lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 20

—¿Qué  estás  haciendo  aquí?  —Diego alzó  la  cabeza  del  libro  de  contabilidad  en  cuanto Pedro cruzó la puerta de las oficinas de Wild Man Ribs aquella noche.

—Me ha echado.

—¿Quién te ha echado?

—Paula Chaves.  Y  me  ha  echado  inmediatamente  después  de  besarme.  Me  he  presentado  en  su  casa  para  cenar  —dejó  la  bandeja  de  comida  que  Paula le  había  preparado encima de su mesa—, y ofrecerle una buena dosis de Alfonso El Salvaje.

—Probablemente  sea  ésa  la  razón  por  la  que  te  ha  echado.  ¿Y  por  qué  te  ha  besado?  Ya  sé  que  se  suponía  que  tenías  que  hacerte  pasar  por  su  prometido,  pero  ella no dijo nada de besarte, y dudo que se haya dejado arrastrar por tus encantos.

—Diego,  Diego,  Diego.  Es  evidente  que  esa  mujer  está  loca  por  mí.  No  es  capaz  de  quitarme las manos de encima. Deberías haber visto su mirada —una mirada que él tardaría mucho tiempo en olvidar—. Me desea terriblemente.

—Por eso te ha echado de su casa. Sí, tiene sentido.

—Es  una  estrategia  muy  conocida.  Cree  que  si  se  hace  la  dura  conmigo  despertará el interés de Alfonso El Salvaje.

—¿Y lo está consiguiendo?

—Diablos, no —mintió.

—¿Y el interés de Pedro Alfonso?

—Mira,  yo  no  cedo  a  los  chantajes  de  ninguna  de  mis  admiradoras.  Paula Chaves jamás será una buena esposa.

—¿Una buena esposa? ¿Y desde cuándo te gusta salir con mujeres que puedan convertirse en buenas esposas?

—Desde que he empezado a pensar que ya es hora de que siente cabeza —¿Era él realmente el que estaba hablando? Le parecía imposible.

—Parece que tu próximo cumpleaños te está afectando.

—Claro  que  no  —intentó  mover  el  hombro  e  hizo  una  mueca  de  dolor—.  Lo  que  pasa  es  que  me  gustaría  tener  una  familia  y  creo  que  éste  es  un  buen  momento  para  empezar  a  pensar  en  ella.  Mira,  no  tengo  ninguna  prisa.  Simplemente  he pensado   que   debo   mantener   los   ojos  bien   abiertos  por   si   se   presenta   alguna   candidata.

—¿Y dices que eso no tiene nada que ver con el hecho de que estás a punto de cumplir  treinta  y  cinco  años?  —Diego se  quedó  mirando  a  Pedro con  aquella  mirada  pensativa que hacía que éste deseara contarle cada uno de sus pecados.

—Paula Chaves no me gusta —le dijo a su amigo.

—Claro que no.

—Quiero  una  mujer  que  pueda  ver  más  allá  de  Alfonso El  Salvaje.  Una  mujer  con la que pueda hablar, con la que reírme...

—¿Una mujer a la que le guste un hombre amable como Pedro Alfonso?

—Sí, Paula Chaves no es una de las candidatas —aunque se lo hubiera parecido cuando se habían encontrado en el armario.

Aquello era lo que lo estaba volviendo loco: se había equivocado. Y él nunca se equivocaba. Pero tampoco había estado nunca tan cerca de un cambio importante en su vida. Iba a cumplir treinta y cinco años. Casi la mitad de una vida.

—Si  estás  hablando  en  serio  de  buscar  una  esposa,  le  diré  a  Leticia que  mire  si  hay  alguna  candidata  en  la  biblioteca.  Estoy  segura  de  que  tiene  que  estar  llena  de  mujeres que odian a Alfonso El Salvaje.

—Muchas gracias.

—Lo digo en el buen sentido. Y hablando de El Salvaje Alfonso, ¿Has conseguido que Paula Chaves  firmara el contrato antes de que te echara?

—Misión cumplida. Bob se ha quedado sin tartas —Pedro sacó el documento de su bolsillo.

—Gracias  a  Dios  —Diego se  pasó  la  mano  por  el  pelo  y  observó  atentamente  sus  dedos,  buscando  alguna  hebra  traidora  antes  de  suspirar  aliviado—.  Quizá  sólo  sea  una cuestión temporal. Por lo menos eso es lo que ha dicho la vidente.

—¿La vidente?

—Una  amiga  de  Leticia.  He  tenido  la  consulta  esta  tarde,  poco  después  de  que  te  fueras.  Madame  Soleil  me  ha  dicho  que  si  consigo  desprenderme  de  mi  energía  negativa, mi fuerza positiva me ayudará a conservar el pelo.

—¿Has  ido  a  hablar  con  una  vidente?  ¿No  te  parece  que  estás  exagerando  un  poco sólo porque se te han caído cuatro pelos?

—No  dirías  eso  si  fuera  tu  pelo,  y  son  más  de  cuatro.  En  cualquier  caso,  Madame Soleil atiende a mucha gente influyente, incluso a algunas celebridades —se pasó  nuevamente  la  mano  por  el  pelo—.  Mira,  tenía  razón.  Ahora  que  hemos  conseguido el contrato ya no se me cae el pelo.

—¡Claro que no se te está cayendo el pelo!

Diego sonrió.

—Gracias a Dios, Pedro. Me gusta tu actitud positiva. Alimenta mi energía.

—Y ya que hablamos de alimentar, ¿No preferirías estar en tu casa cenando con Leticia, en vez de continuar estresándote aquí?

Diego miró el reloj.

—Caramba, estaba tan concentrado en las cuentas que he perdido la noción del tiempo —tomó su maletín—. Me voy, Pedro. Mañana vendré un poco tarde. Leticia y yo pensamos acostarnos bastante tarde.

—¿Van a trabajar en el proyecto del futuro bebé?

Dulce Amor: Capítulo 19

—Besos furtivos —suspiró Alejandra—. Qué bonito...

Paula no   estaba   segura   de   cuándo   se   produjo   el   cambio.   Cuándo   la   desesperada presión de sus labios contra los de Pedro se transformó en una seductora caricia. Cuando las manos con las que se aferraba a su cuello, se alzaron lentamente para  rodearle  el cuello.  Lo  único  que  sabía  era  que  estaba  besando  a  Pedro Alfonso y  que él la estaba besando a ella. La  lengua  de  Pedro se  enredaba  con  la  suya,  explorando  y  saboreando.  Sus  labios parecían querer devorarse. Paula sintió un ligero cosquilleo en las yemas de los dedos que se extendió rápidamente por todo su cuerpo.Desde muy lejos, oyó la voz de su madre tarareando El Barco del Amor. ¿Amor? ¡No!

Paula se separó de Pedro justo en el momento en el que se abría la puerta de la cocina y su madre desaparecía en la otra habitación. La  joven  abrió  la  boca  para  tomar  aire  mientras  su  mirada  chocaba  con  la  de  él;  los  azules  y  penetrantes  ojos  de  Pedro centelleaban  de  pasión,  deseo  y...  ¡Oh, no! ¡Era él!Aquello  era  imposible.  Tenía  que  tranquilizarse.  No  era  él.  Aquella  era  una  jugarreta que le estaban jugando sus hormonas.

—¡Paula,  cariño!  —gritó  su  madre—.  Deja  algo  para  la  luna  de  miel  y  ven  a  reunir te aquí conmigo.

—Claro, mamá, ya voy —se volvió hacia Pedro—. Tienes que marcharte.

—¿Marcharme? ¿Pero qué me dices de la cena?

—Yo... Te prepararé un perrito caliente —se volvió hacia una de las fuentes que había dejado preparadas en el mostrador.

—Pero no me refiero a eso. ¿Qué demonios pasa ahora?

Paula se volvió.

—Toma —le tendió una fuente rebosante de comida—. Llévatelo. Y ahora vete, por favor.

—¿Pero tu madre no esperará que cene con ustedes?

—Probablemente —como Pedro no hacía ningún ademán de moverse, se colocó tras él, le plantó las manos en la espalda y lo empujó hacia la puerta trasera.

—¿Y cómo vas a explicarle que me haya marchado tan repentinamente?

—Ya  se  me  ocurrirá  algo.  Le  diré  que  has  tenido  una  emergencia  —abrió  la  puerta y lo empujó.

—¿Pero qué diablos te pasa, Paula?

—Necesito  pensar,  ¿De  acuerdo?  Y  no  puedo  hacerlo  si  estás  cerca  de  mí.  O  si  está mi madre. Y cuando están los dos juntos, ni siquiera soy capaz de intentarlo. Así que tienes que irte.

—Por favor, Paula, deja de hacerte la difícil.

—No  estoy  haciéndome  la  difícil,  Pedro.  Lo  soy.  Así  que  no  esperes  conseguir  nunca nada de rol.

—Yo  no  pretendía  conseguir  nada  de  tí.  Eres  tú  la  que  pareces  andar  loca  por  mí.

—En  tus  sueños  —«o  en  los  míos»,  pensó  inmediatamente,  pero  se  obligó  a  descartar aquella idea—. No me gustas, Pedro.

—Muy  bien  —se  volvió  hacia  ella—.  Debo  de  suponer  entonces  que tienes  la  costumbre de besar a hombres que no te gustan.

—Lo he hecho únicamente para que nos viera mi madre —«mentirosa», se dijo a sí misma—. Bueno, me parece que ya tienes que irte. Es muy tarde.

—¡Pero si sólo son la siete y media!

—Exactamente. La noche es joven y a mí todavía me queda mucho trabajo que hacer.

—¿Esta noche?

—Toda la noche. Estoy intentando conseguir un contrato con Walter's Wings y Walter es un tipo duro.

—Paula—La voz de su madre resonó en toda la casa.

—¡Voy,  mamá!  —gritó  ella—.  Te  llamaré  más  tarde —le  dijo  a  Pedro. 

Mucho  más  tarde.  Y  cerró  de  un  portazo,  sacándolo,  al  menos  durante  unas  horas,  de  su  vista y de su mente.Desgraciadamente, su aroma continuaba impregnando el aire, impregnándola a ella. Y la seguía mientras iba a buscar más hojaldres al refrigerador.Él, suspiró. Y al instante se regañó. Estaba sufriendo una crisis. Tantos años prescindiendo del sexo y dedicándose por entero al trabajo, comenzaban a hacer su efecto. O al menos eso fue lo que se dijo a  sí  misma  mientras  regresaba  al  salón  para  enfrentarse  con  su  madre  e  inventar  alguna excusa que justificara la ausencia de Pedro.

—Ha tenido una emergencia.

—¿Qué  clase  de  emergencia  puede  obligar  a  un  hombre  a  separarse  de  su  prometida, por el amor de Dios?

—En uno de los restaurantes se les ha agotado la salsa barbacoa.

