Marietta —dijo Paula apretando el vestido contra su pecho—. Yo también he estado muy triste.
El ama de llaves sonrió ampliamente.
—Sabía que, al final, todo se solucionaría. Usted y el señor Alfonso son… almas gemelas.
—Sí —concedió Paula, esperando parecer sincera.
Marietta dejó la ropa que llevaba en los estantes y añadió:
—La dejaré para que se vista. Su marido me ha dicho que van a salir a cenar fuera para celebrar su reconciliación.
—Sí, así es —respondió Paula.
—Le he dejado toallas limpias en el baño —la informó Marietta.
—Gracias, Marietta —Paula se miró la ropa—. Creo que me vendría bien una ducha.
Después de la ducha, Paula se miró al espejo y se mordió los labios. Había ojeras bajo sus ojos azul violeta y tenía el rostro más pálido que de costumbre. Acercándose al espejo, frunció el ceño al ver las pecas en su nariz. Tenía la bolsa con el maquillaje en su piso en St. Kilda, lo único que tenía consigo era una barra de cacao en el bolso.
Se puso el vestido negro y unas sandalias negras de tacón y salió de la habitación.
Pedro  la estaba esperando en el salón, tenía una copa de licor en la mano.
—¿Quieres beber algo antes de marcharnos? —preguntó él.

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