—Besos furtivos —suspiró Alejandra—. Qué bonito...
Paula no estaba segura de cuándo se produjo el cambio. Cuándo la desesperada presión de sus labios contra los de Pedro se transformó en una seductora caricia. Cuando las manos con las que se aferraba a su cuello, se alzaron lentamente para rodearle el cuello. Lo único que sabía era que estaba besando a Pedro Alfonso y que él la estaba besando a ella. La lengua de Pedro se enredaba con la suya, explorando y saboreando. Sus labios parecían querer devorarse. Paula sintió un ligero cosquilleo en las yemas de los dedos que se extendió rápidamente por todo su cuerpo.Desde muy lejos, oyó la voz de su madre tarareando El Barco del Amor. ¿Amor? ¡No!
Paula se separó de Pedro justo en el momento en el que se abría la puerta de la cocina y su madre desaparecía en la otra habitación. La joven abrió la boca para tomar aire mientras su mirada chocaba con la de él; los azules y penetrantes ojos de Pedro centelleaban de pasión, deseo y... ¡Oh, no! ¡Era él!Aquello era imposible. Tenía que tranquilizarse. No era él. Aquella era una jugarreta que le estaban jugando sus hormonas.
—¡Paula, cariño! —gritó su madre—. Deja algo para la luna de miel y ven a reunir te aquí conmigo.
—Claro, mamá, ya voy —se volvió hacia Pedro—. Tienes que marcharte.
—¿Marcharme? ¿Pero qué me dices de la cena?
—Yo... Te prepararé un perrito caliente —se volvió hacia una de las fuentes que había dejado preparadas en el mostrador.
—Pero no me refiero a eso. ¿Qué demonios pasa ahora?
Paula se volvió.
—Toma —le tendió una fuente rebosante de comida—. Llévatelo. Y ahora vete, por favor.
—¿Pero tu madre no esperará que cene con ustedes?
—Probablemente —como Pedro no hacía ningún ademán de moverse, se colocó tras él, le plantó las manos en la espalda y lo empujó hacia la puerta trasera.
—¿Y cómo vas a explicarle que me haya marchado tan repentinamente?
—Ya se me ocurrirá algo. Le diré que has tenido una emergencia —abrió la puerta y lo empujó.
—¿Pero qué diablos te pasa, Paula?
—Necesito pensar, ¿De acuerdo? Y no puedo hacerlo si estás cerca de mí. O si está mi madre. Y cuando están los dos juntos, ni siquiera soy capaz de intentarlo. Así que tienes que irte.
—Por favor, Paula, deja de hacerte la difícil.
—No estoy haciéndome la difícil, Pedro. Lo soy. Así que no esperes conseguir nunca nada de rol.
—Yo no pretendía conseguir nada de tí. Eres tú la que pareces andar loca por mí.
—En tus sueños —«o en los míos», pensó inmediatamente, pero se obligó a descartar aquella idea—. No me gustas, Pedro.
—Muy bien —se volvió hacia ella—. Debo de suponer entonces que tienes la costumbre de besar a hombres que no te gustan.
—Lo he hecho únicamente para que nos viera mi madre —«mentirosa», se dijo a sí misma—. Bueno, me parece que ya tienes que irte. Es muy tarde.
—¡Pero si sólo son la siete y media!
—Exactamente. La noche es joven y a mí todavía me queda mucho trabajo que hacer.
—¿Esta noche?
—Toda la noche. Estoy intentando conseguir un contrato con Walter's Wings y Walter es un tipo duro.
—Paula—La voz de su madre resonó en toda la casa.
—¡Voy, mamá! —gritó ella—. Te llamaré más tarde —le dijo a Pedro.
Mucho más tarde. Y cerró de un portazo, sacándolo, al menos durante unas horas, de su vista y de su mente.Desgraciadamente, su aroma continuaba impregnando el aire, impregnándola a ella. Y la seguía mientras iba a buscar más hojaldres al refrigerador.Él, suspiró. Y al instante se regañó. Estaba sufriendo una crisis. Tantos años prescindiendo del sexo y dedicándose por entero al trabajo, comenzaban a hacer su efecto. O al menos eso fue lo que se dijo a sí misma mientras regresaba al salón para enfrentarse con su madre e inventar alguna excusa que justificara la ausencia de Pedro.
—Ha tenido una emergencia.
—¿Qué clase de emergencia puede obligar a un hombre a separarse de su prometida, por el amor de Dios?
—En uno de los restaurantes se les ha agotado la salsa barbacoa.
—¡Oh, Dios mío, ésa sí que es una verdadera emergencia! Qué hombre tan dedicado.
—Me alegro de que pienses así, mamá, porque Pedro es un hombre que trabaja mucho.
—Así podrá mantener decentemente su hogar.
—Y no nos vemos tan a menudo como quisiéramos.
—La ausencia hace que crezca el amor.
Y acelera las hormonas, pensaba Paula más tarde, después de haber pasado horas dando vueltas en la cama, presa de una extraña añoranza. Pero la añoranza no era un sentimiento nada productivo y ya llevaba cierto retraso en el plan de trabajo de la semana. Se levantó de la cama, se puso la bata y bajó a su despacho. Encendió el ordenador e intentó concentrarse. Era extraña la capacidad que tenían los números para juntarse a su capricho y adoptar formas extraordinariamente parecidas a un rostro peligrosamente atractivo y... «¡Trabaja!», se dijo a sí misma. Porque no le gustaban los hombres tan rudos. Por muy atractivos, cariñosos y fuertes que pudieran ser. Vería a Pedro al cabo de un par de días, cuando no pudiera seguir dándole excusas a su madre y por fin hubiera puesto su trabajo al día. Se tomaría entonces la farsa sobre su futuro matrimonio con la misma calma y profesionalidad con la que dirigía su negocio. Al fin y al cabo, el acuerdo con él era un asunto estrictamente comercial.Una verdadera lástima, le susurró una traidora voz en su interior, mientras el recuerdo del roce de sus labios le provocaba un particular revoloteo en el estómago. Definitivamente, una verdadera lástima.
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