—¡Oh,  Dios  mío,  ésa  sí  que  es  una  verdadera  emergencia!  Qué  hombre  tan  dedicado.

—Me alegro de que pienses así, mamá, porque Pedro es un hombre que trabaja mucho.

—Así podrá mantener decentemente su hogar.

—Y no nos vemos tan a menudo como quisiéramos.

—La ausencia hace que crezca el amor.

Y  acelera  las  hormonas,  pensaba  Paula más  tarde,  después  de  haber  pasado  horas dando vueltas en la cama, presa de una extraña añoranza. Pero  la  añoranza  no  era  un  sentimiento  nada  productivo  y  ya  llevaba  cierto retraso en el plan de trabajo de la semana. Se  levantó  de  la  cama,  se  puso  la  bata  y  bajó  a  su  despacho.  Encendió  el  ordenador e intentó concentrarse. Era  extraña  la  capacidad  que  tenían  los  números  para  juntarse  a  su  capricho  y  adoptar  formas  extraordinariamente  parecidas  a  un  rostro  peligrosamente  atractivo  y... «¡Trabaja!»,  se  dijo  a  sí  misma.  Porque no  le  gustaban  los  hombres tan rudos. Por muy atractivos, cariñosos y fuertes que pudieran ser. Vería a Pedro al  cabo  de  un  par  de  días,  cuando  no  pudiera  seguir  dándole  excusas  a  su  madre y por fin hubiera puesto su trabajo al día. Se tomaría entonces la farsa sobre su futuro  matrimonio  con  la  misma  calma  y  profesionalidad  con  la  que  dirigía  su  negocio. Al fin y al cabo, el acuerdo con él era un asunto estrictamente comercial.Una  verdadera  lástima,  le  susurró  una  traidora  voz  en  su  interior,  mientras  el  recuerdo del roce de sus labios le provocaba un particular revoloteo en el estómago. Definitivamente, una verdadera lástima.

Dulce Amor: Capítulo 18

—Sólo  desde  una  perspectiva  profesional  —se  tensó—.  Además,  todo  esto  es  culpa tuya.

—¿Y se puede saber por qué?

—Si  no  hubieras  estado  disfrazado  de  Batman,  nada  de  esto  habría  ocurrido.  Eras  tan  amable,  y  me  gustaste  tanto...  Yo  estaba  intentando  concentrarme  en  mi  trabajo y mi madre no hacía nada más que llamarme para saber si había encontrado ya  al  hombre  de  mis  sueños  y  bueno,  te  tenía  a  tí,  mejor  dicho,  a  él  en  la  cabeza,  y  entonces se lo dije.

—¿Le dijiste a tu madre que estabas comprometida con Batman?

—Pero no lo habría hecho si no me hubieran besado hasta dejarme sin sentido.

—Paula, cariño, ¿Quedan más salchichas?

—Espera un minuto, mamá —gritó—. ¿Por dónde iba?

—Estabas diciendo que te dejé sin sentido.

—Ah,  sí.  Bueno,  normalmente  soy  una  persona  muy  sensata,  pero  después  de  aquel beso, empecé a pensar todo tipo de cosas acerca de nosotros y...

—¿Y más hojaldres?

—¡Ahora voy, mamá!

—¿Qué tipo de cosas?

—Bueno, me imaginaba que si yo estuviera buscando al hombre de mis sueños, quizá lo fueras tú, pero yo no lo estaba buscando, y... Oh, no importa. El caso es que no podía pensar con claridad y todo por culpa tuya —suspiró exasperada—. Y de mi madre.

—¡Estoy esperando, querida! —gritó Alejandra.

—Un  segundo,  mamá  —sacudió  la  cabeza—.  Me  vuelve  loca.  ¡Estoy  tan  desesperada que he tenido que recurrir al chantaje y echar a perder el mejor contrato de mi vida!

Pedro sonrió.

—En  cuanto  lo  firmes,  éste  será  un  contrato  oficial  —se  sacó  unos  papeles  del  bolsillo—. Mi abogado ha preparado estos papeles. Firma abajo y el contrato quedará sellado.  Nosotros  nos  quedamos  con  la  exclusiva  de  tu  tarta  y  tú  dispondrás  de  Alfonso El Salvaje durante dos semanas. No a tiempo completo, claro. Tengo algunos asuntos que atender.

—¿Como beber cerveza en un sujetador?

—Lo del sujetador lo hice con fines benéficos. Conseguí dos mil dólares para el Hogar Infantil de Dallas.

—Felicidades —replicó Paula con ironía.

Pero sentía una extraña suavidad en su  interior.  Quizá  fuera  por  el  tono  que  había  empleado  para  hablar  del  hogar infantil. Quizá por que su mirada había sido idéntica a la de la fotografía que tanto le había gustado en su oficina. Una mirada pensativa... ¿Pensativa? ¡Ja!  En  lo  único  que  Pedro debía  estar  pensando  era  en  el  color  del  sujetador que se había puesto en la cabeza.

—Sólo  te  necesitaré  de  vez  en  cuando.  Comidas,  cenas...  Mi  madre  piensa  marcharse  a  Miami  dentro  de  diez  días,  seis  horas  y  veintiocho  minutos  —tomó  el  bolígrafo  que  Pedro le  ofrecía  con  mano  temblorosa—.  Todavía  me  cuesta  creer  que  esté haciendo esto.

—Todavía estás a tiempo de decirle a tu madre la verdad.

Paula firmó el contrato y se lo tendió.

—No puedo desilusionarla hasta ese punto.

—¿Y no crees que se desilusionará más cuando se entere de que no va a haber boda?

—De eso tú no tienes que preocuparte. Y otra cosa, compórtate normalmente. Y nada de pellizcos.

—Cariño, tu madre tiene que pensar que nos gustamos. Y yo soy muy cariñoso —para enfatizar sus palabras, le acarició lentamente el brazo.

—¡Pues yo no soporto que me toquen! Así que puedes guardarte tus manos, tus labios y cualquier otra parte de tu cuerpo.

—Sabes, estoy empezando a pensar que no estás loca por mí.

—No  lo  estoy  —se  separó  unos  centímetros  de  él.  Así  estaba  mejor.  Si  no  lo  tocaba, podría mantener sus hormonas bajo control. Continuó dando instrucciones—. Si quieres algo de mí, basta que carraspees o algo parecido para llamar la atención.

—Como tú digas.

—E intenta ser civilizado.

—¿Cariño? —preguntó  Alejandra desde  el  salón—.  ¿Va  todo  bien?  ¿No  habrá  problemas en el paraíso, verdad?

—El  paraíso  va  estupendamente,  mamá  —respondió  Paula—.  Ahora  mismo  vamos —volvió a prestar atención a Pedro—. Y no me llames con nombres estúpidos.

—Pareces tensa, querida —continuó diciendo Alejandra.

—Sí, pareces tensa —añadió Pedro, y Paula frunció el ceño.

—Pues no lo estoy.

—¿No estarás discutiendo con tu novio, verdad?

—¡Sí! —gritó Pedro al mismo tiempo que Paula gritaba ¡No!

—¡Calla! —le ordenó a Pedro antes de gritar—: ¡No pasa nada, mamá!

Pero  ya  era  demasiado  tarde.  Paula oyó  los  pasos  de  su  madre.  A  los  pocos  segundos, se abría la puerta de la cocina. Y sin darse tiempo a pensar en lo que iba a hacer y mucho menos a arrepentirse, se arrojó a los brazos de Pedro y le plantó un beso en los labios.

Dulce Amor: Capítulo 17

—Así que se sabe el nombre de todos los jugadores, señora Chaves.

—Eso  no  es  nada  y,  por  favor,  llámame  Alejandra.  Paula también  se  los  sabe.  Y  los de los jugadores de la NBA.

—Mamá, por favor —le advirtió Paula.

—No,  ahora  no  te  hagas  la  modesta.  Ya  sabes,  Pedro,  que  su  inteligencia  no  se  limita a los deportes. También es una gran cocinera y...

—Mamá...

—Y  no  sólo  estoy  hablando  de  postres.  ¿Has  visto  alguna  vez  una  cara  tan  bonita?

—Mamá, por favor.

—Y  qué  tipo.  Esas  formas  tan  suaves  y  redondeadas,  perfectas  para  concebir  hijos.

—¡Mamá!

—Eso  es  exactamente  lo  que  pienso  —Pedro la  recorrió  de  arriba  abajo  con  la  mirada—. Pero teniendo una madre como usted, no se podía esperar nada menos.

—Caramba, qué hombre tan encantador.

—Sí, rezuma encanto por todos los poros de su piel —replicó Paula forzando una sonrisa.

Pedro la miró con expresión acusadora.

—Nunca me has dicho que sabías tanto de fútbol.

—Paula es muy tímida, ha salido a su padre.

—Quizá en el carácter, porque físicamente es tan atractiva como usted.

Alejandra se  sonrojó  mientras  Pedro agarraba  un  montón  de  hojaldres  y  se  los  metía de golpe en la boca.

—Están buenísimos —dijo entre dientes.

—Los  ha  hecho  Paula.  Ya  te  he  dicho  que  es  una  gran  cocinera.  Estoy  deseando ver qué nos ha preparado para cenar.

—Y  yo también  —Pedro se  separó  de  Paula para  sentarse  al  lado  de  su  madre—. Están buenísimos —tomó otro puñado de hojaldres—. Pero yo prefiero un buen guiso de carne y patatas.

—¿De verdad? —Alejandra prácticamente resplandecía mientras Paula hervía de rabia por dentro. Menudo cretino. ¿Cómo podría haberlo confundido con Batman?

—¿Podría hablar un momento contigo? —le siseó a Pedro.

—¿No puedes esperar un poco conejita? Estoy hambriento...

—Ahora —lo  agarró  de  la  oreja  para  obligarlo  a  levantarse  del  sofá—.  Ahora  mismo volvemos, mamá.

—Tomense  todo  el  tiempo  que  les  haga  falta.  Yo  también  he  sido  joven  —los despidió Alejandra.


—¿Lucas? —gruñía  Pedro un  minuto  después  en  la  cocina—.  ¿No  podías  haber  escogido un nombre, más viril?

—Lo  siento,  pero  no  estoy  acostumbrada  a  mentir  a  mi  madre.  Es  la  primera  vez  que  lo  hago.  Me  siento  muy  incómoda  y  estoy  intentando  salir  del  paso  de  la  mejor forma. Y, para tu información, Lucas no es un nombre poco viril. Lucas Bysshe Shelley es uno de mis poetas favoritos. Además, no me gustan los nombres viriles.

—Evidentemente.

—Si  no,  habría  escogido  un  nombre  de  esos  típicos,  como  Darío,  Kevin,  Bruno  o  Pedro.

—Caramba, no parece que te alegres mucho de que haya venido.

—Porque no me alegro.

