lunes, 29 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 40

Paula sintió unas súbitas ganas de llorar.

—Bueno, como puedes ver, aún sigo de una pieza, aunque de milagro. Pero no podía irme de casa sin hacerles saber a tí y a la clínica de papá dónde estaba.

—¿Estás segura de que no has soñado esta pesadilla?

Paula le señaló sus rodillas cubiertas por los pantalones anchos.

—¿Quieres que te enseñe los daños?

Laura se estremeció.

—Me hago idea. En cualquier caso, tu cara lo dice todo. Estás pálida. Venga, vamos a sentarnos, que tienes mucho que contarme…

Paula le contó a su amiga lo mejor que pudo lo que había ocurrido después de que Lucas y ella salieran del restaurante. Cuando terminó, el rostro de Laura estaba tan pálido como el de su amiga.

—Dios, ¿y si Lucas…?

—Por favor, no lo digas —dijo Paula—. Ni lo pienses.

—¿Qué piensa su padre?

Paula jugueteó con un mechón de pelo.

—No lo hemos hablado. Es… es algo de lo que ninguno de los dos ha sido capaz de hablar aún.

—Deduzco que tampoco ha habido noticias de los secuestradores, ¿No?

—Ninguna —dijo Paula escuetamente.

Laura se golpeó la palma de la mano.

—Precisamente ese día tenían que mandarme fuera.

—No te atormentes. Pedro… pasó la noche en mi sofá.

Laura enarcó las cejas.

—¿Pedro? ¿Quieres decir que el viejo de Lucas se quedó contigo?

Paula se sonrojó.

—Si lo vieras, no le llamarías viejo precisamente.

Las cejas de Laura se alzaron aún más.

—No digas lo que estás pensando —le soltó Paula—. No podrías estar más equivocada. Pedro no iría a buscar agua aunque me viera ardiendo.

—Entonces ¿Por qué estás aquí?

—Créeme, no había más remedio. El FBI ha dicho que no podía quedarme en mi casa.

Laura sonrió.

—Puedes quedarte conmigo.

—¿Cómo, ahora que no vas a estar allí?

—Sí que voy a estar. Mañana empiezo unas vacaciones de tres semanas —dijo Laura, sonriendo otra vez—. Estaré en casa todas las noches.

El rostro de Paula se iluminó, pero volvió a apagarse enseguida.

—Sería estupendo, pero es demasiado arriesgado. No quisiera ponerte en peligro.

Laura se puso en pie.

—No te preocupes por eso. No lo estoy. Detesto tener que marcharme, pero tengo que volar esta noche. ¿Estás segura de que estarás bien?

Paula trató de mostrarse animosa.

—Estaré bien. Este lugar está plagado de agentes del FBI.

—Dímelo a mí —dijo Laura—. Creía que iba a tener que ir a casa a buscar la partida de nacimiento para que me dejaran pasar.

Paula se rió.

—Eres el tónico que necesitaba, amiga mía.

El rostro de Laura se puso serio.

—¿Seguro que estarás bien?

—Sí, te lo prometo.

Paula oyó que daban las diez. Y Pedro aún sin aparecer. Después de que Laura se hubo ido, había estado cenando algo ligero con Alicia. Luego, con un café en la mano, había ido a sentarse al estudio, donde había estado hojeando revistas. Finalmente se había ido a su dormitorio… y se había acostado, pero sin dormirse. Sabía que era absurdo preocuparse por Pedro, pero no podía evitarlo. ¿Y si…? No, no quería ni pensar en aquella posibilidad. Ya la sacaba bastante de quicio tan sólo pensar en Lucas y lo que estaría pasando. No quería añadir a Pedro a su lista. Además, sabía que podía cuidar de sí mismo. En su presente estado de ánimo, compadecía a todo aquel que se cruzara en su camino, ella incluida.

Paso a Paso: Capítulo 39

Alicia se llevó la mano a la boca.

—Oh, no. Pobrecita. Bueno, no se preocupe. Nadie la va a molestar aquí. De eso me encargo yo.

Pedro le palmeó el hombro.

—Buena chica. Sabía que podría contar contigo.

Paula trató de sonreír.

—Gracias, Alicia.

El ama de llaves los siguió hasta la habitación de invitados y subió las persianas mientras Pedro dejaba los bultos de Paula al pie de la cama.

—¿Le apetece algo fresco de beber? —les preguntó Alicia con la mano en el pomo.

—Ahora no, Alicia. Ahora sólo quiero lavarme y descansar un rato.

—Bueno, si necesita algo, no dude en llamarme.

Un silencio embarazoso siguió a la partida de Alicia. Paula se negaba a mirar a Pedro a los ojos.

—Paula.

Sobresaltada, ella alzó la cabeza, pero no lo miró aún.

—No te sentirás mal, ¿Verdad? —le preguntó él, y su voz sonaba áspera, como si le costara hablar.

—¿Te importa realmente? —replicó ella.

Por un instante, se limitaron a mirarse mutuamente, y el aire se cargó entre ellos. Paula sentía una maraña de emociones demasiado complejas para analizarlas. Finalmente, Pedro replicó:

—Me voy a la oficina. Volveré más tarde.

Aquella conversación había tenido lugar hacía treinta minutos, y ella aún no se había lavado ni había descansado. Se dirigió a la ventana y miró al exterior, dispuesta a apartar de su mente todo pensamiento de Pedro. La tranquila belleza del paisaje, con los verdes prados y las construcciones del jardín, las cuadras y el granero, eran realmente un bálsamo para el alma. Se quedó un rato mirando a los caballos pastar y luego se volvió cansadamente. Si no se sentaba pronto, acabaría cayéndose al suelo. No recordaba haber sentido un agotamiento así nunca en su vida. Se tumbó en un lado de la cama y dejó escapar un largo suspiro. El decorado de la habitación, como el del resto de la casa, era lujoso, pero cálido. Su casa era bonita, pero no podía compararse con aquel lujo, y aquello no hizo sino enfatizar la diferencia entre la situación de Pedro y la de ella.

Suspiró otra vez y se arrellanó más en la cama, pero tuvo que levantarse inmediatamente al oír que llamaban.

—Señorita Chaves.

—¿Sí, Alicia?

—Siento molestarla, pero hay alguien que quiere verla. Una tal señorita McCall.

Sonriendo, Paula corrió a la puerta y la abrió.

—¿Dónde está?

—En el estudio.

—Gracias —dijo Paula muy cálidamente y se dirigió con paso rápido hacia allí.

Cuando llegó a la gran sala, vió a Laura encaramada en el brazo de un sillón, con sus ojos azules dilatados y llenos de incertidumbre.

—Laura McCall, eres la última persona del mundo a la que esperaba ver —dijo Paula, dándole un abrazo a su amiga.

Tras un momento, Laura retrocedió un paso y preguntó:

—¿Por qué? Nada más poner el contestador y oír tu mensaje, tenía que venir a comprobar directamente que te encontrabas bien.

Paso a Paso: Capítulo 38

Ella se puso aún más pálida y se encogió como si Pedro le hubiera dado un puñetazo. Seguidamente le espetó, consumida por una hirviente furia:

—¿Acaso crees que no lo intento?

Un profundo silencio se produjo a continuación. Finalmente, fue Courtney quien quebró el silencio.

—Mire, la culpa no es de nadie —dijo, sacando otro cigarrillo y encendiéndolo.

Luego, posando la mirada en Pedro exclusivamente, añadió:

—Hemos intervenido los teléfonos de su casa y de su oficina. No creo que tarden en tener algún tipo de noticias. En base a lo que oigamos, planearemos nuestra estrategia.

—No se ponga en plan paternalista conmigo, Courtney —la amargura de Pedro era palpable en su voz—. Los dos sabemos que las posibilidades de encontrar a mi hijo con vida no son…

Paula se lo quedó mirando con los ojos dilatados. Pedro le devolvió la mirada durante un angustioso instante, luego masculló una maldición y apartó la vista. Antes de que nadie pudiera decir nada, Adrián James se acercó a ellos.

—Ya está todo listo, Santiago —le dijo a su colega.

Pedro se volvió hacia Paula.

—Venga, vamos a tomar tus cosas y nos marchamos.

—Y mientras tanto —dijo Courtney—, si a usted le parece bien, señorita Chaves, llamaré a una empresa que conozco que pueden venir a arreglarle la casa… están  especializados en este tipo de vandalismo. Supongo que su seguro lo cubrirá todo.

—Eso… espero —dijo Paula, saliendo del coche y obligándose a caminar junto a Pedro por la acera arriba.

Una vez entraron de nuevo en la casa, Paula se movió como un robot entre los restos de su habitación, donde hizo el equipaje todo lo rápido que sus temblorosas manos le permitieron. El trayecto hasta el rancho transcurrió en silencio. Ella se recostó en el asiento y fingió dormir… No tenía nada que decirle a Pedro, además, y mucho menos después del brutal comentario respecto a su incapacidad para recordar los rasgos del secuestrador. Alicia salió a recibirlos a la puerta con los ojos enrojecidos y la boca temblorosa.

—Oh, Pedro —gimoteó—. ¿Qué vamos a hacer?

—Todo lo que sea posible hacer, Alicia —dijo Pedro dulcemente, apretándole las manos extendidas.

—Es que no puedo creerlo —gimoteó ella de nuevo, dirigiendo brevemente los ojos hacia Paula—. No puedo creerlo. Mi precioso Lucas…

—Alicia —la interrumpió Pedro—. La señorita Chaves va a ser nuestra invitada por una temporada. Han entrado en su casa y la han destrozado.

Paso a Paso: Capítulo 37

¿Qué había en aquel hombre enigmático que la tenía fascinada? La atracción física… ¿era aquello lo que había en la base de aquella fascinación? Mejor dicho, ¿Era el sexo? ¿La falta de ello? Se puso en pie y se acercó a la ventana. Tenía que reconocer que había momentos en que se sentía sola, en que añoraba alguien que la mimara por las noches, con quien pudiera hablar de los acontecimientos del día, con quien pudiera compartir los problemas, pero aquellas sensaciones eran fugaces y distanciadas en el tiempo. Además, ya se había dejado atrapar una vez, poco después de que diagnosticaran la enfermedad a su padre, por un hombre mayor, un abogado que había resultado estar casado y tener dos niños. Aquello la había dejado destrozada, pero había tenido que sobreponerse rápidamente por el bien de Miguel.

En los años siguientes, había llegado a asumir tanto aquella aventura como la enfermedad de su padre y estaba satisfecha con su vida. Hasta ahora. Hasta que Pedro Alfonso había entrado en ella. Y pensar que se había dejado conducir a su rancho dócilmente, como un cordero al matadero… Pero ¿Qué otra opción le quedaba? Cuando Pedro le había dado aquella orden, ella estaba tan abatida y consternada que no había sido capaz de pensar con claridad, y mucho menos de discutir. Habían permanecido un rato en silencio, contemplando el desastre. Luego, musitando una maldición, él había tomado el teléfono y había hecho una llamada. Courtney y James, más tarde, no les habían dejado volver a entrar en su casa hasta que no llegaran los hombres del departamento de huellas a inspeccionarla.

Paula había esperado en la parte de atrás de uno de los vehículos disimulados de la policía mientras Pedro, con los labios apretados, paseaba de arriba abajo por la acera, furioso porque no le habían dejado entrar de nuevo en el edificio.

—Se trata principalmente de la sala de estar —había dicho Courtney un rato después—. No hace falta decirlo, señorita Chaves, pero no podrá quedarse en casa.

—Se alojará en la mía —dijo Pedro, mirando a Paula.

—Es una buena idea —replicó Courtney, mientras su mirada saltaba del uno al otro.

—¿Por qué ha tenido que hacer alguien algo así? —preguntó Paula con voz remota.

—Esa sí que es una buena pregunta —dijo Pedro ásperamente.

Courtney se encogió de hombros, mientras se terminaba el cigarrillo.

—Me imagino que habrán entrado para llevarse a la señorita Chaves o para darle un susto de muerte. O las dos cosas. Y al ver que no estaba en casa, han dado rienda suelta a la frustración.

El rostro de Pedro parecía gris.

—¿O tal vez fuera una advertencia para el futuro?

—Podría ser —dijo Courtney.

—Oh, Dios —susurró Paula, con la mirada fija en Pedro—. ¿Acaso no va a terminar esto nunca?

Por un momento, la mirada de Pedro se dulcificó, como si la expresión de desconsuelo de Paula le hubiera llegado al alma. Luego sus rasgos volvieron a endurecerse y dijo:

—Probablemente, cuando recuerdes el rostro de ese canalla.

Paso a Paso: Capítulo 36

—Entraré contigo.

