lunes, 2 de julio de 2018

Cambiaste Mi Vida: Capítulo 27

Lo miró. Había abierto un ordenador portátil que había hecho subir de su coche y estaba desgarradoramente atractivo. Un rizo moreno le caía sobre la frente.

—Sólo quieres que te ayude para utilizarme como mecanógrafa —pensó Paula en voz alta al ver que Pedrosólo usaba dos dedos.

—Quiero tu ayuda para no tener que escribir ese maldito libro —matizó sonriente—. Preferiría ir en un coche a doscientos kilómetros por hora y sin frenos, antes que escribir dos párrafos de mi biografía.

Nunca se había planteado que Pedro necesitara realmente su ayuda. Ya era demasiado difícil resistirse a la química que los unía, como para andar pensando que él dependía, en cierta manera, de ella. Era casi imposible no reaccionar a la calidez de su sonrisa. El pulso se le había acelerado automáticamente y Paula deseó haber tenido algo útil que hacer, con lo que pudiera distraerse. Claro que, estando Pedro tan cerca, tampoco habría logrado concentrarse en nada.

—Me salgo a hacer algo de ejercicio antes de cometer una tontería... como ofrecerme voluntaria para mecanografiar lo que estás tecleando ahora mismo — anunció, procurando aparentar desenfado.

—Estoy metiendo los detalles de un nuevo diseño para un coche —comentó. Luego frunció el ceño—. ¿De verdad tienes que salir? Recuerda que si estamos aquí es porque queremos pasar inadvertidos.

—Como siga así, acabaré pasando tan inadvertida que nadie se acordará de que existo —dijo, sin atreverse a confesar que sólo quería salir de allí para alejarse de él.

Fue a su dormitorio y regresó con un sombrero ancho de verano y unas gafas de sol. El sombrero lo había usado en el reportaje que había realizado para De costa a costa, acerca de la protección solar. No era su estilo, pero era perfecto como disfraz.

—¿Qué te parece? —le consultó a Pedro.

¿Cómo podía ser tan tonta? Acababa de darle la oportunidad de que la piropeara, cuando lo último que quería era dejarse seducir por él.

—Estás preciosa —respondió Pedro cuando hubo terminado con el ordenador.

—Ni siquiera has mirado las gafas y el sombrero —lo acusó.

—¿No? —dijo poniendo cara de niño inocente—. Es sencillo distraerse con una mujer tan hermosa, con tantos puntos bellos de atención. Pero, ya que preguntas, el sombrero no es muy de tu estilo.

—Gracias —repuso Paula, como si hubiera recibido un piropo.

 De alguna manera, la habría decepcionado que Pedro alabara lo bien que le sentaba el sombrero.

—Sólo saldré a dar una vuelta por las tiendas del hotel —le prometió.

 Luego se marchó a toda prisa, antes de que Pedro la convenciera para que permaneciese junto a él. Nadie se quedó mirándola ni la reconoció mientras paseaba por la planta baja del hotel, en la que se hallaban todas las tiendas. Acostumbrada a que la gente se girara para mirarla, la experiencia le resultó inquietante. Lo que demostraba que no debía empezar ninguna relación con Pedro, pues no sabía si soportaría prescindir de su popularidad. Al mismo tiempo, se negaba a pensar que él tuviera razón cuando afirmaba que ella coqueteaba con la fama. En realidad, sólo se limitaba a disfrutar de una popularidad que le había costado muchos esfuerzos granjearse.

La enfureció comprobar que no podía quitarselo de la cabeza ni un segundo y trató de fijarse en el escaparate de una tienda de ropa.De pronto sintió ganas de derrochar dinero, lo cual era una locura, teniendo en cuenta que se había quedado sin trabajo. Sin embargo, y como quiera que siempre había sido prudente con los gastos, y ya tenía pagado su piso, ¿por qué no iba a darse un capricho con los chorrillos que tenía? Se probó distintas prendas y, al final, para contento del vendedor, eligió una blusa azul y un par de fabulosos pantalones a juego. Luego, por impulso, quitó las etiquetas, fue al probador y se vistió directamente con su nueva ropa. Era mucho más llamativa que la camiseta y los vaqueros con que había salido, pero sólo iba a tomar el ascensor para volver a la suite. Quería estar guapa para sentirse a gusto consigo misma, se dijo con aplomo. Sin embargo, su cuerpo se estremecía emocionado, anhelante de los piropos que Pedro le dedicaría cuando la viera. ¿Cuál sería su reacción?

Tuvo que sortear un tumulto de turistas antes de llegar al ascensor y luego esperó a que el recibidor del hotel se quedara vacío, antes de subir a su ascensor privado. Cegada por los flashes de las cámaras fotográficas de los turistas, se sintió aliviada cuando se quedó sola y en silencio en el ascensor. Entonces se dió cuenta de que los flashes no la habrían molestado de haber llevado las gafas de sol y el sombrero, y recordó que había olvidado su antiguo atuendo en la silla del probador en que se había cambiado. No tenía por qué haberse preocupado por la reacción de Pedro, pues no lo veía por ninguna parte. Al acercarse a su dormitorio, oyó que la ducha del cuarto de baño de Pedro  estaba corriendo, y él cantaba como si fuera el protagonista de una ópera. El ordenador portátil estaba encendido en el salón y Paula sintió curiosidad por echar un vistazo al diseño del nuevo coche, que más bien parecía un misil. No entendía ni una sola de las abreviaturas acerca de las especificaciones técnicas, pero a ella no le cupo duda de que se trataba de un trabajo muy serio y profesional. Y, además, el diseño en sí del coche era una obra de arte. No, en realidad era el resultado de muchos días de esfuerzo, cariño y amor. Estaba claro que él no quería escribir su biografía para sacar dinero, pues, sin duda, su destreza como diseñador gráfico era sobresaliente y ésta le reportaba ya grandes beneficios.

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