—Vamos  cariño,  se  acabó  la  fiesta.  Evidentemente,  has  estado  dispuesta  a  renunciar a mucho dinero para conseguirme. Y yo me he visto obligado a venir.

—Siento todo esto... Pero tenía que hacer algo.

—¿Algo como chantajearme?

—¿Chantaje?  Bueno,  he  cambiado  las  condiciones  de  venta,  pero  eso  no  es  chantaje.

—Me refiero a Bob Barbecue,

—¿Bob? ¿Ese tipo que sale disfrazado de cerdo en todos sus anuncios?

—El   mismo,   y   mi   mayor   competidor   en   el   mercado.   Dime   que   no   has   amenazado con venderle la exclusiva a Bob si yo no aceptaba ser tu prometido.

—Fingir que lo eras, y no he amenazado con nada.

—Mira,  es  la  primera  vez  que  utilizan  esta  táctica  conmigo.  Normalmente  las  mujeres  consiguen  meterse  en  mi  casa,  se  esconden  en  la  cama,  me  esperan  en  la  ducha  o  en  el  asiento  trasero  del  coche.  Pero  es  la  primera  vez  que  recurren  al  chantaje. El pobre Diego ha tenido que soportar las amenazas de tu directora comercial.

—Yo no tengo ninguna directora comercial.

—Pues  Diego ha  dicho  que  ha  hablado  con  ella.  Se  llama  Zoe Navia,  o  algo  parecido.

—Nara. Zaira Nara, y es la que te ha abierto la puerta. Es mi contable y no... —se interrumpió al recordar a Zaira prometiéndole que todo saldría bien. De pronto,  las  piezas  empezaron  a  encajar—.  En  ningún  momento  le  pedí  que  te  amenazara, sólo que endureciera las condiciones.

—Y ha recurrido al chantaje.

—Quizá.

—Entonces tú me deseas.

Dulce Amor: Capítulo 16

Dos  ojos  intensamente  azules  parpadearon  a  sólo  unos  centímetros de ella. Sintió que le faltaba el aire para respirar. Y entonces Pedro la besó. Paula recibió  el  beso  más  sonoro  que  había  oído  en  su  vida.  El  ruido  de  los  labios retumbaba en su cerebro, sofocando los frenéticos latidos de su corazón. Y, de pronto,  todo  terminó...  Aunque  no  suficientemente  pronto.  Sentía  un  agradable  cosquilleo  en  los  labios.  Y,  lo  peor  de  todo,  aquel cosquilleo  se  extendía  a  zonas  mucho más íntimas de su cuerpo.

—¿Paula? —la voz de su madre le hizo girar la cabeza—. ¿Se puede saber qué significa esto?

—Sí —intervino Gastón, mirando fijamente a Pedro—. ¿Se puede saber qué estás haciendo con mi prometida?

—¿Tu  prometida?  —Pedro tomó  a  Paula por  la  cintura—.  Qué  tipo  tan  bromista.  Pero  si  ésta  es  mi  mujercita.  Gracias,  tío  —dijo  mirando  a  Gastón—,  por  haberla vigilado en mi ausencia. Y siento haber llegado tarde.

—¿Éste  es  Lucas?  —preguntó  Alejandra,  señalando  acusadoramente  a  Pedro con  una salchicha—. Pero si yo pensaba que Lucas era el otro...

—Es  un  nombre  muy  extendido...  —Paula se  atragantó  en  medio  de  la  explicación  cuando  Pedro dejó  caer  la  mano  a  la  altura  de  uno  de  sus  senos  y  le  pellizcó suavemente el pezón.

—Nuestras madres fueron juntas al instituto —dijo Pedro—. Y les encantaba ese nombre.  Así  que  los  dos  nos  llamamos  Lucas.  Pero  yo  soy  el  más  afortunado  —puntualizó la frase dándole a Paula un pellizco en el trasero.

—Sí,  sí...  eso  es  —asintió  Paula con  vigor—.  Por  Dios  mamá,  ¿De  verdad  creías que ése era Lucas? —rió nerviosa—. No, él es sólo un amigo.

—Eso  es  —añadió  Pedro—.  Yo  soy  Lucas,  el  que  se  va  a  casar  con  esta  preciosidad.  Lucas Pedro Alfonso—le  plantó  a  Paula otro  beso  en  la  boca  antes  de  volverse  hacia  Alejandra—.  Llevo  mucho  tiempo  esperando  este  momento,  mami.  Estaba  deseando  agradecerte  personalmente  el  que  hayas  traído  al  mundo  a  este  pastelito que tengo a mi lado.

Alejandra rió. Pedro sonrió y el pastelito en cuestión tuvo que hacer el esfuerzo de su  vida  para  resistir  la  tentación  de  asestarle  una  bien  merecida  patada  en  la  fuente  de todos los supuestos encantos de Alfonso El Salvaje. Lo habría hecho si su madre no hubiera estado sonriendo de oreja a oreja. Tenía que  cuidar  su  salud.  No  podía  arriesgarse  a  que  supiera  que  en  realidad  no  había  ningún prometido.Así  que  dominó  la  tentación  de  darle  una  patada  y  se  concentró  en  evitar  concentrarse en la cálida masa de músculos que tenía a su lado.

—Pero si eres Alfonso  El Salvaje, el jugador de fútbol —exclamó su madre.

—¿Le  gustan  los  deportes?  —Pedro le  brindó  la  más  deslumbrante  de  sus  sonrisas.

—Tengo  tres  hijos,  podría  recitarle  los  nombres  de  todos  los  jugadores  de  la  liga, señor... Lucas.—¿Por qué no me llamas Pedro? Lucas es demasiado formal —tomó la mano de Alejandra y la besó.

—Quiero que sepas que es un placer conocerte —dijo Alejandra con entusiasmo—. Pero yo pensaba que Paula me había dicho que eras contable.

—Entre otras cosas.

—Así que sabes hacer muchas cosas. Qué mañoso —miró a Gastón con rabia—. Ya sabía yo que mi hija no podía andar detrás de un hombre como éste. Ni siquiera le gusta la carne.

—El  muy  excéntrico  —dijo  Pedro. 

Alejandra sonrió  y  volvió  a  mirar  a  Gastón con  rabia.  Pobre,  pensó  Paula.  Pero  un  hombre  que  se  dedicaba  a  participar  en  concursos de eructos, no debía darse fácilmente por ofendido.

—Creo que me voy a marchar —dijo Gastón, agarrando su chaqueta.

—Podrías quedarte  a  cenar  con  nosotros   —lo  invitó Paula. 

Se  sentía   terriblemente  culpable.  Y  también  aliviada.  Y  sentía  un  extraño  cosquilleo  en  la  espalda...  Era  enfado,  se  dijo  a  sí  misma.  Estaba  enfadada  porque  Zach  Tanner  la  había pellizcado dos veces. Claro que sí, estaba enfadada.

—No quiero molestar.

Paula se inclinó hacia delante.

—No es ninguna molestia.

—Claro que no —intervino Alejandra, recuperando la hospitalidad sureña—. Pero si realmente tienes prisa, no te preocupes por nosotros. Haz lo que tengas que hacer. Ha sido un placer haberte conocido.

—Sí —dijo Gastón, con una mirada glacial.

—Gracias  otra  vez  —añadió  Pedro,  abandonando  el  trasero  de  Paula para  pasarle el brazo por los hombros.

La  mirada  de  Paula voló  hasta  Zaira y  vió  que  su  amiga  esbozaba  una  sonrisa triunfal.

—Creo  que  yo  también  me  iré,  señora  Chaves—dijo  Zaira,  en  cuanto  Gastón  se  dirigió hacia la puerta—. Me alegro de haber vuelto a verla.

—Zaira, sigues siendo adorable —Alejandra inclinó la cabeza para que pudiera darle un beso en la mejilla—. Me encantaría que vinieras a verme. ¿No te ha hablado Paula de  su  hermano  Gonzalo?  Porque  tiene  tu  edad,  es  soltero  y  muy  atractivo.

—Iré en cuanto tenga unos días libres. Adiós.

Y antes de que Paula pudiera decir nada, tarea bastante complicada estando al lado de aquel tipo, Zaira se había ido.

viernes, 27 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 15

—Estás muy guapa esta noche.

Paula se volvió para mirar al hombre que estaba a su lado. Zaira  estaba en lo  cierto.  El  primo  de  Rodrigo, Gastón,  había  perdido  su  barriga.  Si  no  hubiera  estado enterada del desagradable deporte que lo había llevado a la fama, no se habría imaginado nunca que aquel hombre pudiera dedicarse a semejante grosería.Vestido con  un  traje  azul  marino,  Gastón tenía  el  aspecto  del  amable  contable  del  que  le  había  hablado  a  su  madre  durante  los  últimos  seis  meses.  Aunque  no  tuviera  los  ojos  azul  marino,  sino  bastante  claros  y  en  el  traje  de  Batman  pudieran  caber dos como él, encajaba bastante bien con la descripción. De  momento,  no  le  había  oído  hacer  ningún  ruido  extraño. No  parecía  que  estuviera   en   período de entrenamiento   para   ninguna   competición. Gastón era  realmente un hombre sano, atento, amable, discreto y reservado. Por una vez, parecía que todo fuera a salir bien.Y  quizá  eso  debería  haber  bastado  para  prevenirla  del  desastre  que  se  avecinaba. 

Gastón era  demasiado bueno  para  ser  verdad. Demasiado bueno. Demasiado educado. Demasiado saludable. Y Alejandra Chaves lo odió en cuanto lo vió. Por  supuesto,  no  lo  dijo.  Pero  Paula lo  sabía.  En  cuanto  su  madre  entró  en  casa, nerviosa tras las dos horas de vuelo, se le cayó el alma a los pies. Su  madre  se  quitó  el  abrigo  y  se  dejó  caer  en  el  sofá,  al  lado  de  Zaira y  se quedó mirando fijamente a Gastón por encima de una bandeja de hojaldres de queso. Gastón no  se  ofreció  a  retirar  su  equipaje.  Lo  que  supuso  un  primer  motivo  de  desagrado para Alejandra. En  cuanto  fueron  hechas  las  presentaciones,  Paula llevó  una  bandeja  con limonada.

—Oh, gracias —dijo Alejandra, tomando un vaso. Se bebió la mitad de un golpe y tomó un hojaldre—. Ha sido un vuelo terrible.

—¿Demasiado agitado?

—No, pero la comida era espantosa.

—¿Demasiado grasienta quizá? —preguntó Gastón.

—Demasiado  poco  —Alejandra se  metió  un  hojaldre  en  la  boca—.  ¿A  quién  se  le  ocurre  pensar  que  alguien  puede  llenarse  con  un  trocito  de  lasaña?  Y  hablando  de  lasaña —tomó otro hojaldre—, Paula, querida, ¿Te he dicho que Mabel Braxton ha tenido  un  ataque  al  corazón?  Precisamente  estaba  preparando  su  lasaña  a  los  ocho  quesos cuando lo sufrió.