Pedro apagó el motor de su Porsche y miró a Paula. Estaban estacionados delante de su casa. Ella sacudió la cabeza y abrió la puerta del coche. De pronto, había sentido que  se ahogaba allí dentro. Pedro estaba demasiado cerca.

—Gracias, pero no es necesario —dijo con voz insegura—. Ya has oído al agente Courtney. Dijo que pronto pondría vigilancia en mi casa.

—Pronto, pero no ahora.

—De acuerdo —dijo Paula, demasiado cansada para discutir.

Los ojos de Pedro se dilataron y casi sonrió.

—Sorprendido, ¿Eh?

Aquella vez, él sonrió realmente.

—¿De que no discutieras? Mucho.

El cambio que produjo la sonrisa en su rostro fue asombroso. Paula casi boqueó. Pero apartó el rostro a tiempo y salió rápidamente del coche. Los pensamientos de ella estaban en otras cosas mientras se adelantaba a la puerta y la abría. Así que, cuando vió el interior, su conmoción fue mayúscula.

—¡Oh, no! —gritó, y se quedó paralizada en el sitio.

—¡Qué diablos…! —Pedro no prosiguió.

La habitación estaba hecha un absoluto desastre. Los muebles de mimbre estaban destrozados, los cojines desgarrados y el relleno esparcido por toda la habitación. Había pintura negra salpicada por doquier. Habían sacado todas sus cintas de las fundas y estaban todas rotas y dobladas. Sus libros estaban fuera de las estanterías y también estaban destrozados.

—Ya no hay más que discutir —masculló Pedro salvajemente desde detrás de ella—. Te vienes al rancho conmigo.


Si Paula había albergado alguna ilusión de que tal vez no estuviera en peligro, ya no podía dudar más de cuál era su situación real mientras estaba de pie en la habitación de invitados del rancho de Pedro. Una leve lluvia de primavera caía suavemente en el exterior. El tiempo correspondía a su sombrío estado de ánimo. Sintiéndose débil otra vez, ella se dejó caer en el sillón más cercano y cerró los ojos, tratando de borrar las imágenes de devastación de lo que había sido su hogar. Sus esfuerzos fueron en vano. Las lágrimas se agolparon tras sus ojos, obligándola a abrirlos de nuevo. Estaba asustada, aterrada al pensar que los hombres que se habían llevado a Lucas no se detendrían hasta que la tuvieran a ella en sus garras. Pero lo que la asustaba igualmente, si no más, era que ahora estaba bajo el techo de Pedro.

viernes, 26 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 35

Su voz se apagó y se volvió ansiosamente hacia Pedro, que estaba de pie tras ella. El ceño de él también estaba fruncido y sólo se aligeró levemente cuando habló:

—Tal vez lo estás intentando con demasiado ahínco. O tal vez las predicciones del médico eran ciertas.

—¿Y cuáles eran, señor Alfonso?—le preguntó Adrián James, mientras aplastaba la colilla en un cenicero.

—Es incapaz de recordar debido al trauma que sufrió.

James y Courtney dirigieron la mirada a Paula.

—¿Cree usted que eso es lo que le ocurre, señorita Chaves? —le preguntó Courtney.

Paula inhaló trémulamente.

—No lo sé. Pero supongo que… que podría ser cierto —luego, volviéndose hacia Pedro, añadió—: Lo… lo siento.

—Sí, ya, yo también.

El silencio cayó sobre el pequeño grupo. Courtney tosió.

—Bueno, tendremos que mantener la esperanza en que recuerde.

A pesar de sus esfuerzos por parecer calmada, a Paula le temblaba el labio inferior.

—Sólo espero que no sea demasiado tarde —dijo finalmente, angustiada.

No sólo le había fallado a Lucas, sino también a Pedro.

—No lo será —dijo el agente James con más seguridad de la que garantizaba la situación.

Aun así, Paula se lo agradeció y le ofreció una leve sonrisa. James tosió de nuevo y luego dirigió su atención a Pedro.

—Si era el explosivo plástico lo que querían, ¿Por qué no robaban los planos sencillamente?

—¿Quién sabe lo que pasa por las mentes de esos criminales? —dijo Pedro sombríamente—. Pero mi hipótesis es que, sin alguien que los interprete, esos planos no les sirven de nada.

—¿Y su hijo puede interpretarlos?

—No.

Los ojos de James se entrecerraron.

—¿Entonces por qué diablos se lo han llevado?

—Supongo que no lo sabían —el tono de Pedro era crispado, pero paciente.

James dejó escapar el aliento y se pasó la mano por el pelo.

—Ah, entonces piensa que, si Lucas consigue mantener su creencia de que puede reconstruir los planos, lo mantendrán con vida, ¿No?

—Tengo esa esperanza, a menos que… —Pedro hizo una pausa, y se rascó la barbilla nerviosamente.

Paula lo contempló y deseó de nuevo consolarlo en su angustia de alguna forma.

—A menos ¿Que qué, señor Alfonso? —insistió James.

—A menos que Lucas fuera secuestrado por alguna otra razón.

El tono de James no se alteró.

—¿Y cuál podría ser esa razón?

—Lucas casi fue secuestrado una vez cuando tenía cinco años —dijo Pedro—. Fue un intento de extorsión, y aunque no se salieron con la suya, he vivido con el terror de que sucediera otra vez desde entonces.

—Ya veo —dijo Courtney, interviniendo en la conversación—. Bueno, en cualquier caso, sin la descripción de la señorita Chaves, no tenemos mucho por donde seguir.

Todos los ojos se volvieron hacia Paula. Ella adelantó la barbilla.

—Recordaré —dijo—. No tengo más remedio.

—Mientras tanto —dijo Courtney, mirando a Pedro y Paula—, quiero saber todo lo que hay, los últimos despidos de la compañía, empleados descontentos, rivalidades, enemigos olvidados y amigos rencorosos.

Tres horas más tarde, salieron de la central del FBI.

Paso a Paso: Capítulo 34

Paula había temido la segunda confrontación con el FBI. Pero como deseaba tan desesperadamente ser de alguna ayuda para encontrar a Lucas, estaba haciendo todo lo que podía por cooperar. Sin embargo, no le estaba resultando fácil. Según lo prometido, Pedro había regresado a buscarla. Dispuesta a emerger de su estado de postración, ella se había arreglado lo mejor posible. Aun así, nada podía ocultar las sombras oscuras que enmarcaban sus ojos ni la expresión amarga de sus labios. El día anterior la había cambiado. Su vida no volvería a ser la misma; ella no sería otra vez la misma. Ni Pedro tampoco. Aunque parecía asombrosamente descansado con sus pantalones anchos y su camisa de sport, no había forma de negar la expresión sombría de su rostro. Habían estado a pocas manzanas de los cuarteles del FBI cuando ella rompió el silencio.

—Imagino que no ha habido noticias de los secuestradores.

Él no apartó la vista de la calzada.

—No, aún no —dijo tensamente—. Aunque todas las líneas de la casa están intervenidas.

—¿Cómo está tu madre?

Él la miró fugazmente.

—Mal. El médico ha tenido que administrarle un sedante.

—No se había enterado antes de que fueras allí, ¿Verdad? —dijo Paula con voz levemente temblorosa.

Sintió otra punzada de culpa por el hecho de que él no hubiera ido a casa la noche anterior.

—No, gracias a Dios. Así que ya no tienes por qué sentirte culpable.

—¿Quién ha dicho que me siento culpable? —dijo ella con vehemencia.

—¿No?

Sus mejillas adquirieron un tinte rosado.

—Nadie te ha obligado a quedarte conmigo, ya sabes.

—No, es cierto, nadie me ha obligado —su voz era un gruñido explosivo.

—Entonces ¿Por qué lo has hecho? Quedarte, quiero decir —las palabras salieron de su boca antes de que pudiera evitarlo.

Pedro se la quedó mirando fijamente. Sus ojos azules parecían vacíos, como si no tuvieran nada detrás.

—Eso me gustaría saber a mí, demonios.

Aquello le había dolido, pero Paula no había dicho nada, y había decidido mantenerse en silencio incluso después de que hubieran entrado en el cuartel general del FBI. Ahora, mientras estaba de pie detrás del ordenador, escuchando las instrucciones del dibujante, ella inhaló con fuerza y trató de dejar la mente en blanco, borrando de ella todo lo que no fuera el rostro del secuestrador. Pero era inútil; sus rasgos permanecían borrosos, difusos.

—Está bien, señorita Chaves —dijo Santiago Courtney—. Tómese su tiempo.

Paula frunció el ceño.

—Estaba segura de que podía recordar su rostro, pero ahora…

Paso a Paso: Capítulo 33

Era atractivo, peligrosamente atractivo. Una mujer tenía que estar loca para enredarse con él. Aun así, como una flor que se vuelve hacia el sol, ella se sentía atraída por él. Pensamientos muy gráficos de cómo sería sentir sus labios sobre su boca o sus manos acariciando su piel ardiente, la llenaron de agonizante anhelo. Pedro se movió de nuevo. Luego, inesperadamente, como si supiera que lo estaban mirando, abrió los ojos. Sus ojos azules se clavaron en sus aturdidos ojos negros. El momento, cargado de electricidad, les hizo olvidar fugazmente las circunstancias que los habían unido. El color invadió las mejillas de Paula ante el ardor de aquella mirada. Sus labios se entreabrieron como si le faltara el aire. Transcurrió un tenso instante, y luego otro. Y después, como si la realidad lo hubiera golpeado súbitamente, la expresión de Pedro se hizo dura.

—Lo siento —masculló ásperamente y tomó su camisa.

Un anhelo retorcía las entrañas de Paula. «¿Por mirarme con algo diferente al odio?», se preguntó silenciosamente. En alta voz, dijo:

—¿Por qué?

Él le lanzó otra mirada.

—Por no estar levantado y vestido.

Ella se esforzó en que su voz sonara tan desenfadada como la de él.

—No te preocupes. Dadas… las circunstancias, necesitabas dormir.

—No —dijo él enfáticamente—, dadas las circunstancias, no necesitaba dormir.

—Pedro… yo…

Los ojos de Pedro se posaron en sus labios.

—Ahórratelo, Paula.

Un ardiente rubor se apoderó de su rostro.

—Yo…

Él volvió a interrumpirla.

—Mientras yo voy a casa de mi madre a decirle lo de… Lucas, tú vístete. Enseguida vuelvo para llevarte al centro.

—Puedo conducir perfectamente.

Él soltó una maldición.

—No discutas conmigo… al menos, no esta mañana. Mira —añadió con extrema paciencia—. Sé que te duele todo el cuerpo, así que no te fuerces a tí misma y deja que te lleve yo. Tengo que ir allí de todas formas. He pensado en algo que podía ayudar a encontrar a Lucas.

Tras una breve pausa, ella dijo:

—De acuerdo, estaré preparada.

Él se la quedó mirando un segundo más de lo necesario, luego se dió la vuelta y salió por la puerta. Tras cerrar la puerta, Paula se apoyó contra ella, sintiendo el picor de las lágrimas. Lucas. Todos sus pensamientos deberían estar en él en lugar de en Pedro y en cómo la hacía sentirse. Esperaba que Dios la perdonara, porque ella no podía perdonarse a sí misma.

Paso a Paso: Capítulo 32

Paula rodó sobre un costado.

—¡Aay! —gritó, sintiendo como si todos los huesos y todos los músculos de su cuerpo hubieran sido golpeados con un bate de béisbol.

Podría ser peor, se recordó. Podría estar encerrada en cualquier armario oscuro. O podría estar muerta. Aquel pensamiento la hizo abrir los ojos, junto con todos los terribles acontecimientos de la noche. Pedro. ¿Estaría aún en su sofá? Tras dejarlo en la sala de estar, ella había regresado a su dormitorio, se había quitado las ropas sucias y se había metido en la cama con gestos mecánicos. Era como si hubiera puesto el cerebro en piloto automático. Cuando había cerrado los ojos, sin embargo, no había experimentado aquella beatífica sensación de alivio del sueño profundo. En cambio, su mente, había empezado a funcionar a pleno rendimiento. Pero no era el rostro aterrorizado de Lucas lo primero que se le había aparecido. Había sido el de Pedro. Y, con él, algunas cuestiones que no había podido responder.  ¿Por qué se había negado a dejarla? ¿Por qué no la había mandado al cuerno por su testarudez y se había marchado? Ahora, con las primeras luces del día, las respuestas a aquellas preguntas seguían eludiéndola.


