lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 16

Dos  ojos  intensamente  azules  parpadearon  a  sólo  unos  centímetros de ella. Sintió que le faltaba el aire para respirar. Y entonces Pedro la besó. Paula recibió  el  beso  más  sonoro  que  había  oído  en  su  vida.  El  ruido  de  los  labios retumbaba en su cerebro, sofocando los frenéticos latidos de su corazón. Y, de pronto,  todo  terminó...  Aunque  no  suficientemente  pronto.  Sentía  un  agradable  cosquilleo  en  los  labios.  Y,  lo  peor  de  todo,  aquel cosquilleo  se  extendía  a  zonas  mucho más íntimas de su cuerpo.

—¿Paula? —la voz de su madre le hizo girar la cabeza—. ¿Se puede saber qué significa esto?

—Sí —intervino Gastón, mirando fijamente a Pedro—. ¿Se puede saber qué estás haciendo con mi prometida?

—¿Tu  prometida?  —Pedro tomó  a  Paula por  la  cintura—.  Qué  tipo  tan  bromista.  Pero  si  ésta  es  mi  mujercita.  Gracias,  tío  —dijo  mirando  a  Gastón—,  por  haberla vigilado en mi ausencia. Y siento haber llegado tarde.

—¿Éste  es  Lucas?  —preguntó  Alejandra,  señalando  acusadoramente  a  Pedro con  una salchicha—. Pero si yo pensaba que Lucas era el otro...

—Es  un  nombre  muy  extendido...  —Paula se  atragantó  en  medio  de  la  explicación  cuando  Pedro dejó  caer  la  mano  a  la  altura  de  uno  de  sus  senos  y  le  pellizcó suavemente el pezón.

—Nuestras madres fueron juntas al instituto —dijo Pedro—. Y les encantaba ese nombre.  Así  que  los  dos  nos  llamamos  Lucas.  Pero  yo  soy  el  más  afortunado  —puntualizó la frase dándole a Paula un pellizco en el trasero.

—Sí,  sí...  eso  es  —asintió  Paula con  vigor—.  Por  Dios  mamá,  ¿De  verdad  creías que ése era Lucas? —rió nerviosa—. No, él es sólo un amigo.

—Eso  es  —añadió  Pedro—.  Yo  soy  Lucas,  el  que  se  va  a  casar  con  esta  preciosidad.  Lucas Pedro Alfonso—le  plantó  a  Paula otro  beso  en  la  boca  antes  de  volverse  hacia  Alejandra—.  Llevo  mucho  tiempo  esperando  este  momento,  mami.  Estaba  deseando  agradecerte  personalmente  el  que  hayas  traído  al  mundo  a  este  pastelito que tengo a mi lado.

Alejandra rió. Pedro sonrió y el pastelito en cuestión tuvo que hacer el esfuerzo de su  vida  para  resistir  la  tentación  de  asestarle  una  bien  merecida  patada  en  la  fuente  de todos los supuestos encantos de Alfonso El Salvaje. Lo habría hecho si su madre no hubiera estado sonriendo de oreja a oreja. Tenía que  cuidar  su  salud.  No  podía  arriesgarse  a  que  supiera  que  en  realidad  no  había  ningún prometido.Así  que  dominó  la  tentación  de  darle  una  patada  y  se  concentró  en  evitar  concentrarse en la cálida masa de músculos que tenía a su lado.

—Pero si eres Alfonso  El Salvaje, el jugador de fútbol —exclamó su madre.

—¿Le  gustan  los  deportes?  —Pedro le  brindó  la  más  deslumbrante  de  sus  sonrisas.

—Tengo  tres  hijos,  podría  recitarle  los  nombres  de  todos  los  jugadores  de  la  liga, señor... Lucas.—¿Por qué no me llamas Pedro? Lucas es demasiado formal —tomó la mano de Alejandra y la besó.

—Quiero que sepas que es un placer conocerte —dijo Alejandra con entusiasmo—. Pero yo pensaba que Paula me había dicho que eras contable.

—Entre otras cosas.

—Así que sabes hacer muchas cosas. Qué mañoso —miró a Gastón con rabia—. Ya sabía yo que mi hija no podía andar detrás de un hombre como éste. Ni siquiera le gusta la carne.

—El  muy  excéntrico  —dijo  Pedro. 

Alejandra sonrió  y  volvió  a  mirar  a  Gastón con  rabia.  Pobre,  pensó  Paula.  Pero  un  hombre  que  se  dedicaba  a  participar  en  concursos de eructos, no debía darse fácilmente por ofendido.

—Creo que me voy a marchar —dijo Gastón, agarrando su chaqueta.

—Podrías quedarte  a  cenar  con  nosotros   —lo  invitó Paula. 

Se  sentía   terriblemente  culpable.  Y  también  aliviada.  Y  sentía  un  extraño  cosquilleo  en  la  espalda...  Era  enfado,  se  dijo  a  sí  misma.  Estaba  enfadada  porque  Zach  Tanner  la  había pellizcado dos veces. Claro que sí, estaba enfadada.

—No quiero molestar.

Paula se inclinó hacia delante.

—No es ninguna molestia.

—Claro que no —intervino Alejandra, recuperando la hospitalidad sureña—. Pero si realmente tienes prisa, no te preocupes por nosotros. Haz lo que tengas que hacer. Ha sido un placer haberte conocido.

—Sí —dijo Gastón, con una mirada glacial.

—Gracias  otra  vez  —añadió  Pedro,  abandonando  el  trasero  de  Paula para  pasarle el brazo por los hombros.

La  mirada  de  Paula voló  hasta  Zaira y  vió  que  su  amiga  esbozaba  una  sonrisa triunfal.

—Creo  que  yo  también  me  iré,  señora  Chaves—dijo  Zaira,  en  cuanto  Gastón  se  dirigió hacia la puerta—. Me alegro de haber vuelto a verla.

—Zaira, sigues siendo adorable —Alejandra inclinó la cabeza para que pudiera darle un beso en la mejilla—. Me encantaría que vinieras a verme. ¿No te ha hablado Paula de  su  hermano  Gonzalo?  Porque  tiene  tu  edad,  es  soltero  y  muy  atractivo.

—Iré en cuanto tenga unos días libres. Adiós.

Y antes de que Paula pudiera decir nada, tarea bastante complicada estando al lado de aquel tipo, Zaira se había ido.

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