—¿Ocho  quesos?  —preguntó  Gastón escandalizado,  mientras  se  quitaba  una  mota de polvo del traje—. Pero si el queso es terrible para las arterias.

Alejandra, a punto de tomar otro hojaldre, alzó la mirada hacia él.

—¿No te gusta el queso?

Gastón se sacudió otra mota invisible de polvo.

—Lo como muy de vez en cuando. Engorda demasiado.Segundo motivo.

—Come, mamá —dijo Paula, tendiéndole dos hojaldres a su madre—. Los he hecho  especialmente  para  tí  —tomó  el  vaso  vacío  de  su  madre  y  se  levantó  para  llevarlo a la cocina.

¿Por qué diablos no le habría hecho ninguna advertencia a Gastón sobre la comida? Ese tipo competía en concursos de eructos, por el amor de Dios. Lo último que esperaba de él era que fuera tan delicado con la comida.—...  ¿Que  no  te  gustan  los  asados  de  caza?  —la  voz  de  su  madre  se  elevó  por  encima  del  zumbido  de  los  electrodomésticos  de  la  cocina  antes  de  que  Zaira hubiera llegado a la puerta.

—Será mejor que me dé prisa en volver —dijo en susurro.

—No sólo la caza —estaba diciendo Gastón en el momento que Paula entró en la  habitación  con  una  bandeja  de  salchichas  ahumadas—.  No  como  ninguna  carne  roja.

Motivo de disgusto número tres. Paula entró tan precipitadamente que estuvo a punto de caerse con la bandeja. Miró directamente a su madre. Alejandra parecía a punto de explotar.

—Pero supongo que comerás perritos con chile —comentó Paula, volviéndose hacia Gastón.

—Sólo vegetarianos y con ración doble de judías cuando estoy entrenando, por supuesto.

—Por supuesto —musitó Paula.

—Él...  No  come  carne  —comentó Alejandra,  reclinándose  en  el  sofá—.  Creo  que  no me encuentro bien.

—¿Ha comido algún tipo de carne en el avión? —preguntó Gastón, a pesar de la mirada  de  advertencia  que  le  dirigió  Paula—.  Porque  las  carnes  rojas  son  un  veneno, para el sistema digestivo. A veces, cuesta eliminar las grasas animales y por eso...

—Mamá, he preparado unas salchichas —Paula acercó la bandeja a su madre.

—Son de cerdo y el cerdo es tan malo como las carnes rojas.

El  timbre  de  la  puerta  sonó  en  ese  momento,  ahogando  afortunadamente  el  último comentario de Gastón. Paula y Zaira se levantaron casi al mismo tiempo. Pero Zaira fue más rápida.

—Ya  abro  yo.  Probablemente  sea  Rodrigo.  Le  dije  que  se  pasara  por  aquí  para  conocer a tu madre.

Paula se sentó al lado de Alejandra y se metió dos hojaldres en la boca. Su madre parecía   al   borde   del   desmayo   mientras   Gastón    continuaba   hablándoles   de   la   importancia de una dieta saludable.

—La  carne  no  es  en  absoluto  la  mejor  fuente  de  proteínas.  La  mayoría  de  la  gente   no   lo   sabe,   pero   unos   buenos   frutos   secos   y   un   zumo,   proporcionan   proteínas...

—¡Cariño!  Ya  estoy  en  casa  —Paula,  que  estaba  a  punto  ya  de  meterse  un  cuarto hojaldre en la boca, se quedó completamente paralizada.

 Conocía aquella voz. Pero no, era imposible. No podía ser. Segundos después, unas enormes manos la instaban a levantarse.

—Siento  llegar  tarde,  pero  me  he  entretenido  tomando  unas  cervezas  con  los  amigos.

Paula se tragó el resto del hojaldre de golpe y se encontró de pronto frente al mismísimo  Pedro Alfonso. 

Dulce Amor: Capítulo 14

—Estoy  loca  —Paula se  apoyó  contra  el  mostrador  de  la  cocina  y  miró  fijamente a Zaira.

—No, no estás loca. Probablemente, es lo más inteligente que has podido hacer. Aumentar tres veces la oferta original. Vamos a ganar una fortuna.

—Pero  yo  no  quiero  ganar  una  fortuna.  Bueno,  claro  que  quiero,  pero...  Oh, ¿Pero qué estoy diciendo? —enterró el rostro entre las manos—. ¿Qué ha pasado con mis  prioridades?  ¿Qué  ha  sido  de  mi  orgullo,  por  el  amor  de  Dios?  Estaba  allí  sentada, imaginándome a mí misma en la cima del éxito y basta que llame mi madre para  que  me  vea  negando  esa  oferta  y  pidiendo  a  Pedro Alfonso como  parte  del  contrato. He hecho el ridículo.

—No me parece en absoluto ridículo incluir a un ejemplar como Alfonso en una negociación.  Lo  único  que  has  hecho  ha  sido  confirmar  las  teorías  de  Darwin:  las  mujeres se sienten atraídas por los hombres más viriles.

—No  me  siento  atraída  por  él.  He  hecho  esa  propuesta  porque  encaja  con  la  descripción —entre  otras  cosas,  porque  era  a  él  al  que  había  descrito—.  Toda  la  reunión ha sido como un episodio de una serie de humor.

—Mira,  estoy  segura  de  que  Alfonso todavía  está  interesado  en  tu  Chocolate  Cherry Cha—Cha.

—¿Y  por  qué  ha  tenido  que  ser  él?  Ese  hombre  es  un  cretino.  Debo  haber  sufrido  un  ataque  de  locura  para  haber  pedido  que  finja  ser  mi  prometido.  Y  me  temo  que  no  se  me  ha  pasado  todavía.  A  las  cinco  de  la  tarde,  seguía  rezando  para  que estuviera de acuerdo. Oh, ya no me queda ninguna esperanza. Es imposible que acepte mi propuesta. Yo no soy exactamente su tipo... Ya sabes, una buena delantera, nada de cerebro y una cara que pueda aparecer en la portada de cualquier revista.

—Tienes una buena delantera.

—Pero mi cerebro es demasiado grande.

—Bueno, quizá necesite algún incentivo —la miró pensativa.

—¿A qué te refieres?

—A  nada.  En  cualquier  caso,  ya  he  puesto  en  funcionamiento  el  plan  B,  por  si  falla todo lo demás.

—El primo de Rodrigo.

En  ese  momento  sonó  el  timbre  de  la  puerta  y  Paula tomó  aire.  Abriría  la  puerta, adularía al primo de Rodrigo durante unas horas y le prometería algún regalo extra si conseguía que su madre no se enterara de que era campeón de eructos.



—Esa mujer no se pasa la vida mordiendo a los demás —le decía Diego a Pedro al día  siguiente—.  Y  el  restaurante  número  diez  necesita  una  nueva  cocina.  Y  hay  que  hacer obras en el de las Galerías de Dallas y... —Diego se pasó la mano por el pelo y le mostró a Pedro unas hebras de pelo naranja—. Me estoy quedando calvo.

—Pero si son cuatro pelos.

—Cuatro pelos hoy, cuatro mañana y terminaré como Telly Savalas.

—Tranquilízate,  Diego—Pedro se  repantingó  en  la  silla—.  Dale  a  Paula Chaves algún  tiempo.  Esa  mujer  no  es  tonta.  He  hecho  algunas  averiguaciones.  Dirige  perfectamente  su  negocio.  Desde el  año  pasado,  ha  duplicado  el  volumen  de  su  negocio.  Y  no  sólo  suministra  dulces  a  los  restaurantes  de  la  zona,  sino  que  ha  elaborado un catálogo que está a disposición de todos los restaurantes de los Estados Unidos.

—Entonces no necesita nuestros restaurantes.

—¿Que  va  a  prescindir  de  cuarenta  y  dos  restaurantes?  Bromeas.  Terminará  aceptando la oferta. Así que relájate —vió que Diego terminaba su tercera taza de café; demasiada  cafeína  para  un  hombre  nervioso—.  Diego,  no  te  había  visto  tan  nervioso  desde que nos hicieron la auditoría.

—A  las  tres  de  la  tarde  de  hoy,  le  había  hecho  ya  cuatro  ofertas.  Y  las  ha  rechazado  todas.  Y  —añadió,  al  ver  que  Pedro abría  la  boca  para  protestar—,  esta  mañana,  su  asesora  financiera,  Zaira Nara,  me  ha  dicho  que  si  tú  no  estás  dispuesto a participar en esa pequeña farsa, firmará la exclusiva con Bob's Barbecue.

—¿Qué? —Pedro saltó  de  la  silla.  Una  cosa  era  jugar  fuerte  para  conseguir  un  buen contrato, y otra muy diferente chantajearlo y convertir a su mejor amigo en un obseso  de  la  calvicie—.  Esa  mujer  está  completamente  loca.  Bob  sólo  tiene  veinte  restaurantes, la mitad que nosotros. Jamás podrá igualar nuestra oferta.

—Ya se lo he dicho, pero esa mujer no quiere dinero. Te quiere a tí. Sólo te está pidiendo  dos  semanas  de  tu  tiempo.  Vamos,  Pedro,  puedes  hacerlo.  Le  diré  a  la  prensa que estás de vacaciones, así no tendrás que preocuparte por las apariencias.

Pedro se imaginó a sí mismo frente a Paula Chaves. Ella mirándolo a los ojos y él mirándola a los ojos. Ella sonreía y él sonreía. Paula se inclinaba hacia delante y él le rodeaba la cintura con los brazos y...

—Unas vacaciones, ¿Eh?

—Les  diré  que  te  has  ido  lejos.  Al  desierto  del  Sahara,  a  esquiar  a  Suiza,  a  caminar  por  la  jungla...  Cualquier  cosa  que  refuerce  tu  imagen.  La  prensa  se  lo  tragará  y  nosotros  conseguiremos  el  contrato.  Yo  tendré  una  cosa  menos  de  la  que  preocuparme, Paula te tendrá a tí como supuesto prometido y todo el mundo feliz.

Excepto  Pedro.  Él  era  el  cordero  sacrificial.  Era  su  imagen  la  que  sufriría  si aceptaba aquel acuerdo y la prensa terminaba descubriéndolo. Pero  si  no  lo  hacía,  perdería  frente  a  Bob's  Barbacue,  y  si  había  algo  que  Pedro Alfonso no  soportaba  era  perder.  Además  Diego,  su  mejor  amigo,  podría  perder  otro  manojo de pelo, quizá dos. Y sería el responsable directo de aquella pérdida.

—Dile a nuestro abogado que redacte el contrato. Si Paula quiere a Alfonso El Salvaje, lo tendrá.