Siempre se había jactado de su capacidad para ver las motivaciones de las personas. Pero, en cuestión de días, Pedro había conseguido minar aquella capacidad suya. Y ella sabía que intentar entenderlo sería poco menos que imposible. Gruñendo, se giró hacia el despertador y vió que aún no eran las siete. Con todas las obligaciones que él  tenía, probablemente se habría marchado hacía rato. Se levantó trabajosamente y se puso la bata. Hasta que no se tomara una buena taza de café, el cerebro no le funcionaría medio correctamente. Tras una breve visita al baño, se internó descalza en la sala de estar. Y se detuvo en seco. Pedro no se había marchado. Estaba tumbado en el sofá. Se acercó más a él. Desde donde estaba, no podía verle más que la parte de atrás de la cabeza y un brazo que le colgaba por un lado. Parpadeando contra el sol matutino, Paula se acercó más a él. Pero cuando pudo verlo mejor, se detuvo en seco otra vez. No sólo estaba completamente dormido, sino que estaba desnudo… al menos de cintura para arriba. Con las mejillas ardiendo, apartó la vista, dirigiéndola a su rostro. Pero aquello no mejoró las cosas. La barba de la noche hacía su rostro aún más atractivo. Parecía relajado. E indefenso. Qué falsa apariencia… en los dos aspectos. No había nada de relajado ni de indefenso en Pedro Alfonso. De pronto, él respiró profundamente, y los músculos de su estómago se movieron. Como fascinada, ella permaneció con la vista clavada en su vientre desnudo. De pronto, sintió una extraña flojera en todos sus miembros.

Paso a Paso: Capítulo 31

Pedro apartó la mirada y estudió la habitación.

—Me basta con el sofá.

—Tengo una habitación de invitados —dijo Paula en un susurro.

Sus ojos se encontraron de nuevo.

—Estaré bien aquí —dijo con vos tensa.

Obligándose a apartar la mirada de él, Paula se dirigió a la puerta, donde se detuvo y se volvió de nuevo.

—¿Crees… crees que ellos…? —se le quebró la voz en un sollozo.

Una expresión fugaz de dolor cruzó el rostro de Pedro.

—No lo sé. Tendremos que esperar y ver, ¿No?

Al contrario que Paula, Pedro no hizo esfuerzos por dormirse. Había demasiado que hacer. A pesar de la hora, llamó a su ayudante nada más salir Paula y le contó lo sucedido. Luego le pidió no sólo que se ocupara del coche de Lucas, que aún estaba estacionado ante el restaurante sino que llamara a Diana para ver si había llegado sin problemas a casa. En algún momento en medio de la confusión, le había dicho que tomara un taxi y se marchara. Una vez hubo colgado tras hablar con Diego, se quedó sentado en el sofá con la cabeza entre las manos. Al cabo de un largo rato, cuando empezó a sentir la humedad en las palmas de las manos, se levantó y se dirigió a la ventana. Mientras miraba la oscuridad de la noche, dió rienda suelta a la multitud de emociones que hervían en su interior. Maldijo. Despotricó. Deliró. Agonizó. Pero por encima de todo, rezó. Nada pareció ayudarle. Una angustiosa sensación de pérdida había hecho presa en él. Lucas. Su hijo. Aún no podía creer que hubiera sido secuestrado, aunque vivía con aquel temor desde que había ganado su primer millón.

Pedro cerró los ojos y dejó escapar lentamente el aliento. De pronto, un recuerdo de Lucas y él pescando en un arroyo le vino a la mente. Lucas había tenido cuatro años.

—Mira lo que he tomado, papá —le había dicho, sosteniendo un pez que no era mucho más grande que su mano.

—Qué estupendo, hijo —recordó Pedro que le había dicho con una enorme sonrisa, revolviéndole el pelo—. Lo estás haciendo muy bien.

Pedro sintió una dolorosa punzada en el corazón mientras le invadía una torturante sensación de culpa. Y pensar que aún tenía que contárselo a su madre. Tampoco soportaba pensar en aquello. Ella adoraba a su nieto tanto como a su hijo. ¡Malditos fueran aquellos hijos de perra! Podía sentir que el odio rezumaba de su cuerpo como un sucio sudor. Se aseguraría de que se llevaran su merecido. Mientras tanto, si intentaban hacerle el menor daño a Paula, él… «¡Pero ¿Qué te pasa, Alfonso?!»… Cuando la había levantado del suelo, desgarrada y sangrando, había sentido miedo. Había sentido indignación. Pero, sobre todo, había sentido una tensión en la garganta. Aquel sentimiento era absurdo, lo sabía, y era algo que ni entendía ni deseaba. Y menos ahora.

miércoles, 24 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 30

Si cabía, Paula se puso más pálida aún.

—Te… tengo una amiga que puede quedarse conmigo.

—Bien —Courtney casi sonrió—. Y, como precaución, dejaremos a un agente apostado ante su casa.

Pedro agitó una mano con impaciencia.

—No será necesario.

—¿Y eso?

—La señorita Chaves se quedará en mi rancho.

Paula alzó la mirada hacia él y abrió la boca de asombro.

—No.

—Esto no admite discusión, Paula.

—Por segunda y última vez, no pienso hacer el equipaje para ir a tu rancho.

Estaban en la sala de estar de su casa. Paula estaba apoyada en el bar mientras que Pedro estaba en el centro de la habitación, con el cuerpo rígido. Ella no quería, no necesitaba aquella discusión. El cansancio, unido al dolor de la caída y la conmoción, la había dejado con la cabeza confusa y dolorida. Lo único que quería era meterse en la cama. Durante los quince minutos de trayecto en coche a su casa desde el hospital, apenas habían intercambiado una palabra entre ellos. Aun así, había sido consciente de que los pensamientos de Pedro eran tan atormentados como los suyos. ¿Volverían a ver con vida a Lucas alguna vez? Sus ojos azules parecieron penetrarla.

—Maldita sea, no estoy de humor para discutir contigo.

—Ni yo contigo —dijo Paula, peligrosamente cerca de las lágrimas.

Su debilidad e incapacidad de actuar no pasaron desapercibidas a Pedro. Dejó escapar un gruñido y avanzó hacia ella, pero se detuvo en el último momento, como si hubiera logrado dominarse.

—O llamas a tu amiga y viene inmediatamente o te vienes conmigo —sin esperar respuesta, se dirigió al teléfono, levantó el auricular y se lo tendió—. ¿Qué va a ser?

Un reflejo de dureza se había hecho patente en su mirada, algo que Paula no se atrevía a ignorar. Temblando violentamente, cogió el auricular y marcó el número de Laura. Cuando oyó el contestador automático, sintió que el corazón le daba un vuelco. Laura estaba de vuelo.

—No está en casa —susurró Paula, sintiéndose súbitamente tan exhausta que creyó que iba a morir.

—Vamos, te ayudaré a hacer el equipaje.

A ella se le arrugó el rostro.

—Por favor… no…

Volvió el rostro de nuevo, tratando de controlar las lágrimas. Sabía que se estaba comportando terriblemente y se odió a sí misma por ello. Como si sintiera que estaba próxima al límite, Pedro se quedó inmóvil donde estaba por un instante, con expresión taciturna y vacilante.

—De acuerdo, Paula, tú ganas. Me quedaré aquí.

Ella se lo quedó mirando mientras los temblores sacudían su cuerpo. Parecía muy entero, muy resuelto, como si tuviera miedo de mostrar que estaba tan asustado por Lucas como ella. Debería ser él quien estuviera llorando, no ella. Ella sabía que Pedro estaba sufriendo. Súbitamente, deseó rodearlo con sus brazos y decirle que todo iba a salir bien, pero no pudo, porque en el fondo temía que nada volviera a salir bien nunca.

Paso a Paso: Capítulo 29

Santiago Courtney fue el primero en hablar.

—Sé lo difícil que es esto para usted —dijo, clavando la mirada en Paula—, pero tengo que pedirle que repita lo ocurrido.

—De acuerdo —sus palabras eran apenas audibles, y una vez más las lágrimas inundaron sus ojos oscuros.

—Sea breve, agente —intervino el doctor Evans—. Ya ha tenido suficiente para una noche.

Con los labios apretados, Pedro se adelantó un paso, como si deseara protegerla, pero no dijo nada. Paula le lanzó una mirada de agradecimiento, y luego volvió a relatar los hechos. James se cruzó de brazos.

—Así que pudo ver a uno de ellos.

Paula asintió.

—¿Cree que podría identificarlo?

—Esta… estaba oscuro. No estoy segura.

En aquel momento, no estaba segura de nada, excepto que aquello se estaba convirtiendo en una pesadilla sin fin. Sintió que se le agolpaban las lágrimas y parpadeó varias veces en rápida sucesión. Courtney anotó algo furiosamente y luego se volvió hacia Pedro.

—Señor Alfonso, necesitamos saber todo lo que haya que saber sobre su hijo. ¿Tiene idea de quién podría querer hacerle daño y por qué? ¿Hay alguien en su negocio o en su casa de quien tuviera razones para sospechar?

—Su casa queda descartada. Mi hijo vive solo —la voz de Tate era tensa y controlada—. Pero la posibilidad de que su secuestro esté relacionado con el trabajo es muy real.

—¿Ah, sí? —dijo Adrián James—. ¿Qué le hace decir eso?

Pedro les explicó en detalle el proyecto en el que Paula y Lucas estaban trabajando. James dirigió los ojos hacia Paula.

—¿Puede añadir algo a esto?

Paula se balanceó.

—Ya basta, caballeros —dijo Pedro en tono cortante, avanzando un paso con los ojos fijos en el rostro lívido y exhausto de Paula.

Por un momento, los dos agentes parecieron dispuestos a discutir, pero finalmente no objetaron nada.

—De acuerdo, señor Alfonso —dijo Courtney con un suspiro—, lleve a la señorita Chaves a casa. Pero los dos tienen que presentarse en comisaría por la mañana. Prepararemos la estrategia a seguir. Dentro de las próximas veinticuatro horas, es más que probable que tengan noticias de los secuestradores.

—No hay problema. Estaremos allí.

Durante los siguientes minutos, se hizo el silencio en la habitación mientras Paula aceptaba dos pastillas contra el dolor y un vaso de agua que le ofreció el médico. Luego, con la ayuda de Pedro y el doctor Evans, se puso en pie y avanzó lentamente hacia la puerta.

—Tranquila —murmuró Pedro, posando la mano en el pomo de la puerta.

—Señorita Chaves.

Los tres se detuvieron y volvieron la cabeza.

—¿Tiene algún lugar donde quedarse el resto de la noche? —le preguntó Barnhardt.

—¿Quiere decir que no debería quedarse sola? —le preguntó Pedro con brusquedad.

—Eso es exactamente lo que quiero decir. Ellos saben o al menos creen que puede identificarlos, así que… —no acabó la frase, pero el significado estaba claro.

Paso a Paso: Capítulo 28

Taylor, el mayor de los dos agentes, se volvió hacia Paula.

—Por favor, cuéntenos lo que ha ocurrido.

Con voz entrecortada, Paula les contó exactamente lo que le había dicho a Pedro y algo más. Durante todo el relato, Pedro permaneció de pie junto a ella, y su rostro parecía esculpido en piedra. Pero sus ojos lanzaban llamas de indignación. Cuando terminó de hablar, ella lo miró.

—Lo… lo siento. Si al menos, yo…

—No se sienta culpable —dijo él, sin variar su expresión pétrea.

Pero, por alguna absurda razón, Paula sí se sentía culpable. Sabía lo desesperado e impotente que tenía que sentirse Pedro, y sintió que su corazón se volcaba hacia él. El agente Barnhardt se aclaró la garganta y luego habló en tono tranquilizador.

—Señor Alfonso, ¿Hay algo que pueda añadir al relato de la señorita Chaves?

—No mucho, me temo —dijo Pedro, pasándose una mano por el pelo en un gesto de frustración.

—¿Dónde se encontraba usted cuando tuvo lugar el secuestro?

—Estaba en el restaurante, en la parte de atrás. Cuando llegó a mis oídos la conmoción y salí a la calle, ya había ocurrido todo. Sólo ví la espalda del hombre mientras se metía en el coche antes de salir huyendo.

Pedro hizo una pausa y centró su atención en Paula.

—Mire, por el momento podemos dejar el interrogatorio para que la señorita Chaves pueda recibir atención médica.

—Naturalmente —se apresuró a decir Barnhardt.

La siguiente hora pasó como en una borrosa nube para Paula. No supo cómo había llegado a urgencias, ni le importaba. Sólo sabía que Pedro no se apartó en ningún momento de su lado, y era algo que ella le agradecía.

—Lo siento, señorita Chaves —dijo el doctor Evans mientras le aplicaba antiséptico a las heridas de las rodillas—. Pero estas heridas tienen un feo aspecto y hay que atenderlas cuanto antes.

Ella tuvo que morderse el labio inferior para no gritar de dolor. Cerró los ojos con fuerza y se aferró a la camilla de la sala de urgencias donde estaba.

