—Sí, ya me imagino —dejó que su mirada vagara sin prisa por la falda femenina—. ¿Y siempre lleva ropa interior negra, o esta ha sido una ocasión especial?
—También tengo ropa interior de otros colores, pero el color negro iba bien con este traje. Este es... mi traje favorito, siempre me lo pongo para las fotografías publicitarias. Bueno, en esta ocasión no venía a posar para ninguna fotografía, pero de todas formas quería venir lo más arreglada posible. No soy nada fotogénica y cuando me enteré que iba a venir la prensa estuve a punto de decidir no... De todas formas iba a donar las tartas para alguno de los juegos, ¿Pero cómo iba a decirles que no a todos esos niños? —rió—. Me refiero a que ya les había prometido asistir, y que odie salir en una fotografía no es razón para incumplir una promesa —hizo una mueca—. Estoy divagando, ¿Verdad? Siempre lo hago cuando estoy nerviosa. Y no es que normalmente lo esté. Nunca estoy nerviosa, así que nunca divago. Pero hoy no ha sido un día muy normal. Primero, se me rasga la falda en medio de una docena de patrocinadores, y después me encuentro contigo aquí... Y no quiero decir que tú me pongas nerviosa —tragó saliva. Caramba, se dijo, ¿por qué tenía que mirarla tan fijamente? Intentó sonreír—. No todos los días se encuentra una con... ¿Batman?
Continuó sonrió.
—Este año el carnaval está dedicado a los superhéroes. Se supone que la gente tendrá que hacerse fotos conmigo. Por eso tengo que arreglar esta cremallera. El puesto de las fotografías abrió hace cinco minutos. Ya hay unos veinte niños esperándome.
—Veamos si puedo ayudarte —se acercó a él y tuvo que llevarse la mano al corazón para dominar sus erráticos latidos.
La cremallera de Batman se había atascado a medio camino, revelando un cuerpo perfecto y unos calzoncillos negros. Caramba. Aunque Paula estaba acostumbrada a ver a hombre en ropa interior, puesto que tenía tres hermanos mayores que ella, aquello era diferente. Aquel hombre era diferente.Pero claro que era diferente, se regañó. Era Batman, por el amor de Dios. Por lo menos aparentemente. Pero ella siempre se había enorgullecido de no juzgar a nadie por su aspecto. Era el interior lo que contaba y, caramba, el de aquel hombre era perfecto.Tomó aire e intentó subir la cremallera, procurando no tocarlo. Cerró los ojos y tiró hacia arriba.
—Creo que se ha trabado con la tela. Veamos si puedo... —sintió el calor de aquellos músculos duros como el acero contra las puntas de sus dedos—. Vaya, parece que la cremallera no está dispuesta a cooperar —comentó.
—No me digas. Así que te dedicas a las tartas, ¿eh?
—Hago las mejores tartas de Texas.
—Me encantan las tartas. ¿Y es muy grande tu negocio?
«No tanto como tú», pensó automáticamente Paula.
—Bueno, hacemos unas ocho docenas de tartas a la semana. Trabajamos de forma artesanal, manualmente, aunque ahora mismo es un negocio en expansión.
—¿Manualmente?
Paula apartó las manos casi automáticamente. Sintió sobre ella la mirada de aquel superhombre que sonreía mientras intentaba recuperar la respiración. «¡No lo mires!», se decía, «¡No lo mires!».
—¿Es la primera vez que vienes por el orfanato? —le preguntó él.
—Eh, sí, pero pienso venir más —volvió a ocuparse de la cremallera. «Empuja, sube», le decía mentalmente a la cremallera. Pero, definitivamente, no eran los mejores verbos en los que pensar estando frente a un hombre semidesnudo—. Los niños... —se aclaró la garganta—. Son... magníficos. ¿Y tú? ¿También es ésta la primera vez que vienes?
—No, vengo regularmente. Un par de veces a la semana cuando puedo. No creo que haya mucha gente que comprenda lo importante que es para estos niños que alguien venga a pasar un rato con ellos —aquellas palabras, dichas con tanto corazón, hicieron un profundo efecto en Paula.
No, se regañó ella inmediatamente. Nada de profundo, insistió mientras tiraba nuevamente de la cremallera. En aquella ocasión con éxito.
—Bueno, ya está.
—Caramba, gracias —sonrió y a Paula le dió un vuelco el corazón—. Ahora te toca a tí.
—No, no hace falta... ¡oh! —unas manos fuertes acababan de apoderarse de su cintura y estaban haciéndole girar—. Mira, no tienes por qué hacerlo. Puedo intentarlo yo...
—Te lo debo —tiró de ambos lados de la falda, rozando con los dedos el encaje de la ropa interior.
Paula tragó saliva. Estaban tan cerca... Y él olía tan bien.
—¿Tienes un imperdible? —la voz grave y aterciopelada de aquel falso Batman cosquilleó los oídos de ella.
—Eh, claro —le pasó un imperdible, intentando no pensar en él.
—¿No tienes más?
—¿Más? —«más» era una bonita palabra. Más cercanía, más caricias en ciertas partes de su cuerpo. Sí, «más» era una palabra realmente buena.
—Más imperdibles —contestó él, haciendo añicos los pensamientos de Paula—. No creo que baste con uno.
Ni con una docena, teniendo en cuenta el tamaño del descosido y el volumen de su... trasero. A Paula volvieron a llenársele los ojos de lágrimas. Sollozó con tristeza.
—No estás llorando, ¿Verdad?
—No —contestó con voz atragantada, mientras se secaba las lágrimas.
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