Dulce Amor: Capítulo 13

—¿Qué me dices entonces, Pedro? —preguntó Diego cuando terminó de recitar los términos de la propuesta de Paula.

Pedro estalló en carcajadas. Así que Paula Chaves no estaba tan ofendida como había  fingido  y  al  final  se  había  rendido  a  los  encantos  de  Alfonso El  Salvaje.  Igual  que todas. Aquel pensamiento consiguió vencer sus risas. Aunque no estaba seguro de por qué. Quizá tuviera que ver con lo que había ocurrido en el interior de cierto armario, del que había salido con la seguridad de que Paula era capaz de ver más allá de las apariencias.

—Me  alegro  de  que  te  lo  tomes  en  serio  —Diego  le  pasó  el  libro  de  cuentas—. Porque su  Chocolate Cherry  Cha Cha  es  verdaderamente  popular. Podemos quedarnos con la exclusiva de ese dulce ¿Qué te parece?

—Me parece que eres un genio de los negocios, colega. Es un buen trato, pero, bajo    ninguna   circunstancia,  pienso  cargar  con  Paula Chaves,  ni  siquiera temporalmente. Esa mujer es letal para mi imagen, por no hablar de mi salud.

—¿Pero de verdad te mordió? —Pedro asintió y Diego sonrió de oreja a oreja—. Me encantaría haberlo visto.

—Muchas gracias.

—Sabes que te aprecio, Pedro. Para mí eres como un hermano. Pero te aprecio a tí. Lo de El Salvaje es otra historia. Ese tipo se merece que lo peguen un mordisco de vez  en  cuando  —Diego palmeó  los  papeles  del  contrato—.  Por  favor,  piensa  en  la  posibilidad de llegar a un acuerdo.

—Sólo estoy dispuesto a ofrecer más dinero.

—Ella no quiere más dinero. Te quiere a tí.

—¿Que  finja  ser  el  prometido  de  la  hija  de  Drácula  durante  dos  semanas?  Olvídalo.

—Es un buen trato. Es una mujer atractiva y está tan loca por Alfonso El Salvaje como  para  hacerse  pasar  por  su  prometida.  Y  tú  quieres  sus  tartas.  Pueden   hacerse  muy  felices.  Y  también  a  mí  —añadió  Diego.  Se  pasó  la  mano  por  el  pelo—.  ¿Sabes  lo  que me he encontrado esta mañana en el peine?

—¿Pelos?

Diego hundió la cabeza entre las manos.

—Creo que estoy empezando a perderlo.

—Pero si sólo tienes treinta y cuatro años.

—Casi treinta y cinco. Ya estoy rozando la madurez.

—Y un infierno. A los treinta y cuatro años se es joven. Condenadamente joven —y  lo  sabía  por  experiencia  propia. 

Tenía  treinta  y  cuatro  años,  diez  meses,  tres  semanas  y  dos  días  y  se  consideraba  en  la  primera  etapa  de  su  vida.  La  madurez  todavía estaba muy lejos.

—Todavía no estoy preparado para enfrentarme a la calvicie. Y el problema no tiene por qué ser de edad. Es genético. Si tienes un padre calvo, es posible que tú lo seas.

—Pero tú no sabes si tu padre fue calvo.

—Quizá  lo  fuera  mi  madre  —Diego se  sirvió  un  café—.  Casi  no  me  acuerdo  de  ellos y en las dos fotografías que tengo es difícil precisar cuál de los dos era propenso a la calvicie. Pero el problema es que me está ocurriendo a mí y el estrés empeora la situación. Hazlo por mí, Pedro. Firma ese contrato.

—No  puedo  —Pedro se  frotó  la  boca.  Todavía  sentía  la  mordedura.  Y  el  problema  no  era  que  le  doliera.  Sino  todo  lo  contrario.  Le  gustaba,  y  allí  residía  el  peligro—. Me mordió delante de una multitud y de las cámaras de televisión.

—Mordió a Alfonso El Salvaje.

—Somos el mismo, Diego.

—Eso no es cierto. Tú eres un hombre amable, preocupado por los demás. Y El Salvaje   es   un   tipo   dominante,   que   hace   lo   que   quiere   y   cuando   quiere   sin   preocuparse de las consecuencias.

—Y la gente lo quiero por eso.

—Lo  admiran  porque  tener  las   narices  de pasar por  encima de  los  convencionalismos. Hay una gran diferencia entre admirar y querer. Quizá la hubiera.

Pero para Pedro , huérfano desde los cinco años, la línea entre la admiración y el amor hacía mucho tiempo que se había borrado.

—Soncomo el fuego y el agua. El fuego es poderoso —continuó diciendo Diego—, pero el agua puedo convertirlo en polvo.

—Me parece que estás leyendo demasiado.

—Tú también lo harías si estuvieras casado con una bibliotecaria.

—¿Qué tal está Leticia?

—Más  preocupada por  mi   pelo que  tú.   Ha  insistido  en  comprarme  un  tratamiento  de  Rogaine  y  una  nueva  cinta  de  Mozart.  Ahora,  si  pudiera  conseguir  que mi compañero de trabajo colaborara, me iría a casa, comenzaría el tratamiento e intentaría relajarme un rato —al ver la expresión decidida de Pedro, alzó las manos—. O si pudiera ofrecerle a Paula Chaves algo más que dinero.

Dulce Amor: Capítulo 12

Tenía  que  olvidarlo,  se  dijo.  Y  eso  era  lo  que  quería  hacer.  Pero  entonces,  ¿por  qué  le  bastaba  ver  una  fotografía  para  sentir  aquel  nudo  en  el  estómago?  Por  culpa  de  su  desesperación,  decidió.  Estaba  tan  desesperada  por  encontrar  a  alguien  que  incluso Pedro Alfonso le parecía un posible candidato.

—... Estoy realmente impresionado con sus cuentas.

—Lo siento, ¿Qué decía?

—Que ha batido todos los récords en ventas. La tarta de chocolate en particular entusiasma a  nuestros  clientes  y  es  la  que  nos  gustaría  incorporar  a  todos  nuestros  restaurantes.

—¿Quiere decir que me está ofreciendo un contrato?

—Eso es exactamente lo que quiero decir.

En el rostro de Paula apareció una sonrisa que se apagó rápidamente.

—¿Pero? Porque hay un pero, ¿Verdad? Lo tiene dibujado en la cara.

—Un pero muy pequeño.

—Mire, lo siento, ya sé que lo mordí, pero él me pilló desprevenida.

—¿A quién mordió?

—¿No lo sabe?

—¿De verdad ha mordido a alguien?

—Um, sí, pero no le hice nada. Ni siquiera le dejé marca en la piel —se inclinó hacia delante—. ¿Entonces tengo el contrato?

—Siempre  y  cuando  Wild  Man  Ribs  pueda  tener  la  exclusiva  de  su  tarta  de  chocolate —sus palabras fueron interrumpidas por el móvil de Paula.

—Disculpe —sacó el teléfono—. Jime, ahora mismo estoy ocupada.

—No me hables en ese tono, jovencita.

—¿Mamá?

—Claro que soy tu madre. La única que tienes.  La mujer que pasó catorce horas y treinta y cinco minutos sudando y apretando los dientes para que pudiera venir al mundo esa niña que veintiocho años después me habla con tamaña insolencia.

—Lo siento mamá, ¿Qué ocurre?

—Se  me  ha  olvidado  preguntarte  la  talla  que  usa  tu  novio.  La  abuela  Rosa  me  ha pedido que la lleve de compras. Quiere comprarle algo bonito.

—Yo... —Paula se quedó sin habla. ¿De compras? La abuela Rosa odiaba ir de compras.  La  última  vez  que  había  pisado  una  galería  comercial  había  sido  seis  años  atrás, para comprar el regalo de boda de uno de sus nietos—. Oh, no.

—¿Está usted bien, señorita Chaves? —le preguntó Diego.

—Extra  grande  —le  contestó  Paula a  su  madre  en  cuanto  pudo  articular  palabra.

Diego le  tendió  una  taza  de  café  en  cuanto  la  joven  guardó  el  teléfono.  Pero  lo  último que Paula necesitaba era cafeína.

—Como le iba diciendo  —continuó  Diego—,   si  firma la  exclusiva,  estamos dispuestos a ofrecerle un suculento contrato.Y esperaba conocer a su futuro yerno.

—Contrato que tengo aquí mismo.Y pensaba llevar el regalo de la abuela Rosa.

—Si acepta, estamos dispuestos a pagarle la cantidad que se indica en el párrafo de  arriba,  además  del  suplemento  correspondiente  por  cuantos  pedidos  adicionales  tengamos que hacerle cada semana.

A través de la niebla de su ansiedad, su cerebro registró la noticia. ¡Sí! Aquello era lo que tanto había esperado. Un contrato con una cadena de restaurantes. Podría hacerse tan famosa como Alfonso El Salvaje. Beatríz Crocker iba a tener que cambiar de ciudad,  Sara  Lee  iba  a  lamerle  los  zapatos  y  Julia  Child  tendría  que  abandonar  el  negocio... ¡Claro que aceptaba!

—No sé si puedo aceptar.

—¿Perdón? —Diego Black  la  miró  estupefacto—.  Ah,  por  supuesto,  quiere  algo  más.  Es  usted  una  gran  mujer  de  negocios  —escribió  una  cifra  frente  a  ella,  pero Paula negó con la cabeza.

—¿Todavía no es suficiente?

—No quiero el dinero.

—Me temo que no la comprendo.

—El  dinero es  magnífico,   fabuloso  y  me  encantaría  poder  decir  que sí.   Normalmente lo haría. Pero desde ayer, mi vida ha dejado de ser normal. Desde que mi  madre llamó,   me   he dedicado a  tropezar  voluntariamente con  carros de  supermercado, y ayer, por primera vez en mi vida, mordí a alguien. Mi madre llega mañana y mi abuela Rosa quiere salir hoy de compras —tragó saliva—. De compras, es increíble.

—¿Perdón?

—No  importa.  En  cualquier  caso,  aprecio  la  oferta.  He  estado  esperando  una  oferta de este tipo durante mucho tiempo, pero no puedo aceptar.

—¿Podría  decirme  entonces  qué  es  lo  que  quiere  exactamente,  y  veré  lo  que  puedo hacer?

Paula rodeó la habitación con la mirada antes de contestar:

—Lo quiero a él.

—¿Que quiere qué?

Dulce Amor: Capítulo 11

—¿Y fue magnífico? ¿Casi magnífico? ¿O realmente magnífico? Cuéntame todos los detalles.

—«Magnífico»  no  es  la  palabra  que  yo  utilizaría  —espectacular,  estremecedor,  enloquecedor...  Sacudió  la  cabeza  y  miró  el  reloj—.  Tengo  que  salir  ya  si  no  quiero  llegar  tarde.  Aunque  en  realidad  no  sé  ni  para  que  voy.  No  tengo  una  sola  oportunidad—. Le mordí, Zai.