—¿Se ha desmayado, doctor? —le preguntó ansiosamente Pedro.

—Te… tengo el estómago revuelto, eso es todo —susurró Paula.

Antes de que Pedro pudiera responder, la puerta se abrió y entraron dos hombres de rostro adusto. El que sacó la placa y se presentó como el agente del FBI Santiago Courtney era alto y delgado y tenía una abundante cabellera pelirroja. Su socio, el agente Adrián James, era gordo y bajo, con el pelo rubio también bastante largo. Formaban una pareja un tanto estrafalaria.

Paso a Paso: Capítulo 27

—Oh, Pedro —sollozó Paula, aferrándose a él mientras la ayudaba a levantarse—. Lucas… tiene que ayudarle. Él… —se interrumpió, jadeante.

—Paula, ¿Dónde está Lucas? —la voz de Pedro, cerca de su oído, era áspera y cortante—. ¿Estaba en ese coche que acaba de salir?

Paula se lo quedó mirando con expresión de estupor, esperando a que la mente le funcionara. Ningún pensamiento se formó, tan sólo sensaciones de horror. Estaba temblando. Tenía que hacerse creer a sí misma que aquello era real. Tenía que controlar la conmoción que la estaba dominando. La presa de Pedro en su hombro se hizo más fuerte.

—Lucas —gritó él, con el rostro distorsionado—. ¿Dónde está?

Fue el pánico que reflejaba su voz lo que finalmente penetró en el cerebro aturdido de Paula. Finalmente, consiguió gemir:

—Se… se lo han llevado.

—¡Bastardos!

Paula sacudió la cabeza desconsoladamente.

—In… intenté ayudarle, pero no pude —su voz se apagó de nuevo, convertida en un gemido como infantil—. Trataron… trataron de llevarme a mí también.

—¿Quiénes son? —su tono era frenético en aquel momento, y la estaba sacudiendo prácticamente.

—Dos hombres. Lo… lo tomaron y se lo llevaron en el coche.

Ella oyó el sonido de horror que surgió de la garganta de Pedro.  Luego, él deslizó las manos de arriba abajo por sus brazos.

—¿Está bien?

—E… estoy b-bien —mintió ella, tratando de no pensar en el dolor agudo que sentía en las piernas.

Él la apartó a la distancia del brazo.

—No, no lo está —dijo, mirando hacia abajo.

La sangre había empapado sus medias a la altura de las rodillas y le resbalaba por las espinillas. Lanzando una maldición, Pedro la condujo hacia la puerta del restaurante. Lívida y temblorosa, Paula se aferró a su mano mientras se producía la confusión en torno a ellos. El restaurante se había vaciado. Sus clientes estaban en la calle, con los ojos dilatados y murmurando. Los transeúntes se habían detenido también y contemplaban la escena, boquiabiertos. Una sirena aulló en el aire de la noche.  Una vez dentro del restaurante, Pedro ayudó a Paula a sentarse en un banco acolchado. Con expresión adusta, miró al rostro del director del restaurante, que se había acercado a ellos.

—¿Ha llamado alguien a la policía?

—Sí, señor —replicó el hombre—. Y también hemos llamado a una ambulancia.

—Gracias —musitó Pedro, luego volvió a centrar su atención en Paula, quien estaba mirándolo otra vez con los ojos vidriosos.

Sin apartar la mirada de ella, Pedro rebuscó en su bolsillo trasero y sacó un pañuelo. Luego se arrodilló y, con suma dulzura, le fue secando la sangre de las rodillas.

—Oh, por favor, no —susurró Paula, sintiendo que podía desmayarse en cualquier momento de dolor.

Pedro se detuvo inmediatamente.

—Perdone.

—Señor Alfonso, la policía está aquí —dijo el director desde la puerta.

—Ya era hora.

En aquel momento entraron dos hombres uniformados por la puerta y se presentaron como los agentes Taylor y Barnhardt.

—Mi hijo ha sido secuestrado —dijo Pedro sin mayor dilación—. La señorita Chaves ha sido testigo.

Paso a Paso: Capítulo 26

Más tarde, cuando ella y Lucas se levantaron para salir del restaurante, Paula se juró que no miraría a Pedro. Lo miró, de todas formas. Pero él estaba demasiado ocupado riéndose por algo que había dicho Diana para notarlo. Con las mejillas ardiendo, siguió a Lucas fuera, a la calle desierta, en dirección hacia el coche. Preocupados, caminaban los dos en silencio. La noche era espléndida, pensó. Miró a las estrellas y se detuvo a respirar hondo, deseando poder dejar de pensar en Pedro. Tan absorta estaba en su tumulto interior que no se fijó en el coche que se detenía junto al bordillo hasta que fue demasiado tarde. La puerta del coche se abrió de golpe, y un hombre enmascarado salió a la velocidad del rayo. Antes de que ella o Lucas pudieran darse la vuelta, se arrojó sobre Lucas y comenzó a arrastrarle hacia el coche. Paula, paralizada por el miedo y la conmoción, no pudo moverse, no pudo hablar. Luego, recuperándose con una celeridad nacida de la desesperación, se puso a chillar con todas sus fuerzas.

—¡Lucas! ¡Oh, Dios mío! ¡Lucas!

Lucas luchaba.

—¡Corre, Paula, corre! —gritó débilmente antes de que su asaltante acercara un pañuelo a su rostro.

—¡Suéltale! —gritó Paula, corriendo hacia ellos.

—Cállese, señora —rezongó el hombre mientras metía a Lucas, ya inconsciente, en el asiento delantero.

—¡Basta! —chilló Paula.

El hombre no se detuvo. Ella sabía que no tenía nada que hacer físicamente contra la fuerza brutal de aquel sujeto, pero aquello no la arredró. Súbita e inesperadamente, se lanzó contra él, clavándole las uñas en el cuero cabelludo. Él lanzó una maldición, pero recuperó el equilibrio y trató de aferrarle las manos a ella.


—¡Maldita sea!


Aunque le costaba respirar y las lágrimas casi la cegaban, se negaba a soltar al hombre. Cerró el puño y comenzó a golpear al hombre en la cabeza. Una vez. Dos veces. Tres veces.

—¡Hijo de perra, deja…!

No pudo seguir. El hombre se dió la vuelta y le soltó una bofetada. Por una décima de segundo, ella cejó en toda su lucha. Pero luego sacudió la cabeza y cargó contra él de nuevo, agarrando su máscara. La rasgó en dos. Durante un instante congelado, Paula vió el rostro del hombre. Luego, sollozando, se tambaleó hacia atrás.

—Detenla, idiota —gritó el que iba al volante—. Tómala a ella también.

Con las dos manos libres, el asaltante se lanzó sobre Paula y trató de aferrarla. Voces. ¿No se oían voces? Sí. Y pies, pies que corrían sobre el cemento. El corazón le dió un salto.

—¡Socorro! —chilló ella, tratando de zafarse desesperadamente.

—¡Suéltala! —gritó el otro—. ¡Tenemos que salir de aquí!

Aquellas palabras apenas se registraron en la confusa mente de Paula, pero lo que sí se registró fue el fuerte empujón que recibió desde detrás.

—¡Oh, Dios! —gimió, pugnando por mantener el equilibrio.

—¡Paula! ¡Paula!

Alzó la vista. «¡Pedro!», fue el nombre que formaron sus labios justo antes e hacer contacto con el duro pavimento y sentir cómo le desgarraba las rodillas.

lunes, 22 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 25

—Oh, sí que lo sé —el tono de Paula era bajo—. Es que no tenía tanto apetito como pensaba al principio.

Lucas se inclinó hacia adelante.

—Mira, no dejes que mi padre te ponga nerviosa. Como ya te dije, su ladrido es peor que su mordisco.

Paula no se creyó aquello ni por un segundo. Sin embargo, no dijo nada. El silencio se alargó mientras se terminaban el vino. Luego, bajando la copa, Lucas dijo bruscamente:

—Cásate conmigo, Paula. Mañana.

Paula se lo quedó mirando con perpleja incredulidad.

—Podríamos conseguir que funcionara —prosiguió Lucas—. Te amo por los dos.

—Oh, Lucas, me prometiste que no sacarías el tema.

Lucas se encogió de hombros.

—De acuerdo, he roto mi promesa, ¿Y qué? Es que te deseo con todas mis fuerzas.

—Eso es porque no me has poseído —replicó ella con brutal sinceridad.

Él se sonrojo.

—No ha sido porque no lo intentara, eso seguro.

Dispuesta a dejar clara su postura de una vez por todas, Paula dijo:

—Tu padre vino al despacho el otro día.

Lucas se puso tenso.

—¿Dónde estaba yo?

—En el abogado.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Porque no fue a verte a tí. Fue a verme a mí.

Él se quedó boquiabierto.

—A tí. ¿Por qué?

—Me dijo que te dejara en paz.

—No estás hablando en serio.

—Por supuesto que sí —dijo Paula secamente.

Él se sonrojó otra vez.

—Lo siento.

—De hecho, trató de comprarme.

—¿Cómo…? ¿qué…?

Paula se inclinó hacia adelante y le tomó la mano.

—Nunca fue mi intención causar problemas. Evidentemente, eso es exactamente lo que piensa que estoy haciendo —se detuvo y le soltó la mano—. Aun así, siento curiosidad por saber si se trata de mí o de toda mujer que se acerca a tí.

—Bueno, el caso es que me he metido en un par de berenjenales —admitió Lucas de mala gana—, pero nunca le había pedido a ninguna que se casara conmigo.

Una sonrisa liberó la tensión en torno a los labios de Paula.

—Y no creas que no me siento honrada porque me lo hayas pedido. Pero no te amo, Lucas, y no creo que tú me ames. Y creo que no deberíamos vernos fuera de las horas de trabajo nunca más —se detuvo de nuevo e inhaló con labios trémulos—. No puedo permitirme el lujo de perder mi puesto.

—¿Te ha amenazado mi padre? ¿Es eso?

Paula cambió de postura nerviosamente, incapaz de mirarlo a los ojos.

—Digamos que no nos separamos en los mejores términos y dejémoslo así.

—Bueno, espero que le dijeras adonde podría irse, porque, si no, pienso decírselo yo.

—No, Lucas —dijo Paula enfáticamente—. Ya basta, él cree que lo que hace está bien y, ¿Quién soy yo para discutírselo? Al fin y al cabo, mira el buen trabajo que estás haciendo con este proyecto —bajando la mirada, le contempló desde detrás de sus espesas pestañas—. Déjalo, Lucas. Déjalo.

Lucas no parecía en absoluto convencido.

—De acuerdo, Paula. Tú ganas por ahora, pero no pienso rendirme. Puedes tomar nota, y de esto también: puedo manejar a mi padre, porque me necesita. Necesita que haga el trabajo que a él ya no le apetece hacer. Así que, ya ves, no tienes por qué preocuparte.

«No, estás equivocado», pensó ella. «Completamente equivocado. Nadie maneja a Pedro Alfonso.»

Paso a Paso: Capítulo 24

Pedro y su acompañante estaban abriéndose paso entre las mesas hacia la terraza, o al menos, eso deseaba Paula. Pero, para llegar allí, tenían que pasar junto a su mesa. A ella se le aceleró el pulso.

—No puedo imaginar qué está haciendo aquí —dijo Lucas, con el rostro sombrío.

Paula apretó los labios.

—Es muy sencillo. Está espiando.

Lucas abrió la boca para replicar, pero la cerró inmediatamente cuando una sombra se cernió sobre la mesa. A Paula se le secó la boca. Lucas clavó la mirad en su copa. Nadie dijo una palabra. Luego, él alzó la cabeza y dijo:

—Hola, papá.

Una gruesa arteria latía en la garganta de Pedro.

—Hijo, señorita Chaves.

—¿Qué los trae a Diana y a tí por aquí? —el tono de Lucas rondaba con la hostilidad—. No sabía que les gustara la pizza.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí.

Lucas apretó los labios. Paula había mantenido los ojos apartados de Pedro a propósito. Evidentemente aburrida con lo que ocurría en la mesa, Diana había dirigido su atención a otra mesa contigua y estaba charlando con los comensales. «No está mal», se dijo Paula, mientras estudiaba el cuerpo voluptuoso de Diana.

—Bueno, que pasen una agradable velada —estaba diciendo Pedro, en tono distanciado.

Paula alzó la cabeza bruscamente, sabiendo que Pedro les deseaba a ella y Lucas todo menos una agradable velada.

—Ya —dijo Lucas, poniendo voz sarcásticamente a los pensamientos de Paula.

