—Estoy loca —Paula se apoyó contra el mostrador de la cocina y miró fijamente a Zaira.
—No, no estás loca. Probablemente, es lo más inteligente que has podido hacer. Aumentar tres veces la oferta original. Vamos a ganar una fortuna.
—Pero yo no quiero ganar una fortuna. Bueno, claro que quiero, pero... Oh, ¿Pero qué estoy diciendo? —enterró el rostro entre las manos—. ¿Qué ha pasado con mis prioridades? ¿Qué ha sido de mi orgullo, por el amor de Dios? Estaba allí sentada, imaginándome a mí misma en la cima del éxito y basta que llame mi madre para que me vea negando esa oferta y pidiendo a Pedro Alfonso como parte del contrato. He hecho el ridículo.
—No me parece en absoluto ridículo incluir a un ejemplar como Alfonso en una negociación. Lo único que has hecho ha sido confirmar las teorías de Darwin: las mujeres se sienten atraídas por los hombres más viriles.
—No me siento atraída por él. He hecho esa propuesta porque encaja con la descripción —entre otras cosas, porque era a él al que había descrito—. Toda la reunión ha sido como un episodio de una serie de humor.
—Mira, estoy segura de que Alfonso todavía está interesado en tu Chocolate Cherry Cha—Cha.
—¿Y por qué ha tenido que ser él? Ese hombre es un cretino. Debo haber sufrido un ataque de locura para haber pedido que finja ser mi prometido. Y me temo que no se me ha pasado todavía. A las cinco de la tarde, seguía rezando para que estuviera de acuerdo. Oh, ya no me queda ninguna esperanza. Es imposible que acepte mi propuesta. Yo no soy exactamente su tipo... Ya sabes, una buena delantera, nada de cerebro y una cara que pueda aparecer en la portada de cualquier revista.
—Tienes una buena delantera.
—Pero mi cerebro es demasiado grande.
—Bueno, quizá necesite algún incentivo —la miró pensativa.
—¿A qué te refieres?
—A nada. En cualquier caso, ya he puesto en funcionamiento el plan B, por si falla todo lo demás.
—El primo de Rodrigo.
En ese momento sonó el timbre de la puerta y Paula tomó aire. Abriría la puerta, adularía al primo de Rodrigo durante unas horas y le prometería algún regalo extra si conseguía que su madre no se enterara de que era campeón de eructos.
—Esa mujer no se pasa la vida mordiendo a los demás —le decía Diego a Pedro al día siguiente—. Y el restaurante número diez necesita una nueva cocina. Y hay que hacer obras en el de las Galerías de Dallas y... —Diego se pasó la mano por el pelo y le mostró a Pedro unas hebras de pelo naranja—. Me estoy quedando calvo.
—Pero si son cuatro pelos.
—Cuatro pelos hoy, cuatro mañana y terminaré como Telly Savalas.
—Tranquilízate, Diego—Pedro se repantingó en la silla—. Dale a Paula Chaves algún tiempo. Esa mujer no es tonta. He hecho algunas averiguaciones. Dirige perfectamente su negocio. Desde el año pasado, ha duplicado el volumen de su negocio. Y no sólo suministra dulces a los restaurantes de la zona, sino que ha elaborado un catálogo que está a disposición de todos los restaurantes de los Estados Unidos.
—Entonces no necesita nuestros restaurantes.
—¿Que va a prescindir de cuarenta y dos restaurantes? Bromeas. Terminará aceptando la oferta. Así que relájate —vió que Diego terminaba su tercera taza de café; demasiada cafeína para un hombre nervioso—. Diego, no te había visto tan nervioso desde que nos hicieron la auditoría.
—A las tres de la tarde de hoy, le había hecho ya cuatro ofertas. Y las ha rechazado todas. Y —añadió, al ver que Pedro abría la boca para protestar—, esta mañana, su asesora financiera, Zaira Nara, me ha dicho que si tú no estás dispuesto a participar en esa pequeña farsa, firmará la exclusiva con Bob's Barbecue.
—¿Qué? —Pedro saltó de la silla. Una cosa era jugar fuerte para conseguir un buen contrato, y otra muy diferente chantajearlo y convertir a su mejor amigo en un obseso de la calvicie—. Esa mujer está completamente loca. Bob sólo tiene veinte restaurantes, la mitad que nosotros. Jamás podrá igualar nuestra oferta.
—Ya se lo he dicho, pero esa mujer no quiere dinero. Te quiere a tí. Sólo te está pidiendo dos semanas de tu tiempo. Vamos, Pedro, puedes hacerlo. Le diré a la prensa que estás de vacaciones, así no tendrás que preocuparte por las apariencias.
Pedro se imaginó a sí mismo frente a Paula Chaves. Ella mirándolo a los ojos y él mirándola a los ojos. Ella sonreía y él sonreía. Paula se inclinaba hacia delante y él le rodeaba la cintura con los brazos y...
—Unas vacaciones, ¿Eh?
—Les diré que te has ido lejos. Al desierto del Sahara, a esquiar a Suiza, a caminar por la jungla... Cualquier cosa que refuerce tu imagen. La prensa se lo tragará y nosotros conseguiremos el contrato. Yo tendré una cosa menos de la que preocuparme, Paula te tendrá a tí como supuesto prometido y todo el mundo feliz.
Excepto Pedro. Él era el cordero sacrificial. Era su imagen la que sufriría si aceptaba aquel acuerdo y la prensa terminaba descubriéndolo. Pero si no lo hacía, perdería frente a Bob's Barbacue, y si había algo que Pedro Alfonso no soportaba era perder. Además Diego, su mejor amigo, podría perder otro manojo de pelo, quizá dos. Y sería el responsable directo de aquella pérdida.
—Dile a nuestro abogado que redacte el contrato. Si Paula quiere a Alfonso El Salvaje, lo tendrá.
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