—Vas  a  ir,  Pau,  porque  tú  no  renuncias  a  nada  tan  fácilmente.  Quizá,  sólo  quizá,  a  Pedro Alfonso le  guste  que  le  muerda  una  mujer  atractiva.  Supongo  que  por  algo lo llaman El Salvaje.

Y  quizá,  sólo  quizá,  algún  médico  ingenioso  inventara  algún  día  una  pastilla  que permitiera comer sin engordar, se dijo Paula con ironía.

—Tengo que decirle que sus tartas se venden extremadamente bien en nuestros restaurantes  —le  decía  una  hora  después  Diego Black—.  Estamos  muy  contentos  con  usted.

—Gracias —Paula sonrió a aquel hombre de corta estatura y de pelo naranja.

 Él  le  devolvió  la  sonrisa,  consiguiendo  aplacar  los  nervios  de  la  joven.  Quizá  no  estuviera todo perdido.Seguramente,  si  pretendiera  mandarla  a  paseo,  podría  haberlo  hecho  durante  los  quince  minutos  que  llevaban  ya  reunidos.  Sin  embargo,  se  estaba  mostrando  amable y complaciente. Ni siquiera había hecho una mueca de desagrado durante las tres veces que habían tenido que interrumpir la conversación por culpa su teléfono móvil. Que, por cierto, volvió a sonar una cuarta vez. Sonrió con gesto de disculpa y sacó el teléfono del bolso.

—Paula, no consigo encontrar las mandarinas —aulló Jimena—. He mirado en el armario  de  la  fruta  fresca.  Hay  manzanas,  mangos  y  limones,  pero  ni  una  sola  mandarina. ¿Qué vamos hacer...?

—Están  en  la  tercera  balda  de  la  despensa.  En  el  segundo  cajón,  al  lado  de  las  pinas.

—Gracias, jefa.

No había vuelto a guardar el teléfono en el bolso cuando sonó otra vez.

—¿Sí?

—¡Nos estamos quedando sin azúcar! El cajón del azúcar está...

—A las doce llegarán unos diez, kilos, mas.. Relájate, Jimena.

—Que me relaje, ¡Ja! Yo no puedo trabajar bajo esta presión, Pau. Lo sabes.

—Sólo llevas a cargo de la cocina treinta y tres minutos...

—Ése es exactamente el problema. Yo no soy la supervisora. Soy una artista. Tú eres la que coordinas todos los asuntos de la cocina y yo ayudo a crear cada una de las  tartas  —se  interrumpió  para  tomar  aire—. No  puedo  respirar,  estoy  agobiada,  Paula.

—Volveré  dentro  de  una  hora.  Intenta  conservar  la  calma  hasta  entonces  —desconectó  el  teléfono—.  Lo  siento  —le dijo  a  Diego—.  Normalmente,  soy  yo  la  que  supervisa toda la producción y mi ayudante está un poco alborotada en mi ausencia. Ése es uno de los inconvenientes de ser la única propietaria.

—No  se  preocupe.  Es  comprensible  que  no  puedan  arreglárselas  sin  usted.  Yo  diría  que  es  precisamente  su  toque  personal  el  que  hace  que  las  tartas  sean  tan  buenas.

Paula sonrió.  Qué  tipo  tan  amable,  con  un  tono  de  voz  agradable,  aunque  quizá un poco tenso. Como Winnie the Pooh con unas cuantas dosis de cafeína. Ojalá hubiera respondido a la descripción de su prometido que le había hecho a su madre. Aquél  era  el  hombre  menos  amenazador  para  su  cordura  que  había  conocido  en  su  vida. Desgraciadamente, no sólo hablaba como Winnie, sino que también se parecía a él.  Era  lo  más  diferente  a  Pedro Alfonso que  se  podía  ser.  Y  no  era  que  ella  estuviera   pensando  en  Alfonsp.  Claro  que  no.  Aunque  tenía  que  reconocer  que  no  había  sido  capaz  de  pensar  en  otra  cosa  durante  toda  la  noche.  En  el  contacto  de  sus  manos sobre su piel, en aquella sonrisa que le aceleraba el pulso...

—¿Señorita Chaves?

—Eh, ¿Sí? —Paula sacudió la cabeza, intentando concentrarse en Diego.

—Estaba  diciendo  que  estamos  muy  contentos  con  el  éxito  de  sus  tartas,  especialmente con la de chocolate y cerezas. Es todo un éxito.

—Gracias —sonrió—. La llamamos Chocolate Cherry Cha Cha. Es la que mejor se  vende  —mientras  Diego leía  su  propuesta,  Paula aprovechó  para  recorrer  la  habitación con la mirada.

Craso  error,  porque  el  hombre  del  Neanderthal  la  miraba  desde  todas  y  cada  una de las paredes. Estaba completamente rodeada. Lo  vió  con  un  enorme  babero  y  devorando  costillas,  con  el  rostro  flanqueado  por  dos  camisetas  de  algodón  con  el  logotipo  de  Wild  Man  Ribs  sobre  dos  pares  de  exuberantes  senos.  Lo  vió  sudoroso  y  cansado,  en  el  banquillo  de  un  campo  de  fútbol,  bebiendo  un  conocido  refresco  deportivo...  Y  lo  vió  con  un  sujetador  en  la  cabeza y otro en la mano.Algunas de aquellas fotografías le hicieron sonreír. Otras sacudir la cabeza con desprecio. Y sólo una consiguió que su corazón dejara de latir unos instantes. Era  una  de  las  más  antiguas,  una  fotografía  en  blanco  y  negro  que  le  habían hecho  cuando  todavía  jugaba  al  fútbol.  Pedro Alfonso aparecía  caminando  bajo  la  lluvia,  en  un  campo  de  fútbol,  con  el  uniforme  pegado  al  cuerpo  y  una  extraña  expresión en el rostro. No  estaba  posando  para  la  cámara.  Era  simplemente  él,  con  el  rostro  serio. Volvía a ser Batman otra vez. Era él. ¡Oh, no!

miércoles, 25 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 10

Paula estaba   sentada   tras   su   escritorio,   firmando   los   cheques   de   sus   empleados  y  ensayando  diversas  formas  de  darle  a  su  madre  la  noticia  de  que  no  había en realidad ningún prometido cuando sonó el teléfono.

—Paula Chaves—la  saludó  su  madre—,  ¿Por  qué  has  tardado  en  contestar?

Paula se  sobresaltó  y  malogró  la  firma  del  cheque  de  Jimena.  Su  madre  atacaba  de nuevo.

—¿Paula?  ¿Estás  bien,  cariño?  No  estarás  enferma,  ¿Verdad?  Porque  la  nieta  de Mirta acaba de tener una faringitis terrible...

—Estoy bien mamá. Sólo estaba preparando las nóminas. Y después tengo una reunión de negocios, así que estoy bastante ocupada.

—Sólo llamaba para asegurarme de que tienes vídeo. No podía acordarme de si lo había visto durante mi última visita. Mi memoria ya no es la que era... Espero que no  sea  una  mala  señal.  Dolores  Whittington,  la  madre  de  Emma,  ésa  que  se  casó  vestida de verde y con un ramo de claveles, empezó a olvidarse de dónde estacionaba el coche. Un día tuvo que traerla a casa un hippie de pelo largo en una Harley.

—Estoy  segura  de  que  no  te  pasa  lo  que  a  Dolores,  mamá.  Es  normal  que  olvides algunas cosas. A mí también me pasa. Pero si hasta me he olvidado de decirte que...

—El caso es que Mirta me ha enviado los vídeos de las bodas de cada una de sus  seis  hijas.  He  pensado  que  los  vídeos  podrán  darnos  ideas  sobre  lo  que  no  tenemos que hacer. Mira, Mirta es un encanto, pero su hija mayor parecía un pastel de  frutas  el  día  de  la  boda.  Lo  de  la  comida  ya  fue  otra  cosa.  Absolutamente  maravillosa.  Langosta  con  salsa  de  mantequilla  y  camarones  con  salsa  picante.  Fue  divino.

—Mamá, ¿No se suponía que tenías que hacer una dieta para bajar el colesterol?

—Tonterías.  Me  estoy  tomando  un  diente  de  ajo  todas  las  mañanas.  Con  eso  puedes  curarte  cualquier  dolencia.  Mira  Estela  Butterworh,  que  fue  operada  del  corazón  el  año  pasado.  El  médico  le  dijo  que  fuera  despidiéndose  de  cualquier  comida decente, pero ya sabes cómo le gustan a Estela las pastas de mantequilla. Se enteró de lo del ajo a través de la hermana de Margarita, Esther, y ahora está sana como un roble.

—Mamá, ¿No crees que deberías consultarle al doctor Harris lo del ajo?

—El viejo Harris todavía vive en la Edad Media.

A  Paula le  habría  gustado  preguntarle  por  qué  le  parecía  tan  moderno  comerse  un  diente  de  ajo  por  las  mañanas,  cuando  probablemente,  las  mujeres  de  Transilvania  llevaban  haciéndolo  durante  siglos.  Pero  a  Alejandra Chaves nunca  se  le  había dado bien escuchar.

—...  Le  empezaron  los  dolores  cuando  estaba  bailando  la  lambada  en  la  boda  de su hija Karina. Estuvo a punto de desmayarse encima de la escultura de hielo...

—Qué horror.

—Dímelo a mí. El prometido de Karina era buzo y quiso una escultura con forma de pulpo. Imagínate. Era repugnante.

—Mamá, necesito que me escuches. Quiero decirte algo sobre Lucas. Él... —oyó que su madre tomaba aire y cerró los ojos. Podía hacerlo. Podía decirle la verdad, que no existía ningún Percy y que lo había inventado en un momento de desesperación—. Lucas y yo no estamos exactamente compro...

—Escucha,  querida,  si  Lucas también  quiere  un  pulpo,  no  te  preocupes.  Estoy  segura de que cambiará de opinión en cuanto hable conmigo. Oh, ¿Ya te he contado que  Carla  Wilmot  se  casa  el  mes  que  viene  en  Maroby  Club?  Sus  padres  la  han  presionado  a  la  pobre  para  que  celebre  la  ceremonia  en  esa  horrible  habitación  de  terciopelo rojo...

Paula escuchó  todos  los  detalles  sobre  las  flores  de  la  boda  y  la  hernia  de  la  madre de Janie antes de que comenzara a sonar la otra línea telefónica.

—Lo siento mamá. Tengo que colgar. Espero que la señora Wilmot se recupere pronto. Adiós —colgó y atendió la otra línea—. Menos mal que has llamado —le dijo a Zaira—. Estaba a punto de estrangularme con el cable del teléfono.

—Olvídate ya de tu madre. Tienes una reunión con Alfonso dentro de una hora. Buena suerte y a por él.