En el fugaz instante de titubeo que siguió, los ojos de Paula se encontraron con los de Pedro. Algo pasó entre ellos que no tenía nada que ver con Lucas. El color desapareció lentamente del rostro de Paula al notar cómo la mirada de Pedro parecía acariciar la plenitud de sus pechos, apenas cubierta por el suave tejido de su vestido. Luego, apartando la mirada, Pedro mostró una leve sonrisa fría que ni siquiera merecía el nombre de sonrisa.

—Señorita Chaves.

En el instante en que Diana y Pedro se alejaron, la camarera llegó con el pedido de Lucas y Paula. Una vez le llenaron de nuevo las copas, intentaron fingir que nada había ocurrido. Se rieron por pequeños incidentes, que habían ocurrido en la planta y discutieron amablemente sobre cosas in importancia. Paula hizo el esfuerzo de saborear todo lo que comía, pero no pudo. La pizza le sabía a cartón. Finalmente, se rindió y apartó el plato. Lucas, sin embargo, no parecía tener el mismo problema. Devoró su lasaña con gran apetito.

—¿No tienes hambre? —le preguntó Lucas, apartando el plato vacío.

—Supongo que no —respondió ella.

—¿Te importa si me la acabo yo?

Ella sonrió y sacudió la cabeza.

—Bueno, es que me parece un desperdicio dejar comida buena en el plato.

Paula, haciendo un esfuerzo por olvidar que Pedro estaba sentado en el otro extremo del salón con la mirada clavada en ella, centró su atención en Lucas. Aun así, no pudo olvidarse de la molesta presencia de Pedro. Era consciente de ella con todos los nervios de su cuerpo.

—Mmmm, esto sí que era una pizza —dijo Lucas al fin, frotándose el estómago—. No sabes lo que te has perdido.

Paso a Paso: Capítulo 23

Paula podía ratificar aquello, pero, naturalmente, se mantuvo callada. No le había contado a Lucas el incidente de su despacho, ni tenía intención de hacerlo. Deseaba poder borrarlo de su mente. Pero, por mucho que lo intentara, aún podía sentir la impronta de aquellos fuertes y tensos labios sobre los suyos. Lo había visto solamente dos veces, pero ya sentía algo, una emoción que no podía identificar. Y el hecho de que fuera el padre de Pedro y mucho mayor que ella no facilitaba las cosas. Súbitamente, tragó saliva y apartó el rostro para que Lucas no viera la confusión reflejada en sus ojos.

—¿Paula?

Ella hizo girar la cabeza.

—Lo siento —dijo ella, lanzándole una sonrisa resplandeciente a modo de compensación.

—Pasaré a recogerte a las ocho.

La sonrisa de Paula se desvaneció.

—¿Crees que es una buena idea?

—Claro, ¿Por qué no?

Por alguna razón, su actitud desenfadada y petulante la irritó.

—Sabes muy bien por qué no —le soltó.

Él se rió entre dientes y la besó en la mejilla.

—Si te prometo no mencionar la palabra «Matrimonio», ¿Me dejarás invitarte a cenar?

—Lucas…
—Le llamaremos cena de celebración —dijo él, ladeando la cabeza—. Venga, ¿Qué me dices?

Súbitamente, ella pensó en la advertencia de Pedro.

—De acuerdo —dijo temerariamente—. Iré.

Incluso para ser noche de viernes, el restaurante que eligió Lucas estaba demasiado abarrotado. Era otro de los favoritos de ella. Había estado allí varias veces con Laura. Además de una atmósfera relajada, tenía la mejor barra de ensaladas de Houston, junto con la pizza más sabrosa. Aquella noche, la banda de la sala de al lado estaba tocando un tema de Kennie Rogers. Mientras el camarero les llenaba las copas de vino, seguía el ritmo con el pie. Una vez el camarero se hubo marchado, Lucas le preguntó:

—¿Te alegras de haber venido?

Paula sonrió.

—Sabes que sí.

—Entonces, brindemos por el éxito del proyecto, ¿Quieres?

Paula alargó la mano hacia la copa, y cuando iba a tomarla, se quedó paralizada. El color desapareció de su rostro. De pie en la puerta y mirándola directamente a ella estaba Pedro Alfonso.

—Paula, ¿Qué te ocurre? —le preguntó Lucas—. ¿Estás enferma o algo? Parece que hayas visto a un fantasma.

Durante otro largo momento, Paula permaneció como congelada, incapaz de apartar los ojos de Pedro. Sólo cuando él dirigió la atención de nuevo a la mujer que lo acompañaba, pudo Paula apartar la mirada de su imponente figura. Incluso entonces, cuando volvió el rostro hacia Lucas, fue la imagen de Pedro la que vió.

—¿No irás a desmayarte, verdad? —le estaba preguntando Lucas.

Paula sonrió valientemente aunque el estómago estaba dándole saltos.

—Es… tu padre.

—¿Aquí?

—Sí, aquí —a Paula le temblaba levemente la voz.

El bufido de disgusto de Lucas no podía ser ignorado. Luego, mientras empezaba a mascullar entre dientes, se dió la vuelta.

Paso a Paso: Capítulo 22

—Papá, vendré mañana otra vez a verte, ¿De acuerdo?

Miguel Chaves estaba sentado como una estatua en el sillón de orejas con la mirada perdida por la ventana. Paula sabía que no estaba viendo el maravilloso paisaje arbolado que rodeaba la institución, igual que no la había visto a ella cuando había entrado en la habitación. Sin embargo ella no cejaba en su empeño y seguía fingiendo que la enfermedad no le había arrebatado la mente y la dignidad, convenciéndose de que entendía todo lo que ella le decía. Parpadeó vigorosamente para contener las lágrimas que le nublaban la visión y le dio otro abrazo.

—Cuando regrese mañana, te traeré otro de tus dulces favoritos —casi se atragantó con el nudo que tenía en la garganta—. Ya… ya veo… que casi no te… quedan.

De nuevo no hubo respuesta. Se limitó a mirarla con ojos vacíos. Tras mirarlo durante otro largo momento, Paula alzó los hombros y se dirigió a la puerta. Una vez allí se detuvo y miró a su alrededor, estudiando la habitación con ojos llenos de lágrimas, como si quisiera asegurarse una vez más de que su amado padre tenía lo mejor que podía conseguirse con dinero. La espaciosa y alegre habitación tenía todas las comodidades de su casa, de aquello se había encargado ella. Imágenes que tenían un significado especial para él adornaban las paredes y cubrían la parte superior de la cómoda. En el suelo, una alfombra de punto daba una nota de alegría. Las plantas del alféizar, contribuían también. Si hubiera podido, sin embargo, seguiría con ella en casa. Pero era algo que estaba fuera de cuestión; ya no podía arreglárselas sola con él. Ahuyentando el doloroso pensamiento, ella retorció el pomo y susurró:

—Adiós, papá.

Antes de llegar al despacho, Paula ya había conseguido recuperar el control de sí misma. No le quedaba más remedio. Había que dejar los problemas a la puerta, tal como le decía su padre. «Llora, sí, pero luego supéralo. La vida continúa.» Había llegado a su mesa y estaba mirando con remordimiento la montaña de papeles que había encima cuando Lucas entró en la habitación.

—Hola —dijo él, mientras se sentaba en una esquina de la mesa, con una amplia sonrisa en su guapo rostro.

—Buenos días —respondió Paula.

La sonrisa de Lucas se desvaneció.

—¿Es lo único que tienes que decirme?

—¿Qué quieres que te diga?

—Algo más que un gruñido de buenos días, eso desde luego.

Paula se quitó la chaqueta y la colgó del respaldo de la silla.

—Perdona, pero sólo me apetece gruñir. Vengo de ver a mi padre.

—¿Algún cambio? —preguntó Lance, apartando la mirada, como si se sintiera incómodo.

—No, pero gracias por preguntarlo de todas formas.

Lucas sonrió con poca convicción y cambió de tema.

—Tengo buenas noticias.

A Paula se le iluminó el rostro.

—¿Ah, sí?

—Alberto y los otros dos ingenieros han conseguido finalmente reducir a dos los planos de diseño del explosivo.

—Oh, Lucas, eso es maravilloso.

—Sí, ya era hora. La verdad es que estoy contento. Y espero que papá también lo esté de una condenada vez —su rostro perdió toda su animación—. Claro que, con él, nunca se sabe.

Paso a Paso: Capítulo 21

—¡Eh, mira dónde tiras eso!, ¿Quieres?

Pedro miró por el borde del altillo y vió el rostro alzado de su capataz, Manuel Rowe, un hombre grande y corpulento, con un tremendo estómago debido a su afición a la cerveza.

—Lo siento —musitó Pedro—, no te he oído entrar.

La sonrisa de Manuel fue irónica.

—No, supongo que no. Estabas demasiado ocupado destrozando el heno.

—¿Querías algo? —le preguntó irritadamente Pedro.

Manuel permaneció imperturbable, sin borrar su sonrisa. Se limitó a quitarse el sombrero y rascarse la cabeza como si tuviera todo el tiempo del mundo. A Pedro no le extrañaba la indiferencia de su capataz ante su mirada de indignación. No sólo era el mejor capataz de aquellos andurriales, sino que además era un buen amigo. A pesar de sí mismo, le devolvió la sonrisa y se limitó a esperar a que su capataz, de parcas palabras, eligiera lo que tenía que decirle. No tuvo que esperar mucho.

—Sólo quería ver si querías que fuera contigo a casa de Kelly  para echarle una ojeada a esa yegua. Si no, pensaba dedicarme a reparar las vallas rotas del prado sur.

Pedro golpeó con la palma de la mano el mango de la horca.

—Maldita sea, se me había olvidado esa cita.

—Bueno, ¿Quieres que te acompañe o no?

—No, dedícate a las vallas, que son más importantes.

—De acuerdo, nos vemos luego —dijo Manuel, volviéndose y saliendo del granero.

Un momento después salió Pedro. Nada más hacerlo, se detuvo en seco y maldijo. Diana Hunt, la mujer con la que había estado saliendo mucho últimamente, se dirigía hacia él. Su rostro, enmarcado por su cabello espeso y rubio, que le caía hasta los hombros, no era muy atractivo, pero su cuerpo compensaba ampliamente aquel fallo. Sin embargo, era la última persona a la que Pedro le apetecía ver en aquel momento.

—Hola, cariño —dijo Diana en un tono azucarado, deteniéndose a milímetros de él.

—Hola, Diana —respondió él con un suspiro.

—¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¿Qué tal un besito?

Inconscientemente, Pedro retrocedió; la idea de besarle le pareció súbitamente repulsiva.

—Ahora no, Diana. Estoy demasiado sucio —dijo, forzando una sonrisa para intentar quitarle hierro a su rechazo.

—Pero bueno, cariño —dijo ella seductoramente, deslizando las manos de arriba abajo por la pechera de su camisa mojada—. Eso nunca te había detenido hasta ahora.

Con un esfuerzo supremo para contener su genio, Pedro le tomó las manos y se las quitó de encima.

—Ahora no, te he dicho.

Los rasgos de ella se endurecieron.

—No sé cómo te aguanto. Cuando quieres, puedes ser un auténtico hijo de perra.

—Nadie te retuerce el brazo para que te quedes.

Como si temiera haberle apretado demasiado los tornillos, Diana suavizó el tono y sonrió.

—¿Te veré esta noche?

—Tal vez.

—Bueno, cuando te aclares, házmelo saber, ¿Me oyes?

Tras decir aquello, se dió la vuelta y volvió a su coche. Pedro se la quedó mirando mientras se metía dentro y lo ponía en marcha. Luego, contaminando el aire con un nuevo epíteto, se dirigió a la casa a grandes zancadas.

miércoles, 17 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 20

El viento hacía entrechocar las ventanas del granero como un visitante no deseado. Pedro, sin embargo, no le estaba prestando mucha atención a los elementos. Estaba demasiado ocupado desahogando su frustración con la bala de heno que tenía delante. El corazón le retumbaba; el sudor le chorreaba por la frente y el labio superior. Le dolían los hombros. Aun así, seguía tomando el heno con la horca y lo iba lanzando desde el altillo al piso inferior. Tenía empleados para hacer aquel trabajo, pero había decidido hacerlo él mismo, pensando que era precisamente lo que necesitaba para relajarse. Se detuvo un momento para secarse el sudor de la ceñuda frente con el dorso de la mano.  Ya era más que hora de que se detuviera a analizarse un poco a sí mismo, algo de lo que no había sido capaz desde que había agarrado a Paula Chaves en medio de un ataque de ira y la había besado. Por el contrario, se había esforzado en evitar que el dolor sordo que sentía en su interior se convirtiera en desesperación. Había fracasado miserablemente. Aquel beso se repetía una y otra vez en su mente. Recordaba cada detalle de aquel instante. Recordaba la sensación de aquellos labios contra los suyos, su temblorosa suavidad. Recordaba la sensación de sus duros pezones aplastados contra su torso. Únicamente un milagro podría borrar aquel recuerdo de su mente. Y ahora, como anteriormente, su cuerpo respondía ante el mero recuerdo, para azoramiento suyo. Era algo que no recordaba que le hubiera ocurrido nunca antes. «¿Cómo sería entonces hacer el amor con ella?» ¡No! Nunca. Con ella no. Todo lo que había en él de decente se rebelaba contra ello. ¡No competiría con su hijo!

