Dos ojos intensamente azules parpadearon a sólo unos centímetros de ella. Sintió que le faltaba el aire para respirar. Y entonces Pedro la besó. Paula recibió el beso más sonoro que había oído en su vida. El ruido de los labios retumbaba en su cerebro, sofocando los frenéticos latidos de su corazón. Y, de pronto, todo terminó... Aunque no suficientemente pronto. Sentía un agradable cosquilleo en los labios. Y, lo peor de todo, aquel cosquilleo se extendía a zonas mucho más íntimas de su cuerpo.
—¿Paula? —la voz de su madre le hizo girar la cabeza—. ¿Se puede saber qué significa esto?
—Sí —intervino Gastón, mirando fijamente a Pedro—. ¿Se puede saber qué estás haciendo con mi prometida?
—¿Tu prometida? —Pedro tomó a Paula por la cintura—. Qué tipo tan bromista. Pero si ésta es mi mujercita. Gracias, tío —dijo mirando a Gastón—, por haberla vigilado en mi ausencia. Y siento haber llegado tarde.
—¿Éste es Lucas? —preguntó Alejandra, señalando acusadoramente a Pedro con una salchicha—. Pero si yo pensaba que Lucas era el otro...
—Es un nombre muy extendido... —Paula se atragantó en medio de la explicación cuando Pedro dejó caer la mano a la altura de uno de sus senos y le pellizcó suavemente el pezón.
—Nuestras madres fueron juntas al instituto —dijo Pedro—. Y les encantaba ese nombre. Así que los dos nos llamamos Lucas. Pero yo soy el más afortunado —puntualizó la frase dándole a Paula un pellizco en el trasero.
—Sí, sí... eso es —asintió Paula con vigor—. Por Dios mamá, ¿De verdad creías que ése era Lucas? —rió nerviosa—. No, él es sólo un amigo.
—Eso es —añadió Pedro—. Yo soy Lucas, el que se va a casar con esta preciosidad. Lucas Pedro Alfonso—le plantó a Paula otro beso en la boca antes de volverse hacia Alejandra—. Llevo mucho tiempo esperando este momento, mami. Estaba deseando agradecerte personalmente el que hayas traído al mundo a este pastelito que tengo a mi lado.
Alejandra rió. Pedro sonrió y el pastelito en cuestión tuvo que hacer el esfuerzo de su vida para resistir la tentación de asestarle una bien merecida patada en la fuente de todos los supuestos encantos de Alfonso El Salvaje. Lo habría hecho si su madre no hubiera estado sonriendo de oreja a oreja. Tenía que cuidar su salud. No podía arriesgarse a que supiera que en realidad no había ningún prometido.Así que dominó la tentación de darle una patada y se concentró en evitar concentrarse en la cálida masa de músculos que tenía a su lado.
—Pero si eres Alfonso El Salvaje, el jugador de fútbol —exclamó su madre.
—¿Le gustan los deportes? —Pedro le brindó la más deslumbrante de sus sonrisas.
—Tengo tres hijos, podría recitarle los nombres de todos los jugadores de la liga, señor... Lucas.—¿Por qué no me llamas Pedro? Lucas es demasiado formal —tomó la mano de Alejandra y la besó.
—Quiero que sepas que es un placer conocerte —dijo Alejandra con entusiasmo—. Pero yo pensaba que Paula me había dicho que eras contable.
—Entre otras cosas.
—Así que sabes hacer muchas cosas. Qué mañoso —miró a Gastón con rabia—. Ya sabía yo que mi hija no podía andar detrás de un hombre como éste. Ni siquiera le gusta la carne.
—El muy excéntrico —dijo Pedro.
Alejandra sonrió y volvió a mirar a Gastón con rabia. Pobre, pensó Paula. Pero un hombre que se dedicaba a participar en concursos de eructos, no debía darse fácilmente por ofendido.
—Creo que me voy a marchar —dijo Gastón, agarrando su chaqueta.
—Podrías quedarte a cenar con nosotros —lo invitó Paula.
Se sentía terriblemente culpable. Y también aliviada. Y sentía un extraño cosquilleo en la espalda... Era enfado, se dijo a sí misma. Estaba enfadada porque Zach Tanner la había pellizcado dos veces. Claro que sí, estaba enfadada.
—No quiero molestar.
Paula se inclinó hacia delante.
—No es ninguna molestia.
—Claro que no —intervino Alejandra, recuperando la hospitalidad sureña—. Pero si realmente tienes prisa, no te preocupes por nosotros. Haz lo que tengas que hacer. Ha sido un placer haberte conocido.
—Sí —dijo Gastón, con una mirada glacial.
—Gracias otra vez —añadió Pedro, abandonando el trasero de Paula para pasarle el brazo por los hombros.
La mirada de Paula voló hasta Zaira y vió que su amiga esbozaba una sonrisa triunfal.
—Creo que yo también me iré, señora Chaves—dijo Zaira, en cuanto Gastón se dirigió hacia la puerta—. Me alegro de haber vuelto a verla.
—Zaira, sigues siendo adorable —Alejandra inclinó la cabeza para que pudiera darle un beso en la mejilla—. Me encantaría que vinieras a verme. ¿No te ha hablado Paula de su hermano Gonzalo? Porque tiene tu edad, es soltero y muy atractivo.
—Iré en cuanto tenga unos días libres. Adiós.
Y antes de que Paula pudiera decir nada, tarea bastante complicada estando al lado de aquel tipo, Zaira se había ido.
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