—¿Buena suerte? Por si lo has olvidado, ayer mordí a Pedro Alfonso. A Alfonso El Salvaje,  el  propietario  de  Wild  Man  Ribs.  No  creo  que  tenga  muchas  ganas  de  que  firme ese contrato.

—Ya te dije que en realidad no es tan terrible como parece. Estoy segura de que no  lo  empleará  contra  tí,  aunque  haya  salido  en  el  informativo  de  las  once.  En  realidad,  nadie  pudo  ver  que  lo  mordías.  La  cámara  te  sacó  de  espaldas  y  a  él  inclinándose sobre tí, con las manos en tu...

—Ya basta. Yo estaba allí, ¿Recuerdas?

—Y  también  medio  Dallas.  Y,  por  cierto,  parecías  estar  desmayándote  en  sus  brazos. Por la foto que aparece en los periódicos, yo diría que te gustó.

—¿También ha salido en los periódicos?

—Me temo que sí. Los dos gurús de la comida de Dallas: el rey de las costillas y la  reina  de  las  tartas,  hacen un  gran  equipo.  Son  una  pareja  que  puede  poner  el  colesterol por las nubes.

—No  formamos  ningún  equipo.  Besar  a  Pedro Alfonso fue  repugnante  y  no  me  gustó nada.

—Así que lo besaste... ¿Y eso fue antes o después de morderlo?

—Antes —mucho antes.

Seis meses antes... Cuando él era él y ella todavía no le había hablado a su madre de ningún prometido.

Dulce Amor: Capítulo 9

Paula miró con rabia al presentador y a continuación a Pedro. Abrió los ojos de par en par, como si lo viera por primera vez.

—Eres Pedro Alfonso. Tú —no había el menor asomo de alegría en sus palabras.

Extrañamente,  su  tono  era  de  acusación,  como  si  acabara  de  romperle  su  muñeca  favorita.Pero él no rompía muñecas. Diablos, le gustaban las muñecas, y los gatos, y los pájaros... Incluso los pececillos de colores. Click, click, click... Tras él sonaban las cámaras, acompañadas del murmullo de la multitud.

—No puedo creer que seas tú —continuó diciendo ella—. Eres Pedro Alfonso.

—En carne y hueso —esbozó una seductora sonrisa.

La misma que continuaba haciéndolo  aparecer  en  las  portadas  de  las  revistas.  La  sonrisa  con  la  que  conseguía  hechizar a cualquier mujer. Paula lo miró con rabia.A  casi  todas.  Debería  haber  sabido  que  ella  era  diferente.  Ése  era  el  problema.  Ella reaccionaba a él de forma diferente, lo miraba de forma diferente. Sí, allí residía el verdadero problema.

—No  me  lo  puedo  creer  —Paula resistió  la  tentación  de  pellizcarse.

 Su  adorado  superhéroe  acababa  de  transformarse  en  un  desagradable  y  basto  jugador  de  fútbol  ante  sus  ojos.  Pestañeó.  Pero  todavía  estaba  allí.  Seguía  siendo  él.  No,  no  era él, aquél era Pedro Alfonso.

—Pues créelo, cariño —volvió a sonreírle, pero ella profundizó su ceño.

—Vamos,  Alfonso.  Vuelve  dentro  si  no  quieres  que  le  diga  a  toda  la  ciudad  lo  cobarde que eres.

—Siento  tener  que  irme,  cielo.  Pero  me  están  llamando  —su  acento  texano  parecía  más  pronunciado,  más  profundo. 

Aquellas  palabras  se  deslizaron  en  los  oídos  de  Paula como  salsa  de  ron  caliente  sobre  un  pastel  de  limón:  dulces,  embriagadoras, irresistibles.A  pesar  de  la  rabia  que  bullía  en  su  interior,  su  cuerpo  respondió  la  llamada.  Las rodillas le temblaban, su vientre palpitaba, los pezones se irguieron...

—Hasta luego, querida —sonrió radiante a la multitud que los rodeaba. Paula intentó  soltar  su  muñeca  y  alejarse,  pero  él  se  lo  impidió—.  No  tan  rápido.  ¿No  quieres  llevarte  un  pequeño  recuerdo  mío?  —y  sin  darle  tiempo  a  reaccionar,  se  inclinó hacia delante y buscó sus labios.

La  muchedumbre  los  jaleaba,  esperando  que  Paula hiciera  lo  que  haría  cualquier otra mujer en su lugar. Pero ella lo mordió.

—¡Ay! —gruñó  Pedro,  interrumpiendo  su  beso  para  fulminarla  con  la  mirada.  Paula continuaba mirándolo fijamente—. ¿Por qué lo has hecho? —susurró.

—Porque  eres  Pedro Alfonso,  maldita  sea.  Y  ahora  déjame  marcharme  o  te  arrepentirás.

—La primera vez te gustó...

—En ese momento no eras un hombre del Neanderthal ni estábamos rodeados de gente.

—¿Pero te gustó?

—Quizá sí —frunció el ceño—. O quizá no. Pero eso no importa. Lo único que importa es que ahora no me ha gustado —dobló la pierna, como si tuviera intención de  darle  un  rodillazo—.  Y  ahora  sueltamente  si  no  quieres  pasarte  dos  semanas  aullando.

Pedro la  miró  en  silencio.  Paula supo  que  iba  a  besarla.  Y  en  realidad,  le  apetecía que lo hiciera.

—Pienso  hacerlo  —lo  amenazó—.  Tengo  tres  hermanos  mayores  y  sé  jugar  sucio.

—¿Ah  sí?  ¿Eso  significa  que  estás  dispuesta  a  ir  a  por  todas?  — Pedro volvió  a  esbozar su insolente mirada ante las cámaras.

Qué hombre tan machista, ególatra y pagado de sí mismo, pensó Paula. Ojalá volviera a besarla...

—Eh,  Alfonso—lo  interpeló  un  periodista—,  parece  que  estás  perdiendo  el  combate.

—¿Qué  puedo  decir?  Ha  sido  un  amor  a  primera  vista  —la  estrechó  contra  él,  haciéndola salir instantáneamente de su ensimismamiento.

Paula pestañeó.  La  maldita  sonrisa  de  Pedro la  sacó  definitivamente  de  sus  casillas. Sin  darse  tiempo  siquiera  a  pensar  en  lo  que  estaba  haciendo,  le  plantó  un  pisotón que recogieron complacidas los cámaras, giró sobre sus talones, se abrió paso entre  los  aficionados  al  fútbol  y  los  periodistas  y  se  dirigió  hacia  su  camioneta  deseando tener una pistola. Cuando  por  fin  consiguió  tranquilizarse,  fijó  la  mirada  en  los  albaranes  que  llevaba  sobre  la  guantera.  Tras  los  duros  momentos  pasados,  todavía  tenía  que  terminar sus entregas. Miró el reloj y chasqueó la lengua disgustada. Había perdido media hora y todo por culpa de aquel ser repugnante llamado Pedro Alfonso.

—Ahora no creas que vas a irte de rositas, cariño —los papeles se le cayeron de las  manos.  Giró  la  cabeza  a  toda  velocidad  y  vió  la  cabeza  de  Pedro en  la  ventanilla del coche—. Déjame hacerte una oferta de paz.

—¿Qué me vas a ofrecer? ¿Una fotografía con tu autógrafo?

—Lo que quieras.

—Dios santo —lo miró furibunda—. Acabas de humillarme delante de docenas de personas... Delante de toda la maldita ciudad —sacudió la cabeza—. Todavía no me  lo  puedo  creer.  Mi  Batman  es  un  ridículo  hombre  de  las  cavernas,  mi  madre  llegará dentro de sesenta horas cuarenta y siete minutos y yo voy a aparecer en todos los informativos de las diez. Todavía no he repartido todas las tartas y...

—Chsss —Pedro posó un maravilloso dedo en sus labios—. Estás divagando.

—No  estoy  nerviosa  —estalló.  Le  hizo  apartar  la  mano  e  hizo  el  signo  de  la  cruz—. Lárgate.

—Eso sólo funciona con los vampiros.

—Yo que tú no me arriesgaría a comprobarlo. Así que mantente lejos de mí —puso el motor en marcha y sacó una factura de la guantera.

Trabajo. Tenía que pensar en el trabajo, y no él.

—¿Qué  es  esto?  —preguntó  Pedro estupefacto  cuando  Paula le  puso  el  papel  en la mano.

—Lo  que  me  debes  por  haber  destrozado  media  docena  de  tartas.  Ésta  es  la  cuenta.  Y,  para  tu  información,  Bradshaw  ha  sido  el  mejor  jugador  de  todos  los  tiempos.

Dulce Amor: Capítulo 8

El  rostro  de  Mackey  pasó  del  rojo  al  morado.  Sus  carnosos  dedos  terminaron  sobre  el  rostro  de  Pedro.  Los  periodistas  dispararon  sus  cámaras  y,  por  supuesto,  también la televisión local dio cuenta del acontecimiento.

—Y el debate continúa —Daniel Smith, el conductor del programa que ofrecía los preliminares  del  partido  en  directo,  permanecía  cerca  de  una  enorme  pantalla  de  televisión micrófono en mano—. Pablo Mackey fue el mejor defensa de los Cowboys y, ciertamente, sabe de fútbol. Pero Pedro Alfonso El Salvaje, ex Cowboy, parece tener una opinión diferente.La  camarera  de  detrás  de  la  barra  soltó  un  silbido.  La  pelea  duró...  cinco segundos.

 Pedro tenía  el  hombro  destrozado  y  Mackey  lo  miraba  con  evidente  regocijo.

—Caramba, parece que Alfonso está perdiendo el combate.

¿Perdiendo?  Podía  estar  cansado.  Diablos,  había  tenido  un  día  agotador,  ¿pero  decir que había perdido? Jamás. Que Pedro Alfonso perdiera ante alguien era tan poco probable  como  que  un  huracán  asolara  Dallas.  Simplemente,  no  podía  ocurrir.  No  desde  que  tenía  catorce  años.  Pedro había  aprendido  de  la  forma  más  dura  que  la  gente  sólo  amaba  a  los  ganadores.  ¿Perder  él?  Y  un  infierno.  Simplemente,  había  dejado ganar a Mackey.

—Lo  siento,  viejo  amigo  —Pedro utilizó  todas  las  fuerzas  que  tenía  en  alzar  el  brazo.

—Bradshaw es el mejor —gruñó nuevamente Mackey.

Las cámaras fotográficas volvieron a dispararse y Pedro bajó la voz.

—Era el mejor. Montana le hizo morder el césped —y terminó la frase dándole un empujón a Mackey.

La multitud los rodeó y Pedro deseó tener una bolsa de hielo a mano. El hombro se la estaba pidiendo a gritos.

—Ya  ven,  amigos.  Pedro Alfonso acaba  de  demostrarnos  que  es  capaz  de  conseguir todo lo que desee.