Con el rostro sombrío, Pedro volvió a ponerse el guante y siguió lanzando el heno. Aunque se había preguntado a sí mismo innumerables veces por qué la había besado, aún no había llegado a una respuesta. No podía imaginarse cómo se las arreglaba aquella mujer para excitar su ira y su libido al mismo tiempo. Diablos, no estaba interesado en comprometerse con ninguna mujer. Las aventuras no hacían más que complicar las cosas. Por primera vez en su vida, estaba en situación de hacer exactamente lo que le apetecía. Su sueño de criar y entrenar caballos se estaba haciendo realidad finalmente. Sin embargo, Paula Chaves había suscitado algo en lo más íntimo de su ser, algo que hasta entonces había permanecido dormido. Le hacía sentir dolor y anhelo, y aquella era una razón de más para despedirla inmediatamente, se dijo a sí mismo, si no hacía caso de su advertencia.

Paso a Paso: Capítulo 19

No le hacía falta darse la vuelta para saber que él estaba detrás. Sentía su cálido aliento en el cuello. Se estremeció.

—Quiero que deje a mi hijo en paz.

—Por favor —dijo ella débilmente—. Está sacando todo esto de sus debidas proporciones.

—No estoy dispuesto a que se case con él por su dinero.

Ella giró sobre sí misma; sus mejillas estaban encendidas.

—¿Cómo se atreve a decir eso? ¡No sabe usted nada en absoluto de mí!

—¡Y un cuerno! Sé exactamente todo lo que hay que saber sobre usted. Recuerde, está trabajando en un proyecto de alta seguridad, y no se olvide de que soy el propietario de este lugar.

—Quiere decir que… que ha fisgoneado deliberadamente en mi historial… —la sola idea de que hubiera estado hurgando en su vida privada le daba náuseas.

—Exactamente, señorita Chaves —dijo él en el mismo tono acusador.

—¿Y todo esto porque su hijo me ha sacado un par de veces a cenar? —tuvo un deseo repentino y acuciante de echarse a reír histéricamente ante lo ridículo de todo aquello.

—Los dos sabemos que hay más que eso —dijo él, y su voz restallaba como un látigo.

Tratando de no atragantarse, Paula se apartó rápidamente de la ventana. Y de él. Su estratagema no funcionó. Él se limitó a moverse con ella.

—¿Cuánto, señorita Chaves?

—¿Cómo que cuánto?

—No juegue conmigo —dijo él, bajando la voz, que le vibraba literalmente de furia—. ¿Cuánto dinero quiere por dejar a mi hijo en paz?

—¿Cómo se atreve? —gritó Paula, alzando la mano con la firme intención de abofetearlo.

Pedro era demasiado rápido; le tomó la muñeca en mitad del gesto. Se miraron mutuamente en rabioso silencio. El reloj de la pared dió la hora. La luz del sol inundaba la habitación, danzando sobre el mobiliario. En la habitación contigua, alguien escribía a máquina. En la distancia se cerró una puerta. Pero ninguno de los dos era consciente de los sonidos ni imágenes que los rodeaban… sólo el uno del otro. Sus pechos se agitaban. Sus respiraciones se entremezclaban. Sus ojos entablaban un duelo.

—Oh, ¿Por qué diablos no? —masculló Pedro y seguidamente, alargó los brazos, la aferró con rudeza y, aplastándola contra su cuerpo, arrasó su boca con la suya.

Instantáneamente, el corazón de Paula comenzó a retumbar contra su caja torácica. Sensaciones de frío y calor hicieron tumultuosa presa en ella. Sólo cuando sintió su lengua ardiente penetrar en su boca, recuperó el sentido.

—¡No! —gimió, haciendo presión contra su pecho.

Tragando aire a grandes bocanadas, Pedro la soltó. Durante otro tenso y ardiente instante se miraron mutuamente, con las respiraciones agitadas, incapaces los dos de hacer frente a lo que acababa de ocurrir.

—Maldita sea —dijo Pedro, frotándose la nuca.

Paula se envolvió el cuerpo con los brazos y se mordió el labio inferior. Finalmente, tras lo que pareció una eternidad, Pedro giró sobre sí mismo y se dirigió hacia la puerta en estampida. Tenía la mano en el pomo antes de que ninguno de los dos hablara.

—No pienses ni por un segundo que esto cambia nada —dijo él, con voz áspera de amargura—. Porque no es así.

En cuanto la puerta se hubo cerrado tras él, Paula consiguió llegar, tambaleándose, hasta la mesa y se hundió en la silla. Treinta minutos más tarde, aún seguía allí.

Paso a Paso: Capítulo 18

Paula lo oyó antes de verlo. Hacía tan sólo unos minutos que había entrado en el despacho de Lucas con unos importantes documentos sobre el proyecto que tenía que completar antes de las doce. Necesitaba absoluto silencio, y dado que Lucas estaba fuera de la ciudad, había decidido usar su despacho. En aquel momento, mientras aferraba con dedos tensos los papeles que tenía en la mano, rogó por que el oído le hubiera gastado una jugarreta. Pero no era así. Una vez más, la voz grave y rica de Pedro asaltó sus sentidos.

—No estoy preguntando por la señorita Morales. Le digo que tengo que ver a la señorita Chaves. Así que, ¿Qué tal si me dice dónde puede encontrarse?

Una ayudante estaba en la mesa de Paula, y ella se pudo imaginar lo intimidada que debía estar con Pedro cerniéndose sobre ella, con aquellos ojos azules fríos como el Ártico. Tan afanosa estaba intentando calmar los enloquecidos latidos de su corazón que no oyó la respuesta de su asistente. Le daba igual, sin embargo, ya que la puerta del despacho de Lucas se abrió segundos después. Paula se puso en pie, y se quedó inmóvil en un estado intermedio entre la anticipación y el miedo mientras Pedro Alfonso atravesaba el umbral y entraba en el despacho. Totalmente desconcertada, se quedó mirando a un hombre por completo diferente del desconocido formalmente ataviado en la fiesta. En aquel momento, iba vestido con una camisa y unos vaqueros ajustados. Sobre su rostro recién afeitado, su bigote parecía aún más prominente y su cabello salpicado de plata, más largo y revuelto. Pero ninguna de aquellas cosas menguaba el descarado carisma sexual que emanaba. De hecho, se preguntó cómo sería besarlo… «¡Estás perdiéndote, Paula!. Los ojos de Pedro estaban clavados en ella; allá donde se iban posando, sentía que le ardía la piel. Negándose a permitir que viera el efecto que la estaba causando, salió de detrás de la enorme mesa llena de papeles, y se dirigió a él.

—Buenos días, señor Alfonso—dijo, tratando de mantener la voz firme.

Consternada, se dió cuenta de que había sonado jadeante. Aunque él enarcó levemente una ceja, sus ásperos rasgos permanecieron imperturbables.

—¿Qué puedo hacer por usted? —le preguntó ella cuando fue evidente que no iba a responder a su saludo.

—¿Qué te parece si nos dejamos de formalidades y vamos directamente al grano?

—¿Ah, sí? ¿Y cuál es el grano, si se puede saber? —inquirió ella, llevándose las manos heladas a los costados.

Los rasgos de Pedro se endurecieron aún más, si cabía. Sin embargo, sus ojos continuaron recorriéndola, atravesando su piel.

—Oh —dijo él, imitándola—. Yo creo que ya lo sabes.

Paula sintió pánico, pero no debido a su presencia amenazadora. Su aprensión provenía únicamente del modo en que estaba escrutándola; era la misma mirada que le había dirigido en la fiesta… con algo más en la mente que el bienestar de su hijo.

—Mire, señor Alfonso —dijo Paula, tratando de calmar sus nervios en intentando ignorar cómo se le habían endurecido los pezones—. No pienso seguir los dictados de…

—Me da la impresión de que no está en situación de amenazarme, señorita Chaves.

Paula abrió la boca para hablar, pero tuvo que contener una respuesta indignada. Giró sobre sí misma y se dirigió a la ventana del otro lado de la habitación, con los pensamientos dándole vueltas en la cabeza. No iba a dejar que le hiciera aquello. Cierto, amaba su trabajo; necesitaba aquel trabajo, pero había otros puestos de trabajo en el mercado y con su experiencia podía conseguir el que deseara. «Pero no otro que me ofrezca el mismo estímulo y el mismo salario», se dijo silenciosamente.

Paso a Paso: Capítulo 17

—Desgraciadamente, tal vez deje de entretenerme en breve.

Laura volvió a sentarse en el sofá.

—¿Por que has rechazado su oferta? Está disgustado, ¿Eh?

—Para decirte la verdad, no estoy segura de que Lucas haya aceptado mi negativa.

Laura sacudió la cabeza.

—No lo capto. Si ese es el caso, ¿Por qué no vas a verlo más?

Paula se apartó un mechón de pelo de la frente.

—Realmente, no hay problema con Lucas. Es a su padre, Pedro Alfonso, a quien no le gusto.

—¿Y?

—Pues que, si Lucas quiere seguir el estilo de vida al que está acostumbrado, no tendrá más remedio que plegarse a las exigencias de su padre.

Laura estaba claramente perpleja.

—Lucas trabaja, ¿No?

—Pues claro que trabaja. De hecho, es mi jefe en este momento. Sin embargo… —Paula recalcó la palabra—… no gana lo suficiente para su ritmo de vida. Es tan simple como eso.

—Y entonces su querido papi se considera con derecho a controlar su vida.

—Eso es en pocas palabras.

—¿Y cómo sabes que no le gustas a su papi? —insistió Laura.

Paula no pudo evitar sonreír ante la forma en que Laura había pronunciado lo de «papi» como si fuera una enfermedad contagiosa que debiera ser evitada a toda costa.

—Piensa que soy una aventurera.

Laura se echó a reír.

—¡Lo dirás en broma!

—No, no lo digo en broma —dijo Paula, con los labios apretados.

—¿Te llamó exactamente eso a la cara?

—No, pero pude leerlo en sus ojos.

Viendo súbitamente la falta de comprensión en los ojos de Laura, Paula pasó a contarle todo lo referente a la fiesta. Lo que no le contó fue su explosiva reacción ante Pedro.

—Guau —dijo Laura cuando acabó Paula.

—Entonces ¿Piensas que tu trabajo podría estar realmente en peligro?

Paula contuvo un suspiro.

—Espero que no, pero nunca se sabe.

—¿Así que vas a complacer a «Papi» y vas a dejar de ver a Lucas?

Por primera vez en un largo rato, los ojos de Paula se iluminaron.

—Probablemente no.

Laura sonrió irónicamente.

—Así me gusta. Y si «papi» intenta algún truco sucio, puedes contestarle con una denuncia por acoso.

—Sí, claro —dijo Paula desenfadadamente.

Sin dejar de sonreír, Laura se puso en pie.

—Bueno, tengo que irme. La verdad es que ya he abusado de tí demasiado por esta noche. Realmente no podría quejarme si mañana por la mañana fueras a buscarme con una escopeta.

—Cuando suene el despertador a las cinco, no creas que no me lo pensaré.

Laura se inclinó y le dió un rápido abrazo a Paula.

—Buenas noches, y gracias por el café. Ya hablaremos.


Paula le devolvió el abrazo.


—Te mantendré informada de lo que ocurra.


—Eso no hace falta ni decirlo —gritó Laura por encima del hombro.


Paso a Paso: Capítulo 16

—Oye, te veo muy mal. ¿No me has oído decir que acabo de venir de un restaurante? —Laura frunció el ceño—. No, no me apetece comer nada. Lo que quiero es que confieses. Además, no pienso moverme hasta que no lo hagas.

—Se trata de… Lucas.

—¿No te habrá dejado, verdad?

—No, todo lo contrario.

—Aja —una sonrisa lenta e irónica apareció en el rostro de Laura—. Te ha pedido que te cases con él, ¿No es eso?

—Sí eso es —replicó ella en voz baja.

—Por todos los santos. Desde luego, espero que hayas tenido el sentido común de decirle que sí.

Paula parpadeó y se quedó mirando a su amiga con los ojos dilatados.

—No estarás hablando en serio, claro.

—Pues claro que estoy hablando en serio —dijo Laura, arrugando el entrecejo—. Vamos, Lucas Alfonso es el sueño de cualquier mujer. No sólo está bueno, sino que tiene dinero para tirarlo por la ventana.

