lunes, 2 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 28

—Si queda tan bonita y se mueve tan suavemente como preveo, seguro que se vende mucho —comentó Pedro, que acababa de entrar en el salón.

Paula sintió una presión en el pecho tremenda, como si alguien la estuviese abrazando con mucha fuerza. Recién salido de la ducha, Pedro llevaba una toalla diminuta que apenas cubría lo imprescindible y se estaba secando el pelo con otra.

—¿Te pasa algo? —se interesó él al ver que Paula no reaccionaba.

—No... nada... Espero que no te importe que le haya echado un vistazo a esto — respondió nerviosa.

Pedro parecía que no se había dado cuenta de lo incómoda que se sentía ella y siguió secándose el pelo, hasta haber terminado y colocarse la toalla sobre un hombro.

—No me importa, siempre y cuando mantengas los detalles en secreto. No quisiera que alguien se enterara del modelo y lo copiara.

Paula asintió con la cabeza, la cual no estaba precisamente pensando en modelos de coches. Más bien estaba registrando minucias, como el sendero que estaba marcando una gota que iba resbalando por el pecho de Pedro. Éste se acercó al mueble-bar, se puso un vaso de gaseosa y le sirvió otro a ella. Cuando le entregó el vaso, sus dedos se rozaron y ella sintió una descarga eléctrica en todo el cuerpo.

—Pareces distinta —comentó en voz baja—. Te has comprado ropa. De primera, como tú.

—Es bonita —acertó a responder Paula.

—Cierto, aunque no tanto como tú —insistió Pedro mirándola intensamente.

Por mucho que lo negara, era la reacción que Paula había deseado por parte de Pedro. Sin embargo, al mismo tiempo, se enfureció por permitir que su opinión significara tanto para ella. Estaba indecisa. No sabía si quería que Pedro le hiciera el amor o si alejarse de él lo máximo posible. Lo malo era que sus fuerzas flojeaban cada vez más.

—Será mejor que me vista —comentó Pedro.

—Sí —reforzó Paula, aunque era lo último que deseaba.

Cuando se quedó a solas, se arrellanó sobre una silla, confusa. Tenía que decirle que no había acuerdo; que encontrara a otra persona para su biografía, a alguna a la que no le importara vivir en su misma casa. Conocía a muchos hombres que estarían encantados de aprovechar una oportunidad así. Porque tampoco quería que fuera otra mujer la que la sustituyera. ¿Qué demonios quería en realidad?, se preguntaba Paula. Antes de poder resolver aquel enigma, el teléfono empezó a sonar. Dado que nadie sabía que ella se hallaba allí, esperó a que Pedro contestara desde su dormitorio. Momentos después bajaba de las escaleras con cara de contrariedad.

—Era un periodista del Gold Coast Herald. Quería que contestara a unas cuantas preguntas para acompañar una foto que te ha hecho en el hotel.

—Pero... —de pronto recordó los flashes al ir hacia el ascensor—. Ese periodista debía estar entre los turistas que había en el recibidor haciendo fotos.

—Me ha dicho que se aloja aquí y que te vió esperando el ascensor... No creo que publique lo que le he contestado —se notaba que estaba muy furioso y daba la impresión de que la ropa se le iba a saltar, de tensos que estaban sus músculos—. Ya no tiene ningún sentido seguir aquí —añadió.

—¡Esto es ridículo! —exclamó Sarah también enojada—. ¡Ni que fuéramos estrellas de cine!

—Pues casi.

Pedro no le había echado la culpa y, sin embargo, Paula no podía evitar sentirse responsable. Si no se hubiera dejado el sombrero y las gafas del sol en el probador...

—¿Te acosaban tanto cuando eras famoso? —preguntó.

—En parte lo buscaba yo —respondió mientras se peinaba con las manos—. Siempre trataba de llamar la atención mientras corría; pero mi carácter, en ése y en todos los sentidos, se ha suavizado mucho en los últimos tiempos.

—De todas maneras...

—De todas maneras, no tenían derecho a perseguirme día y noche. Llegó un momento en que no podía salir a la calle sin que alguien me estuviera haciendo una foto. Y a veces se metían hasta en mi casa con los potentes objetivos de sus cámaras. En una ocasión, una periodista inglesa me fotografió mientras me duchaba.

—¿Desnudo? —preguntó sobresaltada por las imágenes que invadieron su cabeza.

—Sí. Normalmente me ducho desnudo —hizo una pausa y sonrió—. Creía que por fin me había librado de todo este circo.

—Hasta que aparecí yo y volví a meterte.

—Los dos estamos metidos —señaló Pedro—. Al menos esta vez tengo una compañera de lo más agradable —añadió sonriente.

—Me alegro de que a mí no me espíen en la ducha —comentó Paula, llevada por el buen humor de Pedor—. En fin, ya pasará la tormenta. Seguro que mañana será otra celebridad la que ocupa las portadas de los periódicos. ¿Por qué darles la satisfacción de que sepan que nos molestan?

—Yo no tengo intención de decírselo —afirmó Pedro—. Pero lo cierto es que sí me molestan y dado que ya han descubierto nuestro escondite, lo mejor será que nos marchemos de aquí.

Paula le dió razón inmediatamente, pues no sabía si sería capaz de pasar otra noche con él en aquella lujosa e incitante suite. En casa de Pedro, al menos, Marcelo y los dobermann impedirían que ocurriese nada entre ellos. Sólo esperaba que su presencia fuera de veras suficiente para frenar a Pedro. Y para frenar sus propios impulsos.

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