Pero lo único que quería en ese momento era una bolsa de hielo. Como tardara más de treinta segundos en ponérsela, tendría que olvidarse de entrenar al equipo de fútbol del orfanato aquella semana. Pedro se  abrió  camino  entre  la  multitud  que  lo  rodeaba  y  se  dirigió  hacia  la  cocina,  pero  el  pasillo  también  estaba  hasta  los  topes.  Saldría  fuera,  pensó,  y  desde  allí entraría en la cocina sin tener que soportar que cientos de brazos le palmearan el hombro. Era condenadamente difícil intentar sonreír con aquel dolor.Empujó la puerta y se dirigió hacia la parte trasera del edificio. Dobló la esquina y  fijó  la  mirada  en  las  piernas  de  una  mujer  cuyo  rostro  estaba  oculto  tras  media  docenas de cajas. Cajas que cayeron casi inmediatamente al suelo.

—Lo siento —se disculpó, intentado dominar el dolor—. No la había vis... —las palabras se le quedaron atravesadas en la garganta cuando su mirada se fundió con un par de ojos grises rodeados de oscuras pestañas.

Era ella.

El dolor del hombro se transformó en una suave molestia mientras contemplaba a  la  mujer  con  la  que  había  tropezado.  La  misma  que  se  había  apoderado  de  sus  pensamientos durante los últimos seis meses. Una   melena   desordenada   y   rubia   rodeaba   su   rostro.   Tenía   una   piel   de   melocotón  y  crema  y  la  nariz  cubierta  de  pecas.  Su  boca,  llena  y  rosada,  era  maravillosamente besable... Y  lo sabía por experiencia propia.La joven fijó en él su mirada y Pedro sintió un agujero en el estómago. Ninguna mujer lo había mirado nunca así, como si quisiera averiguar quién era el hombre que se escondía  tras  su  fachada.  Diablos,  Pedro ya  había  empezado  a  preguntarse  si  aquella  mujer  existiría.  Y  de  pronto  la  encontraba.  Ella  lo  miraba  y  él  se  veía  a  sí  mismo  soñando  con  tener  hijos,  con  formar  una  familia...  Sacudió  rápidamente  la  cabeza.   Cumplir   treinta   y   cinco   años   había   cortocircuitado   su   cerebro.   Estaba   demasiado ocupado siendo Alfonso El Salvaje para convertirse en un doméstico papá.

—Dilo otra vez —le pidió ella.

—¿Qué diga qué?

—Me ha parecido reconocer tu voz y tu barbilla, y tu boca... ¡Eres tú! —exclamó con  incredulidad—.  Pensaba  que  no  volvería  verte  nunca.  Llevo  toda  la  mañana  intentando averiguar tu nombre.

—¿Querías  saber  mi  nombre?  —un  peligroso  calor  se  extendía  por  todo  su  cuerpo.

—Tu nombre y tu número de teléfono. Te necesito.

—¿Me necesitas? —le preguntó sonriente.

—Más  de  lo  que  te  puedas  imaginar  —soltó  una  carcajada  y  miró  las  tartas  destrozadas en el suelo—. He hecho una docena de llamadas, pero nada. Después he tenido  una  mañana  infernal.  Uno  de  los  repartidores  se  ha  puesto  enfermo  y  llevo  luchando  contra  el  tráfico... Pero  justo  cuando  llego,  te  encuentro  aquí  —le  acarició  la barbilla con un dedo—. Caramba, realmente eres tú.

Pedro le tomó la mano. Era una mano tan cálida, tan suave...

—Me alegro de volver a verte.

—No me lo puedo creer. Estás aquí —Paula sonrió.

Él le devolvió la sonrisa. Y Pablo Mackey apareció en ese momento tras ellos.

—Alfonso—lo  aguijoneó—,  sabes  que  todo  ha  sido  una  cuestión  de  suerte,  ¿Verdad?

—¿Alfonso? —preguntó Paula—. ¿Eres Pedro Alfonso? ¿Ese Pedro Alfonso?

 Su  pregunta  quedó  ahogada  en  el  murmullo  de  voces  de  la  multitud  que  apareció detrás de Pablo Mackey.

—Y  el  gran  debate  continúa,  amigos.  ¿Se  mostrará  de  acuerdo  Alfonso  en  aceptar  la  revancha?  ¿Prevalecerán  la  juventud  y  la  agilidad  sobre  la  fuerza  bruta?  ¿Montana  o  Bradshaw?  —anunció  Daniel  Smith,  acercándose  a  ellos  seguido  de  una  cámara.

Dulce Amor: Capítulo 7

—Sé  realista,  Zai.  Ese  tipo  es  el  actual  campeón  de  lanzamiento  de  eructos  de  Texas.

—Pero también tiene inclinaciones musicales.

—Estoy  desesperada,  Zai,  no  loca.  Se  supone  que  ese  tipo  tiene  que  ser  el  hombre de mis sueños: alto, moreno y de ojos azules. Y el primo de Rodrigo tiene una barriga cervecera.

—Es  normal, Paula.  Tiene  que  tomar  muchos  alimentos  que  generen  gases  para poder competir. Pero después de la final adelgazó cinco kilos.

Paula pestañeó, intentando contener la inesperada aparición de las lágrimas.

—Es imposible que mi madre pueda creerse que ése es el tipo que le he estado describiendo durante todo este tiempo —sollozó.

—Caramba, estás realmente afectada. Necesitas un hombre y lo encontraremos. Un hombre que no eructe, de verdad.

Pero dos abolladuras de carro más tarde, todavía no habían encontrado a nadie que  encajara  con  la  descripción  y  a  Paula le  quedaban  exactamente  diez  minutos  para regresar a la cocina.

—Allí  está  —dijo  Zaira,  tomando  un  ejemplar  del  periódico  local  cuando  se  acercaban a la caja. Señaló una fotografía—. Éste es el hombre de tus sueños.

—¿Alfonso El  Salvaje?  ¿El  propietario  de  Wild  Man  Ribs?  —Paula sonrió  por  primera  vez  desde  que  había  recibido  la  llamada  de  su  madre—.  Caramba,  siempre  he deseado salir con un hombre capaz de beber cerveza en las copas de un sujetador.

—Aquí pone que lo hizo con fines benéficos.

—Y  yo  creo  que  lo  hizo  para  fanfarronear,  su  actividad  más  conocida,  cuando  no está dedicándose a su negocio.

—Ésa  es  la  imagen  que  proyectan  los  medios  de  comunicación.  Conozco  a  la  periodista que le entrevistó para el Dallas Stare año pasado. Por lo que ella dice, este buen  hombre  invierte  gran  parte  de  su  tiempo  y  su  dinero  en  obras  de  caridad  —miró a su amiga—. ¿Lo has visto alguna vez?

—No. Yo siempre me he reunido con Diego Black, el director comercial. Por lo que yo  sé,  lo  único  que  hace  Pedro Alfonso es  poner  el  dinero  y  utilizar  su  imagen  para  hacer propaganda del negocio.

—Una  imagen  que  responde  perfectamente  a  la  descripción  que  le  hiciste  a  tu  madre.

Paula estudió  la  fotografía.  Era  atractivo,  y  se  parecía  ligeramente  a  su  Batman.  Cubrió  la  parte  superior  de  su  rostro  con  un  dedo.  Sí,  tenía  posibilidad  de  convertirse en su supuesto hombre ideal. Y ya tendría oportunidad para encontrar al mismísimo Batman, como había estado intentando hacer desesperadamente durante toda la mañana. Desgraciadamente,  su  superhéroe  no  era  el  voluntario  que  inicialmente  iba  a  hacer  las  veces  de  Batman,  Adrián Calhoun.  Al  parecer,  Adrián se  había  puestoenfermo y en el último momento había llamado a alguien para que fuera en su lugar. Paula no había tenido forma de averiguar la identidad de aquel suplente.Miró de nuevo la foto. De acuerdo, Alfonsp se parecía al tipo que buscaba, pero estaba muy lejos de parecerse a su Batman. Era un hombre rudo y zafio como pocos.

—Déjalo —le dijo a Zaira—. Ni siquiera lo conozco y no me gusta salir con tipos tan brutos.

—Pau, no te gusta salir con nadie. Ése es el problema. Si salieras regularmente con  chicos,  podrías  contar  con  alguno  para  esta  farsa.  Para  ser  alguien  que  está  en  una  situación  desesperada,  estás  siendo  muy  remilgada.  Así  que  ya  es  hora  de  que  bajes el nivel.

—El  nivel  que  exijo  es  muy  bajo  —repuso  a  la  defensiva—.  Mira,  si  ahora  mismo  apareciera  ese  tipo  delante  de  mí,  consideraría  la  posibilidad  de  salir  con  él,  de verdad. Lo que pasa es que siempre he imaginado al hombre de mis sueños como un  hombre  amable,  agradable.  Un  hombre  fuerte  y  viril,  pero  no  bruto  ni  machista.  Sensible,  pero  no  mentecato.  Alguien  dispuesto  a  ayudar  a  una  mujer  en  apuros  y  deseoso de hacer algo por la humanidad.

—Estás hablando de Superman, Pau.

—Batman.

—¿Qué?

—Nada,  no  importa  —Paula tomó  aire—.  Estoy  viviendo  un  momento  de  desesperación.  En  realidad,  no  tengo  por  qué  casarme  con  ese  tipo.  Sólo  fingir.  Así  que se acabaron las exigencias. Estoy dispuesta a todo. En el supermercado ya hemos agotado  todas  las  posibilidades,  así  que  tendremos  que  cambiar  de  lugar.  ¿Qué  me  dices de tu oficina, hay algún tipo disponible?

—Walter Pemberton, pero no mide ni uno sesenta.

—Supongo que entonces sólo queda una solución —Paula forzó una sonrisa—. Bueno, siempre he tenido curiosidad por conocer a un tipo como Alfonso El Salvaje.


Pedro Alfonso apenas  había  tenido  tiempo  de  beber  el  último  trago  de  cerveza  cuando  vió  un  puño  gigante  frente  a  su  rostro.  Un  gesto  un  poco  exagerado  para  combatir un amable comentario para un programa deportivo de televisión.

—Venga,  sé  consecuente  con  lo  que  dices.  Hagamos  una  apuesta.  Yo  gano  si  admites que Tomás Bradshaw ha sido el mejor jugador de todos los tiempos.

Si  Pedro hubiera  sido  inteligente,  habría  mantenido  la  boca  cerrada  y  el  brazo  derecho lejos de Pablo Mackey, un armario con dos troncos por brazos. Pedro , retirado ocho años atrás con una lesión en los hombros, no tenía ni una sola oportunidad. Aun así, apoyó un codo en la barra y flexionó los dedos.

—Nadie  podía  batir  a  Montana.  Era  más  fuerte  que  Tomás,  más  joven  y  más  preciso en sus golpes.