—Pero no lo amo, Lauri —gimió Paula.

—Baah, eso no es importante.

Paula pugnó por conservar la paciencia, sabiendo que era demasiado tarde y estaba demasiado cansada para tener aquella conversación. Pero, a menos que le dijera a Laura que se metiera en sus asuntos, no tenía más remedio que explicarle su postura.

—Bueno, para mí es importante —dijo Paula en tono serio.

Laura se levantó de un salto del sofá y bajó la mirada hacia el rostro de Paula, con una expresión de incredulidad en el suyo.

—¿Por qué? Apuesto a que no sabes responder a esto.

—Oh, vamos, Lauri, ¿Cómo se puede responder a esa pregunta? Tú misma sabes que, incluso con amor, ya es difícil hacer que un matrimonio funcione —Paula se detuvo y extendió las manos—. A veces es imposible, ¿No?

Por un instante, Laura apartó la mirada. Luego, volvió a mirarla a los ojos y dijo con firmeza:

—Falso. Yo no amaba a Pablo tal como tendría que haberlo hecho, pero no fue eso lo que acabó con nuestro matrimonio. Fue el dinero —añadió bruscamente—. La falta de él.

Paula suspiró y no dijo nada.

—Mira, cariño —dijo Laura, tras el breve silencio—, puedes mandarme a freír espárragos si quieres por entrometerme en tus asuntos… —sonrió de medio lado—… Pero sabes que me preocupa lo que te ocurre.

—Lo sé.

—Sé lo difícil que te resulta mantener a tu padre en esa clínica y lo duro que has tenido que trabajar.

—Oh, Lauri. Sé que te preocupas. Y tienes razón, es duro. Pero eso no quiere decir que tenga que casarme con el primer rico que se me presenta. No podría ser feliz viviendo así.

—Entonces, sólo me queda suponer que estás esperando a que se te presente un macizo que te vuelva loca sólo con mirarte, ¿No?

Súbitamente, el rostro de Pedro Alfonso volvió a centellear en la mente de Paula. Consternada, apartó el rostro de la mirada escrutadora de Laura, para que no viera el color encendido que habían adquirido repentinamente sus mejillas.

—Así que tengo razón —dijo Laura, riéndose entre dientes—. Eso es exactamente lo que estás esperando.

Aliviada y agradecida por que Laura hubiera malinterpretado su azoramiento, Paula sonrió.

—Tal vez… no sé. Pero lo que sí sé es que nunca podría enamorarme de Lucas Alfonso, aunque sea un tipo agradable y divertido.

—Bueno, eso puedo entenderlo, sobre todo después de haber tenido que estar encerrada tanto tiempo con tu padre sin poder divertirte nunca. Y por lo que me has dicho, Lucas desde luego sabe como entretener a una mujer —añadió Laura sin asomo de envidia.

lunes, 15 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 15

Paula le sonrió a su vecina y amiga, Laura McCall mientras pasaba al vestíbulo. Iba ataviada con un conservador uniforme de azafata color azul marino, con el que podría haber parecido una severa maestra de escuela de no ser por los hoyuelos que salían en su rostro cuando sonreía.

—No me digas que acabas de llegar a casa —exclamó Paula.

—De Nueva York, nada menos.

Paula se rió de nuevo.

—Bueno, pues siéntate. Me compadeceré de tí y te serviré una taza de café.

Tras su divorcio un año antes, Laura había dejado su trabajo en una empresa de ordenadores y se había puesto a trabajar en las Líneas Aéreas Americanas. Como Paula, había estado buscando la forma de escapar de su tristeza. Se habían hecho amigas íntimas. Paula vió las arruguitas de cansancio en torno a los ojos de Laura y sintió compasión por ella.

—Dios, vaya día —dijo Laura, derrumbándose en el sofá.

—Sí, desde luego, se te nota.

Aunque Laura era sólo un año mayor que ella, aquella noche parecía llevarle diez años. Fingió indignación.

—Muchas gracias, amiga.

Sonriendo, Paula desapareció en la cocina. Momentos más tarde, regresó con la taza llena de nuevo, y otra para Laura.

—Bueno, ahora cuéntame ese día tuyo —dijo Paula, sentándose en el otro extremo del sofá y tendiéndole la taza a Laura.

Su amiga dejó escapar un suspiro.

—No hay nada que contar, realmente. Hoy los supervisores estaban a bordo y todo el mundo se volvía loco por complacer a los viajeros —hizo una pausa y sopló en la taza—. Una vez aterrizamos, varios de nosotros salimos a celebrar el que se hayan ido.

Paula suspiró.

—Te entiendo perfectamente. Yo también he tenido un día terrible.

Laura enarcó sus oscuras cejas.

—¿Un día o una noche?

—¿Por qué me preguntas eso?

Laura se encogió de hombros.

—No lo sé. Hay algo en tus ojos que no funciona. Estás preocupada por algo, ¿Verdad?

—Eres demasiado entrometida para tu bien, Laura McCall —dijo Marnie, con una sonrisa de simpatía en los labios.

—Las amigas se supone que tienen que ser entrometidas —replicó, impertérrita—. No se tratará de tu padre, ¿Verdad? —añadió, súbitamente seria.

—No… no, él sigue igual.

—¿Tiene algo que ver con Lucas?

Un gesto de asentimiento fue lo único que Paula consiguió hacer antes de que Laura prosiguiera.

—Entonces, ¿Qué ha ocurrido?

Sin responder, Paula se inclinó hacia adelante y ajustó los cojines de su espalda. Laura no apartó sus ojos azules de ella.

—¿Te apetece comer algo? —dijo Paula súbitamente, desesperadamente, dándose cuenta de lo cerca que estaba de las lágrimas.

Lo último que quería hacer era llorar delante de Laura.

Paso a Paso: Capítulo 14

Furiosa con las triquiñuelas de su mente juguetona, Paula dió otro sorbo de café y se atragantó.

—Maldita sea —masculló, dejando con fuerza la taza sobre la mesilla.

Luego, dispuesta a dominar sus emociones, dobló los pies debajo del cuerpo y miró a su alrededor. Por muy baja de moral que se sintiera, la visión de su encantadora casa siempre conseguía ponerla de buen humor. Tenía seis habitaciones: una zona de estar con dos lucernarios y una chimenea, una cocina con una acogedora zona de desayuno, dos dormitorios y dos cuartos de baño. Con su mobiliario tradicional, exudaba calidez y acogedora comodidad. Había trabajado duramente para conseguirla, además.  Pero la verdad era que había tenido que trabajar duramente por todo lo que tenía. Al contrario que Lucas, se recordó a sí misma. Aquello, unido al hecho de que no lo amaba, hacía que el matrimonio entre ellos no pudiera funcionar nunca. Sus estilos de vida diferían también. Sin embargo, ella no tenía nada de que avergonzarse. Aunque no había disfrutado nunca de lujos, estaba orgullosa de su familia y de su educación. Por encima de todo, estaba orgullosa de lo que había conseguido. Y nada ni nadie, se juró, iba a minar su éxito ni su recién descubierta sensación de independencia y satisfacción, y menos que nadie el tal Pedro Alfonso. Sintiendo súbitamente la necesidad de aferrarse a algo familiar, sus ojos se dirigieron hacia la colección de fotografías que adornaban la repisa de su chimenea. Una de ellas sobresalía entre todas, una foto de su padre ataviado con un mono. Una enorme sonrisa iluminaba su rostro.  Paula se levantó del sofá y se acercó a ella. Se la quedó mirando, mientras acariciaba amorosamente el marco con la yema del dedo.

Aunque trató de contener las lágrimas, sintió que se agolpaban detrás de sus párpados. Miguel ni siquiera la reconocía ahora, y aquello le partía el corazón. Pero nunca lo abandonaría. Aquel era el motivo por el que su trabajo significaba tanto para ella. Además de pagar su casa, le permitía mantener a su padre en la muy cara institución donde estaba internado. Imágenes de Pedro Alfonso centellearon de nuevo en su mente, y la sangre pareció helársele en las venas. Maldito fuera Lucas y su proposición. Si por su culpa se quedaba sin trabajo… Un sollozo se quedó prendido en su garganta en el mismo instante en que sonaba el timbre de la puerta. Sobresaltada, Paula lanzó una mirada al reloj. Las once y media. Frunció el ceño y se dirigió a la puerta. Antes de abrir, miró por la mirilla. Después se apresuró a abrir, con los ojos dilatados.

—Pero, Laura, ¿Qué te trae por aquí a estas horas de la noche?

—He visto luz y he pensado que podrías ofrecerle a este pobre alma en pena una taza de café descafeinado.

Paso a Paso: Capítulo 13

Lucas cambió de postura, incómodo.

—No te lo tomes a mal. Él piensa que ninguna mujer es lo bastante buena para mí. Me tiene como a uno de sus valiosos caballos.

—Tal vez es su forma de mostrarte que te quiere —dijo Paula.

—Ya.

—Me imagino que no te habrás molestado en tranquilizarle diciéndole que he rechazado tu oferta de matrimonio.

Aunque la oscuridad dificultaba la visión, ella supo que el rostro de Lucas se había puesto rojo. Apartó la mirada.

—No, supongo que no.

Se sintió súbitamente agotada y, dándose cuenta de que aquella conversación no conducía a ninguna parte, Paula añadió:

—Mira, está haciéndose tarde. Deberías estar en la cama. Mañana, como tú muy bien sabes, va a ser otro día ajetreado.

Lucas le tomó la mano.

—No seguirás enfadada conmigo, ¿Verdad?

—No, Lucas, no estoy enfadada contigo. Estoy furiosa.

Él le dirigió una mirada inexpresiva, y luego se echó a reír.

—Bien, eso quiere decir que aún tengo una posibilidad de hacerte cambiar de idea.

Ella abrió la boca para decir algo, pero la cerró inmediatamente. Nada de lo que pudiera decir, se dió cuenta, iba a penetrar en su cerebro. Sacudiendo la cabeza, se limitó a abrir la puerta y salir del coche. Cuando llegó a la puerta de la casa y entró, le oyó arrancar y alejarse. Cerrando los ojos, se apoyó en la puerta. Paula dió un sorbo de café descafeinado y se hundió más en los mullidos cojines del sofá. Estaba demasiado nerviosa para dormirse, así que no se había molestado en acostarse. Sus bien formadas piernas, cubiertas por una bata, descansaban sobre la mesilla de cristal que tenía delante. El líquido caliente que penetraba en su cuerpo le produjo una cierta sensación de bienestar. Pero la sensación no duró mucho. Los acontecimientos de la noche volvieron a su mente para atormentarla.

—No pienses en él —siseó en voz alta—. Olvídate hasta de haberlo conocido.

Aquello era una broma, pensó ella, acurrucándose más en el sofá. Cómo se podía olvidar nadie de un espécimen como Pedro Alfonso? Desde luego, ella no. Había oído a menudo decir que un hombre se hacía más atractivo con la edad, mientras que a una mujer le ocurría lo contrario. En lo que a Pedro concernía, aquello era muy cierto. Los chismorreos de la oficina le achacaban cuarenta y cinco años, dieciocho años más que su hijo. Sin embargo, ella apostaba a que nunca había estado más atractivo.

Paso a Paso: Capítulo 12

—¿Y bien?

—Y bien ¿qué?

En la suave semioscuridad, Paula buscó los rasgos de Lucas.

—No te hagas el inocente conmigo. No funciona —replicó Paula.

Había querido interrogarlo antes, pero el sentido común había mantenido atada su lengua. Estaban en la entrada de coches de la casa de departamentos donde vivía ella, y sabía que Lucas no había superado su ira. Quizás furia fuera una palabra más apropiada, pensó Paula, con la mirada aún en él. Pero, en lugar de responder a su escrutinio o a su pregunta, él siguió con la mirada clavada delante en taciturno silencio. En aquel momento se parecía exactamente a su padre cuando había salido hecho un basilisco de su estudio. Durante el rato que habían permanecido tras las puertas cerradas, Paula había estado deambulando por la habitación. Varias parejas se habían acercado a ella, y dos hombres le habían preguntado si quería otra copa. Ella había rehusado amablemente, con la mente ocupada en lo que estaba ocurriendo tras las puertas cerradas. Al cabo de un largo rato, habían vuelto a aparecer. En el instante en que Lucas la había divisado, su rostro había perdido su expresión taciturna y le había guiñado un ojo. El de Pedro, sin embargo, había permanecido granítico y frío. Ni siquiera se había molestado en mirar hacia ella. Bastardo arrogante, había pensado ella entonces, y seguía pensándolo. Rompiendo finalmente el pesado silencio, Paula dijo:

—Deduzco que la conversación con tu padre no ha sido muy agradable.

