lunes, 30 de julio de 2018

Dulce Amor: Capítulo 19

—Besos furtivos —suspiró Alejandra—. Qué bonito...

Paula no   estaba   segura   de   cuándo   se   produjo   el   cambio.   Cuándo   la   desesperada presión de sus labios contra los de Pedro se transformó en una seductora caricia. Cuando las manos con las que se aferraba a su cuello, se alzaron lentamente para  rodearle  el cuello.  Lo  único  que  sabía  era  que  estaba  besando  a  Pedro Alfonso y  que él la estaba besando a ella. La  lengua  de  Pedro se  enredaba  con  la  suya,  explorando  y  saboreando.  Sus  labios parecían querer devorarse. Paula sintió un ligero cosquilleo en las yemas de los dedos que se extendió rápidamente por todo su cuerpo.Desde muy lejos, oyó la voz de su madre tarareando El Barco del Amor. ¿Amor? ¡No!

Paula se separó de Pedro justo en el momento en el que se abría la puerta de la cocina y su madre desaparecía en la otra habitación. La  joven  abrió  la  boca  para  tomar  aire  mientras  su  mirada  chocaba  con  la  de  él;  los  azules  y  penetrantes  ojos  de  Pedro centelleaban  de  pasión,  deseo  y...  ¡Oh, no! ¡Era él!Aquello  era  imposible.  Tenía  que  tranquilizarse.  No  era  él.  Aquella  era  una  jugarreta que le estaban jugando sus hormonas.

—¡Paula,  cariño!  —gritó  su  madre—.  Deja  algo  para  la  luna  de  miel  y  ven  a  reunir te aquí conmigo.

—Claro, mamá, ya voy —se volvió hacia Pedro—. Tienes que marcharte.

—¿Marcharme? ¿Pero qué me dices de la cena?

—Yo... Te prepararé un perrito caliente —se volvió hacia una de las fuentes que había dejado preparadas en el mostrador.

—Pero no me refiero a eso. ¿Qué demonios pasa ahora?

Paula se volvió.

—Toma —le tendió una fuente rebosante de comida—. Llévatelo. Y ahora vete, por favor.

—¿Pero tu madre no esperará que cene con ustedes?

—Probablemente —como Pedro no hacía ningún ademán de moverse, se colocó tras él, le plantó las manos en la espalda y lo empujó hacia la puerta trasera.

—¿Y cómo vas a explicarle que me haya marchado tan repentinamente?

—Ya  se  me  ocurrirá  algo.  Le  diré  que  has  tenido  una  emergencia  —abrió  la  puerta y lo empujó.

—¿Pero qué diablos te pasa, Paula?

—Necesito  pensar,  ¿De  acuerdo?  Y  no  puedo  hacerlo  si  estás  cerca  de  mí.  O  si  está mi madre. Y cuando están los dos juntos, ni siquiera soy capaz de intentarlo. Así que tienes que irte.

—Por favor, Paula, deja de hacerte la difícil.

—No  estoy  haciéndome  la  difícil,  Pedro.  Lo  soy.  Así  que  no  esperes  conseguir  nunca nada de rol.

—Yo  no  pretendía  conseguir  nada  de  tí.  Eres  tú  la  que  pareces  andar  loca  por  mí.

—En  tus  sueños  —«o  en  los  míos»,  pensó  inmediatamente,  pero  se  obligó  a  descartar aquella idea—. No me gustas, Pedro.

—Muy  bien  —se  volvió  hacia  ella—.  Debo  de  suponer  entonces  que tienes  la  costumbre de besar a hombres que no te gustan.

—Lo he hecho únicamente para que nos viera mi madre —«mentirosa», se dijo a sí misma—. Bueno, me parece que ya tienes que irte. Es muy tarde.

—¡Pero si sólo son la siete y media!

—Exactamente. La noche es joven y a mí todavía me queda mucho trabajo que hacer.

—¿Esta noche?

—Toda la noche. Estoy intentando conseguir un contrato con Walter's Wings y Walter es un tipo duro.

—Paula—La voz de su madre resonó en toda la casa.

—¡Voy,  mamá!  —gritó  ella—.  Te  llamaré  más  tarde —le  dijo  a  Pedro. 

Mucho  más  tarde.  Y  cerró  de  un  portazo,  sacándolo,  al  menos  durante  unas  horas,  de  su  vista y de su mente.Desgraciadamente, su aroma continuaba impregnando el aire, impregnándola a ella. Y la seguía mientras iba a buscar más hojaldres al refrigerador.Él, suspiró. Y al instante se regañó. Estaba sufriendo una crisis. Tantos años prescindiendo del sexo y dedicándose por entero al trabajo, comenzaban a hacer su efecto. O al menos eso fue lo que se dijo a  sí  misma  mientras  regresaba  al  salón  para  enfrentarse  con  su  madre  e  inventar  alguna excusa que justificara la ausencia de Pedro.

—Ha tenido una emergencia.

—¿Qué  clase  de  emergencia  puede  obligar  a  un  hombre  a  separarse  de  su  prometida, por el amor de Dios?

—En uno de los restaurantes se les ha agotado la salsa barbacoa.

—¡Oh,  Dios  mío,  ésa  sí  que  es  una  verdadera  emergencia!  Qué  hombre  tan  dedicado.

—Me alegro de que pienses así, mamá, porque Pedro es un hombre que trabaja mucho.

—Así podrá mantener decentemente su hogar.

—Y no nos vemos tan a menudo como quisiéramos.

—La ausencia hace que crezca el amor.

Y  acelera  las  hormonas,  pensaba  Paula más  tarde,  después  de  haber  pasado  horas dando vueltas en la cama, presa de una extraña añoranza. Pero  la  añoranza  no  era  un  sentimiento  nada  productivo  y  ya  llevaba  cierto retraso en el plan de trabajo de la semana. Se  levantó  de  la  cama,  se  puso  la  bata  y  bajó  a  su  despacho.  Encendió  el  ordenador e intentó concentrarse. Era  extraña  la  capacidad  que  tenían  los  números  para  juntarse  a  su  capricho  y  adoptar  formas  extraordinariamente  parecidas  a  un  rostro  peligrosamente  atractivo  y... «¡Trabaja!»,  se  dijo  a  sí  misma.  Porque no  le  gustaban  los  hombres tan rudos. Por muy atractivos, cariñosos y fuertes que pudieran ser. Vería a Pedro al  cabo  de  un  par  de  días,  cuando  no  pudiera  seguir  dándole  excusas  a  su  madre y por fin hubiera puesto su trabajo al día. Se tomaría entonces la farsa sobre su futuro  matrimonio  con  la  misma  calma  y  profesionalidad  con  la  que  dirigía  su  negocio. Al fin y al cabo, el acuerdo con él era un asunto estrictamente comercial.Una  verdadera  lástima,  le  susurró  una  traidora  voz  en  su  interior,  mientras  el  recuerdo del roce de sus labios le provocaba un particular revoloteo en el estómago. Definitivamente, una verdadera lástima.

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