La risa de Lucas fue áspera.

—Esa es una forma suave de decirlo.

—Era respecto a mí, ¿Verdad? Su discrepancia, quiero decir.

Paula se volvió levemente hacia ella. Sus labios formaban una delgada línea.

—¿Cómo lo sabes?

Paula se encogió de hombros.

—Intuición, supongo.

—Bueno, pues tienes razón —dijo Lucas secamente.

Por alguna razón inexplicable, Paula sintió inmediatamente un nudo en el estómago. ¿Era posible que su puesto de trabajo estuviera en peligro? El tono era titubeante.

—¿Por qué han discutido sobre mí?

—Le he contado que iba a casarme contigo.

Se produjo un instante de absoluto silencio. A Paula le dió un vuelco el corazón.

—Oh, Dios, no puede ser. Por favor, dime que no.

—Pues claro que se lo he dicho.

—Mira, Lucas —dijo Paula en un tono peligrosamente dulce— si no fuera porque no me apetece estar encerrada el resto de mis días en una habitación cosiendo con otras presas, te estrangularía de mil amores.

Una sonrisa llena de incertidumbre apareció en los labios de Lucas.

—No tiene gracia —le soltó Paula en tono seco.

Lucas se rascó el oído y suspiró.

—No, supongo que no, pero, qué diantre… —no siguió hablando.

De los ojos de Paula saltaron chispas.

—Tienes mucha cara, sobre todo después de que te he dejado muy claro que no tenía intención de casarme contigo… ni con nadie, por cierto.

—Y yo te he advertido que no pienso aceptar un no como respuesta.

—Entonces, ¿Qué ha dicho él? —le preguntó Paula, despreciándose a sí misma por su curiosidad; como Lucas no respondió, prosiguió—: No cree que sea lo bastante buena para tí, ¿No es eso?

Su tono de voz rezumaba indignación.

Paso a Paso: Capítulo 11

—¿Por qué diablos no?

—Porque no quiero una repetición de tu última aventura.

—Paula es diferente.

Pedro se rió sin humor.

—Si no recuerdo mal, eso fue lo que dijiste de Melisa.

—Bueno, demostramos que el niño no era mío, ¿No? —Lucas se secó la frente.

Su azoramiento era evidente.

—Podría haberlo sido, ¿No?

—Ya sabes la respuesta a eso —dijo Lucas con petulancia.

—Desde luego que la sé. Ese es el motivo de esta conversación. ¿Cuando vas a aprender que no puedes enamorarte de todas las chicas que conoces y prometerles la luna?

—Ya te he dicho que Paula es diferente.

—Disculpa que discrepe —dijo Pedro, con voz que rezumaba sarcasmo—. Cierto, es mucho más guapa que las otras y parece tener un poco más de clase, pero eso no cambia las osas. Sigo sin querer que te enredes con ella.

—¿Es porque trabaja para la empresa? —dijo Lucas con cierta desesperación en la voz.

—No has escuchado ni una sola palabra de lo que te he dicho, ¿Verdad? —le preguntó Pedro, claramente frustrado.

Lucas se levantó de nuevo y se metió las manos en los bolsillos.

—Sí, te he escuchado, pero ya te he dicho que Paula es diferente.

—No me vengas con esas. Probablemente anda tras tu dinero, igual que Melisa y las otras antes que ella.

—¡No, no es cierto!

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé, sencillamente.

—¿Sabes algo sobre su familia, sus amigos?

—Sé lo suficiente.

Pedro dejó escapar una retahíla de epítetos.

—Bueno, dado que tú has abierto esta caja de gusanos —dijo Lucas—. Más vale que te enteres de todo de una vez.

Pedro se atusó el bigote.

—¿Enterarme de qué?

—Le he pedido a Paula que se case conmigo.

—¿Que has hecho qué?

Lucas alzó la barbilla desafiantemente.


—Ya me has oído.

—Oh, por todos los…

Pedro comenzó con tensa violencia, pero se detuvo a tiempo. Con gran esfuerzo, trató de dominarse. Sabía que, si decía algo, lo lamentaría.

—Es una persona cálida y maravillosa, y la amo —estaba diciendo Lucas.

—¡Amor! Tú no sabes el significado de esa palabra. ¿Cuándo te vas a enterar de que la lujuria no es amor?

—Siento que veas así las cosas, papá —dijo Lucas sin emoción—, pero estoy decidido y no hay nada que puedas decir o hacer para detenerme.

Tras decir aquello, Lucas se dió la vuelta y salió de la habitación, cerrando de un portazo.

Pedro no tenía idea de cuánto tiempo estuvo allí en mitad de la habitación, con el corazón latiéndole como un martillo. Tuvo que hacer un esfuerzo para no abalanzarse hacia la puerta y traer a rastras a su hijo otra vez. ¿Y hacer qué?, se preguntó a sí mismo. ¿Seguir discutiendo? ¿Hacerle entrar en razón a golpes? Absurdo. No podía permitirse añadir más combustible a la hoguera. Un nuevo epíteto quebró el silencio, pero no le ayudó a sentirse mejor. ¿Cuándo habían empezado él y su hijo a convertirse en adversarios en lugar de amigos?, se preguntó. Podía recordar cuando eran amigos, cuando disfrutaban de la mutua compañía. Dios sabía que lo quería. ¿Tendría razón su madre? ¿Tenía un excesivo afán de protección? Pero el caso era que tenía un buen motivo para ser protector, aunque Lucas se negara a verlo así. Pedro volvió a poner freno a sus pensamientos para frotarse el cuello, tratando de liberar parte de la tensión que estaba acumulándosele allí. Pero no lo consiguió. Sus entrañas seguían hechas un tenso nudo. No tenía intención de quedarse mirando cómo su hijo echaba a perder su vida. Encontraría la forma de impedir que su hijo se casara con Paula Chaves. Súbitamente, hizo chasquear los dedos y alargó la mano hacia el teléfono. Tras marcar el número, esperó.

—Diego, Alfonso. Quiero que investigues a alguien. Enseguida.

viernes, 12 de abril de 2019

Paso a Paso: Capítulo 10

—Déjala que se lo pregunte —dijo Pedro en tono ácido.

—¿Qué se supone que quieres decir?

Pedro se aclaró la garganta y le devolvió a su hijo la mirada hostil. La conversación había comenzado con mal pie; se había prometido a sí mismo ser paciente con su hijo, pero últimamente, cada vez que estaban juntos, la paciencia salía volando por la ventana. Lucas volvió a quebrar el silencio.

—¿Qué diablos pasa?

—Tranquilo —le ordenó Pedro irritadamente.

Lucas se sonrojó.

—Me gustaría que dejaras de tratarme como a un niño, como si no tuviera sentido común. Por todos los santos, papá, tengo veintisiete años.

—Pues actúa en consecuencia con tu edad.

Lucas se levantó bruscamente con el rostro enrojecido.

—Mira, si me has traído aquí sólo para discutir, olvídalo. Me marcho.

—Siéntate —el tono de Pedro era frío y no admitía discusión.

La furia de Lucas parecía casi algo físico, pero se sentó, aunque con gesto irritado.

—Así está mejor —dijo Pedro.

Se dió cuenta de nuevo de que lo estaba haciendo todo mal. Se prometió contener su ira.

—Muy bien. Entonces, ¿Qué he hecho mal esta vez? —le preguntó Lucas; cuando Pedro abrió la boca para responder, prosiguió—: He estado trabajando como un negro con este maldito proyecto especial, y hasta ahora, pensaba que todo marchaba bien.

—No se trata de tu trabajo —replicó Pedro seriamente—. Al menos, no directamente.

Lucas enarcó una ceja.

—Aja, ya lo tengo. Te has enfadado porque aún no le he devuelto a la abuela el dinero que me prestó.

—Aunque eso no me hace demasiado feliz tampoco, no es el motivo por el que quería hablarte —dijo Pedro, inclinándose hacia adelante para mayor énfasis—. Pero, ya que lo mencionas, más vale que se lo devuelvas de una condenada vez.

—Entonces, si no se trata de la abuela ni del trabajo… —dijo Lucas.

—Paula Chaves. Se trata de ella.

Pedro observó detenidamente a su hijo, medio esperando que explotara. En cambio, su expresión fue de perplejidad y confusión.

—¿Paula? No lo capto.

—Yo creo que sí lo captas —dijo con sorna Pedro—. De hecho creo que te haces una idea muy buena de la imagen completa.

Lucas apretó los labios, pero no dijo nada.

—Por el amor de Dios, no soy ciego. He visto cómo la mirabas.

—¡Y yo he visto cómo la mirabas tú!

Los ojos de Pedro se entrecerraron peligrosamente.

—Maldita sea, muchacho, ten cuidado con lo que dices.

—Lo siento —musitó Lucas, apartando los ojos, como si fuera consciente de que había ido demasiado lejos.

Durante otro largo momento, ninguno de los dos habló. Permanecieron simplemente mirándose el uno al otro, respirando con fuerza. Como si finalmente reconociera la derrota, Lucas se hundió más en la butaca.

—¿Qué pasa con ella? —le preguntó.

Pedro titubeó y eligió sus palabras cuidadosamente.

—No quiero que la veas más, eso es todo.

Por un segundo, toda la sangre acudió al rostro de Lucas.

Paso a Paso: Capítulo 9

Por un momento nadie habló. Las risas y las conversaciones del cóctel quedaron olvidadas. Era casi como si ellos tres estuvieran solos en la habitación. Pedro fue el primero en romper el pesado silencio.

—Señorita Chaves, ¿Nos disculpa un minuto? Me gustaría hablar con Lucas a solas.

—Naturalmente.

No había nada que le apeteciera más a Paula en aquel momento que librarse de la carismática presencia de Pedro. Lucas se volvió hacia ella.

—¿No te importa? —le preguntó en tono preocupado.

Paula asintió.

—No te preocupes. Adelante.

Los ojos de Pedro buscaron los de ella, y Paula notó que se sonrojaba.

—Estás en tu casa. Diviértete con la fiesta.

Desconcertada, ella sonrió sin convicción.

—Gracias.

Aunque su voz grave y profunda era amable y desprovista de emoción, Paula no se dejó engañar. A Pedro Alfonso no le caía bien. Y en pos de aquella certidumbre se le reveló otra: como enemigo sería muy temible. Inmóvil como una estatua, vió a Lucas y Pedro desaparecer a través de una puerta adyacente al bar. Como si sintiera su mirada, Pedro se dió la vuelta, por un breve instante, sus ojos se encontraron de nuevo durante un instante eterno. Luego, dándose la vuelta, él cerró la puerta tras ellos. Paula se estremeció.


El despacho de Pedro tenía una fuerte personalidad. Allí él podía relajarse y, durante un rato al menos, olvidar su trabajo y sus enormes responsabilidades. Sin embargo, aquella vez la habitación no consiguió producirle su habitual efecto tranquilizador. Aquella noche no podía engañarse a sí mismo. Sabía por qué. Sin embargo, la idea lo sacaba de quicio. Paula Chaves. Ella era la culpable; era la responsable del fuego que ardía en su cuerpo. Desde la muerte de Cecilia había habido muchas mujeres. Habían entrado y salido de su vida como por una puerta giratoria. Sin embargo, muy pocas le habían causado impresión, y desde luego, nunca una impresión honda o duradera. Y nunca le había dicho la palabra «Amor» a ninguna mujer, ni tenía intención de hacerlo. Entonces, ¿Por qué había sido tan rápida, tan intensa, su reacción ante Paula? Desde luego, no cabía duda de que era encantadora. Su pelo brillante enmarcaba un rostro mágico, sus pechos generosos llenaban deliciosamente el vestido que llevaba. Aun así, había habido otras mujeres hermosas, algunas incluso mucho más. Pero había un aura de inocencia en ella. Probablemente ella misma no era consciente, pero era el tipo de mujer por el cual un hombre podía llegar a dar cualquier cosa con tal de conseguirla. Su hijo demostraba no ser una excepción. Suspirando profundamente, dirigió su atención hacia el sonido de risas y cristalería. La fiesta estaba en pleno apogeo; sus invitados se lo estaban pasando en grande. Pero en aquel instante no le importaba el éxito o el fracaso de su fiesta. Le preocupaba Lucas y su relación con Paula Chaves. Desde detrás de él, el sonido de un suspiro más profundo que el suyo le hizo volverse.

—¿No crees que ya te lo has pensado bastante? —Lucas parecía estar al límite de su paciencia—. Suelta lo que tengas que decir y acaba de una vez. Paula estará preguntándose qué me ha ocurrido.

Lucas estaba sentado en una de las butacas de cuero, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas extendidas delante. Sus rasgos expresaban claramente su exasperación.